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Carta desde Europa
Misión cumplida, pero el final del juego significa realmente que el juego todavía está por comenzar
Las elecciones griegas clausuraron una etapa, la de la insurgencia contra el diktat del Tratado de Ámsterdam, e inauguraron la posibilidad de una nueva tormenta que, según el autor, vendrá desde Italia.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
Seis semanas después de la elección del nuevo Parlamento Europeo, mientras perdedores y ganadores todavía se disputan en Estrasburgo y Bruselas el botín susceptible de ser apropiado por unos y otros (lo cual será probablemente el punto más alto de su vida política durante los próximos cinco años), Alexis Tsipras ha perdido las elecciones y ha dejado de ser primer ministro de Grecia.
En las anteriores elecciones europeas de 2014, Tsipras había sido el principal candidato (el Spitzenkandidat) y la gran esperanza política de la más o menos unida izquierda europea. En enero de 2015 fue elegido primer ministro de su país e intentó protagonizar una revuelta contra el régimen de austeridad impuesto por el euro, que ahogaba y todavía ahoga a las economías del sur de Europa.
Conjuntamente, las familias políticas de Grecia han presidido la ruina económica del país, así como su acceso al euro
Bajo su liderazgo, el gobierno griego se negó a firmar los diversos Memorandos de Entendimiento presentados por el Eurogrupo, que contenían largas listas de medidas políticas diseñadas para rescatar al euro estrangulando al pueblo griego. Pero tan solo seis meses después de juego diplomático despiadado, incluida la congelación de los mecanismos de liquidez del Banco Central Europeo que proporcionaban euros a los bancos griegos, Tsipras fue forzado a la rendición total. Aconsejado por Angela Merkel en el elevado arte de la conducción del Estado, finalmente firmó un Memorándum de Entendimiento todavía más punitivo que todos los firmados por sus predecesores precisamente el día después de ganar un referéndum convocado por él mismo en el que los votantes griegos le indicaron que no lo hiciera.
La apabullante derrota de Tsipras en las elecciones del 7 de julio de este año (31,5% de los votos frente al 39,9% obtenido por el principal partido de la oposición, el Partido de la Nueva Democracia) no presenta sorpresa alguna, como tampoco el mínimo histórico de participación (58%) registrado en esta contienda electoral. En diciembre de 2018, tras cuatro años de tratamiento Merkel-Schäuble, unánimemente apoyado por los países socios de Grecia, incluidas España e Italia, y sin que el denominado “Parlamento Europeo” o la Comisión Europea, bajo el mando del spitzenkandidat Juncker, levantaran un solo dedo para defender a los griegos, la tasa de paro era del 18% (España, 14,2%; Italia, 10,5%), que alcanzaba un espectacular 40,4% entre los jóvenes situados en el grupo de edad de 15 a 24 años (España, 31,7 %; Italia, 30,5%). A día de hoy en un tercio de los hogares griegos hay al menos una persona desempleada, mientras cuatro de cada diez trabajadores ganan menos de 700 euros mensuales.
Tras repetidos recortes en las pensiones y el reiterado incremento de la presión fiscal, aproximadamente el 14% de la población griega vive en situación de “extrema pobreza”, definida esta por la percepción de ingresos mensuales inferiores a 176 euros. Los impuestos pendientes de pago han crecido entretanto hasta alcanzar los cien mil millones de euros, mientras uno de cada dos jóvenes de edades comprendidas entre los 18 y los 35 años depende de sus padres para llegar a final de mes.
Mitsotakis tuvo la flema de presentarse a las elecciones y de ganarlas con un programa que prometía, entre otras múltiples cosas, bajar los impuestos
Dado el paquete de austeridad fiscal que los griegos han debido aceptar para ser “rescatados”, todo ello no puede provocar sorpresa alguna: hasta 2022 el Estado griego está obligado a generar un superávit anual no inferior al 3,5% de su presupuesto primario, esto es, excluido el servicio de la deuda.
El nuevo ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, es el vástago de una de las dinastías políticas que han gobernado Grecia desde el siglo XIX junto con la oligarquía de armadores y banqueros. Su padre fue primer ministro entre 1990 y 1993 y entre su familia extensa encontramos una profusa representación de ministros y alcaldes, siguiendo una pauta similar a la de la familia Papandreu en la izquierda del espectro político. Conjuntamente, las familias políticas de Grecia han presidido la ruina económica del país, así como su acceso al euro, este último facilitado por la contabilidad creativa de su Banco Central y de la Agencia Estadística del país, que contaron a su vez con la ayuda de los especialistas de Goldman Sachs en falsificación de balances contables.
Mitsotakis tuvo la flema de presentarse a las elecciones y de ganarlas con un programa que prometía, entre otras múltiples cosas, bajar los impuestos. Ningún gobierno europeo, ninguna autoridad europea, levantó la voz para recordarle el compromiso asumido por Grecia, firmado bajo coerción y diligentemente implementado por Tsipras, de generar el mencionado superávit presupuestario primario del 3,5%. El partido importa, al igual que la familia, y el clientelismo político no solo gobierna en Grecia.
¿Misión cumplida? La breve insurgencia de 2015 ha concluido finalmente; la disciplina se ha restablecido; los instrumentos de tortura diseñados para las “operaciones de rescate” a tenor del Tratado de Ámsterdam se han desplegado ante la vista de todos. Pero el siguiente levantamiento ya se vislumbra en el horizonte y esta vez el insurgente, Italia, es mucho mayor. Comparado con lo que se avecina, la guerra contra Grecia puede haber sido simplemente un juego de niños.
Una cosa es cierta, sin embargo: cuando toque imponer el euro sobre Italia —por ejemplo, castigándola si intenta introducir una segunda moneda nacional para eludir las reglas de la austeridad derivadas del euro (en realidad, el diseño de los títulos públicos de pago denominados minibots está listo)— el nuevo gobierno griego se hallará firmemente del lado de los tiranos del euro. Después de todo, necesitará que estos miren hacia otro lado cuando le toque maquillar sus cuentas a fin de conceder a sus votantes precisamente lo que Tsipras no fue autorizado a concederles: menores impuestos, que generarán o no un mayor crecimiento, mientras se pone fin a los superávits presupuestarios que Tsipras tuvo que aceptar en beneficio de los acreedores de Grecia y de los gobiernos de Europa.
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