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Crisis climática
BBVA lava aún más verde

La utilización de diferentes estrategias de ‘greenwashing’ y compra de activistas por parte de algunas de las compañías más contaminantes del mundo es una constante. He aquí una historia en primera persona.
26 jun 2021 06:00

El email me llegó a las once de la mañana. Me acuerdo porque a esa hora ya había mirado el saldo del banco varias veces. Era el último día del mes, todavía no había cobrado y estaba de los nervios porque me iban a empezar a entrar los pagos. También me acuerdo del dinero que tenía: treinta y cuatro euros con seis céntimos. Esto es relevante porque en el email me ofrecían un curro muy bien pagado. De hecho, más de lo que he cobrado nunca: mil euros por cuatro horas de trabajo. Eso supone doscientos cincuenta euros la hora, lo que en mi cabeza de pobre es un sueldo de futbolista o de presentadora de televisión. El trabajo tampoco parecía muy complicado. Tenía que ir a la sede de una productora en Madrid y grabar ocho stories de Instagram. El viaje desde València, en AVE, me lo pagaban aparte.

A estas alturas os habréis imaginado que había trampa. Cuando a la gente pobre nos ofrecen dinero fácil, hay un porcentaje altísimo de probabilidades de que sea un timo o una estafa piramidal en la que acabes intentando vender batidos dietéticos en el grupo de WhatsApp de la familia. Esta vez no era una estafa, pero claro que había trampa. Las stories eran para una de las cuentas de Instagram del BBVA y el tema era el cambio climático. Tenía que ir al estudio para que me grabaran hablando sobre lo que podemos hacer en nuestro día a día para combatir la crisis ecológica. Consejos sencillos como viajar en tren en lugar de en avión, nada de nacionalizar la banca y utilizarla como herramienta para impulsar una red de cooperativas que hagan posible la transición a un sistema de producción ecosocialista. Gastar menos agua, no sentar en el banquillo a los responsables de las petroleras.

El informe anual Banking on Climate Change, que elaboran varias organizaciones internacionales, reveló que el BBVA había invertido 22.350 millones de dólares en combustibles fósiles desde 2016

Por muy fácil que pareciese el trabajo, la trampa era evidente. Cuando una empresa hace este tipo de ofertas no compra el tiempo, sino la imagen. No te pagan por trabajar cuatro horas, sino por utilizarte como parte de su campaña de greenwashing. Si lo miras así, está muy mal pagado. Para un banco, mil euros no es absolutamente nada dentro de una estrategia de lavado de imagen en la que invierten miles de millones, pero a ti te esa cantidad te puede solucionar el mes, y se aprovechan de ello. Por un dinero que para ellos es ridículo pueden comprar la credibilidad y el prestigio de colectivos, activistas y organizaciones.

Mi historia es solo una anécdota, ni siquiera sé por qué pensaron en mí, que no me dedico a la divulgación ni hago activismo con estos temas, pero la utilización de diferentes estrategias de greenwashing y compra de activistas por parte de algunas de las compañías más contaminantes del mundo es una constante. Y eso en esta parte del mundo, donde los activistas pueden rechazar este tipo de ofertas sin miedo a ser asesinados por mafias, gobiernos y paramilitares, como sucede en muchos otros lugares.

Después del email decidí echar un vistazo a ver qué encontraba sobre el banco y sus políticas en torno a la crisis ecológica. No fue difícil, con diez minutos en un buscador ya tienes un buen puñado de noticias sobre las actividades contaminantes del BBVA. El informe anual Banking on Climate Change, que elaboran varias organizaciones internacionales, reveló que el BBVA había invertido 22.350 millones de dólares en combustibles fósiles desde 2016 y que, además, esa cantidad se había ido incrementando año tras año, con 4.871 millones solo en 2020.

La fecha elegida como punto de inicio por el informe no era casual: en 2015 se había firmado el Acuerdo de París, que buscaba establecer medidas para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. El BBVA se adhirió al Acuerdo mediante un documento que denominaron Compromiso 2025, en el que anunciaban que para ese año habrían reducido un 68% sus emisiones de CO2 y que el 70% de la energía contratada en todo el mundo iba a ser renovable. Como parte de ese mismo compromiso, en 2018 el BBVA anunció que iba a movilizar cien mil millones de euros para luchar contra el cambio climático y se adhirió a lo acordado en la COP24, en la que los bancos se comprometían a ajustar sus carteras de préstamos a lo establecido en el Acuerdo de París.

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Como señalaba antes, su inversión en combustibles fósiles no ha hecho más que aumentar en los últimos años y ha financiado directamente obras como la construcción de seis centrales de carbón en Turquía o la Dakota Access Pipeline, un oleoducto para petróleo procedente del fracking que levantó una enorme oposición en Estados Unidos y que aquí conocimos sobre todo por las protestas en la reserva de Standing Rock. Eso sin contar la gestión de los activos de sus clientes, que incluyen sectores y compañías que contribuyen al cambio climático, como señalaron Yago Martínez y Samuel Martín-Sosa, de Ecologistas en Acción, en un artículo en Público.

No obstante, lo más divertido de mi búsqueda lo encontré en la propia web del BBVA. En medio de toda la retórica de coaching barato y apelación a las emociones a la que nos tiene acostumbrados el capitalismo tardío, se pueden encontrar también textos sobre cómo reciclar la basura en casa o cómo reducir la cantidad de plástico en el mar. En un ejercicio de cinismo extremo, nos explican incluso qué es el greenwashing y cómo podemos detectarlo. Extremo pero poco sorprendente a estas alturas, porque el cinismo ha sido la marca de la casa del greenwashing desde sus inicios.

El publicista Bruce Ed Harrison, al que contrató la Asociación de Productores Químicos de Estados Unidos para contrarrestar el impacto perjudicial que había tenido en el sector el libro Primavera silenciosa, de Rachel Carson, publicado en 1962, tituló su propio libro Going Green. How to Communicate Your’s Company Environmental Commitment. A pesar del título, el libro no era ninguna guía para hacer que las empresas fueran más sostenibles ni para comunicar cómo se había hecho, sino un manual puro y duro de greenwashing en el que el publicista explicaba las técnicas que había ido desarrollando durante años: apelar a la emoción del consumidor, presionar a medios de comunicación y líderes de opinión y pagar a científicos para que defendiesen las posturas de la compañía.

Estas técnicas, que actualizó más tarde en el libro Corporate Greening 2.0, han marcado la estrategia de las compañías desde entonces y se han mantenido prácticamente sin variación. La campaña People Do de Chevron, que se considera el paradigma del greenwashing y que estaba compuesta de anuncios que explicaban los esfuerzos de la empresa para salvar una especie de mariposas que estaba en peligro de extinción debido a un pozo petrolífero de la propia Chevron, es idéntica en mensaje y tono a cualquiera de las que actualmente tienen en marcha Iberdrola o Endesa, que llenan sus anuncios de prados verdes y montañas mientras contaminan más que ninguna otra compañía, en el caso de Endesa, o mientras aumentan sus emisiones en plena crisis ecológica, como Iberdrola. También vemos cómo se sigue practicando la esponsorización de cumbres y jornadas relacionadas con la lucha contra el cambio climático: empresas como Monsanto, Peabody Coal o Georgia Power llevan patrocinando eventos del Día de la Tierra desde 1990; aquí vimos que el BBVA fue uno de los patrocinadores de la Cumbre del Clima celebrada en Madrid.

“Hoy una empresa de tabaco no podría anunciar su producto como bueno para la salud; con las petroleras, por ejemplo, se podría hacer algo similar”, dice Escrivà

Después de un par de horas leyendo informes y artículos, la sensación era bastante descorazonadora. En realidad, todos estos datos ya los sabemos, o al menos los intuimos. Es necesario conocerlos, pero por sí solos no sirven de nada. La información no moviliza, necesita un movimiento político que la traduzca en acción colectiva. De hecho, su efecto puede ser el contrario: lo que siento después de un rato leyendo cifras de inversión en combustibles fósiles e informes es algo más parecido a la impotencia que a la sensación de que es posible hacer algo. ¿Cómo enfrentarnos a las mayores empresas del mundo? ¿Cómo contrarrestar el impacto en la opinión pública de campañas de imagen multimillonarias? No quiero quedarme con esta sensación y no quiero que el artículo acabe de esta forma, así que escribo a gente que participa en la lucha contra la crisis ecológica desde distintos ámbitos. Les quiero contar lo que me ha pasado, pero sobre todo preguntarles qué creen que se puede hacer para combatir las estrategias de greenwashing, tanto desde las instituciones como desde los movimientos sociales.

Andreu Escrivà (ambientólogo y autor del libro Y ahora yo qué hago/I ara jo què faig?, publicado por Capitán Swing en castellano y por Sembra Llibres en catalán) y Héctor Tejero (diputado por Más Madrid y autor de ¿Qué hacer en caso de incendio?, publicado también por Capitán Swing) coinciden en que es necesario que las administraciones públicas controlen a los grupos de presión y sean transparentes con sus acciones. También en la necesidad de establecer una regulación sobre la publicidad que hacen este tipo de compañías, de forma similar a como se hace con el alcohol o el tabaco: “Hoy una empresa de tabaco no podría anunciar su producto como bueno para la salud; con las petroleras, por ejemplo, se podría hacer algo similar”, dice Escrivà.

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Andreu Escrivà: “Sostenibilidad en realidad significa un poquito menos de impacto ambiental”

El investigador en Ecología y ambientólogo Andreu Escrivà acaba de publicar el libro Y ahora yo qué hago. Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción, donde, lejos de plantear una receta mágica, propone herramientas para actuar de forma individual y colectiva frente a la emergencia climática.

Para él también es importante que las instituciones públicas promuevan una educación ambiental de calidad, como forma de blindar a la opinión pública de este tipo de prácticas, de señalar cómo se reparte la responsabilidad de la crisis ecológica y cómo puede frenarse. Pienso también en la denuncia que la ciudad de Nueva York ha interpuesto contra Exxon, Chevron, Shell, ConocoPhilips y BP por publicidad engañosa, que quizá podría ser replicable aquí. No es la primera: también han emprendido acciones legales similares San Francisco, Oakland y Santa Cruz. Aunque dichas acciones legales no prosperen, sirven al menos como forma de señalar públicamente la responsabilidad de estas compañías.

En cuanto a los movimientos sociales, actualmente son los que están realizando la labor de denuncia y control de las empresas y grupos de presión, así como la mayor parte de la educación ambiental. Pero, además, tienen una labor fundamental en la construcción de la sociedad diferente que es necesario poner en marcha si queremos acabar con el capitalismo para salvar la vida en el planeta. Escrivà me recuerda una cita de Joan Fuster. Él la dijo por otra causa también importante, pero creo que me permitiría el préstamo: “Tota política que no fem nosaltres, serà feta contra nosaltres”.

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Enrique T
27/6/2021 14:30

Y al final que hiciste? Con los recibos llamando a la puerta, la tentación es fuerte.
Hay que ver que perverso es el "enemigo" , esos videos del BBVA son muy interesantes como much@s de l@s conferenciantes a l@s que invitan!

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RamonA
26/6/2021 18:41

Invertir en banca ética podría ser una buena contramedida a la banca tradicional.

El cinismo de los banqueros no tiene límites.

Un nuevo partido ecologista -Alianza Verde- ha visto la luz y con la garantía de ser uno de sus impulsores el ecologista López de Uralde. Una buena noticia, sin duda.

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