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Carta desde Europa
Crisis sin progreso
¿Reformar la Unión Europea para mantenerla unida? ¿Revisar los tratados? Olvídenlo. Todo el mundo anda muy atareado preocupándose de sí mismo.
Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.
En enero de 2019 el futuro de la Unión Europea, que se llama a sí misma “Europa”, es más incierto que nunca. Sus cuatro países más importantes se hallan inmersos en una situación de caos político. En Francia, el hombre de Rothschild, Emmanuel Macron, lucha contra el movimiento semiproletario de los chalecos amarillos, con cuya desaparición contaba para después de las navidades.
Macron, gobernante personal al mando de un partido político sintético, ha cometido un error tras otro sin lograr comprender en absoluto por qué él y sus políticas son despreciados de modo tan neto por quienes consideraba que eran sus votantes. Habiendo hecho en vano concesiones fiscales (que le costarán caro y que le colocan en una posición de dependencia respecto a sus aliados alemanes, quienes miran hacia otro lado cuando Francia excede de nuevo los límites de endeudamiento de Maastricht), Macron intenta organizar durante estas semanas un diálogo nacional con “el pueblo”.
Macron debe salvar la piel mucho antes de lo esperado y sus expectativas de supervivencia son mínimas. Europa tendrá que arreglárselas sin sus “visiones”
Ni los chalecos amarillos ni los “populistas” de izquierda y de derecha —la France Insoumise y el Front National— acudirán. ¿A quién hablará Macron? ¿A sí mismo? ¿Y cómo se convertirán, después de todo, los resultados de este ejercicio, si es que los hay, en las correspondientes políticas públicas? La sospecha es que la maniobra pretende únicamente ganar tiempo hasta las próximas elecciones de mayo, que, en un primer momento, Macron pensaba que serían la ocasión para que su carisma encantase no solo a Francia, sino a toda Europa. Ahora debe salvar la piel mucho antes de lo esperado y sus expectativas de supervivencia son mínimas. Europa tendrá que arreglárselas sin sus “visiones”, muy probablemente para siempre.
El siguiente país es Italia. La improbable coalición de gobierno formada por la Lega y el Movimento 5 Stelle ha sobrevivido a las primeras tentativas de Bruselas de desalojarla del poder. Ahora reina una tregua tras las fácilmente reversibles concesiones italianas efectuadas en el presupuesto para 2019.
Entretanto, los dos partidos gobernantes resisten tenazmente; no hay regreso a la vista de Renzi o de su partido. El punto débil de Italia son los refugiados, para quienes su gobierno necesita, o dice necesitar, la ayuda de otros países europeos, lo cual no es previsible que ocurra, sin embargo, en breve plazo. Tampoco existe promesa alguna de que se produzca un esfuerzo “europeo” para cerrar la frontera exterior mediterránea. Es invierno, después de todo, y todo el mundo está más que atareado con su respectiva política doméstica. De hecho, Italia ha sido objeto públicamente de la ira de Macron sin que haya para ello una razón muy clara, pero esta muy probablemente tiene que ver con su deseo de desviar la atención de su mísera situación doméstica.
Llegamos al Reino Unido. Aquí, ante la intransigencia de Bruselas, el sistema político está a punto finalmente de saltar en pedazos. En las dos principales formaciones políticas hay partidarios de la permanencia y de la salida del país de la Unión Europea, que esgrimen diferentes ideas sobre lo que significa permanecer o salir y que responden a intereses estratégicos divergentes, que incluso quienes se hallan en el meollo de la cuestión no logran desentrañar.
La batalla se prolongará durante algún tiempo; la derrota de May en el parlamento británico sobre el tratado de separación ha sido tan solo un paso más en dirección al caos, que ciertamente será seguido por otros. En el horizonte se dibuja el separatismo escocés, seguido quizá por el separatismo galés y el norirlandés. No es únicamente “Europa” lo que se halla en juego en este caso, sino también el destino del Reino Unido como entidad nacional, situación no muy diferente, si lo pensamos bien, de la que aflige a Francia e Italia.
Nos queda Alemania. Aquí la CDU/CSU está orquestando la retirada desde, o de, Merkel. No se sabe realmente quién la sucederá y en qué entorno político se producirá su sucesión. Casi con toda seguridad, el próximo o próxima canciller alemán procederá de su partido, siendo o bien su nueva presidenta, Annegret Kramp-Karrenbaue, conocida como AKK, o su contrincante neoliberal, el representante alemán de Blackrock, una de las mayores firmas financieras del mundo. El SPD, ahora menor que los Verdes y Alternative für Deutschland, presentará un candidato o candidata tan solo a costa de parecer ridículo.
En estos momentos, la CDU/CSU está revisando las políticas heredadas de Merkel y de sus Grandes Coaliciones. Un aspecto obvio en este sentido es cómo puede distanciarse el partido de la decisión tomada en 2015 de abrir las fronteras alemanas a la entrada sin condiciones de un millón de personas tras resolver la emergencia de la Estación Central de Budapest en un fin de semana. Únicamente cuando esto se resuelva, será posible saber cómo contribuirá Alemania, si es que lo hace, al aseguramiento de las fronteras externas de la Unión Europea y al diseño del sistema de cuotas pertinente mediante el cual se distribuirán los refugiados entre los Estados miembros de la Unión Europea.
¿Reformar la Unión Europea para mantenerla unida? ¿Revisar los tratados? Olvídenlo. Todo el mundo anda muy atareado preocupándose de sí mismo.
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La UE no tiene reforma posible, salvo quizá en el sentido de empeorar todavía más la doctrina neoliberal.