We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Carta desde Europa
La cosa se pone seria
Impaciente ante la procrastinación alemana, Macron declaró a la OTAN en “muerte cerebral”, mientras intenta el encuentro con Putin.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
En la última semana de noviembre el Parlamento Europeo declaró la “emergencia climática” a escala de la Unión Europea, clásico caso de política simbólica desprovista de consecuencias y concebida únicamente en beneficio de Fridays for Future. Entretanto, tras esta fachada, se pelea sobre decisiones cruciales que no tienen nada que ver con el cambio climático, excepto que requieren no millardos sino billones de euros, dinero que será dolorosamente sustraído de la batalla contra el calentamiento global y los efectos sociales de la austeridad neoliberal.
El asunto que está en juego es el modelo militar europeo. Una desagradable lucha se libra en estos momentos entre Francia, Alemania y Estados Unidos en torno a una vieja cuestión: la relación entre “Europa” y la OTAN. ¿Deberían contribuir los países europeos con sus fuerzas militares a la OTAN, organización en la que se encuentran de facto bajo mando estadounidense, o deberían integrar sus fuerzas en una entidad de “defensa” europea, de uno u otro tipo, que posteriormente constituiría o bien el “pilar europeo” consolidado de la OTAN o bien un “ejército europeo”, aliado o no de Estados Unidos, pero en todo caso, con independencia del modelo adoptado, sometido a mando europeo?
La historia, presentada aquí de modo muy simplificado, comienza con el compromiso unánimemente asumido en 2002, y confirmado en 2014, por los miembros de la OTAN de elevar su gasto militar al 2% de sus respectivos PIB. Esencialmente, el destinatario de este compromiso era Alemania, cuyo presupuesto de defensa era y todavía lo es aproximadamente la mitad de esa cifra; Francia y el Reino Unido, ambos potencias nucleares, han satisfecho desde hace tiempo ese objetivo, debido al alto coste de las bombas, los bombarderos, los submarinos y los portaviones, que conforman su poder nuclear.
Las tropas convencionales son baratas comparativamente, pero si hay que pagar cabezas nucleares puede que falte dinero para mantenerlas. Cuando se aprobó la resolución de 2002, Estados Unidos se empleaba a fondo en hacer de la Rusia de Putin la sucesora de la Unión Soviética como el archienemigo de “Occidente”. La intención era obviamente retornar a los viejos buenos tiempos de Yeltsin acaecidos entre 1990 y 1999, cuando Rusia, con sus enormes reservas de recursos naturales, era el lugar favorito de caza de las empresas estadounidense de un modo muy similar a como lo es Ucrania actualmente.
En términos militares, por supuesto, Rusia no es sino un actor de escasa envergadura, dejando de lado su armamento nuclear. Si Alemania gastase el 2% de su PIB en su ejército, su presupuesto de “defensa” —¡el de Alemania solo!— sería aproximadamente el 40% superior al de Rusia. Como alianza, la OTAN, incluso sin Estados Unidos, es tan superior a Rusia, que un ataque ruso contra Europa occidental es simplemente inconcebible, porque equivaldría a un suicidio voluntario por su parte. Esta puede ser la razón de que la promesa de 2002 no fuera tomada realmente en serio por los países europeos y tampoco por Alemania.
Entra en escena Trump. Parece que en un primer momento intentó una política exterior aislacionista, que sacara a Estados Unidos de sus embrollos exteriores para agradar así a sus votantes del Medio Oeste. Pero ello fue saboteado por el “Estado profundo” del complejo militar estadounidense en alianza con los intereses de las grandes empresas petroleras y gasísticas del país. Hoy, mientras Estados Unidos no se ocupa demasiado de la OTAN, sí lo hace de Europa oriental en tanto que punto de presión contra Rusia y por razones geoestratégicas relacionadas con el extremo occidental de la Nueva Ruta de la Seda desplegada por China.
Si Europa rechaza tomar parte o se siente (con razón) asustada ante la posibilidad de ser golpeada si la estrategia rusa de Estados Unidos resulta estar equivocada, el gobierno estadounidense está dispuesto a actuar por cuenta propia contando con su enorme presencia militar en Alemania, así como con las tropas adicionales actualmente en proceso de despliegue en los países bálticos y en Polonia.
Hoy tanto Alemania como Francia han perdido su confianza en Estados Unidos como aliado europeo. Pero Francia dispone de capacidad nuclear (cuatro submarinos, un portaviones, una flota de bombarderos), mientras que Alemania, constreñida entre las cuatro potencias nucleares (Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Rusia), no la tiene. Por otro lado, Francia tiene poco interés en Europa oriental, mientras que Alemania necesita de ella como mercado y como reserva suplementaria de mano de obra para su industria manufacturera.
Si las cosas se ponen feas, París no será sacrificada por Berlín
Lo que Europa oriental es para Alemania, lo es África occidental para Francia, donde se halla implicadas en varias guerras poscoloniales que está perdiendo. A Estados Unidos no le puede pedir ayuda, ya que tiene sus propios intereses en la zona, así que Francia necesita a “Europa”, entendiendo por ello una Alemania más contundentemente armada, que proporcione las tropas de tierra necesarias para la guerra “antiterrorista”, la cual se libraría y dirigiría bajo la protección diplomática francesa proporcionada por su presencia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en el que, tras el Brexit, Francia será el único país miembro de la UE presente en el mismo con derecho a veto.
Todo ello deja a Alemania en un incómoda posición. Francia, a la búsqueda de “autonomía estratégica” (Macron), partidaria retórica de “Europa”, pero de facto, estando las cosas como están, partidaria de sí misma, quiere que Alemania contribuya con su 2% a un ejército de la UE en vez de la OTAN. Impaciente ante la procrastinación alemana, Macron declaró a la OTAN en “muerte cerebral”, mientras intenta la acomodación con Putin, preguntándose públicamente por qué Rusia debería ser considerada un enemigo después de todo, y bloquea la extensión de la UE a los países balcánicos occidentales.
Pero Francia también continúa haciendo saber que el paraguas nuclear francés no puede extenderse a otros países, incluida Alemania; si las cosas se ponen feas, París no será sacrificada por Berlín. Estados Unidos, por otro lado, ha prometido defender a Alemania con armas nucleares si es necesario; Alemania firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968 a cambio de tal promesa. Siempre persistieron las dudas, sin embargo, y los intentos efectuados para disiparlas fueron una constante de la política exterior alemana durante el periodo de posguerra. En estos momentos, con Trump en el poder, tales dudas son más intensas que nunca.
Todavía persisten las esperanzas entre las élites políticas alemanas de que después de Trump las cosas volverán a lo que se consideró normal en el pasado, pero la mayoría piensa que ello es improbable. Sin embargo, no hay apenas nadie en el establishment de la política exterior alemana, más allá quizá de los integracionistas europeos duros partidarios de la “relación especial” franco-alemana, que desee que el país sea segundo en mando en un sucedáneo de la OTAN refundada bajo dominio francés.
Actualmente, la mayoría parece estar dispuesta a vivir con los riesgos del antiputinismo estadounidense, siendo uno de ellos la modernización por parte de Rusia de sus arsenales nucleares para compensar el incremento de las fuerzas militares convencionales por parte de Alemania. Por otro lado, Alemania no puede permitirse romper con Francia, aunque solo sea porque la entente cordial franco-alemana ayuda a ocultar la posición hegemónica alemana en la UE.
Así pues, sí a un ejército europeo, pero únicamente como el “pilar europeo” de la OTAN y no como un paso hacia una tercera fuerza dirigida por Francia y equidistante entre Estados Unidos y China. Hay espacio para enormes dosis de ambigüedad al respecto, que pueden ser desplegadas para ocultar la profunda disputa existente con Francia. Pero mientras que Merkel fue siempre una gran maestra en las artes de la duplicidad, sus sucesores y sucesoras, quienes quiera que sean, no serán capaces de igualar sus dotes. (Si ha habido una constante política en Merkel ha sido su lealtad a Estados Unidos; recordemos que como líder de la oposición exigió que Alemania se uniera a la invasión estadounidense de Iraq).
Lo que ahora está claro, sin embargo, es que el rechazo de Merkel, de hecho, su incapacidad, de optar por Francia y Europa frente a Estados Unidos y la OTAN imposibilita que Alemania ayude a Macron a compensar su debilidad doméstica, sustrayéndole la posibilidad de presentarse ante la ciudadanía francesa como el gobernante secreto de Europa y por ende de Alemania. Recordemos que mantener a Macron en el poder durante otro mandato ha sido, desde el momento en que fue elegido, uno de los objetivos centrales de la política europea alemana. El futuro de la “integración europea” se oscurece a cada día que pasa.