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Barrios
Lavapiés: cuando la ayuda llega de quienes no reciben ayuda
En el barrio de Lavapiés asociaciones de migrantes distribuyen comida desde que empezó el confinamiento. Atienden a quien lo necesite sin importar su origen y todo sin el respaldo de las administraciones.
Debe ser desolador que tus hijos pasen hambre y no poder darles de comer siempre que lo necesiten. Este es el día a día de Iman (nombre ficticio), que tiene cuatro hijos, todos ellos menores de edad, y un marido. Los seis malviven en un piso de dos habitaciones en el madrileño barrio de Lavapiés. Esta precaria situación la lleva cada día hasta la Asociación de los Inmigrantes Senegaleses en España a pedir comida.
Es viernes, 28 de agosto, esto significa que un camión de Mercamadrid se ha pasado por el local de la asociación y les ha donado frutas y hortalizas frescas que los jóvenes voluntarios colocan en cajas negras junto a la fachada de la agrupación. Iman espera paciente, junto a su carro, su turno en la fila que cuenta con cinco personas. Aziz, el tesorero, sentado en una silla de plástico con las piernas cruzadas, va apuntado en un viejo cuaderno de tapa roja el nombre y el número de dni de cada una de ellas, la mayoría son mujeres. “Ya van más de 2.000 personas en la lista. Vienen hasta de Parla y Móstoles”, asegura mientras escribe.
Llega el turno de Iman. Mamadou, el portavoz, es el encargado de atenderla. En un momento agarra el carro y comienza a meter a puñados pimientos, lechugas, alguna berenjena, varios bricks de leche, yogures y, por último, unas cajas de galletas de chocolate para los niños.
“El único salario que entra en casa es el de mi marido. Él trabaja media jornada en el Carrefour, pero no es suficiente porque tenemos que pagar el alquiler del piso y, además, ahora empieza el colegio y los niños necesitan material”
Iman habla y sonríe con la mirada, los ojos negros son lo único perceptible de su cara, que se esconde bajo la mascarilla. Su cabellera la cubre un velo rojo, que deja escapar varios mechones de pelo castaño, que desciende por su espalda como una cascada. “El único salario que entra en casa es el de mi marido. Él trabaja media jornada en el Carrefour, pero no es suficiente porque tenemos que pagar el alquiler del piso y, además, ahora empieza el colegio y los niños necesitan material”, cuenta con resignación. Ella no trabaja porque no se atreve a dejar a sus hijos con otra persona, “no me atrevo porque son muy pequeños. Prefiero cuidarlos yo”. Su carro ya está repleto de alimentos, lo coge del asa y rápidamente se pierde por las calles de Lavapiés en busca de su hogar.
“dinero de nuestros bolsillos”
Este colectivo de senegaleses se ha convertido en un banco de alimentos imprescindible para el barrio, comenzando a repartir comida en marzo en los días más duros de la pandemia. El presidente de la asociación, Mor Talla, está desempleado como la mayoría de sus compañeros y como ellos dedica la mayor parte de su tiempo a ayudar a otras personas. Talla explica que desde que llegó a España en el año 1985 ha limpiado casas y ha sido vendedor ambulante, entre otras cosas. Reflexiona sobre la situación actual sin separase de su móvil, “desde la asociación ayudamos a todo el mundo, no importa el color de piel. Aquí vienen africanos, dominicanos, españoles... todos. Nosotros ayudamos con el corazón”.Además, se queja de la falta de ayuda de las administraciones: “El ayuntamiento solo nos deja este local, pero no nos ofrece ayuda económica. Los principios fueron muy duros, nosotros pusimos dinero de nuestros bolsillos y con donaciones de los vecinos conseguimos recolectar 8.000 euros. Mucha gente habla, pero nosotros no queremos hacernos ricos. Nosotros queremos ayudar”.
Talla cree que la crisis se va agravar en las próximas semanas, “ahora viene lo peor”.
-¿Ha visto el sufrimiento?
-Sí, mucho.
Desde la asociación no solo reparten comida, también disponen de televisiones, ventiladores en el verano o libros que donan personas del barrio. Hamet y otros voluntarios colocan una televisión en una carretilla para llevársela a una vecina que no puede permitirse comprar una: “Es para una amiga que tiene una hija pequeña”. Hamet tiene 28 años y lleva casi una década en España, “en estos momentos no tengo trabajo y vengo a ayudar aquí cada día. Yo soy albañil, antes de la pandemia estuve trabajando, pero desde entonces llevo varios meses sin empleo”. Recuerda los tiempos de bonanza, esos en los que no le faltaba el trabajo, en los que estuvo reformando el Hotel Avenida de América y vivía en Lavapiés. Hace unas semanas se mudó a un piso compartido en Puente de Vallecas.
El drama de la emergencia social sigue azotando los barrios más humildes de Madrid. Los últimos datos aportados por el Ayuntamiento de la capital que recoge el informe titulado ‘Estudio sobre el impacto de la situación del confinamiento en la población de la ciudad de Madrid’ apunta que el 38 % de los hogares de la ciudad han visto reducido sus ingresos durante la pandemia. Además, se prevé que el 22 % de la población necesitará la asistencia de los servicios sociales durante los próximos meses.
El reloj marca la una del mediodía y la gente se sigue agolpando en la puerta de este colectivo con una bolsa vacía en sus manos. Una mujer le pide a uno de los voluntarios que si le puede meter una caja de cereales para su hijo. Otra llega con una maleta de viaje que se llevará repleta de alimentos. Una tercera habla con el periodista con la mirada alicaída, “no sé cómo vamos a salir de esta. Yo antes de la pandemia limpiaba casas, pero ahora…encima tengo dos hijos de 7 y 8 años”, explica señalando los yogures que lleva en la bolsa. “Lo único que quiero es volver a trabajar porque nadie quiere pedir comida”, sentencia.
Comida para más de 250 personas
La Asociación de los Inmigrantes Senegaleses convive en la misma calle con la Asociación Valiente Bangla, la comunidad de bangladesíes en Lavapiés. Ambos colectivos aportan su esfuerzo para paliar los estragos que la desigualdad crea en el barrio. Este verano la mayoría de bancos de alimentos han cerrado, pero estas dos despensas han permanecido abiertas. Así lo asegura el presidente de Valiente Bangla, Elahi Mohammad Fazle: “Llevamos abriendo de lunes a domingo desde el mes de marzo. Ya hemos ayudado a más de 6.000 personas y cada semana dejamos comida a más de 250”. Todo ello sin ayuda del ayuntamiento ni de la Comunidad de Madrid.Mohammad que ha vivido en más de doce países en Europa y sabe de primera mano lo que es ser inmigrante se muestra preocupado por esas personas que no tienen papeles y residen en la calle. “Sobrevivir no es delito. Ningún ser humano es ilegal. Todos tenemos sangre roja y, por esto, todos somos iguales.Yo tengo dolor por los manteros y por toda esa gente que está en la calle sin techo, sin comida y sin recursos y el Gobierno no hace nada por ellos”, critica con vehemencia.
“Hay gente que no los quiere porque no han pasado nunca hambre. Yo sí los quiero porque sé lo que es pasar hambre”, dice una vecina desde su balcón
“Hay gente que no los quiere porque no han pasado nunca hambre. Yo sí los quiero porque sé lo que es pasar hambre”, dice una vecina desde su balcón. A Ella la suben la comida porque sus 93 años de edad no la permiten bajar a la calle. “Empecé a trabajar a los nueve años limpiando casas y así he estado hasta los sesenta para pagarme este piso”, asevera sin titubear. Uno de chicos senegaleses asegura que vive sola.
Son casi las dos y media y el silencio reina en la calle Provisiones, es la hora de comer y el hambre aprieta en los estómagos de los cinco jóvenes que llevan desde las nueve y media de la mañana sin parar. Mamadou abre un paquete de bizcochos y ofrece a todos los presentes, también al periodista.
-“Hay que compartir”, dice con una sonrisa.
Sanidad pública
Exigen un servicio de intérpretes en sanidad
Una performance frente al Centro de Salud de Lavapiés sirvió para reiterar la grave carencia que implica no contar con intérpretes que faciliten el entendimiento entre el personal sanitario y sus pacientes. El pasado mes de marzo, un ciudadano bangladesí falleció tras no poder entender las indicaciones médicas que se le transmitían en forma telefónica.