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El hoyo, una producción de cine de ciencia ficción, se estrenó en salas comerciales a finales de 2019 con un relativo éxito de crítica y público (apenas dos semanas en cartelera), pero ha sido gracias a su estreno en Netflix cuando ha dado la campanada: se ha convertido en la película más vista en la plataforma durante la pandemia en EE.UU. y otros países. Y una de las más vistas en el mundo, según la clasificación del buscador JustWatch.
El planteamiento es simbólicamente expeditivo: Goreng (Iván Massagué), el protagonista, accede a servir de conejillo de indias en un experimento social que consiste en pasar una temporada en torno al hueco de un peculiar ascensor –‘el hoyo’– por el cual desciende a una plataforma repleta de comida que van consumiendo los diferentes niveles hasta agotarse. La escasez de alimentos provoca una lucha desesperada y salvaje entre la supervivencia y el idealismo, con ecos de Cube, de Vicenzo Natali, y del cuento de Borges, La lotería de Babilonia. El típico escenario futurista como desesperanzada metáfora de un mundo actual en el que se agotan los recursos y sobre el que se cierne la amenaza del hambre.
El hoyo, premiada, entre otros galardones, con el de Mejor Película en el Festival de Sitges y el del Premio del Público en Toronto, tenía todos los ingredientes para convertirse en ‘película de culto’ entre iniciados del género: guión ingenioso, personajes bien trazados con aire teatral y un poco de salsa gore en una producción de competente factura artesanal. Pero lo que la ha lanzado a la fama mundial ha sido el boca a boca febril en esta coyuntura ciertamente paranoica de la pandemia –alimentada por las redes y los youtubers– y su estreno en una plataforma digital muy peculiar.
“La escasez de alimentos provoca una lucha desesperada y salvaje entre la supervivencia y el idealismo, con ecos de Cube, de Vicenzo Natali, y del cuento de Borges, La lotería de Babilonia.”
Netflix, el gigante de las plataformas digitales, con 167 millones de abonados –16 millones nuevos durante la pandemia–, ofrece un catálogo de series y películas mainstream y además tiene una línea de producción propia basada en baratas cintas de serie b distópicas y postcolapso. Algún visionario directivo criptocolapsista o quizá el famoso algoritmo de recomendaciones de la casa marcan esta tendencia catastrofista, suponemos, con buenos resultados. Y, en ese nicho, El hoyo ha encontrado la perfecta lanzadera para su salto del frikismo al público familiar (en cierta medida algo similar a lo sucedido con la serie española La casa de papel –65 millones de visionados de su cuarta temporada–, vinculada al público latino).
Por otra parte, no hay que negar a la hora de explicar el éxito de El hoyo sus propios méritos, ligados a la riqueza del contexto cultural del cual surge la película. Su director, Galder Gaztelu-Urrutia (Bilbao, 1974), un publicitario que ya apuntaba contundentes maneras profesionales en su corto La casa del lago, de 2011, representa a una generación de creadores que se abren paso, como en su película, ascendiendo desde un género considerado menor. Y desde otro hoyo, el botxo bilbaíno, siguiendo la estela de Alex de la Iglesia.
“Su director, Galder Gaztelu-Urrutia (Bilbao, 1974), un publicitario que ya apuntaba contundentes maneras profesionales en su corto La casa del lago, de 2011”
El hoyo nace del caldo de cultivo de una modestísima pero pujante industria cinematográfica –todavía sostenida por una constelación de subvenciones públicas– y de un público vasco cada vez más afecto al género. Más allá del Festival de Cine de Donostia, en el triángulo de su Semana de Cine Fantástico y de Terror, el FANT bilbaíno y el FAN iruindarra, ha crecido una generación de refinados gustos contraculturales. El fantástico étnico Errementari, de Paul Urkijo, estrenado en 2018, El hoyo y la brutal Ventajas de viajar en tren, de Aritz Moreno, ambas de 2019, han sido sus apuestas más destacadas.
El hoyo es, por último, una parábola sobre los dilemas éticos en torno a la escasez, algo que, en el país de las sidrerías y las estrellas Michelín, suena a bofetada. Entre la bacanal burguesa de La Grande Bouffe, de Marco Ferreri, y la evangélica El festín de Babette, de Gabriel Axel, esta última cena apocalíptica nos propone una nueva cocina vasca, con ambigua receta social.
Si la riqueza y la comida no se reparten solidariamente, nos esperan hambre y rebatiña, y la destrucción de nuestra sociedad. Pero cualquier esperanza transformadora –en la película encarnada por una niña que asciende desde el sótano hasta los niveles superiores como un mensaje salvífico– es solo un sueño, como ha declarado su director. Al igual que en otras películas recientes de corte fantástico que plantean escenarios revolucionarios en torno a la lucha de clases, como Joker, de Todd Phillips, El hoyo, ya sea por convicción estética o por no alarmar a la industria, no pretende hacer cine doctrinario sino finalmente terapéutico e introspectivo. Lo que en cierto sentido insiste en el giro reaccionario del imaginario distópico que abrió la emblemática serie Black Mirror, justamente ciencia ficción comprada por Netflix.
“El hoyo es, por último, una parábola sobre los dilemas éticos en torno a la escasez, algo que, en el país de las sidrerías y las estrellas Michelín, suena a bofetada.”
El productor de El hoyo, Carlos Juárez, de Basque Films, lógicamente entusiasmado por el “fenómeno de fans tremendo”, ha anunciado una “secuela o secuelas” de la película, lo cual no sabemos si es una buena noticia. Mientras, iniciamos la desescalada pensando en cómo vamos a aligerar los entre 2 y 3 kilos que, según alertan los dietistas, habremos ganado mientras consumíamos parábolas sobre el hambre. Y, para cumplir la operación bikini de “la nueva normalidad”, nos acordamos del refrán “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. ¿O ya será al revés?
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