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Cine
Fabienne Kanor, cineasta: “Hasta Andalucía me han traído mis ancestros”
Un esclavo obligado a trabajar en las minas, un joven senegalés que cruza el mediterráneo en busca de una vida mejor y quien narra la propia trama, tres historias migrantes que se unen en Et le grand trou noir où je voulais me noyer (Martinique, EE. UU. Francia, 2022) un ensayo documental que esboza relatos de la gran historia colonial “de la que España sufre amnesia” como diría su directora, Fabienne Kanor.
La creadora de origen martinico y asentada en Cazalla de la Sierra plantea con esta obra un ejercicio de memoria y nos ofrece un viaje experimental para introducirnos de lleno en un documental que recorre desde la orilla de cualquier playa andaluza donde podemos sentir angustia provocada por un plástico que parece hablar o reflexionar con la figura de un “conguito” que es movido por las olas. El campo amarillento y cada día más seco, los colores metales de los invernaderos almerienses o un archivo que nos muestra retazos del “nuevo mundo” son algunos de los escenarios de esta pieza que rompe la narrativa documental para llenarla de poesía y reflexión antirracista.
Con un acento en español que une las tres orillas continentales de las que trata su documental, charlamos con Fabienne Kanor en uno de los últimos días del Festival de Cine Africano de Tarifa (FCAT).
“Cuando la historia no los disuelve, cuando el mar no los atiza, cuando el viento no los dispersa los retornados siempre retornan”, eso es lo primero que podemos escuchar de tu documental y que hace referencia a una idea de fantasmas muy presente ¿Quiénes son estos fantasmas?
El concepto de fantasma es una idea que une a toda la película, Et le grand trou noir où je voulais me noyer cuenta la historia de dos personajes a los que no podemos ver. El primero de ellos tiene un nombre ficticio, Antón Çape, un esclavo que sabemos que existió, pero al que yo no fui capaz, en toda la investigación, de ponerle cara, ni altura, ni podía representarlo de ninguna manera, para mí era un fantasma de verdad. La única cosa que sabía de él es que vino desde Sierra Leona en el siglo XVII, que lo trajeron en un barco negrero hasta Guadalcanal y que de las minas donde le obligaron a trabajar se escapó con 21 años. Sin embargo, esa cuestión me sirvió para trabajar desde el vacío y me dio libertad a la hora de querer, entre comillas, resucitar a este hombre, de cambiar su historia olvidada, de cambiar el silencio por palabras, de traer su sombra al recuerdo. Con Makha, el segundo personaje, me encontré con otra realidad diferente, pero en la que el concepto de fantasma también estaba muy presente. Cuando nos sentimos obligados a migrar, durante un tiempo la cabeza siempre está en otro lugar, pero nuestro cuerpo está aquí, vivimos como fantasmas, sufrimos una especie de esquizofrenia geográfica. De Makha en el documental apenas podemos ver su brazo, un poco de su cuerpo, es necesario que se haga el esfuerzo de imaginar su cara para que podamos escuchar bien su historia, ese viaje que hizo desde Senegal hasta llegar a Europa y que, inevitablemente, conlleva una pérdida de identidad que le está afectando.
Las historias de Anton Çape y Makha están entrelazadas por un viaje que realizas tú misma dentro de la película. ¿Cómo has unido estas historias con tu propio camino?
Me doy cuenta que cuando yo filmo inevitablemente estoy dentro y fuera al mismo tiempo, la manera que tengo desde fuera es mi mirada, mi escritura y desde dentro es mi propio cuerpo, de mujer negra, que viene de Martinica pero, que detrás de este cuerpo, vengo de un continente africano que ya no conozco, no conozco el cuerpo que tenían mis ancestros, los que trajeron obligados a la isla de Martinica, y claro este también es un proceso de conversación con mis raíces. Por eso la película siento que es muy corporal, hay una fuerte presencia de mi voz, que acompaña al público y que une las historias, pero también hay presencia fuerte de las piernas, que nos indican que podemos caminar, que no podemos ir si no sabemos de dónde venimos. Nuestro cuerpo es siempre más que un cuerpo, es como un coche para nuestros ancestros, para mí el hecho de caminar en la película, de bailar en la película, de estar quieta, no es solo una conversación con el arte únicamente, sino es la manera de dialogar en cierta manera con nuestros ancestros.
¿Por qué decidiste contar estas historias a través de este tipo de documental?
Este documental llega en un momento importante para mí como artista, como mujer, como mujer negra. Yo una película no la veo como algo aislado, sino como parte de un proceso que va a durar hasta mi muerte, para mí es importante hacer ver al público que esta no es una historia que empieza ahora y termina cuando se acabe la película. Esto no es un reportaje sobre inmigración, o un documental como estamos acostumbrados: alguien hablando e imágenes de archivo. Yo quería plantear una reflexión y por eso hago uso de la poesía, de un lenguaje más metafórico para que la gente se pregunte ¿eso qué significa?, de la misma manera que hay que buscar para encontrar la verdad, el documental no es una cosa rígida y puede plantear varias cosas y a través del lenguaje poético podemos llegar a mostrar diferentes capas de un mismo hecho, al mismo tiempo que puedes estar abierto a lo que vaya pasando.
“El documental es un proceso colectivo que la escritura no puede darme”
¿Qué diferencia encuentras entre tu labor de escritura y la narración documental?
Como escritora el proceso es bastante parecido, la única diferencia es que cuando me siento a escribir estoy yo sola con mis historias, con mis fantasmas, pero, al hacer una película el proceso es siempre colectivo, llegan otras personas con sus maneras de pensar que aportan desde el principio a la obra. Desde el guion, la música, la filmación, es una manera de trabajar que la escritura no puede darme.
Por ejemplo, en este documental hay unas imágenes de Sierra Leona que no son mías, yo ni siquiera sabía que existían, es el archivo personal del montador. Un día hablando del personaje de Anton Çape me dijo: “¿sabes que mis padres vivieron en Sierra leona?” y, además, él tenía imágenes de ese periodo. Entonces el hecho de que esas fotografías formen parte de la película es una manera de mezclar la memoria de mi compañero de montaje con mi memoria personal, algo que nos une y vemos claro al mostrar ese archivo, que junto con el resto del archivo que ha sido esencial para hacer esta película nos lleva a contar esa memoria colonial tan presente.
¿Crees que esta historia está ligada al hecho de que actualmente vivas en Andalucía?
Me parece que sí, aunque este es un camino que empezó hace mucho tiempo, ver que, desde España, desde aquí salieron muchos de esos barcos llenos de africanos que fueron hacia América es reconocer que este lugar es importante para contar lo que yo quiero contar. Cada vez que examino la historia más siento que no va de un punto hasta otro, sino que es circular, mis ancestros fueron capturados, despojados de sus vidas a causa de la colonización, pero ahora yo estoy aquí, de nuevo, contando historias que traen sus memorias al presente, es como que inevitablemente he llegado aquí por ellos.
Actualmente vives en Cazalla de la Sierra, en la zona norte de Sevilla, ¿crees que has encontrado tu lugar?
Es curioso porque yo no tenía ninguna razón para vivir en Andalucía, no tengo cultura española, no tengo el español en mi boca, pero de alguna manera siento que me han traído hasta aquí, incluso un poco la casualidad, aunque no crea mucho en ella. Cuando estuvimos buscando una casa queríamos una casa en la que tener una vida que mereciese ser vivida, a raíz también de la historia vital de mi marido llegamos al lugar donde vivimos ahora y me pregunté ¿pero esto qué es, estoy en el pasado? Una casa de la época de la dictadura de Franco, yo la sentí también un poco así, como esa época, cerrada, que reflejaba esa época de no libertad. Sin embargo, algo tenía que me atrapaba, toda esta mezcla creo que ha hecho que en Cazalla haya encontrado una vida criolla, una vida negra que no he podido encontrar en otros lugares, como en Pensilvania, donde cada vez que voy por trabajo siento que soy un poco robot.
cuando llegué a Andalucía me pregunté ¿Dónde están todos esos esclavos que sabemos que vinieron de África y vivían aquí?
¿Crees que estás resignificando esa casa?
Sabes, creo que sí, estamos en ello. Para mí que yo viva en esta casa es una manera de reconocer la victoria de los esclavos ante el colonialismo, siento que vivir aquí hace un poco de justicia. Antes los reyes eran todo, ahora muchos de esos esclavos llenan el mundo de arte. Yo estoy muy feliz de poder vivir en esta casa y pensar en la de vueltas que da la historia. Por ejemplo, una de las primeras cosas que hice al llegar fue poner un letrero que decía algo así como “aquí probablemente murió un esclavo y su estela llegó hasta Martinica…” Porque yo cuando llegué a Andalucía me pregunté ¿Dónde están todos esos esclavos que sabemos que vinieron de África y vivían aquí? Muchos de los que partieron nunca han regresado, pero de alguna manera siento que estoy aquí para que tengan una manera de dormir tranquilos.
Tu vida y tu arte es una manera de hacer justicia.
Es que es inevitable, en España se vive ajeno al colonialismo, hay una amnesia hacia el continente africano que está ahí al lado. No hay una colectividad sobre lo negro en Andalucía, no hay ninguna referencia. Cuando tú vas por Sevilla, por ejemplo, todo está lleno de historias sobre “el nuevo mundo”, pero por favor, ¿qué es el nuevo mundo? Un periodo de la historia rica a base del desastre de otra gente. Contar estas historias a través del arte permite también enseñar esa parte íntima, esa parte dentro de los barcos, no solo el gran barco que fue a las Américas, no solo el monumento construido con todo lo que se trajo, es más como decir ¿qué pasó dentro de ese barco? Ahí puedes ver los cuerpos de esas personas que sufrían. La historia, además, con sus particularidades se está repitiendo y la podemos ver en estas playas a las que cada día llegan pateras. El personaje de Makha del documental no tiene cadenas en su viaje hasta Europa, pero eso no significa que no tenga, por todo lo que se hace en su país y por eso veo importante contarlo. Para mí es terapéutico, es una manera de curarme, pero de curar a la gente también. El arte no es arte por arte, es muy político. A mí me gusta hablar del arte como esa pastilla que puede servir para abrir los ojos, para abrir la boca y darnos el poder de querer compartir nuestra memoria, lo que pasó y sigue pasando.