Coronavirus
El coronavirus como teatro de la verdad

#Todoirábien es una mentira. #Yomequedoencasa es una condena. El confinamiento iguala porque introduce a todos en el tiempo de la espera, y a la vez, visibiliza las brutales desigualdades existentes.

Paseo desconfinamiento 26 Abril - 1
Primeros paseos de los menores de 14 años después de más de un mes de confinamiento. David F. Sabadell
28 abr 2020 06:00

¿Y si poner el Estado a la defensiva tuviera que pagarse con muertos? Durante estos días de confinamiento, por la noche, al bajar la basura a la calle aprovechaba para escuchar el silencio de la ciudad dormida. Creía que hundirme en una soledad casi absoluta me permitiría entender lo que estaba sucediendo. Sin embargo, no conseguía desprenderme de una pregunta obsesiva: ¿y si parar —relativamente— el mundo, si ridiculizar al poder, solo pudiera hacerse cuando la muerte se convierte en desafío?

Sé que esta pregunta es extemporánea. En el marco de los debates actuales —la economía o la vida, la adopción o no del control y la vigilancia como prácticas habituales— incluso parece absurda. Pero el esfuerzo del concepto es medirse con lo delirante, y si es necesario, inventar conceptos también delirantes. Nunca el Estado, mejor dicho, nunca tantos Estados se han hallado en una situación a la defensiva como la actual. ¿Quién podría negarlo?

Basta analizar las ruedas de prensa que casi diariamente efectúan los presidentes de los gobiernos. En el caso español, la aparición de militares, médicos y políticos juntos, ejemplifica la cara terapéutica y militarizada del poder. “Estamos aquí para salvaros de vosotros mismos. No hay otra salida”, nos repiten insistentemente, mientras emplean las estadísticas —no olvidemos que “estadística” deriva de la palabra Estad— para objetivar sus decisiones. La representación no puede ser más patética ya que es la constatación de un poder agónico incapaz de prevenir ni de adelantarse. Recordar que Boris Johnson ha sido internado en una UCI, y que tantos políticos han sido infectados, es una metáfora siniestra pero muy real de esta agonía. Un poder, repito, enredado en sus contradicciones y falsedades, que ni sabe aún cuántos muertos se han producido, ni cuando llegará una normalidad que tampoco puede describir. Un Estado, en definitiva, incapaz de cumplir el contrato que según Hobbes lo fundamenta y legitima.

Hay una guerra en curso pero no es la guerra decretada por el Estado. Es la guerra social no declarada que el coronavirus ha sacado a la luz

En este sentido existe un cierto paralelismo entre el acto terrorista y la acción del coronavirus. En ambos casos, y a pesar de la evidente diferencia de escala, se trata de una “prueba” para el Estado, una prueba fallida que implica directamente su cuestionamiento. No es de extrañar, pues, que la reacción sea la misma: declarar la guerra al enemigo interior, ya sea el terrorista, ya sea el coronavirus. Esta declaración de guerra es totalmente falaz. Es ridículo que un Estado proclame la guerra contra un grupúsculo terrorista o contra un virus. Y, sin embargo, hay una guerra en curso pero no es la guerra decretada por el Estado. Es la guerra social no declarada que el coronavirus ha sacado a la luz.

Por eso resultan lamentables por engañosas, las declaraciones de tantos personajes públicos que, de pronto, descubren nuestra vulnerabilidad e interdependencia. ¿Es que no sabían cuánto sufrimiento cabe en esta realidad? En España, cada día se suicidan diez personas; la gripe causa cada año entre 6.000 y 15.000 muertos; en Catalunya, 300.000 personas —mayoritariamente mujeres— están encerradas en su casa con fatiga crónica, fibromialgia, o sensibilidad química múltiple, y la última vez que pidieron ayuda, la respuesta de las autoridades sanitarias fue que, como no causaban alarma social, se aguantasen. Por cierto, ¿cuántos muertos se requieren para declarar el estado de alarma? ¿No son suficientes los cinco millones de niños que, según la FAO, murieron de hambre el año pasado?

La irrupción del coronavirus nos ha hecho olvidar que, a pesar de la brutal represión del Estado, un ciclo de lucha contra el neoliberalismo se estaba desplegando en muchos países del mundo. La emergencia climática también ha pasado a un segundo plano. El coronavirus impulsa, pues, una despolitización al cancelar las memorias de lucha y construir un simulacro de nosotros basado en un mismo miedo a la muerte.

Pero el coronavirus, en tanto que potencia oscura de la vida, es capaz de una acción politizadora cuya radicalidad se nos escapa. Decir, como ya he avanzado, que muestra la debilidad del Estado es muy insuficiente. El embate del coronavirus no es más que el efecto de una naturaleza maltratada por un capitalismo desbocado. No hace falta perder mucho tiempo para demostrar esta afirmación. El coronavirus constituye un acto de sabotaje de la vida contra una realidad que ya es plenamente capitalista y sin afuera. Vivimos dentro del vientre de la bestia y somos nosotros mismos quienes la alimentamos. ¿Es de extrañar que necesitemos aparatos de respiración asistida? El coronavirus ha abierto en canal esta maldita bestia y cuando el espacio de los posibles se ha venido abajo, entonces ha aparecido el teatro de la verdad.

En el teatro de la verdad no hay ruedas de prensa. Las representaciones y sus representantes no tienen ya cabida. Está el personal sanitario en su lucha abnegada y solitaria; están los ancianos cuya muerte en la soledad de las residencias constituye su particular modo de escupir contra esta sociedad —por favor, llamarles “abuelos” a estas alturas es aún peor que el insulto que ya era—; están las cajeras de los supermercados; y los riders corriendo en las calles vacías para complacernos; y los maestros que intentan acercarse a los niños y niñas enjaulados. Estamos los confinados que cada día a las 20h salimos a aplaudir y también el vecino que ha colgado un papel en la entrada pidiendo que la enfermera que vive en el edificio se marche porque puede contagiarnos. Están los que viven en locales sin ventanas a la calle y comparten un piso minúsculo con otra familia; están los que tenemos una buena conexión a internet y los que solo tienen un teléfono con tarjeta de pago. Los grupos de ayuda mutua que la policía multa. Y también muchas, muchísimas personas que no saben qué será de su vida.

La actual crisis sanitaria ha acelerado la deriva fascista inmanente al capitalismo en un doble sentido. En primer lugar, y su constatación supone ya una obviedad, por el aumento imparable de las formas de control y vigilancia mediante el uso de las nuevas tecnologías: geolocalización, reconocimiento facial, código de salud, etc. En segundo lugar, por la transformación que se está produciendo en la forma de trabajar. El capital, muy a su pesar, tuvo que admitir la existencia de la comunidad de los trabajadores dentro de la fábrica. Para poder controlarla, empleó las disciplinas, la vigilancia panóptica, y en particular, el secuestro del tiempo de vida. Ahora el capital tiene la posibilidad de deshacer lo que aún permanecía de dicha comunidad. El dispositivo de control ya no es el secuestro, es el teletrabajo. Internet y el teléfono móvil son los dispositivos que permiten hacer del trabajo una forma de dominio político. Ciertamente siempre ha sido así. La novedad reside en una progresiva indistinción: saber si trabajamos, si vivimos, o si sencillamente, obedecemos, resulta cada vez más complicado. Una teletrabajadora expresaba muy bien esta nueva situación: “Ahora duermo menos que nunca y me falta tiempo para todo”.

Si esta crisis sanitario-económica global tiene importancia es porque en ella —y gracias a ella— se pone además en marcha un nuevo contrato social basado en el control y la desconfianza

La crisis sanitaria se inscribe dentro de una operación política de readecuación interna del neoliberalismo. Más allá de los cambios geopolíticos que se avecinan y de una globalización mucho más sobredeterminada por el Estado nación, lo cierto es que se aproxima una sociedad de individuos cada vez más atomizados y cuya única conexión pasa por conformarse, en el sentido más propio de la palabra, como terminales del algoritmo de la vida, es decir, de ese mercado que se confunde con la vida. Sabemos que toda crisis consiste en una situación desfavorable para la mayoría que ha sido políticamente construida y que, sin embargo, se autopresenta como naturalizada. Pero si esta crisis sanitario-económica global tiene importancia es porque en ella —y gracias a ella— se pone además en marcha un nuevo contrato social basado en el control y la desconfianza.

Por eso hay que entender el confinamiento como una etapa en la construcción de una subjetividad impotente y desconfiada. Una subjetividad que suplica poder vivir y que se piensa a sí misma como víctima, aunque las víctimas evidentemente no son iguales ya que la división del trabajo las atraviesa. El trabajador intelectual está mucho menos expuesto que el trabajador manual como la misma pandemia ha mostrado.

#Todoirábien es una mentira. #Yomequedoencasa es una condena. El confinamiento iguala porque introduce a todos en el tiempo de la espera, y a la vez, visibiliza las brutales desigualdades existentes. El 62% de los muertos por coronavirus en Nueva York son negros y latinos. En Barcelona, un 0,5% —500/100.000, el índice más alto de la ciudad— de la población de Roquetes (Nou Barris) está infectado por Covid-19, en contraste con el 0,07% (76/100.000) de Sarrià-Sant Gervasi. La verdad se padece y se contagia. Por eso el Estado quiere clausurar el teatro de la verdad cuanto antes, pero la acumulación de muertos le impide cerrar la puerta. Su voluntad sería desplegar cuanto antes el espacio de los posibles, de unos posibles totalmente redimensionados y al alcance de unos pocos. Vivir la vida —permanentemente— en viaje, una vida aparentemente libre y desterritorializada, a partir de ahora, solamente podrá hacerlo quien tenga dinero. Los demás serán piezas fijas atadas a un deuda infinita.

A pesar de lo terrible que es no tener una ventana desde la cual ver el cielo, o estar completamente solo, el confinamiento supone una cierta desocupación del orden. Los balcones se hablan entre ellos. Rostros que nunca se habían visto, se reconocen. Por unos momentos, estamos juntos fuera de la máquina capitalista, y entonces, la fuerza de dolor recogida en ella misma se convierte en indestructible. Sería demasiado insensato afirmar que, habitando el confinamiento, hemos arrancado un espacio de libertad a esta realidad opresiva e injusta, pero cuando el querer vivir se separa de la vida movilizada por el capital, dejamos de ser víctimas. Son momentos de extraña libertad que aterran al poder. A nosotros, nos ponen ante un abismo, y entonces, se nos hace un nudo en el estómago. No es el abismo de la incertidumbre sino el de la verdad de una bifurcación que el teatro de la verdad nos recuerda a cada instante. Tenemos que escoger si queremos seguir siendo un terminal del algoritmo de la vida que organiza el mundo o bien un interruptor de la pesadilla que nos envuelve.

Archivado en: Coronavirus
Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra en tu cuenta.

Relacionadas

Sanidad
Investigación La exclusión hospitalaria de mayores durante el covid en Madrid precedió a la existencia de protocolos
El primer protocolo de la Consejería de Sanidad sobre derivación a hospitales de pacientes de covid residentes en centros de mayores es del 18 de marzo, pero la disminución de residentes derivados empezó el 7 de marzo, según una investigación.
Justicia
Transparencia Un fallo judicial aporta más intriga a la reelección de Von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea
El TJUE determina que la alta instancia comunitaria no veló por los derechos ciudadanos a la transparencia al ocultar demasiada información sobre los contratos con las farmacéuticas para obtener vacunas contra el covid-19.
Galicia
Redes clientelares La empresa del cuñado de Feijóo obtuvo 200.000 euros en contratos a dedo de la Xunta mientras era presidente
La sociedad de telemarketing, Universal Support, se ha adjudicado 19,2 millones de euros más en licitaciones con la Consellería de Sanidade dedicadas al rastreo de casos de coronavirus durante la pandemia. Algunos de ellos, siendo la oferta más cara.
#58839
28/4/2020 19:56

La interesantea
de la muerte como desafío del primer párrafo se queda luego en el tintero. Lástima.

0
0
El Salto Extremadura Power
1/5/2020 8:29

Lee "Hijos de la noche", ahí encontrarás un buen desarrollo de esa idea.

0
0
Alemania
Alemania “Desde el río al mar”: la frase que encarna la represión del Estado alemán
La ley de ciudadanía alemana ha introducido nuevas medidas que refuerzan la concepción estrecha sobre lo que se puede y no se puede decir sobre Israel en Alemania.
Genocidio
Genocidio El boicot económico a Israel, una estrategia decisiva contra la limpieza étnica en Gaza
Las campañas de Boicot, Sanciones y Desinversiones (BDS) ponen de manifiesto el poder del bloqueo comercial como herramienta de liberación: en 2014 consiguieron que la inversión extranjera directa en Israel cayera un 46%.
Ocupación israelí
Genocidio en Gaza Un informe documenta las torturas y malos tratos de Israel al personal médico palestino
Desde octubre de 2023, más de 300 trabajadores sanitarios palestinos han sido detenidos por Israel sin cargos ni acusaciones. Human Rights Watch publica un informe que revela los malos tratos que han recibido.
Feminismos
Feminismo Feministas de Corea del Sur se organizan para denunciar deepfakes sexuales masivos en escuelas
Los grupos de Telegram en los que los chicos comparten imágenes sexuales falsas creadas con contenido de sus compañeras han llegado a estar en el 70% de las escuelas.
Sanidad
Investigación La exclusión hospitalaria de mayores durante el covid en Madrid precedió a la existencia de protocolos
El primer protocolo de la Consejería de Sanidad sobre derivación a hospitales de pacientes de covid residentes en centros de mayores es del 18 de marzo, pero la disminución de residentes derivados empezó el 7 de marzo, según una investigación.
Medio ambiente
TURISMO Así son los operativos del Gobierno Vasco para acelerar la implantación del Guggenheim Urdaibai
Han sido externalizados el Plan Estratégico Comarcal de Busturialdea, el informe de valoración de los terrenos e instalaciones de Astilleros de Murueta para la expansión del museo y las campañas de comunicación para controlar el relato.

Últimas

Comunidad El Salto
Hazte socia/o Las ventajas de ser parte de El Salto
En agradecimiento a todas las personas que deciden apoyar el periodismo que hacemos, en El Salto intentamos darte cada vez más motivos para hacerte socia/o de nuestra comunidad.
En saco roto (textos de ficción)
En saco roto El viaje
Parados ante el mostrador de recepción, nos miramos sin estar muy seguros de lo que acabábamos de presenciar. Fuera, se había desatado un diluvio que ya no nos abandonó durante el resto del día.
Ocupación israelí
Genocidio en Gaza Los encuentros en Egipto por el alto el fuego en Gaza encallan mientras Israel y Hizbulá intercambian golpes
Hamás e Israel abandonan la negociación por el alto el fuego sin un acuerdo a la vista. La insistencia israelí de mantener presencia militar en la frontera entre Egipto y la Franja de Gaza sigue siendo uno de los obstáculos principales.
Más noticias
Bilbao
Bilbao Aste Nagusia termina con un pulso entre el Ayuntamiento y las comparsas por los manteros
Manteroekin Bat! ha sido el lema improvisado de Bilboko Konpartsak en esta edición de fiestas, que terminó anoche con cientos de personas encaradas durante más de una hora a la Policía Municipal, que quería sacar de la calle a los vendedores.
Gordofobia
Salud El difícil reto de borrar de las consultas la palabra “obesidad”
Acudir al médico por cualquier motivo y acababa con una buena dosis de estigmatización y una receta de Ozempic, un medicamento autorizado para tratar la diabetes tipo 2, es una práctica que conocen muy bien las personas gordas.

Recomendadas

Cine
Cine Cien años de Luis Cortés, una oda al cine ‘amateur’
En la obra cinematográfica y fotográfica de Luis Cortés se observa su profundo carácter humanista, su amor por la naturaleza y respeto por los animales, por la historia y las tradiciones populares, por el patrimonio arquitectónico y la literatura.
Honduras
María Alemán (campesina) “Cada noche me vigilan cuatro drones”
Miembro de la Cooperativa Agraria Brisa del Aguán, María Alemán vive bajo un constante estado de persecución: sicarios quieren asesinarla para amedrentar al campesinado para que abandonen las tierras y se las quede la familia Facussé.
Sphera
Palestina: El Arte de la Resistencia (3) “La mayoría de mi trabajo tiene que ver con ser un palestino viviendo bajo la ocupación israelí”
Motasem Siam, joven artista palestino procedente de Jerusalén, expresa a través de su obra su experiencia cotidiana del odio y la opresión. Conversamos con él en esta tercera y última entrega de Palestina: El Arte de la Resistencia.