Análisis
Solidaridad teledirigida o lo que hicimos por Ucrania (y solo por Ucrania)

Quizá sea hora de tener una conversación honesta sobre por qué el Estado que acogió a miles de refugiados ucranianos es inacapaz de dar asilo a diez saharauis.
visita de Pedro Sánchez al Parlamento ucraniano.  6
Visita de Pedro Sánchez al Parlamento ucraniano. Foto Jorge Villar/Pool Moncloa - 6

La página “Ucrania Urgente” está alojada dentro de la web del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. En este espacio se recogen todos los recursos del sistema que se habilitó para las personas que abandonaron el país desde febrero de 2022 y solicitaban protección en España: procedimientos, plazos, oficinas, teléfonos… todo un ejercicio de claridad y diligencia, una “ventanilla única” digital útil, bien planteada y construida en tiempo récord. Su última actualización es de diciembre de 2023. Su último post en la red social X, de octubre del año pasado. En Instagram no hay nada nuevo publicado desde hace año y medio. Varios enlaces están directamente rotos y no llevan a ninguna parte. Digamos que esta web es una versión digital del “circulen, que aquí ya no hay nada que ver”.

Lo que vengo a contar aquí es incómodo y antipático. Pero creo que, en pleno debate sobre las migraciones que tanto “preocupan” en las encuestas del CIS, y con una Europa entregada a la guerra y la militarización social, quizá sea tiempo de abordarlo. Máxime cuando ayer mismo sabíamos que España está dispuesta a devolver al Sáhara a diez personas que llevan retenidas semanas en el aeropuerto, niños enfermos incluidos, esperando a que alguien atienda su solicitud de asilo.

No hubo un “Ucrania Urgente” cuando estalló la guerra en Donbass en 2014, es más, España denegó entonces el 92% de las solicitudes de asilo de los ucranianos del este

Cuando alguien dijo eso de “nada de lo humano me es ajeno” mentía como un bellaco: vivimos de espaldas a miles de dramas e injusticias, colectivas e individuales, y el ejercicio de la solidaridad es inevitablemente selectivo y cargado de sesgos y constructos. Existe, por supuesto, una solidaridad entre iguales, entre pueblos y personas, arraigada en ese hilo de compromiso que va enredándose con otras luchas, con otros territorios. Y hay una solidaridad hueca, tramposa, utilitarista y teledirigida: Telemaratones, Operación Kilo, Carreras solidarias, Doce meses, doce causas. La solidaridad en el capitalismo es competitiva, puntual y selectiva y mediatizada e instrumental; practicada entre la beneficencia y la estrategia de marca e incluso —y eso es lo más perverso de todo— como argumento o razón para justificar otras causas. En este caso, para preparar a un continente para asumir como inevitable una guerra y sus sacrificios. El ejemplo, me temo, lo tenemos con Ucrania. 

A menudo se critica el sesgo racista y eurocéntrico que tuvo la respuesta humanitaria a la guerra de Ucrania en comparación con tantas otras situaciones en las que las víctimas son del sur global. Condenadas a la muerte en un cruce de fronteras, devueltas “en caliente”, muriendo de hambre y sed en Gaza o hacinadas en centros de internamiento, ¿por qué esas personas no nos despiertan esa misma indignación, esa necesidad de abrirles nuestra casa, de hacer lo posible por ayudarles? El racismo explica una gran parte, y el eurocentrismo otra, ambos activados por la maquinaria mediática y cultural. Pero dejarlo ahí sería simplificar la cuestión y la dimensión que tienen la geografía y la política —geopolítica, si lo preferís— en el desempeño de esta solidaridad teledirigida.

Emergencia y respuesta institucional: sí se podía

Hay una web similar a Ucrania Urgente en casi todos los países europeos: en Reino Unido, en Alemania, en Polonia… Algunas están actualizadas, otras, como la de España, se han quedado congeladas en el tiempo. Sorprende el nivel de detalle en la información y los recursos que pueden obtenerse allí: asesoramiento telefónico 24 horas, manuales de bienvenida, clases de idiomas, servicios de guardería, permisos para viajar con tu mascota, consejos para escolarizarse en clases extraescolares o mantener tu federación deportiva en el país de acogida, una bolsa de alquileres temporales… en la web británica, por ejemplo, se ofrece una membresía anual gratuita a una cadena de gimnasios.  El gobierno alemán ofrecía webinars para convalidar las titulaciones universitarias. En España, un Real Decreto agilizó el reconocimiento de víctimas de trata con fines de explotación: una reivindicación histórica para miles de víctimas extranjeras de esta violencia que nunca antes se había materializado así. La web oficial española aún ofrece un servicio de la Fundación La Caixa para familias que ofrecen su hogar a desplazados ucranianos. Hubo que esperar a 2024 para ampliar el convenio al resto de refugiados de cualquier nacionalidad, pero no existen datos actualizados. 

Obviamente, el gobierno español no ha habilitado ningún “Mali Urgente”, un “Senegal Urgente” ni un “Afganistán Urgente”. Tampoco se creó un “Siria Urgente” durante la llamada crisis migratoria de 2015. Entonces, los gobiernos europeos se escollaron debatiendo cuotas de reparto y refuerzos de control en fronteras mientras los movimientos sociales de base reaccionaban. Ese año se produjeron alrededor de un millón de solicitudes de asilo en la UE. Por ponerlo en comparativa, el mecanismo europeo de protección temporal para Ucrania activado en 2022 ampara actualmente a más de cuatro millones doscientas mil personas. Hay que señalar que tampoco hubo tal “Ucrania Urgente” cuando estalló la guerra en Donbass en la primavera de 2014, es más, España denegó entonces el 92% de las solicitudes de asilo de los ucranianos del este del país que huían de la guerra.

La semana pasada, el ministro de Exteriores Polaco Radoslaw Sikorski afirmaba a Le Monde que había que dejar de pagar la seguridad social a personas que son aptas para el reclutamiento en Ucrania

La directiva de Protección Temporal para personas procedentes de Ucrania se mantiene extendida actualmente hasta marzo de 2026. Sirvió para articular un sistema sin precedentes en el acceso a alojamiento, mercado de trabajo o seguridad social, un mecanismo del que sentirse orgullosas, pero también para construir un relato fariseo una Europa de acogida, solidaria y abierta que los propios europeos, sintiéndose civilizados y cargados de valores, abrazaron ufanamente. Total, ¡era tan sencillo ser solidario! La infraestructura pública y privada desplegada nos permitía ofrecernos en múltiples formatos. Tu casa, un ratito de tu tiempo, las mantas que te sobran, un paquete de arroz en el carro, donar 0,50 céntimos cuando pagas tu compra en del H&M, un post de Instagram. Y todo ello, sintiéndote parte de un sentido común colectivo al que nadie osaría oponerse.

Aquel 2022, el año en el que nos volcamos con los refugiados, España puso en marcha los centros CREADE, un sistema de recepción, atención y derivación excepcional para registrar, documentar y garantizar la protección en tiempo récord, pero sólo para ucranianos. En menos de cuatro meses se inauguraron cuatro de ellos y se crearon veintiún mil nuevas plazas de acogida. Sin embargo, en 2015, cuando España debía acoger a 14.931 personas que huían de Siria, Eritrea, Iraq o Afganistán según el reparto estipulado en la UE, aquello supuso un debate sobre las “cargas” económicas o la seguridad, acogiendo a esas personas casi a regañadientes y sin nota de prensa ni fanfarrias. Algo parecido ocurre hoy, cuando se define como “caos migratorio” la acogida de 5.700 menores no acompañados, planteando incluso que duerman en campamentos provisionales en los muelles canarios. Pero en 2022 sí se pudieron crear —y financiar— unas infraestructuras específicas y una respuesta coordinada para millones de personas que lo necesitaban en toda Europa y en apenas cuatro meses. Y hacerla sostenible, de momento, por un par de años más. Claro que se podía. Claro que se puede.

Solidaridad cuñada

Iba a ser más discreta, pero tras llevar un par de días revisando los números que expongo aquí, creo que el calificativo lo merece. Denunciar la solidaridad teledirigida, o solidaridad cuñada, no significa en modo alguno señalar que las personas que necesitaban protección y refugio en 2022 no lo merecieran, ni establecer jerarquías entre las diferentes circunstancias, terribles, que te hacen tener que coger una maleta y atravesar una frontera. Que te metan en un autocar, o en un cayuco, que no sepas si vas a regresar, plantarse en un país nuevo, sin noticias de casa, con un nuevo idioma, volver a empezar. Lo que se denuncia aquí es la instrumentalización de un conflicto, un grupo humano y un casus belli y lo que ello revela sobre nosotras mismas.

¿Recordáis aquel convoy de taxistas que se fueron a Varsovia a rescatar refugiados? ¿y aquellos voluntariados corporativos que toda empresa de bien debía hacer, recogiendo ropa, cargando cajas, pintando murales, lo que fuera, pero algo? ¿Y esos tipos que cogieron su furgoneta y se recorrieron tres mil kilómetros para cargarla de gente y contarlo en Instagram? ¿Esos convoyes de coches atravesando Europa sin que nadie dijera en voz alta que aquello era tráfico de personas? Por no hablar de esas galas solidarias en la televisión pública, las lecciones de moral de las celebrities, los oportunismos humanitarios, el chef José Andrés. ¿Han reflexionado algo en este tiempo esos periodistas que pedían armar a civiles o enaltecían a mercenarios de guerra en sus piezas, animando a cualquiera a irse a jugar a los soldaditos a Mariupol? 

Fronteras
Fronteras Cédric Herrou: “Se me criminaliza para que la gente piense que es grave ayudar a migrantes a entrar en Francia”

Condenado por “delito de solidaridad”, Cédric Herrou ahora puede alegar que los actos que se le atribuyen están protegidos por la Constitución francesa, concretamente por el principio de “Fraternidad”, tal y como dictaminó el Consejo Constitucional de Francia el 6 de julio.


Durante varios meses, una histeria colectiva se apoderó de todas nosotras, y todo el mundo quería poner esa cosa tan grimosa que es “su granito de arena” en una causa que era la más justa, la más acuciante, la más grave de todas cuantas aquejaban al mundo. Había, por supuesto, muchas personas de buen corazón movilizadas ante lo que veían y escuchaban que ocurría al otro lado de Europa. También gente buena, con años de activismo a sus espaldas, que hicieron lo que consideraban que se debía hacer. Pero sé que no me equivoco cuando digo que esa solidaridad cuñada activó a muchas otras personas que jamás en su vida se plantearían conducir unos pocos kilómetros en dirección a Algeciras a recoger a un niño magrebí, ni habrían abierto la puerta de su casa a una joven maliense, ni comparten en sus redes un post sobre Palestina por el coste que ello podría suponerles. Reaccionarios, oportunistas, opinadores y celebridades que jamás se habían comprometido con ninguna causa que pudiera mancharles se convertían, de pronto, en adalides de una solidaridad compulsiva, apremiante, casi obligatoria. 

Sí, probablemente un elemento clave fuera el étnico-racial, aunque no todos los ucranianos y ucranianas son rubios y de ojos azules. En realidad, el racismo anti eslavo es muy común en otras zonas de Europa, así que no todo podría explicarse desde ahí. Hizo falta construir una narrativa política mucho más potente, una nueva Guerra Fría de la solidaridad. ¡A sus puestos!  El Estado acogedor, las personas acogidas —con la jerarquía que produce la piedad— y un enemigo común, cohesionador. Hizo falta una campaña mediática, cultural y propagandística que hiciese mucho más fácil empatizar con aquellas personas tan parecidas a nosotros que con esa masa desordenada y oscura que se agolpa en nuestra frontera sur. Y de telón de fondo, la construcción de un estado de opinión que justifique las políticas de este régimen de guerra.

Geopolítica de la bienvenida y el retorno

En febrero de este año, Pilar Cancela, secretaria de Estado de Migraciones, presumía de “respuesta ejemplar” la “gran capacidad y agilidad de adaptación” que tuvo el gobierno ante la emergencia ucraniana, todo un “ejemplo de integración”. Contrasta con la narrativa de “colapso”, “saturación”, y “crisis” migratoria con la que se abren portadas y discursos políticos este verano, en el que han llegado 31.000 personas de forma irregular entre enero y agosto de 2024, según Interior. 

Hay unas 200.000 órdenes de protección concedidas por España desde el 24 de febrero de 2022, el 60% de ellas mujeres y el 30%, menores de edad. Una proporción lógica si recordamos que en Ucrania los hombres no pueden huir del reclutamiento: el alistamiento militar es obligatorio gracias a una serie de leyes marciales modificadas para ir reduciendo la edad de alistamiento y endureciendo las condiciones de exención para librarse de ir a la carnicería del frente de guerra. De hecho, muy pocos provienen de las regiones más directamente afectadas por el frente de guerra: la mayoría vienen del centro del país, del oblast de Kiev (el 26%) y de Odessa, al sur (9%).

Los refugiados provenientes de regiones orientales (Jarkov, Dinipopetrovsk) suman apenas el 15% y las zonas que llevan diez años de guerra a sus espaldas (Donetsk, Lugansk) no llegan al 5% de las personas acogidas. La mayoría de los desplazados de esa zona cruzaron la frontera en dirección contraria, hacia Rusia. Según datos de Naciones Unidas, de los casi seis millones setecientos mil ucranianos refugiados en el mundo, en Rusia se registran un millón doscientos ochenta mil de ellos y ellas. Si volvemos el foco a Europa, según estos datos de la ONU, hay seis millones doscientas mil personas ucranianas bajo el sistema de protección temporal. La mayoría lo hacen en los países vecinos como Polonia (970.000), Alemania (1.200.000). la República Checa (370.000).  Les siguen, en ese orden, Reino Unido y España. 

Aunque se mantiene un flujo de llegada muy reducido, el retorno es el elefante en la habitación. No hay cifras claras sobre cuántas personas han regresado a Ucrania, ni en qué condiciones, ni por qué razones. La Organización Internacional de Migraciones, un año después de la invasión, afirmaba que se habían producido un 24% de retornos, algo más de un millón de personas, la mayoría a las regiones del norte y a Kiev. BBC informaba de que el año pasado los ucranianos regresaban a un ritmo de 30.000 personas al día. En febrero de 2024 Save the Children informaba de que más de 600.000 niños habían vuelto a sus hogares.

En una encuesta de UNCHR, se afirma que el 65% de las personas ucranianas huidas del país se plantea regresar. De los ya retornados, el 55% admitían que volvían, además de por el evidente homesick (echar de menos su hogar), porque habían encontrado menos oportunidades laborales de las que esperaban. Aún así, el 53%, según VoxUkraine, encontraron empleo en Europa y un 10% teletrabajan para empresas ucranianas, aunque el 30% dice hacerlo en trabajos para los que están sobrecualificados. Según UNCHR, un 50% de ellos ya están pudiendo hacer visitas cortas al país, y aunque el 35% regresaría si la guerra terminase, una proporción mayor admite que el acceso al empleo y a un hogar serían factores clave para el retorno.  Y de los retornados, solo un 7% se volvería a marchar.

Con estos datos, parece bastante evidente que aunque la guerra ha golpeado a todo el país y Ucrania es un estado volcado en el plano militar —casi la mitad de sus recursos públicos se van al frente— una gran parte del territorio ha recibido ya a muchos de sus refugiados y las razones para quedarse en Europa no solo tienen relación con la seguridad, sino con las condiciones materiales de vida que puede ofrecerles. Todos estos datos deberían hacernos reflexionar también sobre qué efectos llamada (otra expresión bastante cuestionable) que se activaron en la propia Ucrania y cuáles son los que ahora determinan quedarse o regresar. 

Guerra en Ucrania
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Estados Unidos ultima la concesión del permiso de uso de misiles de largo alcance a petición del Gobierno de Zelensky. Rusia amenaza con consecuencias por lo que consideran una escalada de la OTAN en su auxilio a Kiev.


Muchas voces reclaman desde el país que se implemente el retorno voluntario y hace tiempo que Volodimir Zelensky aboga por la vuelta de la población ucraniana en sus discursos. El drama demográfico en Ucrania se acentúa: podría perder 700.000 personas más de aquí a 2024. A día de hoy, las bajas en el frente siguen siendo un misterio pero, pese a los esfuerzos por ocultarlo, las cifras de deserción y los vídeos de reclutamientos forzosos por la calle dan prueba de lo grave de la situación. Los hombres que pudieron salir del país —muchos, soborno mediante— sufren ahora los castigos diplomáticos de Kiev, negándoseles servicios consulares y colocándoles casi como “traidores” a la causa nacional. La semana pasada, el ministro de Exteriores Polaco Radoslaw Sikorski afirmaba a Le Monde que había que dejar de pagar la seguridad social a personas que son aptas para el reclutamiento en Ucrania. “No debería haber incentivos para quienes evitan el alistamiento allí.” En Polonia, el 22% de los migrantes ucranianos sujetos a protección son hombres adultos en edad militar según Eurostat. En Ucrania, su homologo Andrii Sybiha le tomó la palabra y afirmó que “era hora de plantear la cuestión de si la UE debe desarrollar programas para retornar a los ucranianos a casa. Debe estar en la agenda”.

Si una se pone a leer los artículos y posiciones que piden el retorno de las refugiadas y refugiados, va a toparse con argumentos bastante perturbadores: su valor para la reconstrucción del país, su retorno con un “capital laboral” mejorado —como si hubieran hecho un Erasmus por gusto— e incluso he llegado a leer, en la web del lobby europeo CEPR, que su retorno aliviaría la presión en los servicios públicos y la competitividad del mercado laboral de los países de acogida, mejorando la cohesión social. Ese discurso ya nos suena más familiar. Pero para ello, exigen los lobistas, es necesaria flexibilidad en las fronteras y sobre todo, dinero: programas de retorno y reconstrucción que garanticen la vuelta a casa. 

La geografía es cabezota, como digo, y esta guerra no comenzó en 2022, ni el problema migratorio y demográfico de Ucrania se circunscribe al conflicto armado. La catástrofe económica tras la desintegración de la URSS le convirtió en un país en diáspora y cualquiera que haya vivido en Alemania, República Checa o Polonia ha podido ver con sus ojos la situación precaria que ocupan muchas ucranianas y ucranianos en el mercado laboral. El blog Slavyangrad analiza en detalle un reportaje de VSquare que revela cómo trabaja la población ucraniana en esos países vecinos de la acogedora Europa.

“Las dificultades a las que se enfrentan los ucranianos en los mercados laborales europeos van desde la falta de salarios y los sueldos ilegalmente bajos hasta condiciones de vivienda inhabitables, violencia psicológica y un desprecio absoluto por el bienestar de los trabajadores y las normas establecidas por la legislación laboral”. Empresas y estructuras cuasi mafiosas ofrecen empleo en las fronteras y gestionan los alojamientos, para finalmente emplearlos en la economía sumergida o en los trabajos más precarios. 

“La situación de la población ucraniana ha sido de privilegio con respecto a refugiados y refugiadas de otras guerras, que no han recibido, reciben o recibirán ayuda para huir de sus países, llegar a la próspera Europa, ni facilidades para residir y trabajar legalmente en territorio europeo. El factor racial y cultural es clave, aunque no es el único” afirma la autora del artículo, Nahia Sanzo. Pero ahora, esa situación puede cambiar, en la medida en que el curso de la guerra les necesite de vuelta a casa o los países de destino decidan soltarles la mano y quebrar ese espejismo de comunidad de acogida.

Lo personal es político y lo internacional es personal. No hay casualidades en que la “solidaridad” internacional bien entendida se vuelque con Ucrania o Venezuela, pero encoja los hombros ante otras realidades, —o las perciba como remotas, inevitables e irresolubles—. Como esos saharauis varados en Barajas. El internacionalismo, esa “ternura de los pueblos” que nos hace comprometernos, que activa esos resortes de acción colectiva, organizándose, poniendo el tiempo, el cuerpo y los recursos, está escrito en muchos episodios hermosísimos de la historia. Rara vez esos episodios han venido dirigidos desde arriba, desde las élites y el capital, desde quienes viven, precisamente, de las desigualdades y las injusticias que ellos mismos provocan y alimentan. Necesitamos hacer esta incómoda reflexión con honestidad para no ser útiles a ese objetivo. Que no digan que no pueden, porque cuando les convino, se pudo. Que, en esta escalada militarista y reaccionaria que recorre Europa, la solidaridad no se articule como un brazo más del capitalismo de guerra.

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javierzulaika
1/10/2024 16:54

Muy interesante el artículo, muchas gracias. Te adjunto un link con información que podría resultarte de interés.
https://www.lavanguardia.com/internacional/20240505/9612375/frente-papeles.html

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Hodei Alcantara
Hodei Alcantara
26/9/2024 7:25

Buenísimo análisis sobre la farsa solidaridad esgrimida por estados europeos que usaron a los ucranianos como ariete contra Rusia, mera carne de cañón para debilitar a su enemigo. Tanto ellos como empresas o millonarios que iban de solidarios con los ucranianos inmigrantes, mientras apoyan las muertes en el mediterráneo de refugiados de todo África.
Y nuestro presidente, más de lo mismo, acoge a miles de ucranianos mientras expulsa a saharauis a su potencia ocupadora...

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emeteriolei2013
26/9/2024 9:23

Esta muy claro, pero el nivel de entendimiento por una información sesgada o cuñada' de la mayoría SOCIAL es alucinante
Para la casta dominante somos prescindibles, somos muchas población y nuestra situación No les importa, TODO LO QUE HACEN ES POR DEFENDER SUS INTERESES Y PRIVILEGIOS 🤑🤮

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emeteriolei2013
26/9/2024 9:23

Esta muy claro, pero el nivel de entendimiento por una información sesgada o cuñada' de la mayoría SOCIAL es alucinante
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