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Cuidados
Doble jornada, sueldo único
Consuelo dice estar exhausta. Pliega la ropa en la habitación del fondo de un sexto piso en València. Escucha la radio, pero no canta, ni baila; solo pliega la ropa con movimientos mecánicos. Los pantalones preferidos de su hija, unos calcetines de su marido, calzoncillos, una camiseta de su hijo, y otra, y otra, y otra prenda. “Esta casa es una casa como la de los años cincuenta”, masculla sin cesar en la tarea.
No se refiere a la decoración añeja del hogar, sino a las dinámicas de quienes lo habitan. “Ninguno de los miembros de esta casa colabora. Si yo tiro del carro y me pongo muy pesada, hacen cosas, porque saber saben”, se queja. Más allá de la ausencia de visitas y las limitaciones que han acompañado a la pandemia, la asentada organización familiar apenas sufrió alguna alteración: “La única diferencia con respecto a lo que había antes es que ahora todo el mundo tiene un plato de comida recién hecha”, expone Consuelo. Antes cocinaba el día de antes, o adelantaba su alarma matutina para dejar lista la olla. Ahora combina su horario de teletrabajo con las tareas domésticas.
Jornadas de veinticinco horas
El despertador de Consuelo suena todos los días a las siete de la madrugada, aunque algunos fines de semana se permite el lujo de retrasarlo media hora. Después de una ducha rápida, está lista para empezar la jornada: tras encender el ordenador, se dirige a la cocina. “Preparo los desayunos. Eso es trabajar, ¿no? Porque no preparo mi desayuno, preparo los desayunos”, matiza. Mientras se calienta el café, recoge los restos de la cena del día anterior, limpia y organiza los almuerzos y el menú del día. Saca a su perro y, al regresar a casa, Consuelo inicia oficialmente —solo oficialmente— su jornada laboral.
“Veinticinco horas”, satiriza al ser preguntada por cuántas trabaja al día. Pero oficialmente —solo oficialmente— su jornada laboral se prolonga durante siete horas diarias, 35 semanales. Desde hace dieciocho años, las cinco horas que se ahorra a la semana las dedica a cuidar de su hijo pequeño que nació con una discapacidad física. La realidad es que Consuelo necesitaría que esas cinco horas a la semana se multiplicaran por ‘tropecientas’, asegura, para poder atender a su hijo, a su hija, a su marido y a su perro. Y para poder atenderse a ella misma. Nunca ha contado las horas que dedica al trabajo doméstico, pero está segura de que son muchas.
La última Encuesta de Usos del Tiempo del Instituto de la Mujer revela que frente a las 4 horas y 7 minutos diarios empleados por ellas al día, ellos apenas se ocupan de los cuidados durante dos horas
La última Encuesta de Usos del Tiempo del Instituto de la Mujer revela que el tiempo que las mujeres dedican a diario al hogar y la familia supera en 2 horas y 13 minutos al que emplean los hombres. Frente a las 4 horas y 7 minutos diarios empleados por ellas; ellos apenas se ocupan de los cuidados durante 1 hora y 54 minutos. Por otra parte, la publicación ¿Por qué los retos de la conciliación en tiempo de Covid-19 son todavía mayores para las mujeres?, del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), demuestra que las mujeres dedican 39 minutos diarios más que los hombres a la educación y cuidado de niños y 46 minutos más a cocinar y realizar tareas domésticas.
A la semana, este tiempo se convierte en 27 horas de media de trabajo no remunerado. En los casos más extremos, son 60 las horas que las mujeres dedican al trabajo, remunerado y no remunerado. Con la pandemia, explica la socióloga especialista en estudios de género y directora de la Unitat d’Igualtat de la UJI, Mercedes Alcañiz, la organización del tiempo laboral y familiar se ha alterado al estar todos dentro de casa: “En ocasiones, esta alteración implica estar todo el día o bien trabajando o bien cuidando”, alerta.
Así, Consuelo comparte espacio entre su trabajo no remunerado y sus tareas como funcionaria en la Administración pública: “Me conecto y voy alternando unos trabajos y otros, a veces trabajo fuera de mi horario porque dentro de él no he podido”, describe. No dispone de despacho ni tenía ordenador hasta el inicio del estado de alarma, cuando le cedieron uno en el trabajo. Su marido, Santiago, hace años que teletrabaja como comercial. Desde el inicio de la pandemia, el salón es el centro neurálgico de la casa.
Las consecuencias de la ‘conciliación’
La psicóloga social e investigadora en economía feminista del grupo de investigación Dimmons de la Universitat Oberta de Catalunya, Mónica Grau, se opone al trillado concepto de la ‘conciliación’: “¿Cómo se pueden conciliar dos trabajos que se están simultaneando?”, cuestiona. “La jornada laboral y los cuidados no han sido dos trabajos que se puedan fraccionar en diferentes momentos del día. Deberíamos hablar de simultaneidad de trabajos, más que de conciliación”.
La concurrencia de una “doble o incluso triple jornada laboral” en un mismo espacio temporal, alarma Grau, “tiene un impacto brutal en la salud psicológica y emocional de las mujeres”
Esta concurrencia de una “doble o incluso triple jornada laboral” en un mismo espacio temporal, alarma Grau, “tiene un impacto brutal en la salud psicológica y emocional de las mujeres”. Para la psicóloga y coordinadora del grupo de investigación de Género, Salud y Trabajo de la Universitat Jaume I, Eva Cifre, este “doble turno” ha desembocado en una “sobrecarga”.
La consecuencia inmediata del estrés continuo y la presión constante a la que han sido sometidas las mujeres en el intento de conciliar se traduce en una grave afectación de su salud: “Las mujeres presentan mayor fatiga que los hombres, tienen más trastornos de sueño, problemas de infartos derivados de los elevados niveles de cortisol, insomnio, problemas psicosomáticos, dolores de espalda, cuello y cabeza, fatiga crónica…”, enumera Cifre. Sin embargo, añade la investigadora, esta sobrecarga no ha sido exclusiva del periodo de confinamiento: “Normalmente las mujeres ya arrastraban esa sobrecarga porque trabajaban dentro y fuera del hogar, están acostumbradas a manejar ese tipo de cargas y, por suerte o por desgracia, han desarrollado una serie de recursos que han sido beneficiosos durante el periodo de cuarentena”.
No obstante, la psicóloga advierte de que estos recursos han provocado, al mismo tiempo, que las mujeres no percibieran la excepcionalidad de desempeñar tareas coexistentes en una misma dimensión espacio-temporal. “Muchas te dirán incluso que han afrontado la sobrecarga habitual, que están bien”, avisa. Consuelo lo confirma: “A mí el teletrabajo no me importa, yo estoy muy bien en casa”. Pero mientras pronuncia con aparente convencimiento estas palabras, una caja de treinta cápsulas de Sedasor reposa sobre un estante en la cocina. “Complemento alimenticio formulado a base de valeriana, pasiflora, espino blanco y lavanda indicado para el alivio sintomático de la ansiedad, el nerviosismo, el estrés o el insomnio”, reza el prospecto.
Reparto de tareas
El marido de Consuelo coge la lista de la compra: “¿El zumo de qué marca?”. Consuelo contesta. Santiago sigue revisando el listado: “¿Desde cuándo se compra azúcar moreno en esta casa?”. Para Consuelo, hay un desequilibrio latente en las tareas domésticas: “Si yo le digo, por ejemplo, que vaya a comprar, va a comprar. Cuando hay un momento, cuando le va bien, en el momento en el que él quiere, va a comprar”, lamenta.
La profesora de Economía y Empresa de la Universitat Pompeu Fabra, Libertad González, y la profesora de Econometría, Estadística y Economía Aplicada de la Universitat de Barcelona, Lidia Farré, han llevado a cabo el estudio ¿Quién se encarga de las tareas domésticas durante el confinamiento?, cuyas conclusiones desvelan que la compra es la única actividad en la que el hombre se ha convertido “de media” en el principal responsable. En el 38% de las más de 5.500 familias encuestadas durante la cuarentena la figura masculina se encargó de la realización de esta tarea.
“Observamos que los padres sí aumentan su participación durante el confinamiento, pero no lo suficiente”, apunta Farré. “Las mujeres continúan soportando el grueso de las tareas y los cuidados en el hogar”, reitera. La secretaria de Dona, Polítiques LGTBI e Institucional de CCOO-PV, Cloti Iborra, valora el dato relativo a las compras: “Si solo se podía salir de casa para eso y para pasear a los niños, pues ellos salían de casa. Y mientras ellas han hecho verdaderos malabarismos”.
El problema real
Como tantas otras mujeres, Consuelo es víctima del “punto de vista clásico, patriarcal, empresarial y capitalista” que, en palabras de Iborra, “da por supuesto que las mujeres somos las responsables de los cuidados”. “Es algo que se da social, política y económicamente asignado”, asevera Grau. El caso de Carmen, la cuñada de Consuelo, es ilustrativo: conoció al que se convertiría en su marido en el instituto de Cheste. Acabaron la etapa de educación obligatoria y se matricularon en la universidad. Después se casaron y, cuando años después decidieron tener a su primera hija, fue Carmen la que abandonó su carrera profesional para hacerse cargo de ella.
El hecho de que más mujeres se queden en casa implica un enorme riesgo en cuanto al retroceso de la participación femenina en el mercado laboral y, sobre todo, “un impacto en su participación activa fuera de los hogares”
CC OO alerta de que son las mujeres quienes piden el 93% de las excedencias para cuidar de los hijos y el 83% de los permisos para cuidar de familiares. La secretaria de Dona, Polítiques LGTBI e Institucional del sindicato en el País Valencià remarca que “esto se traslada a que las mujeres tenemos mucha menor presencia en el mercado laboral”. “Siete de cada diez contratos temporales son firmados por mujeres”, añade. Para Grau, el hecho de que más mujeres se queden en casa implica un enorme riesgo en cuanto al retroceso de la participación femenina en el mercado laboral y, sobre todo, “un impacto en su participación activa fuera de los hogares”.
Para la abogada especializada en maternidad y desigualdad de género, Emilia de Sousa, la reducción de jornada es una forma más de violencia patriarcal: “Las mujeres que se ven obligadas a reducir su jornada lo que están haciendo es renunciar a una parte de su sueldo y eso las convierte en dependientes”, valora. “La dependencia crónica de una mujer hacia otra persona es, no solo una desigualdad, sino una violencia económica, laboral e institucional”. Esta reducción de jornada, critica de Sousa, repercute en la “discriminación estadística que padecemos las mujeres, la segregación horizontal, la segregación vertical que es el techo de cristal o la precariedad laboral”. A ello se suma que cuidar sale gratis: “Nadie se plantea el coste de las actividades de cuidado”, recrimina Grau. En el PIB español, estas labores se traducen en un mísero 0,8% del total. El resto permanece invisible. “Lo verdaderamente transgresor es cuidar de los cuidados. No ignorarlos”, sentencia Sousa.
Cultura de género
Hace años, la tía de Consuelo, Eugenia, se encargaba de sus sobrinos mientras ella trabajaba. “Buscamos una guardería al lado de mi casa. Sus hijos vivían casi en mi casa, y cuando Consuelo acababa de trabajar ya venía a recogerlos”, expone la mujer, que ahora tiene 75 años. Más tarde sería también ella quien les recogería a la salida del colegio: Mónica Grau menciona la cadena de cuidados que se forma “siempre” en torno a una mujer. “Una mujer siempre va a ser una proveedora o una receptora, durante toda su vida va a estar insertada en estas cadenas de cuidados”, explica.
La pandemia, describe, ha limitado, roto y bloqueado estas cadenas. “Las abuelas, como parte de los grupos de riesgo ante el covid-19, no han podido hacerse cargo y, como consecuencia, hemos perdido estas redes informales para abastecernos del servicio de cuidados”, completa Grau. “Por ser niñas o niños hemos recibido una socialización de una determinada manera, o hemos visto que nuestros padres o madres han subrayado más unos roles u otros. Eso se llama cultura de género”, puntualiza la socióloga Alcañiz.
Esta cultura de género, explica Iborra, relega a las mujeres a la aceptación de salarios bajos y trabajos precarizados que “hacen que sea muy fácil abandonar sus espacios laborales” para hacerse cargo de los cuidados. Por eso, zanja, es necesario un cambio cultural “que favorezca que los hombres se hagan cargo de los cuidados, que haya una conciliación corresponsable”.
En casa de Consuelo este cambio cultural se vislumbra lejano, y ella hace tiempo que está cansada. Hace un par de años atrás, Consuelo compró una Conga. “Una marca española, más barata que la Roomba”, rememora. Recuerda que cuando la abrió de su embalaje, quiso ponerle un nombre. Pensó en “Lola la aspiradora”, pero rectificó al instante: “Ya está bien de que seamos siempre las mujeres las que limpiamos”. El robot se llama Federico.
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https://www.ine.es/ss/Satellite?L=en_GB&c=INESeccion_C&cid=1259925472488&p=%5C&pagename=ProductosYServicios%2FPYSLayout¶m1=PYSDetalle¶m3=1259924822888