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Andorra
Andorra, las sacudidas del capital en un ecosistema de frontera
Rara es la semana en la que Andorra no salte a los titulares de algún medio. El país que antaño albergaba las fortunas que decidían eludir al fisco, ahora centra una porción del debate en torno a los impuestos y sus declinaciones ideológicas al convertirse en el destino de jóvenes de renta alta que crean contenido desde casa. Los nuevos residentes de silla ergonómica y oficio terminado en –er (youtuber, gamer, influencer) encuentran refugio fiscal en este territorio soberano de poco más de 460 km2 que les permite tributar únicamente el 10% de sus ingresos frente a las imposiciones más elevadas que hay en España. Todo ello, obviamente, sin calibrar las repercusiones de su llegada al país de los Pirineos.
Cierto es que los bancos andorranos siempre han cobijado cuantiosas fortunas y que la proliferación de capitales no es nada nuevo bajo su sol. Pero cabe un matiz reciente: el 1 de enero de 2017 Andorra abandonó el listado de paraísos fiscales y así lo consideraron tanto la OCDE como la Unión Europea en 2018 cuando, de acuerdo con los criterios financieros internacionales, la Administración publicó la relación de titulares de cuentas bancarias no residentes. Es decir, de quienes tenían una cuenta en el país sin, por así decirlo, figurar en el padrón. La medida, que repatrió capitales ya a lo largo de 2016, ha acabado propiciando que los ricos que no tienen obligaciones presenciales en su territorio de origen opten por trasladarse y convertirse en un vecino más para acceder a los beneficios fiscales de manera totalmente legal.
Si en 2015 podías alquilar un piso por unos 500 o 600 euros en Andorra la Vella, ahora lo más probable es que la broma supere holgadamente los 1.000
Las críticas a este tipo de movimientos suelen centrarse en el “egoísmo” que se atribuye a aquellos que emigran por avaricia. En un plano más terrenal, sin embargo, las repercusiones de esta nueva realidad son bastante más tangibles que un baile de porcentajes en el global recaudatorio de la Hacienda española. Porque sucede una cosa: que todo cuánto tocan los ricos acaba multiplicando su precio. El ejemplo más claro es el de la vivienda. Si en 2015 podías alquilar un piso por unos 500 o 600 euros en Andorra la Vella, la capital, ahora lo más probable es que la broma supere holgadamente los 1.000. A parte, sucede otra cosa más: que cuando Andorra estornuda, la Seu d’Urgell se resfría.
A solo 10 kilómetros de la frontera, este municipio y el conjunto de la comarca de l’Alt Urgell se han nutrido y, a la vez, se han visto afectados por el contexto del país al que acceden en cuestión de minutos. Por eso, el encarecimiento de la vivienda en las siete parroquias que integran el territorio andorrano ya lleva un par de años distorsionando el mercado inmobiliario de la Seu d’Urgell. José Mejías, de Finques Carme, fija el inicio de esta tendencia al alza entre 2019 y 2020, y afirma que “los pisos normales de un par de habitaciones que antes se alquilaban por 400 euros ahora alcanzan los 650”. Así lo reconoce también el primer edil de la localidad, Francesc Viaplana, quien señala que “la cercanía con Andorra siempre nos ha beneficiado, pero ahora nos vemos afectados por la presión inmobiliaria que ejerce hacia nuestra comarca”.
“La cercanía con Andorra siempre nos ha beneficiado, pero ahora nos vemos afectados por la presión inmobiliaria que ejerce hacia nuestra comarca”, Francesc Viaplana, edil de la Seu d'Urgell
Pero, ¿quién vive allí?
En la Seu d’Urgell hay dos tipos de personas: los residentes que trabajan dentro de lo que sería el marco laboral español, ya sea en el mismo pueblo o en los alrededores, y los residentes que a diario cruzan la frontera, de aquí que se les conozca como fronterers, para trabajar en Andorra. Lejos de resultar anecdótico, de acuerdo con el Departament d’Estadística del Govern d’Andorra, la masa asalariada fronteriza ascendió en 2019 (último informe disponible) a 1.646 personas, lo que supone casi un 20% del total de los 8.000 censados en edad de trabajar que hay en la capital de l’Alt Urgell según el INE. Precisamente, es la dependencia con toda fuente de generación de riqueza en el país de los Pirineos, desde el clásico contrabando hasta el auge de la banca, la que ha favorecido que un municipio periférico como la Seu haya multiplicado su población por cuatro en el último siglo hasta llegar a los 12.200 vecinos actuales.
La periodista Pepa Gallego, de origen valenciano, lleva 15 años trabajando en Andorra, siete como residente en la parroquia de Encamp, muy cercana a Andorra la Vella y tradicionalmente más económica, y ocho como residente en la Seu d’Urgell. Llegó al país por motivos laborales y encontró las condiciones que motivaron que se estableciera hasta día de hoy. “Tuve la oportunidad de encontrar trabajo en la radio, que era un medio que me apetecía mucho, y luego vi que trabajar aquí de periodista te permitía cubrir temas muy interesantes desde el principio”, explica. En efecto, los medios en Andorra funcionan como una redacción local pero su cobertura es estatal, por lo que los redactores se ven rápidamente cubriendo desde los habituales temas municipales hasta recepciones de mandatarios internacionales.
A esta rápida asimilación de los diferentes ángulos de la actualidad, en el caso de los periodistas, se suman dos alicientes más viniendo de España. El primero sería el sueldo. Andorra fijó este año en 1.157,36 euros su salario mínimo frente a los 1.000 españoles. La diferencia, sin embargo, era más evidente años atrás, cuando el SMI español rondaba en torno a los 650 euros y el andorrano se situaba igualmente cerca de los 1.000. El segundo aliciente para dejarse seducir por el mercado laboral andorrano es que su funcionamiento todavía conoce la movilidad y la progresión profesional. No porque esté regulado de una manera más efectiva, sino porque “hay gente que viene con la intención de que esto sea algo temporal”, en palabras de Gallego. Teniendo conocimientos de catalán, Andorra es un buen comienzo para recién titulados españoles que, en cuando han adquirido experiencia y tienen otra oportunidad laboral en su ciudad, acaban dejando el país. Esta movilidad también se ve favorecida porque el sistema andorrano expulsa a los desempleados no nacionales al no disponer de prestación de desempleo.
Sean quienes sean los ricos que convulsionan el estatus quo transfronterizo, al otro lado de las valles del Valira se acaban asumiendo como casi propias las derivas de un sistema financiero que determina de manera cíclica las condiciones de vida en toda su zona de influencia
Una frontera a diario
La principal pega de trabajar al otro lado del río Runer, que hace de frontera natural entre España y Andorra, son las colas de entrada y de salida en determinados momentos del año. Los viernes y los domingos por la tarde suelen ser permanentes operaciones salida y retorno en las que se cruzan los turistas llegando primero y marchando después y los residentes marchando primero y llegando después. Porque si hay algo que no explican aquellos que ensalzan las bondades de la vida de baja tributación son las ganas periódicas comunes a toda la población de abandonar por unos días un país sin horizonte. Pepa Gallego reconoce que en su vida anterior en Encamp tenía la necesidad de bajar a la Seu “porque, aunque no lo parezca, las montañas acaban agobiando”.
Montse Brugulat, técnica pedagoga que trabaja en régimen de fronteriza, detalla que los peores momentos los encuentra los viernes a partir de la hora de comer y que cualquier pico de entrada y de salida se complica con creces durante la temporada de esquí. Las colas de ida y venida contribuyen a determinar la gestión diaria y el ocio de la gente de la Seu d’Urgell como ella. “Los que somos de aquí evitamos acercarnos a Andorra los fines de semana porque siempre puedes encontrar retenciones, así que, por ejemplo, las compras que prefiero hacer allí las concentro en los días de entre semana”. En el estilo de vida de estar pegado a una frontera ya se incluye la variedad en la intendencia doméstica, más cuando uno de los territorios en liza es Andorra, y las preferencias de Brugulat serían extensibles a la gente de la zona: “En la Seu compramos los productos frescos y en Andorra los lácteos y los productos de limpieza y parafarmacia”. Por si acaso aún quedan rezagados, ya nadie cruza la frontera para comprar azúcar.
En la Seu d’Urgell hay una decena de empresas de gestoría y asesoría fiscal, prácticamente una por cada 1.000 habitantes, debido a la demanda de este tipo de servicios entre trabajadores que conjugan dos regímenes fiscales
Para el común de las mortales como Gallego y Brugulat, además, vivir aquí y trabajar allí tiene un par de peculiaridades fiscales. Para empezar, las empresas o administraciones en las que prestan sus servicios están obligadas a ingresar sus nóminas en bancos andorranos, ya que ningún banco extranjero opera en el país. Por este motivo, como residentes en España pero titulares de manera legal de un depósito en Andorra, deben efectuar la declaración de la renta en ambos países durante cada campaña. Es quizá el motivo por el que en la Seu d’Urgell hay una decena de empresas de gestoría y asesoría fiscal, prácticamente una por cada 1.000 habitantes, debido a la demanda de este tipo de servicios entre trabajadores que conjugan dos regímenes fiscales.
Lo que en el imaginario colectivo se aparece como un puntito en el mapa en dónde esquiar y vivir una experiencia sin IVA es, en realidad, un ecosistema social propio suyas sacudidas inciden directamente en una pequeña parte la población rural de Catalunya que vive abocada a este sistema económico exógeno a nuestras fronteras. Sean quienes sean los ricos que convulsionan el estatus quo transfronterizo, al otro lado de las valles del Valira se acaban asumiendo como casi propias las derivas de un sistema financiero que determina de manera cíclica las condiciones de vida en toda su zona de influencia.