Panteras negras israelies
Panteras Negras israelíes participan en la protesta anual del Primero de Mayo en el centro de Tel Aviv. (MosheMilner/Rebelión)

Análisis
Las panteras negras y las minorías en Israel

El histórico racismo interno en la sociedad israelí, donde la población judía askenazí coloniza los espacios de poder, motivó la creación de las Panteras Negras en el país, que defendía a los ciudadanos no blancos sin cuestionar la ocupación.
20 dic 2024 06:00

Cuando pensamos en Israel muchos nos imaginamos un país de judíos blancos, europeos, con los rasgos típicamente atribuidos a ellos. Sin embargo, la composición social es más plural de la que imaginamos, aunque esta pluralidad ha estado siempre atravesada por relaciones de poder. Es ampliamente conocida la enorme presencia de árabes de nacionalidad israelí o, incluso, la no desdeñable presencia de la minoría drusa. Pero, a veces, se nos olvida la existencia de distintas etnias judías. Por eso, hay que remarcar que amén de los judíos askenazíes — que habitaron la parte central y oriental del continente europeo — existen judíos provenientes de países africanos y Oriente Próximo, los mizrajíes, los llamados judíos etíopes— a los que se les acusa desde sectores reaccionarios de no ser judíos aduciendo que sus ancestros se convirtieron al cristianismo — o los propios judíos sefarditas — cuyo nombre proviene de Sefarad, que es el topónimo bíblico de la península ibérica — que fueron expulsados por Los Reyes Católicos en 1492 mediante el Edicto de Granada.

Cierto es que los judíos que mayoritariamente fundaron el Estado de Israel provenían de Europa, los askenazíes, que son los que han ostentado el poder político, económico, social y cultural del país. Muchos de ellos huyendo a Palestina a causa de los temibles pogromos que se cernían sobre Europa, y de la crueldad nacionalsocialista, como aparece retratado en la maravillosa novela Éxodo de Leon Uris. Pero con la fundación del Estado sionista y, la subsiguiente Aliyá, se puso de manifiesto un hecho: la existencia de judíos no europeos. Los judíos asentados en el Magreb y Oriente Próximo, los mizrajíes, siguieron con interés e incluso entusiasmo el proyecto sionista, lo que les llevó a emigrar. A veces voluntariamente, y en otros forzados por la expulsión de sus países por parte de varios dirigentes árabes como represalia por la guerra árabe-israelí de 1948. Así, la emigración se consolidó en 1950 con la aprobación de la Ley del Retorno por el Knesset que acepta como ciudadano del país a cualquier judío de la diáspora, lo que, a su vez, satisfacía la necesidad de mano de obra barata del estado naciente para iniciar el ciclo de acumulación capitalista.

Los askenazíes se asentaban en ciudades económicamente prósperas como Tel Aviv mientras que los mizrajíes y sefardíes eran ubicados en las periferias urbanas degradadas

No obstante, muchos sefardíes y mizrajíes —procedieron en torno a unos 600. 000 después de la fundación — encontraron que las promesas de prosperidad del proyecto sionista no poseían tantos visos de realidad. Las oleadas migratorias de los años 50-60 obedecían a un sistema de estratificación social obediente a las necesidades económicas israelíes. Así, los askenazíes se asentaban en ciudades económicamente prósperas como Tel Aviv mientras que los mizrajíes y sefardíes eran ubicados en las periferias urbanas degradadas donde se les reservaba los trabajos con menor prestigio social y retribución económica. Además, el proceso migratorio de los mizrajíes como el de los sefardíes no estuvo exento de penalidades en su estadía por los campos de tránsito. Incluso, en operaciones como La Alfombra Mágica, en la que el gobierno israelí rescató cerca de 50 000 judíos para auxiliarlos del pogromo que estaba acometiendo las autoridades yemeníes, se denunciaron robos de niños mizrajíes para entregárselos a familias askenazíes infértiles.

Pero una vez asentados, el sentimiento de desplazamiento, de exclusión, comenzó a acrecentarse en los barrios empobrecidos del país, lo que cristalizó en los disturbios de Wadi Salib en 1959 que escenificaron las grietas étnicas del país. El levantamiento fue respondido con indiferencia por los laboristas askenazíes hacia las demandas, y con violenta represión hacia los manifestantes. Pero las protestas habían sentado un precedente, un imaginario común, que retomarían unos jóvenes judíos — inmigrantes marroquíes de segunda generación — del barrio de Masnar en Jerusalén que habían abandonado sus estudios y, alguno de ellos habían incluso coqueteado con la delincuencia.

Estos jóvenes lograron conectar con el sentimiento de exclusión y descontento de buena parte de los mizrajíes. Esto condujo a que sus convocatorias congregaran a multitud de manifestantes y terminaran con duros enfrentamientos con la policía. La masividad de estas protestas supuso un gran problema para la presidenta socialista Golda Meir que tras tildar a los jóvenes de gente no agradable y negarles su condición de judíos por no hablar yídish comenzó a valorar parcialmente sus demandas hasta la aprobación de la Ley de Gastos que fue acuñada como El Presupuesto de las Panteras (el origen del estado de bienestar israelí), lo que apaciguó la movilización en las calles. De este modo comenzó la absorción del movimiento en forma de revolución pasiva —término utilizado en Los Cuadernos de la cárcel por Antonio Gramsci que describe el proceso por el que la clase dominante absorbe algunas demandas de las clases populares para impedir la revolución — , lo que condujo a marxistas como Abraham Sefarty a lamentar que las autoridades pudieran canalizar el movimiento por vías institucionales, ya que, según él, habría podido ser un germen de una verdadera revolución social que hiciera tambalear los cimientos del estado sionista.

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¿Qué fueron realmente las panteras negras y cuál es su legado?

Las panteras negras israelíes no pueden desvincularse de su contexto histórico internacional, pues sus fundamentos provienen de sus homólogos estadounidense. Por tanto, la ideología estaba influenciada por la Nueva Izquierda y por el protagonismo que estaba tomando la lucha antirracista en Estados Unidos. Los dirigentes de los llamados “animales negros” — calificativo otorgado por ciertos sectores racistas askenazíes — se postularon por cuenta propia a las elecciones de 1973 obteniendo un 0,9 del voto oficial. Sin embargo, este fracaso originó una reflexión en el grupo sobre la conveniencia de unirse con otros grupos que compartieran una misma sensibilidad. Por tanto, las Panteras negras convergieron en Jadash, una coalición de izquierda israelí impulsada por el Partido Comunista, donde uno de los líderes de las panteras negras,  Charlie Biton, fue elegido diputado en las siguientes elecciones. Su papel fue muy destacado en la política del país, aunque parlamentariamente no fuera decisivo, ya que fue el primer político israelí en reunirse con el líder de la resistencia palestina Yasir Arafat en 1980 y con Mahmud Abás, actual presidente de la Autoridad Palestina, en 1987.

Sin embargo, las bases sociales de este movimiento no siguieron la estela de sus fundadores. Ya Gramsci nos advirtió, en su Cuadernos de la cárcel,  que “La absorción de las demandas populares, en lugar de abrir una nueva fase histórica, puede preparar las condiciones para formas de reacción más extremas, incluso el fascismo”, lo que en este caso se tradujo en que los mizrajíes movilizados por las Panteras Negras inclinaran, por vez primera, el Knesset hacia la derecha política. En 1977, el Likud — el partido que hoy preside Benjamín Netanyahu — se alzó con la victoria. Y, a pesar de que su estatus ha mejorado – y no existe una segregación tan pronunciada en buena medida por los matrimonios mixtos—, aún no ha habido un primer ministro mizrají, y las personalidades más influyentes del país acostumbran a seguir siendo judíos askenazíes. Pero su fervor hacia el sionismo revisionista ha persistido desde entonces, pues según los Estudios Electorales de Israel alrededor de un 70% de los judíos mizrajíes apoyó al Likud en las últimas elecciones, en buena medida, porque identifican al laborismo con la figura de Golda Meir y el racismo askenazí, y también por el fracaso de las panteras negras en consolidar una alternativa política real.

¿Qué queda de las panteras negras a día de hoy?

Las Panteras Negras son parte de la historia israelí, y pese a que sus reivindicaciones eran inequívocamente progresistas, su absorción en las instituciones ha elaborado una narrativa más acomodaticia con el poder. Así, siguiendo el rastro de su principal figura, Charlie Biton continuó como diputado del Jadash hasta 1992, año en el que intentó de nuevo su elección con Panteras Negras en solitario que obtuvo el mismo magro resultado que la vez anterior. Pero con el paso de los años, sus posturas fueron tornándose más conservadoras. Ya en 2015 apoyó al partido ultraortodoxo Shas, y en unas declaraciones en el medio Ynet rechazó la solución de dos estados arguyendo que los métodos de los palestinos eran incompatibles con los de una sociedad como la israelí.

Pero el giro a la derecha en la política israelí no es una particularidad de Charlie Biton, sino que responde a una cuestión más general. El partido laborista de Golda Meir está en mínimos históricos, el Jadash cuenta con una representación parlamentaria muy exigua y el Meretz –la izquierda secular hoy fusionada con los laboristas como estrategia de supervivencia– se ha visto en la tesitura de cambiar su posicionamiento crítico con la ocupación israelí de los territorios palestinos para evitar su extinción. En función de las encuestas recientes, como la publicada por el Canal 12 de Israel, Netanyahu ha aumentado su popularidad galvanizando a los sectores más nacionalistas. Además, ha purgado a todo aquel que cuestiona mínimamente la estrategia en Gaza, como es el ya cesado ministro de defensa Yoav Gallant.

Los israelíes de origen etíope — también conocidos como beta israelís o falashas que se puede traducir como extranjeros o forasteros — han padecido incalculables formas de racismo

¿De las panteras negras al Black Live Matter israelí?

Fue en el año 2015 cuando tuvimos acceso a una grabación que atestiguaba una agresión racista por parte de dos policías al soldado israelí de origen etíope, Demas Fikadey. Tras el suceso, Fikadey expresó lo siguiente: Estás entregándote y que te hagan esto es denigrante. Estas declaraciones conectaron con el sufrimiento por discriminación racial de miles de personas, lo que condujo a fuertes movilizaciones de los judíos negros. Los israelíes de origen etíope — también conocidos como beta israelís o falashas que se puede traducir como extranjeros o forasteros — han padecido incalculables formas de racismo. Según The Jerusalem Post estas prácticas llegaron al extremo de inyectar el anticonceptivo hormonal DepoProvera para controlar la natalidad de las mujeres etíopes que respondían al llamamiento de la Aliá. Además, según el informe anual del ministerio de justicia israelí una de cuatro denuncias por racismo es presentada por judíos etíopes, y, como aportó The Jerusalem Post, la tasa de pobreza de los hijos de etíopes es de un 67%.

Otra muestra de este racismo es el caso del judío etíope Avera Mengistu y el mizrají Al Sayed que se encuentran aprisionados por Hamás desde casi una década. Tras los ataques del 7 de octubre, ninguno de ellos fue incluido en la lista de prisioneros aportada por el gobierno israelí. Es más, con el primer canje de presos no fue intercambiado ninguno de ellos, a pesar del preocupante vídeo que publicó Hamas de Al Sayed conectado a una mascarilla de oxígeno en una camilla. En cambio, hemos visto que en casos como el del soldado Guilad Schalit, de nacionalidad israelí pero también francesa, a los cinco años de su secuestro se optó por liberar a un millar de presos palestinos a cambio de su retorno. De este modo, figuras como Mengistu y Al Sayed, ciudadanos no blancos, se han convertido en símbolos de la discriminación social, la representación de que no todos los israelíes son iguales para el gobierno.

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La trampa del Aliyá o la inmigración selectiva

La promulgación de la Ley del Retorno en 1950 asentó en el imaginario de muchos judíos la concepción de Israel como un refugio del antisemitismo que había experimentado Europa a lo largo de su historia, y en su máxima intensidad durante la década pasada. Y aunque reforzar esta idea ha estado en la agenda política de todos los gobernantes israelíes, ya hemos subrayado cómo siempre ha habido judíos de primera y de segunda, entonces, ¿qué papel está reservado para los no judíos israelíes? En primer lugar, los árabes palestinos son formalmente ciudadanos israelíes, empero, están exentos de ingresar en el ejército, lo que contradice la universalidad de la ciudadanía, y sus cifras de pobreza — 44,2% según el medio israelí i24news — duplican la media nacional. Además, parte de los palestinos de los territorios ocupados por Israel en la Guerra de los seis días, como Jerusalén Este, son exclusivamente residentes permanentes, lo que les inhabilita para votar en las elecciones presidenciales. Asimismo, hay que mencionar que la política contra la migración no judía —migrantes sudaneses, eritreos o de otros países vecinos que huyen de conflictos bélicos a los que se les ofrecen 3. 500 dólares para marchar del país —es muy restrictiva, hasta el punto de que en 2013 tras varias manifestaciones de carácter xenófobo se erigió una valla metálica en la frontera con Egipto que fue toda una inspiración para el muro de Donald Trump.

Por tanto, las aliyás se han patrocinado a la vez que se ha buscado obstaculizar los flujos migratorios de la región, lo que engarza con la obsesión política israelí de control poblacional. Sin embargo, la homogeneidad cultural israelí no existe, ni ha existido nunca. En cambio, sí los distintos pueblos con sus respectivas identidades que en ocasiones son invisibilizadas. Pero la preocupante derechización de la sociedad israelí parece profundizar en la intolerancia, lo que explica el auge de partidos ultranacionalistas israelíes y fundamentalistas religiosos que, como el ministro de Seguridad Nacional Israelí Itamar Ben-Gvir, han declarado que es el “momento adecuado para incentivar la migración palestina desde Gaza” y para la creación, en su lugar, de un “asentamiento judío como castigo por lo que hicieron el 7 de Octubre”, lo que muchos leen como una limpieza étnica en Gaza.

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