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Creaciones morales
Gas y electricidad en Madrid: diatriba de una estufa
La historia de la llegada del gas y la electricidad a Madrid está tan llena de despropósitos que parece actual.
La gente ha hecho cosas muy raras por el sol. Templos, sacrificios de seres vivos, bailes y atuendos más o menos afortunados... En un proceso inexcusable, nuestra vida va ligada a la suya. Pero lo que a nadie se le había ocurrido, que yo sepa, era cobrar por utilizarlo. Sabemos de ordenanzas extravagantes que dictan en ciertas localidades de Estados Unidos, en tiranías extremas o en países producto de la imaginación de un dibujante de tebeos, pero la ley del Gobierno español es una de las ocurrencias del siglo: gravar severamente el uso de energías ajenas al control del oligopolio de la electricidad. El conocido “impuesto al sol”.
El Pleno de la Unión Europea tuvo que ser un espectáculo cuando llegó el ministro de Energía con el proyecto. Este ministro que es como Santa Bárbara, pero con gafas, porque cada vez que le piden explicaciones sobre la enésima subida del recibo dice que eso es porque llueve o truena. No el ministro anterior, que fue quien tuvo la brillante salida.
Hablando de salidas, a ese le dimitió un poco a la fuerza el presidente del Gobierno, tras un confuso escándalo en plan Piratas del Caribe (por cierto, cómo tendría que haber sido la cosa, conociendo al presidente y su dinámica personalidad). Ese señor ministro no era como el de ahora, que se ríe un poco como niño travieso, la criatura, cuando tiene que soltar la mentira de que nos están robando al cobrar más a causa de la falta de lluvia. Aquel otro se molestaba muchísimo y farfullaba cuando le pedían explicaciones sobre la enésima subida del recibo de la luz.
No es que fuese un poco lento de reflejos; de hecho, se despidió con un diáfano “¡a tomar por culo!” cuando le largaron del puesto. En la UE, los homólogos europeos de la energía debieron pensar: “Estos españoles, ¡impuestos para el consumo de energía solar! Qué magníficos bandidos; pero ellos, sin disimulo ni nada”. El representante británico, que no se sabe qué hace todavía por allí, pero sigue metiendo bulla en los foros del continente, seguro que habría sentenciado, jaleado por el holandés: “Los jodíos morons del sur roban tan mal por el atraso del catolicismo, ja, ja, ja!”.
Naturalmente, tras un tira y afloja entre chistes de toros y sangría, todos dieron el visto bueno. La pena es que llegara después una autoridad muy corta rollos, y al final esta imaginativa estafapropuesta no fue aceptada. Algún listo —el listo ese que todo lo sabe— llegó a la conclusión de que era un poco como si hubiesen aprobado la venta de la torre Eiffel para chatarra.
De risa, menos aquí: El impuesto al sol sigue vigente
Te tienes que reír, ¿no? A este lado de la península, la gente que quiere hacer funcionar sus cacharros con placas solares u otros medios alternativos al gas o la red eléctrica, no es que vaya a pagar un pastón, que también, sino que puede ser perseguida por alguna clase de crimen contra el Estado. Al estilo de un emperador francés, las empresas de energía han declarado ilegales hasta los malos pensamientos hacia sus personas.
Pero, ¿quiénes son esos seres majestuosos? ¿Qué hemos hecho la plebe para merecer unos intermediarios de la energía tan, tan… caprichosos? Voy a aventurar una hipótesis en un terreno que parece científico, pero luego resulta que las variables y el ocultamiento son tan descaradas que, más que un asunto económico, te adentras en uno de los grandes misterios de la Humanidad. Si el oligopolio de la energía en España es un negocio muchimillonario que cada temporada renueva con mayores beneficios, si cada vez existen más empresas que mercadean con el gas y la electricidad, y se procuran un superávit enorme, ¿cómo es posible que la luz que pagamos sea una de las más caras de Europa? Y no solo eso, siendo un país que vive bajo un sol de justicia y del que se aprovecha medio mundo con el turismo, ¿cómo no existe el más mínimo interés por fomentar el aprovechamiento de esta contingencia, sino al contrario, empeñarse en seguir instalando y manteniendo gaseoductos, plantas eléctricas y nucleares?
Bueno, mi hipótesis es un clásico. Todo se debe a la codicia, y a la cultura española del timo, una institución de siglos en la que llevan instaladas para su beneficio exclusivo una serie de personas, con el beneplácito de los poderes públicos. No es sarcasmo. Solo transcribo lo que millones de personas expresan en voz alta cada vez que echan un vistazo a su cuenta, o leen el importe de la factura de su consumo de luz, gas, etc. Bueno, eso en el mejor de los casos. En el otro están los que miran las alarmas de la tele o la hoguera envueltos en una manta. Los que se felicitan porque el cambio climático esté acabando con la estación invernal y así cada vez haya menos problemas de pulmonías. Que entonces llegan las alergias, las bronconeumonías por la contaminación, las plagas del campo y la ruina de cosechas y los terrenos de cultivo… Pero eso ya lo arreglará otro.
Muy cerca de la central de Gas Natural en Madrid, entre el Paseo de las Acacias y la Ronda de Toledo, se conserva una de las chimeneas del antiguo Gasómetro, la primera fábrica de alumbrado del centro de la ciudad. La historia del desarrollo y la implantación del sistema moderno de luz y calefacción en Madrid, allá por la década de los 30 del siglo XIX, está tan llena de percances administrativos, agujeros por los que desaparecen presupuestos y un rosario de despropósitos legales, que parece que estuviésemos en la actualidad, en lo de la cultura de la Transición. Para variar, la luz llegó tarde a la capital y lo hizo en forma de extraño concurso público. Resumiendo: la Corona, a la que encantó el nuevo invento, disponía en exclusiva de una Fábrica Real de Gas para suministrar a los edificios de palacio, cosa que estuvo haciendo hasta final de siglo, tras la mercantilización del primer farol de gas moderno, que mezclaba carbón y una pequeña cantidad de resina, frente a las antiguas velas.
El Ayuntamiento cedió unos terrenos en la Ronda de Toledo a la Sociedad Madrileña para el Alumbrado, formada por varios accionistas de bancos internacionales y un grupo de familias muy escogidas de la sociedad española. Tras varias e inexplicables quiebras, el Ayuntamiento metió la mano, otros importantes emprendedores se unieron a la estafaempresa y, al cabo de cien años, la sociedad se disolvió, pasando a ser conocida como Gas Madrid. Luego de la fusión en los años 70 del siglo XX con las compañías que importaban gas de África, aquello se convertiría en el oligopolio Gas Natural Fenosa, y ahora es Enagas.
Para hacer frente a un desembolso tan grande de facturas, comisiones y nóminas de consejos enteros de administración, las tarifas por este gas primitivo ya eran tan elevadas que solo lo podían pagar edificios oficiales y particulares especialmente adinerados. El resto de los madrileños se siguió iluminando con candiles de petróleo y calentándose con carbón hasta muy entrado el siglo XX. Si se quiere entrar en detalles, recomiendo los espléndidos libros de la investigadora Carmen Simón Palmer (La Real Fábrica de Gas de Madrid, Editorial y Fundación Gas Natural, 2010 o El gas y los madrileños, Espasa, 1989).
Con la electricidad pasó igual. Llegó a mitad del XIX como un entretenimiento de circo, hasta que la Corona se encaprichó de la novedad y pidió ser iluminada con el ingenioso artilugio. En los primeros tiempos, los ciudadanos vivieron asustados caídas de la red, incendios y explosiones de los primeros electrodomésticos, como, por ejemplo, las planchas. La instalación más o menos completa, dependiendo de la demanda, se realizaría después de la Guerra Civil, en un periodo de continua renovación tecnológica en los sistemas de generación de la energía y el enriquecimiento de un grupo de empresarios muy cercanos al poder político.
La energía que usamos procede en gran parte de la red de centrales hidroeléctricas (de ahí esas explicaciones para niños muy pequeños de que te suben los precios de la factura porque llueve/no llueve), pero también de centrales térmicas que funcionan con carbón o petróleo, lo que provoca descalabros en nuestros monederos cuando hay crisis en los países exportadores. El tejido industrial que produce la energía se ha quedado obsoleto y es, efectivamente, carísimo y muy complejo de cambiar si se quiere adaptar a las personas y al entorno.
Ante semejante panorama, los propietarios de estas empresas han decidido explotar hasta el último céntimo de su inversión, aprovechándose de las ventajas de la liberalización del mercado de los precios, una iniciativa que debemos agradecer a nuestros gobiernos. No de liberalizar el campo de las empresas de la energía, no, ese sigue cerrado a cal y canto, sino el de sus valores en el parqué de la bolsa. Los intermediarios. Los precios de la electricidad y el gas natural están al albur del juego del Ibex 35, lo que añade un punto o dos más de sufrimiento a la carestía de estos productos.
La factura oscila, pero siempre al alza, debido a su especulación en el mercado de valores, y se complementa con un impresionante catálogo de impuestos al consumidor. En él, le hacen corresponsable del destrozo del medio ambiente y de lo que tenga que pagar el Estado a estas serenísimas entidades, que se comportan como novias despechadas si en algún momento el poder político ha demostrado interés por las energías alternativas. Poco, pero lo suficiente para que todas paguemos por mirar al sol.
De niña viví con una cocina que se alimentaba con horno de carbón y madera. Estudié muchos años al lado de una estufa catalítica SuperSer, que solo te calentaba una pierna y media cara. Espanto como puedo a los comerciales que se ofrecen a cambiarme de compañía de electricidad “gratis”, a cambio de que les facilite mis datos bancarios. Mis favoritos en el nivel ínfimo del timo eléctrico son dos tipos con chaleco reflectante y caja de herramientas del Juguettos, que venían para “reinstalar” los contadores de luz del bloque. El otro nivel de la estafa, que también es ínfimo, pero por lo atroz, ese de los cargos políticos en consejos de administración, suelos radiantes y las torres de fuego de las centrales petroquímicas, se lo dejo a los especialistas en el género fantacientífico, porque las categorías que allí se manejan entran en una dimensión que va mucho más lejos de la genealogía de la moral y el horror cósmico.
Los norteamericanos hablan con sorna del “sunshine tax”. Una expresión hipócrita y muy parecida a esta burla que nos han hecho nuestros dirigentes. A las personas que viven en lugares con más tiempo de sol y en un clima benigno de Canadá y Estados Unidos se les dice que el coste de la vida allí es más alto precisamente por eso. Porque hace buen tiempo. Que te van a clavar más impuestos y vas a cobrar un sueldo de mierda pero, oye, por lo menos, tienes sol. Conclusión, ¿de qué nos quejamos?
A alguien se le ha fundido la luz.
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