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Crisis financiera
La guerra comercial entre Estados Unidos y China: solo un alto el fuego
Por muy apasionante que sea el drama que supone esta guerra comercial, no es más que una parte del inquietante deterioro general de las relaciones entre China y Estados Unidos.
El Financial Times publicó el 10 de julio que Donald Trump, en su último encuentro con Xi Jinping en Osaka en junio, ha prometido suavizar las críticas hacia las acciones de China en Hong Kong a cambio de avanzar en las negociaciones comerciales. Así se hacen las cosas en el mundo de Donald: mejor hacer tratos con regímenes autoritarios que proteger los derechos humanos. Aun así, esperen sentados a que lleguen esas negociaciones comerciales; las apariencias engañan. Aunque las noticias han referido concesiones mutuas al margen de ese encuentro —Trump va a permitir que se reanuden las relaciones comerciales entre Huawei y las empresas tecnológicas estadounidenses y Xi Jinping ha prometido comprar muchos productos agrícolas estadounidenses—, la muletilla habitual de Trump —“ya veremos”— cuenta la historia real, que no es más que el acuerdo de un alto el fuego entre los dos países, nada más.
Estas son las cosas que el acuerdo entre Trump y Xi no ha logrado. Primero, no ha eliminado los aranceles actuales del 25% impuestos por Estados Unidos a los 250.000 millones de dólares en exportaciones chinas. Segundo, únicamente ha retrasado los aranceles adicionales de Estados Unidos a los restantes 300.000 millones de dólares en exportaciones chinas. Tercero, China ha anunciado que no hará concesiones sobre los derechos de propiedad intelectual que pertenecen a las empresas estadounidenses. Cuarto, la prórroga concedida a Huawei no está bien definida, aunque es lo suficientemente poco precisa como para permitir que las empresas tecnológicas estadounidenses soliciten exenciones que les permitirían retomar sus negocios con Huawei. Aun así, la empresa podría verse atrapada por la conclusión satisfactoria del acuerdo comercial completo, en especial si los liberales y los conservadores mantienen su oposición a esta prórroga por motivos de seguridad nacional —según la afirmación del senador Marco Rubio, el trato ha sido “un error catastrófico”—.
Trump considera que tiene a China entre la espada y la pared. Según sus declaraciones a Fox News, Estados Unidos “está ganando una fortuna, y esto, sinceramente, no es muy bueno para China, pero sí para nosotros”. Está noticia es falsa por dos cosas: los aranceles de importación de los Estados Unidos no son suficientes para compensar los aproximadamente 28.000 millones de dólares en ayudas que el Gobierno ha prometido a los granjeros afectados por la guerra comercial y China ha compensado con un buen acuerdo la pérdida de negocio con Estados Unidos incrementando las exportaciones a Europa y al sudeste asiático.
Mientras tanto, las importaciones chinas de productos estadounidenses están muy por debajo, en especial en lo que se refiere a la soja —tanto como un 30%, según Simon Rabinovitch, de The Economist—. En lo referente al acuerdo entre Estados Unidos y China, Goldman Sachs ha sido convenientemente cauto al decir que: “No se han anunciado progresos importantes en los principales asuntos en conflicto”. Los líderes sectoriales, que protestaban casi al unísono por las aduanas de Trump, tampoco celebran el nuevo acuerdo. No les queda más que confiar en que salga bien. Buena suerte.
Las políticas de la guerra comercial son cruciales para lo que realmente está pasando. Trump sabe que tiene que atribuirse una victoria creíble para tranquilizar a sus bases, incluyendo a los granjeros escépticos, y tiene que asegurar que no ha cedido en nada según se acercan las elecciones. Sabe, y los chinos también lo saben, que hay un aspirante demócrata al acecho, alguien que podría estar bastante más abierto que Trump a negociar el fin de la guerra comercial, aunque no lo esté a los roces comerciales.
Por muy apasionante que sea el drama que supone esta guerra comercial, no es más que una parte del inquietante deterioro general de las relaciones entre China y Estados Unidos. Los avances navales de China, la ayuda militar de Estados Unidos a Taiwán —ya están trabajando en una nueva venta por valor de 2.000 millones de dólares—, los esfuerzos del Congreso por limitar los visados a los estudiantes y académicos chinos, las presiones políticas a las universidades estadounidenses para que se cierren los Institutos Confucio y se investigue a los miembros del profesorado chinoamericano como posibles espías, el exitoso avance de China en Europa con su Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, unos lazos más estrechos entre China y Corea del Norte, las diferencias acerca de Irán y unas relaciones entre China y Rusia más fuertes son signos de la competencia creciente entre China y Estados Unidos.
Las extraordinarias manifestaciones de Hong Kong, que podrían inducir una intervención militar de China para reprimirlas, y el encarcelamiento masivo de uigures y otros musulmanes —por cierto, el último ha sido condenado por 22 países, aunque ninguno de mayoría musulmana, en una carta dirigida al Alto Comisionado de las Naciones Unidas— demuestran que, a pesar del punto de vista complaciente de Trump, hay que seguir con la lucha por los derechos humanos y la dignidad, incluso a expensas de los negocios (Vean el potente ensayo sobre Hong Kong del artista Ai Weiwei en el sitio web del New York Times).
Aunque cada vez es más difícil ver señales de una mayor cooperación entre Estados Unidos y China, hay que seguir buscando intereses comunes, además de la competencia y las diferencias políticas. Como han dicho más de 130 especialistas en China en una carta abierta a Trump, es fundamental mantener unas relaciones positivas con este país.
Nos recuerdan que China no busca un liderazgo global, y en caso de que lo buscara tiene muchos lastres. Pero se está acercando a Rusia económica y militarmente, un progreso que, ciertamente, no le interesa a Estados Unidos. Por eso, se hacía raro leer una editorial del New York Times del 21 de julio que decía: “El presidente Trump tiene razón al intentar establecer mejores relaciones con Rusia y desvincularse de China”, que es exactamente lo contrario de lo que debería ser la política estadounidense. Estados Unidos tiene muchos más intereses y oportunidades si mejora las relaciones con China que si lo hace con Rusia; entre ellos, la crisis climática, las armas nucleares de Corea del Norte y, por supuesto, el comercio y las inversiones. Y recordemos que es Rusia, no China, la que está interfiriendo en las elecciones estadounidenses.
Resaltar la amenaza china se ha convertido últimamente en un procedimiento común entre los liberales y los conservadores por igual, y ha motivado que muchos estadounidenses vean a China como un rival, cambio que se ha dado en los últimos años. Pero la tesis de la “amenaza china” exagera las intenciones, las capacidades y el atractivo de Beijing. Sin duda, el último informe estratégico nacional chino, que se acaba de publicar, identifica las amenazas domésticas como prioritarias, en especial el “separatismo”. Unas políticas en materia de asuntos exteriores basadas en la hostilidad con China ponen en peligro la seguridad nacional e internacional, sin mencionar la economía mundial. Un alto el fuego en la guerra comercial tiene poca importancia, a menos que se resuelvan esos otros conflictos y la diplomacia sustituya al enfrentamiento.