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Dicen que Di Stefano soltó una vez que un partido sin goles es como un domingo sin sol.
Pues parece que ayer en Barcelona ni una cosa ni la otra.
Goles ninguno. O pocos, vaya. Ni dentro ni fuera del campo.
Suele pasar con las expectativas, que cuanto más altas son, más difícil cumplirlas. Y la tremenda locura desatada con el clásico Barça-Madrid de este año era de copete. A tenor de lo sucedido ayer, sigue siendo incomprensible que no se jugara, como tocaba, el 26 de octubre. Pero Tebas, ese desacomplejado partidario de Vox que preside la Liga de Fútbol Profesional, no quería mezclar fútbol y política. Sic. Y dijo que el partido, en diciembre.
Y dos meses calentando el derbi. Y los medios, como locos, elucubrando sobre qué podía pasar. “Amenaza al clásico” sobreimpreso en pantalla. En lugar de un partido de fútbol parecía una cumbre del G20. Conexiones en directo en casi todas las cadenas para seguir el minuto a minuto del traslado de 200 metros de los dos equipos entre el hotel de concentración y el estadio. Equipos que, nos decían, por primera vez en la historia se concentraban en el mismo lugar. Eso si es era un sit and talk complicado y ahí está. Que se lo apunten.
Y volvamos a nuestro enviado especial para conocer el último minuto del traslado al estadio. Cientos de Mossos velando por el complejo éxito de la misión. Dos minutos en autocar. ‘La’ calle, cortada. Dos helicópteros sobrevolando el lugar. Ver para creer.
Un país entero pendiente del traslado de 22 hombres a un campo de fútbol.
Pero, claro, es que detrás estaba ese fantasma de Tsunami Democràtic. El ogro malvado. Hace dos meses que Marlaska nos prometió que en pocos días nos revelaría quién andaba detrás. Se le habrá traspapelado el informe, digo yo, o se me ha pasado a mí. Pero seguimos sin saber quiénes son. Ni falta que hace.
Un chico lleva una foto de Bernardo Caal, el líder indígena q'eqchi, encarcelado hace dos años en Guatemala por oponerse a los proyectos hidroeléctricos de Florentino Pérez
Mientras, los medios elucubrando. Que si quieren impedir el acceso de los futbolistas. Que si quieren impedir el de los aficionados. Que si quieren invadir el campo. Que si quieren hacer un mosaico. Obviando los mismos comunicados de la propia organización, que habían dejado claro que el partido se jugaría. La Vanguardia abría por la mañana diciendo que planeaban llenar el campo de globos. Tsunami respondía que no lo había pensado pero que gracias y que invitaban a sus seguidores a hacer lo que proponía el periódico. El súmmum de la elucubración llegaba cuando Antena 3 aseguraba a las nueve de la mañana, con una imagen de unas personas llevando una reproducción de pelotas de goma y balas de foam policiales, que se temía que llevasen en su interior “un líquido amarillo que al caer al terreno de juego, lo impregne obligando a la suspensión del partido”.
Está claro que si hay algo que no se toca en este país, a parte de la sacrosanta unidad de España, es el fútbol.
Tsunami Democràtic logró ese éxito. El de poner patas arriba un país con una simple convocatoria. Pero parece que poco más.
Su convocatoria era para cuatro horas antes del silbido inicial. Sin un programa claro de qué hacer. Flujos irregulares de personas se acercaban a los aledaños paulatinamente. A las salidas del metro, gente repartiendo caretas de cartón de Messi que, ante el temor de que fueran cosa del Tsunami, fueron requisadas por la seguridad del club. Peligro. Otros repartían cartulinas azules con el lema sit and talk, sienten y hablen. El subversivo lema de esta organización blackmirroriana.
Gentes portando la palabra Llibertat en amarillo paseaban entre las masas congregadas a las puertas del estadio. Ambiente distendido, pocos cánticos políticos. Solo se escucha algún tabernario “Puta Real Madrid, puta Real Madrid” entre los que hacen cola. La cosa se anima cuando algún periodista conecta en directo. Entonces sí la gente levanta los papelitos pidiendo diálogo y en algún caso gritan eso de “Prensa española, manipuladora” que empieza a ser ya un cacareado clásico.
Entre los carteles destaca una imagen. Un retrato poco familiar. Un chico lleva una foto de Bernardo Caal, el líder indígena q'eqchi, encarcelado hace dos años en Guatemala por oponerse a los proyectos hidroeléctricos de un señor llamado Florentino Pérez. El presidente de ese club que hace dos días se vestía de verde para demostrar su compromiso con el planeta. Sic.
Al otro lado del campo no faltan tampoco las críticas. Pese a que juegue en casa. Una pancarta denuncia que el Barça tiene las manos manchadas de sangre. Lo dicen por el convenio publicitario con la turca Beko, a quien acusan de financiar el genocidio en Rojava.
En una pared, quien recibe es otro: Tebas puto facha.
La convocatoria, cuatro horas antes del partido, no parecía justificar lo que estaba ahí sucediendo. Se empezaba a notar cierto nerviosismo. Calma pedían unos. Tomadura de pelo, ya gritaban los otros. Un altavoz con un carrito va dando vueltas intentando amenizar la espera.
A media hora para el inicio del partido, Tsunami convoca a su gente a la Travessera de les Corts, el acceso al Gol sur. Parece que se trama algo. Los rumores apuntan a que se prepara un proyector para ver el partido. Pero algo falla y lo que parece la instalación, se cubre. El generador de gasolina apenas da para un altavoz para seguir por radio el partido. Otros rumores dicen que se quieren sabotear los marcadores. Tampoco.
En el campo la pelota empieza a rodar. Una pancarta pide sentarse y dialogar mientras miles de aficionados sacan las cartulinas azules reclamando diálogo entre gobiernos. Gritos de “libertad presos políticos”. En la segunda parte unas pelotas amarillas saltarán al campo y obligarán a parar el partido unos minutos.
Poco más. Eso es todo.
En la calle, mientras unas pelotas inflables van volando sobre las cabezas de la gente, miles de personas concentradas van perdiendo la paciencia. Algunos buscan bares donde seguir el partido. Vinieron a por un tsunami y se están encontrando unas salpicaduras en el charco. Por lo que parece, el fútbol tampoco acompaña dentro del estadio. Domingo sin sol en Barcelona.
Pero en un sector de la Travessera, en la bocacalle con Arizala, grupos de jóvenes se encaran a los Mossos. Los policías han llegado ahí tarde, tras no impedir que grupos de aficionados culés de ultraderecha (¿podemos decir nazis sin que Tebas nos pare el partido?) se enzarzaran a hostias con grupos de manifestantes antifascistas. La intervención se salda con un detenido y durante toda la primera parte del partido Mossos y manifestantes juegan sin mucha convicción al gato y al ratón. Llueve una lata. Adelantan el cordón. No llueve la lata. Se retrasa el cordón. Pero a medida que el partido avanza, se intensifica el tono. Los polis sacan sus porras. Los manifestantes adelantan su paso. Una carga. Un petardo.
Los primeros contenedores se cruzan. Los Mossos encapsulan. Un contenedor se quema. Los Mossos hacen carrusel con sus furgonas. Se desbocan los uniformados. Mientras la pelota sigue rodando dentro del estadio, a sus puertas se encienden las barricadas y se enzarzan peleas entre jóvenes manifestantes y unidades antidisturbios. El humo sobrevuela la ciudad de nuevo. Nueve detenidos, decenas de heridos.
Lo que iba a ser la reaparición del Tsunami acabó siendo el resurgir modesto del espíritu Urquinaona.
Algo que precisamente hace una semana pedía un nuevo colectivo anónimo surgido en redes. Lliris de Foc. Quienes pedían “volver a encender las calles” para reivindicar la batalla de Urquinaona, “la primera victoria independentista desde 2017”. Tsunami, por su parte, reconoce que una parte de su acción no ha salido. La atención mediática la detuvo.
Y mientras en el Camp Nou, en un miércoles sin sol nadie marca un gol, en los mentideros de Madrid, y también de Barcelona, todos apuntan a que el independentismo de Esquerra puede hacer presidente a Sánchez antes de las campanadas. El único gol del partido lo intentó marcar Ábalos ayer diciendo que los indepes renunciaban a la vía unilateral. Pero mucho me temo que, una vez más, lo han pillado fuera de juego. Esquerra ya denunció la jugada.
Ha sido este jueves cuando el VAR de Luxemburgo ha dictado penalti en el área de España por la inhabilitación a Junqueras.
No hubo goles, en este miércoles sin sol. Pero la pelota sigue rodando.
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