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Creaciones morales
Cultura basura
Una gran bola de grasa en Londres sirve de excusa para hablar de las alcantarillas de Madrid.
Uno de los pocos temas que me preocupan de verdad es el de la gestión de las basuras. Tengo esta inquietud desde niña, no por conciencia ecológica o algún capricho de esos, sino porque padezco un leve síndrome de… cómo se dice ahora…, sí, soy acumuladora. No he sufrido yo ni nada cuando, al volver de la busca, notaba que mi madre me había quitado colecciones de objetos que, por supuesto, no recordaba tener, pero que me dolía perder de forma tan tonta.
Tras unos años de rehabilitación, con peregrinaciones a los gurús más espesos de las calles de Cachemira y consultas a la Montaña de Basura de Valdemingónez, ya tengo un poco controlada mi dolencia, pero todavía me llama mucho la atención el tratamiento que hace la ciudad de sus residuos.
Fue en primavera de este año cuando llegaron a nuestras calles los nuevos contenedores de basura. Los trajeron en unos camiones también nuevecitos, que parecían volquetes de transporte de congelados brillando al sol, con tele-recogida lateral, y no el tradicional sistema de lanzado del cubo a la parte de atrás del vehículo con la ayuda del basurero. Los vecinos nos quedamos contemplando la maniobra de sustitución y pensamos: “Mira qué modernas las contratas del Ayuntamiento”, “han cambiado el cubo naranja con ruedas por un mazacote gigante”.
Mucho antes de estos cubos supersónicos, la basura se tiraba a la calle, y de ahí los empleados del Ayuntamiento o las personas corrientes la dirigían a alguno de los vertederos de las afueras
Después, la discusión se fue animando. De “claro, es que así caben más bolsas” y “no, es que esto ahora lo hace un tío solo, en vez de los tres que venían antes” a “pues hasta que ese armatoste se llene nos vamos a atufar con el olor”, “sí, señora, pero si todos echásemos la bolsita a partir de las ocho de la tarde, no cuando nos da la gana, a lo mejor no teníamos esos olores todo el día”, “oiga, que mi marido es discapacitado…”, “ya, y no recoge la caca del perro porque está usted también impedida, ¿no?”. “¿Eh? ¿Cómo dice?”, “así nos va, señora, así nos va”, “bah, como me calienten mucho, cojo y lo tiro todo por la ventana, a lo Conan”.
La noticia reciente sobre una gran bola de grasa sólida, de más de 100 toneladas, que está taponando una de las cloacas de Londres, me sirve para actualizar algunos datos sobre la historia de la basura en Madrid e imaginar cómo tiene que estar el subsuelo nacional. Mucho antes de estos cubos supersónicos, la basura se tiraba a la calle, como cuando, efectivamente, Conan, y de ahí los empleados del Ayuntamiento o las personas corrientes la dirigían a alguno de los vertederos que había en lo que entonces eran las afueras de la ciudad.
El arquitecto Juan López Aguado, maestro mayor de la Villa, dedicó parte de su vida a diseñar el Plan General de Alcantarillas, un proyecto racional y moderno que viniera a solventar los peligros de derrumbe y prevenir las enfermedades por contagio. Era un proyecto caro, para el que se necesitaba mucha mano de obra. El Ayuntamiento puso todas las trabas posibles a esta reforma hasta que en 1830 llegó una orden de la corona obligando a poner en marcha las acometidas, pero el arquitecto ya había muerto y de su proyecto se habían perdido hasta los planos. Únicamente cuando la epidemia de cólera de 1833 asoló Madrid, los regidores se dieron cuenta de que el alcantarillado lo mismo necesitaba unos arreglillos. La obra fue gigantesca. Fue tiempo también de llevar el agua a las casas.
Sin alcantarillas
El Canal de Isabel II asumió el coste de esta reforma de las alcantarillas, al tiempo que construía la red de agua potable, tras lo cual pasó al Ayuntamiento la responsabilidad de la gestión, cuidado y conservación de la misma. También le pasó la factura, pero el municipio se vio en muchos apuros para pagar. Tantos que, al final, el Canal decidió convertirse en parte del gobierno, para recuperar de alguna forma su inversión (y en esas seguimos, al parecer).
A finales del XIX, esta primera red ya se había quedado anticuada. Otra epidemia de cólera tuvo que hacer reaccionar apresuradamente a las autoridades, en 1885. El Ayuntamiento contrató a parados para que regaran diariamente las calles y alcantarillas, pero era tal el nivel de insalubridad que la enfermedad se propagó por las zonas donde todavía no había llegado el alcantarillado, o este todavía corría a cielo abierto, desde Peñuelas hacia Carabanchel. Hasta 1925, más o menos, Madrid no tuvo una red de alcantarillas en condiciones decentes.
Pero aparte de los líquidos corporales y otras guarrerías, los residuos que envasamos en una bolsa con asas, eso, ¿dónde lo echaban nuestros abuelos? Bueno, pues no había cubos ni bolsas. Madrid recogía los desperdicios en los vertederos a través de barrenderos, mangueros y basureros, con carros donde se echaba la porquería a bulto. Luego, los traperos hacían una segunda pasada, escogiendo lo más aprovechable. Hasta los años 70 no llegaron los basureros oficiales al Ayuntamiento.
Durante un tiempo, este servicio estuvo a cargo de las arcas municipales, pero fue llegar la democracia, la que tiene las letras de dinero, y empezar los concursos de adjudicación a empresas privadas de un negocio tan pringoso como rentable. La figura de aquel barrendero de familia, que cumplía honrada y pobremente su cometido, como el López Vázquez de Un millón en la basura, ya no existe. Bueno, figuras pobres, sí.
Sueldo curioso y uniforme fantasía
Ahora la gente se pega en la sede de la ONCE por conseguir un puesto de limpiador de quioscos de discapacitado, porque, además de un sueldo curioso, al empleado se le da un uniforme de fantasía y un equipo de limpieza de última generación. Una suerte un poco distinta corren las personas que van a dar con sus huesos en la subcontrata de una contrata de otra contrata del Ayuntamiento, esas que se llaman Trash Ibérica de Limpieza S.A. o Prevarico S.A. Tras un proceso de formación consistente en dos semanas a prueba (limpiar gratis), si tienes suerte te contratan por nada menos que tres meses, con un sueldo por horas meramente simbólico y en unas condiciones laborales cómicas.
Y rezando para que, cuando se termine el contrato, te vuelvan a llamar. Como de alguna manera tendrán medio que justificar estas empresas su designación nepotista y el desmesurado presupuesto con el que cuentan, se ve que son muy aficionados a ir a ferias internacionales de la basura, donde mantienen concordatos con empresas extranjeras que les colocan “El Equipo Fantástico de Limpieza”, que está todavía en fase experimental.
Madrid es que ha tenido muy mala suerte con la gestión de sus vertidos. Para que se rían los de fuera, nos han llegado a cobrar dos veces la tasa de basuras. Pagábamos primero para que la recogieran a diario y esa tarifa la integraron en el impuesto del IBI. Bueno, pues en tiempos de Gallardón se decidió que a diario, nada, y que había además que pagar otra tarifa por los desperdicios.
El nuevo gobierno ha cambiado el sistema de cubos, pero la diferencia en el servicio público es inapreciable para gente como yo, que soñaría tener un triturador de basura en la cocina y le cuesta un mundo bajar la bolsa hasta el contenedor. No sabría decir si la ciudad está más limpia, porque yo siempre la veo igual, una forma perdida que se mueve, gira y tiembla en la cinta transportadora, camino del incinerador. Basura en llamas.
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