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Juegos olímpicos
Se apaga la llama nuclear en Japón II
El Primer Ministro Shinzo Abe y la “aldea nuclear” guardaban esperanzas de que las Olimpiadas de 2020 normalizarían las consecuencias radiológicas del accidente de Fukushima en Japón. Pero este ha implicado cero exportaciones en relación a la tecnología o energía nuclear, lo que ha conducido al gobierno a apostar fuertemente por esta industria a costa de las renovables.
Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.
Viene de la primera parte.
Para explicar su apoyo a la energía nuclear, el Primer Ministro Shinzo Abe afirma que el país no puede prescindir de esta, más cuando entran en consideración preocupaciones climáticas. Esta declaración sobre la necesariedad nuclear no tiene mucho sentido. Desde 2011, Japón ha generado solo una mínima fracción de la electricidad de origen nuclear de lo que solía, y sin embargo no se han generalizado los apagones por todo el país.
Es más, desde 2015, la cantidad total de emisiones de gases de efecto invernadero en Japón son inferiores con respecto a las de 2011. Esto se debe al “consumo energético reducido” (eficiencia) y a la “electricidad de bajas emisiones” (renovables), que pueden dar mucho más de sí en el futuro más inmediato.
Algunos, incluyendo el Instituto de la Red Energética Global (Global Energy Network Institute en inglés) y un grupo de analistas liderado por el profesor Mark Jacobson, de la Universidad de Stanford, insisten en que Japón podría funcionar con un 100% de energías renovables. Y que, incluso si no llegan a ese objetivo, avanzar en esa dirección tiene sentido tanto medioambiental como económicamente.
Desde 2015, la cantidad total de emisiones de gases de efecto invernadero en Japón son inferiores con respecto a las de 2011. Esto se debe al “consumo energético reducido” (eficiencia) y a la “electricidad de bajas emisiones” (renovables), que pueden dar mucho más de sí en el futuro más inmediato.
Sin embargo, el gobierno Abe pretende reducir los incentivos para el desarrollo de la energía solar en favor de promover la nuclear. Han aumentado también la asistencia financiera a la Tokyo Electric Power Company, la empresaba que operaba la central de Fukushima Daiichi de 9 a 13,5 billones (con b) de yenes. Esta cantidad viene por préstamos bancarios y los intereses lo tendrá que pagar el pueblo japonés con sus impuestos.
Los esfuerzos del Primer Ministro por remontar el tambaleante y decaído sector nuclear niponés apuntan al significativo poder político de la “aldea nuclear”, la red de empresas energéticas, reguladores, burócratas e investigadores que controlan la política energética y nuclear. Fueron sus acciones las que condujeron al accidente de Fukushima.
De hecho, la Comisión de Investigación Independiente de la Fundación Iniciativa Reconstruir Japón, asoció el accidente con, entre otras cosas, la presencia de “relaciones cercanas y puertas giratorias que unían los cuerpos reguladores y las empresas eléctricas, académicos y otros actores interesados de la comunidad nuclear”. También existen relaciones así entre instituciones dedicadas a la planificación energética y la propia comunidad nuclear, y que son responsables del rechazo por parte de los responsables de la política energética japonesa de renunciar a la fantasía nuclear.
Más allá de todo esto, el Primer Ministro tiene otro problema: su agenda económica, bautizada como “Abenomics”, apuesta por las exportaciones de “componentes y tecnología nuclear, así como armas convencionales” como un factor esencial. Hasta ahora, pese a muchos viajes suyos a otros tantos países, Japón no ha exportado ningún reactor en la última década. El proyecto con el cliente más probable, Turquía, colapsó debido a los elevados costes. Tanto el Primer Ministro como la aldea nuclear consideran la falta de exportaciones como un problema, y quizás por ello insistan con tanto ahínco en reavivar la industria nuclear y “demostrar” que Japón se ha recuperado del desastre de 2011. La duda no resuelta es si los gastos financieros y el esfuerzo merecen la pena.
El gobierno de Abe ha aumentado también la asistencia financiera a la Tokyo Electric Power Company, la empresaba que operaba la central de Fukushima Daiichi de 9 a 13,5 billones (con b) de yenes. Esta cantidad viene por préstamos bancarios y los intereses lo tendrá que pagar el pueblo japonés con sus impuestos.
No cuesta pensar que la decisión de Abe de organizar los Juegos Olímpicos en primer lugar, y que la antorcha pasara por Fukushima, buscaba demostrar que todo está bien, pese a la ingente contaminación que hay allí desde 2011. Reiniciar viejos reactores o construir nuevos, si llegara a suceder, solo aumenta la posibilidad de más accidentes nucleares y los costes eléctricos. La irracionalidad de esta decisión se vuelve todavía más evidente cuando otras fuentes, alternativas, menos arriesgadas, son mucho más baratas que la energía nuclear.
La pandemia implica un severo riesgo y desafío para la salud pública y el bienestar de la ciudadanía. Dadas las circunstancias, estamos abriendo espacio para el diálogo y la reflexión acerca de las consecuencias negativas de la concentración del poder político y económico para las personas normales en nuestro día a día.
Esta insistencia del gobierno japonés, y de otros, por la energía nuclear, incluso cuando la opinión pública se opone con contundencia, es otro ejemplo de lo alejadas que están las élites del resto. Es hora de abandonar la nuclear y la tremenda desigualdad que vivimos, y avanzar hacia sistemas más democráticos.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.