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Creaciones morales
Rebajas de verano en la ciudad
Todo está en liquidación. Desde fuera, Madrid parece una verdadera ganga.
¿Se han fijado? Todo está en liquidación. Desde fuera, Madrid parece una verdadera ganga. Conforme te vas acercando, las condiciones de la compra no son tan buenas, pero cualquier producto, incluidos ideas, sentimientos y gracias, se ofrece rebajado al 30%, 40% y hasta el 70%. Las fuerzas de trabajo se valoran en mínimos históricos (siempre he querido usar esta expresión del telediario). Los madrileños y las madrileñas nos hemos convertido en auténticos saldos, tanto en apariencia como en contenido. Me gusta que la capa de castellano antiguo, altanera, insolente y muy apolillada por el uso, haya sido descambiada en la sección de “Oportunidades” por un pack de indignidad y malos modos, que nos iguala al resto de la tierra plana. Comprar muy barato, vendernos más barato, es una tendencia tan de moda, que las rebajas han quedado para los documentales. Las compras del 7 de enero y el 1 de septiembre, las avalanchas en los grandes almacenes, el pegarse la gente frente al expositor lleno de cosas… Solo para portada de Súper Mortadelo o Cambio 16. El proceso de abaratar cosas y empobrecer personas ha conseguido que, de tantas ofertas y oportunidades, al final no haya ninguna. Solo la ilusión de que existen. De eso también se vive.
Los grandes almacenes han desaparecido. Queda el imperio Areces, con sus señoras y señores rancios. Como el expositor del Hotel Overlook, están atrapados en la foto de entrada cuando comienzan las únicas rebajas aprobadas por el Régimen. Lo que tenemos son comercios erigidos a mayor gloria del outlet, que es la rebaja permanente, sin un día libre. Las cadenas de descuentos todo el año resultan muy efectivas, sobre todo las de aparatos electrónicos, que han revelado a un consumidor varón, antes un tanto desconocido por estos espacios y ahora muy, muy implicado en el sistema de los descuentos y las ofertas con fecha límite. Quien dice muy implicado dice muy trastornado por conseguir un plasma gigante o un kit de enchufes inteligentes. Pero el outlet no provoca el estremecimiento de las antiguas rebajas, son como un matrimonio de larga duración donde consumes porque sí, porque es costumbre. Seguro, pero sin muchas sorpresas.
Los grandes almacenes han desaparecido, lo que tenemos son comercios erigidos a mayor gloria del outlet, que es la rebaja permanente
Puntualizo, esto no es verdad. La compra en el outlet tiene su lado Tinder: en los “días locos” de Mediamarkt y durante las jornadas Leroy Merlin libres de “Impuesto sobre el Valor Añadido”, esta aficionada a los saldos ha sido testigo de ciertos comportamientos de parejas con niño que no esperaba contemplar en su vida, tras una larga trayectoria en los tumultos más difíciles. Ni la buscadora de rebajas más experta y agresiva se habría peleado así por un lavabo modelo palangana. Lo de la legendaria liquidación de Discoplay (la primera) fue un paseo comparado con estas carreras por el hipermercado de baratijas para el hogar. Pasa un poco lo mismo en la marca blanca del Corte Inglés, el Hipercor, donde tienen sus propios outlets de moda. Allí rebajan las rebajas de la temporada anterior, aunque sin especificar qué temporada. En otro giro de la mercadotecnia neoliberal, los dueños de tenderetes se las llevan en grandes cantidades, para revenderlas al mismo precio o por un poquito menos, pero muy poquito, en el mercadillo. Otros ejemplos muy vistosos de ventas a precios reducidos son las convocatorias para comprarse un trapo firmado por un famoso que diseña o un diseñador famoso. Los interesados o interesadas pueden pasar una noche en ropa interior durante el invierno o una mañana entera a la solana, desarrollando un divertido flashmob antes de desembolsar su dinero con muchas ganas y ansiedad. Testigos de estos eventos aseguran que en cuanto se abre la tienda, se viven escenas tipo Los Juegos del Hambre en el mismo tono festivo y violento.
Las rebajas de verano, las que empezaban en septiembre, eran una verdadera fiesta del consumo. Las recuerdo bien, en años de crisis económica, inflación y paro, la gente esperando los carteles y los anuncios. En Galerías y El Corte Inglés, los almacenes caros, cambiaban la configuración de las plantas: los elegantes percheros y stands eran sustituidos por un sistema de cajones donde se arrojaba la mercancía. Si estuvo ordenada en algún momento, en los cinco primeros minutos del día 1 quedaba descompuesta, los envoltorios de papel, cartón y alfileres saltaban por los aires, y allí había que revolver para encontrar tallas y colores, a codazos y miradas por encima del hombro. Sí, se daba con frecuencia que la misma camisa, pantalón o faja fuera atrapada por varios clientes al mismo tiempo desde puntos distintos. Tras el primer segundo de sorpresa, ganaba el que más tiraba, o los que llevaban refuerzos, hijas, vecinas, sobrinitos… que también servían como exploradores de avanzadilla… “¡Mariiiii… aquí tienen batas de paño de la 42!”, y hasta la posición señalada se movía un grupo, teledirigido por el grito. Las dependientas y el grupo de encargados al principio hacían por colocar la ropa y atender a la multitud suplicante, pero hacia final de mes estaban ausentes, evitando el contacto, mientras seguían lanzando cebo para peces. Como a todos los críos, a mí lo que me gustaba de verdad era subir y bajar las escaleras mecánicas. Luego se me hizo muy aburrido, pero de mayor encontré un nuevo aliciente en estas superficies de suelos abrillantados, donde podías deslizarte rápido con las zapatillas y esquivar los capones: robar discos. Antes de los arcos de seguridad y las alarmas electrónicas, había determinados almacenes donde podías mangar con mucha facilidad.
Como siempre he sido bastante torpe, nunca me atreví con los elepés. Ay, aquellos maestros del robo a escala media que se metían bajo el jersey un tomo de vinilos…, pero sí me llevé singles y casetes de El Corte Inglés de Nuevos Ministerios, que era el paraíso del hurto musical. Otros objetos, como pintalabios y bisutería de plástico, salieron alegremente de SEPU y Simago como quien no quiere la cosa. Mi carrera de mangui en grandes almacenes e hipermercados no terminó ahí, pero mejor les sugiero el libro Ladronas victorianas. Cleptomanía y género en el origen de los grandes almacenes, que es un ensayo delicioso de Nacho Moreno para la editorial Antipersona de 2017 sobre cómo las mujeres cambiaron las relaciones sociales mediante el pequeño hurto en estos espacios.
Se me olvida que también tenemos un Primark gigante, el de Gran Vía 32. En ese terreno se debe haber generado un gran vórtice de energía mercantil desde que inauguraron los Almacenes Madrid—París en 1923, después el SEPU, y ahora eso. Dicen que Jones y Gillian quisieron terminar su revisión del mito artúrico Los caballeros de la mesa cuadrada con el descubrimiento, por fin, del Santo Grial, en los almacenes Harrod’s de Londres. Es una idea que a mí, como diría nuestro presidente, no me parece descabellada. No hay lugar parecido a los grandes almacenes, sobre todo tal y como eran Galerías Preciados, Yumbo o los Almacenes Arias, los de Carretas (había más por la ciudad, santuarios del trapo y los cacharros inservibles), aquellos que tuvieron un final tan pavoroso… Cada vez veo más factible la posibilidad de encontrar la clave del universo en una sección de Oportunidades que en todos los libros de sabiduría y lugares santos del mundo. Si no me satisface, siempre podré devolverla con el recibo de compra.
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