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Con independencia de lo sucedido, los últimos cuarenta y cinco días en la política británica han sido enormemente divertidos. El Daily Star, un periódico que yo creía muerto desde hacía mucho tiempo, se ha pasado la última semana publicando fotos de Liz Truss junto a las de una lechuga, animando a sus lectores a que apostaran sobre cuál de las dos desaparecería primero. ¿Y estaba yo soñando cuando leí la encuesta de Survation que situaba el apoyo a Truss en menos setenta puntos porcentuales, haciéndola casi tan impopular entre la ciudadanía británica como Vladimir Putin? El lunes pasado, Penny Mordaunt, ocupando el lugar de Truss en el palco de la Cámara de los Comunes, sintió la necesidad de asegurar a los diputados que la líder saliente no estaba «escondida bajo su escaño». Los diputados sentados detrás de ella se esforzaron en contener su risa. Mientras tanto, un locutor alemán se deleitaba citando a un diputado tory, que había comentado lo siguiente: «Estoy jodidamente furioso y todo me importa un bledo». Los franceses se burlan de Truss sugiriendo que sólo será recordada por despedir a la reina.
Tras deshacerse de Johnson porque pensaban que les haría perder las próximas elecciones, los conservadores británicos aceptaron la elección de Truss para no recompensar a Sunak por haber empuñado el cuchillo. ¿No tenían la más remota idea de que ella era una incompetente, incapaz de tomar decisiones básicas, y francamente poco brillante? En cualquier caso, el país no tardó en darse cuenta. ¿Recuerdan a Heseltine derribando a Thatcher y a Major cosechando la recompensa?
Los demonios necrófagos del libre mercado que Truss nombró como ministros de Economía y Hacienda y del Interior se sentaron a ver cómo la libra se hundía y el mercado al que adoraban los expulsaba de su seno, respaldados por una nerviosa camarilla de empresarios, un surtido de diputados tories y el Financial Times presa del pánico. La situación que predijeron los medios de comunicación si Corbyn era elegido primer ministro, se produjo bajo un tipo de gobierno muy diferente. Evidentemente, el mercado habría preferido una parte del programa de 2019 de Corbyn al galimatías del minipresupuesto de Truss y a un Partido Conservador que había perdido totalmente el contacto con la realidad.
Llamado ayer por una emisora nacional jamaicana para que comentara los tejemanejes de Westminster, estaba preparado:
Adelante. Continúese diciendo. De todos modos. De ninguna manera. Dicho de alguna manera. Decir por decir. Mal dicho. De ahora en adelante digámoslo por estar mal dicho. Decir un cuerpo. Donde ninguno. No mente. Donde ninguno. Eso al menos. Un lugar. Donde ninguno. Para el cuerpo. Para entrar. Entrar. Volver a entrar. No. No salir. No volver. Sólo dentro. Quédate dentro. Dentro. Todavía. Todo lo viejo. Nada más siempre. Intentarlo siempre. Fallar siempre. No importa. Intentarlo de nuevo. Fallar de nuevo. Fallar mejor.
Hubo un silencio: «Mr. Ali ¿es usted? Lo intentaré de nuevo por si me he equivocado de número».
Las palabras, obviamente, no eran mías. Las había extraído de uno de los últimos textos de Beckett, Worstward Ho. Lo que para él era una expresión de sufrimiento existencial se ha convertido para nosotros en la mejor descripción de una patología sociopolítica que no desaparecerá con Truss ni con su sucesor. La propia primera ministra saliente es un síntoma de esta crisis social, conformada por la agotada economía financiarizada británica, una política exterior posimperial en bancarrota, un sistema parlamentario excluyente y el Estado multinacional británico en proceso de fracturación. Lo que la clase dirigente británica necesita es un verdadero gobierno conservador, con o sin la C mayúscula, para proteger y estabilizar este orden político. En este sentido, Starmer sería más vendible que Sunak, ya que puede ser enmarcado como algo nuevo en lugar de como algo prestado y azulón reminiscente del conservadurismo británico. Sin embargo, hasta ahora imitar a Thatcher ha resultado inútil e imitar a Blair no resultará mejor.
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¿Qué podemos esperar durante los próximos seis meses? Pues la coronación, por supuesto, para la que Starmer ha prometido despejar las cubiertas y retrasar el Primero de Mayo. Seguramente ha llegado el momento de la democracia republicana. Lancémosla con una gran fiesta callejera en Whitehall y con bancos de alimentos abundantes y bien surtidos situados fuera del Banqueting Hall. Y miremos a los franceses, que están celebrando enormes asambleas en todas las grandes ciudades de su país para protestar por las condiciones de vida y amenazan con una huelga general. ¿Cuánto falta para que los británicos sigan su ejemplo?
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