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Análisis
Negación de la realidad: la guerra para resucitar el mito sionista
Es profesor investigador asociado en SOAS (University of London) y miembro fundador de la Jewish Network for Palestine (Reino Unido). Autor de An Army Like No Other: How the IDF Made a Nation (2020).
El 6 de octubre de 2023 Israel era la nación más socialmente fracturada del planeta, tras casi un año de manifestaciones masivas contra Netanyahu y su golpe judicial. La crudeza y la determinación de las movilizaciones organizadas para derribar a su gobierno habían galvanizado a más de la mitad del país y se hallaban prácticamente dirigidas por exoficiales de las FDI, del Mossad y del Shabak, junto con las principales empresas de inteligencia artificial y alta tecnología del país, que constituyen la columna vertebral del complejo militar-industrial israelí y son el sostén de las exportaciones de armamento y el principal sector de la economía del país. Parecía que la caída de Netanyahu era cuestión de meses: su revolución judicial se hallaba atascada en el Tribunal Supremo, su popularidad andaba por los suelos y la oleada de protestas no parecía que fueran amainar. En vísperas del último día de la festividad de Sucot, Israel hizo una pausa en las manifestaciones, ya que el Tribunal Supremo estaba a punto de hacer públicos los resultados de sus largas deliberaciones. Los israelíes esperaban que el Tribunal pronunciara un veredicto decisivo y crucial sobre los nueve meses de Netanyahu en el poder. Los dos bandos protagonistas de esta fractura social aguardaban con la respiración contenida un veredicto que, evidentemente, no pondría fin a la protesta fuera cual fuere su contenido.
En los confusos términos utilizados por los medios de comunicación y los académicos israelíes, se trataba de un profundo abismo entre la derecha y la izquierda; en realidad, no era tal cosa. No existe una izquierda socialista en Israel y, en un sentido profundo, nunca la ha habido. La división no versa entre izquierda y derecha, sino entre dos grupos que pugnan por el poder. La llamada izquierda israelí se siente ahora abandonada por la izquierda internacional, que en su vaguedad parece incapaz de darse cuenta de que Israel es la verdadera víctima, que el mundo entero es antisemita, que nadie protege a los judíos del próximo Holocausto y que la izquierda internacional está haciendo imposible la valiente lucha contra la ocupación. Otro «miembro de la izquierda israelí ha “dimitido y devuelto su carné de miembro a la izquierda internacional”», nada más y nada menos. Tampoco esta izquierda israelí ha formado parte, en ningún sentido real, de ninguna izquierda y mucho menos de esta proyectada «izquierda internacional», que recuerda al «judaísmo internacional» de los desvaríos antisemitas. Incluso los practicantes avezados de la ironía en Israel parecen haber perdido el sentido del humor después del 7 de octubre, participando de la histeria nacional.
Palestina
Palestina Paseando por la mezquita de Yenín
En ninguno de estos dos bandos, nadie, ni en la cúpula militar ni en la civil, parece haberse preocupado por un ataque lanzado desde Gaza a pesar de las claras advertencias al respecto de los servicios de seguridad egipcios. Israel estaba tan preocupado e implicado en su propio ombligo político –y tan seguro de su invencibilidad– que se abandonaron todas las precauciones. Poco antes del ataque del 7 de octubre, una gran unidad de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) fue transferida de la zona de Gaza Envelop a Cisjordania para proteger determinadas payasadas religiosas, demenciales y agresivas, protagonizadas por colonos fascistas en medio de ciudades palestinas sometidas y acosadas como Huwarra, donde la realización de pogromos llevados a cabo por colonos israelíes se ha convertido en la norma. Luego, de la noche a la mañana, Israel se reorientó hacia una posición de guerra y los dos bandos enfrentado en el seno de la sociedad israelí se pusieron de acuerdo para apoyar el ataque genocida contra Gaza, bajo la rúbrica de «eliminar a Hamás de la faz de la tierra». En realidad, se trata de una limpieza étnica y de un asesinato genocida combinados: la continuación de la Nakba largamente preparada por las FDI. Así pues, ¿la disputa en curso en la sociedad israelí se ha extinguido igualmente de la noche a la mañana?
La escisión era en realidad una fractura entre la vieja élite de judíos askenazíes, una élite que dirigía la sociedad israelí no sólo desde mayo de 1948, cuando se declaró la ceración del Estado en plena guerra, sino desde la década de 1920, cuando el sionismo de izquierda creó las organizaciones que gobernaron el sionismo e Israel durante sus décadas de formación. A principios de la década de 1920, el sionismo de izquierda creó la mayoría de las instituciones del Estado en ciernes: el ejército (Haggana), los partidos políticos, la Federación de Sindicatos (Histadruth), la enseñanza superior (la Universidad Hebrea y el Technion), la compra de tierras y los asentamientos, el organismo representativo (la Agencia Judía), las organizaciones culturales para la edición, el cine y el teatro, el seguro médico para los trabajadores (Kupat Holim), y muchos otros organismos administrativos destinados a ocuparse de toda tarea que el futuro Estado pudiera demandar. La institucionalidad jurídica, financiera, diplomática, educativa, la inteligencia militar, la producción de armamento, la fuerza policial auxiliar: el Estado estaba ahí, esperando a que los británicos se marcharan para apoderarse y controlar Palestina. Nada remotamente parecido a esta vasta preparación se verificó en el lado palestino, que ingenuamente basaba sus esperanzas de justicia e independencia en el Mandato Británico y en los Estados árabes. Durante el Mandato, estas organizaciones sionistas maduraron, creciendo en tamaño, función y apoyo financiero, hasta convertirse en una fuerza que rivalizaba con el poder británico en Palestina tanto en eficiencia como en influencia.
En 1949-1950 Israel controlaba el 78 por 100 de Palestina y negó la entrada a la totalidad de los refugiados, a pesar de que la Resolución 194 de la ONU le exigía que permitiera su regreso
Para comprender cabalmente el impacto traumático del ataque infligido por Hamas a la sociedad israelí el pasado 7 de octubre debemos remontarnos al período formativo de la nación judeo-israelí durante el periodo posterior a la guerra de 1948. A finales de 1947 las organizaciones sionistas controlaban menos del 8 por 100 de Palestina (1). Los dirigentes sionistas habían comprendido con mucha antelación la necesidad de una fuerza militar moderna para arrebatar la tierra a la población palestina autóctona. Sabían que ninguna resolución política les ofrecería lo que querían: el control total de Palestina o al menos de la mayor parte de su tierra cultivable y de los importantes espacios urbanos en torno a las tres ciudades principales: Jerusalén, Haifa y Tel Aviv. Hacer realidad esta visión requeriría, por lo tanto, un ejército muy numeroso.
Las tres organizaciones militares rivales –la Haggana (la milicia de la izquierda sionista), el Irgun (la milicia de la derecha fascista) y LEHI (una pequeña milicia extremista antibritánica)– entrenaron y armaron ilícitamente a decenas de miles de personas durante las décadas de 1920 y 1930. También construyeron fábricas de armamento rudimentarias pero eficientes para abastecer a esta gran fuerza consistente en un contingente de más de 100.000 hombres (y algunas mujeres) puestos en armas, que en 1948 se convertiría en las FDI. Muchos miles de estos efectivos habían luchado en las filas del ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, a los que se unieron jóvenes supervivientes de los campos de la muerte nazis, que engrosaron sus filas después de 1945. Estos contingentes, que llegaron ilegalmente a Palestina, elevaron el total de los efectivos de las FDI a 120.000 soldados al final de la guerra.
Las autoridades del Mandato británico cerraron los ojos ante esta actividad y esta fuerza armada, excepto cuando hicieron uso de ella durante la Revuelta Árabe acaecida en Palestina entre de 1936 y 1939. En esta ocasión, se crearon fuerzas mixtas formadas por unidades británicas y por la policía palestina a las que se unieron grandes unidades de las milicias sionistas para derrotar la rebelión y matar a la mayoría de sus cuadros consistentes aproximadamente en 9000 combatientes mal armados. Palestina cayó en manos de las FDI con bastante rapidez, dado que tan solo unos pocos miles de efectivos irregulares estaban empleados en la defensa de la población, reforzados por las fuerzas militares ineficaces de las entidades políticas árabes circundantes –Transjordania, Egipto, Siria e Iraq– además de por otras pequeñas unidades procedentes de otros países. La mayoría de los palestinos fueron expulsados por la fuerza y dos tercios de ellos, esto es, 750.000 personas, se convirtieron en refugiados bien en otras partes de Palestina o en los países árabes circundantes, que firmaron acuerdos de armisticio con Israel en 1949-1950. En ese momento, Israel controlaba el 78 por 100 de Palestina y negó la entrada a la totalidad de los refugiados, a pesar de que la Resolución 194 de la ONU le exigía que permitiera su regreso. No se aplicaron sanciones para hacer cumplir esta Resolución e Israel tomó nota de ello: podía hacer lo que quisiera con total impunidad. Esta lección nunca se olvidó.
Pero Israel, el gran ejército que construyó un Estado, aún no tenía una nación (2). Los 650.000 judíos presentes en la nueva entidad política estaban lejos de formar una nación: hablaban numerosas lenguas, procedían de civilizaciones diversas y distintas y no compartían una cultura o una ideología, por lo que carecían de coherencia y unidad. Su primer ministro, David Ben-Gurion, que no había sido elegido, se percató inmediatamente de ello. Durante la campaña electoral de 1951, dijo: «Veo en estas elecciones la conformación de una nación para el Estado; porque hay un Estado pero no una nación» (3). Esta intuición le había llevado previamente a crear un ejército, que luego formó su propio Estado, al que se asignó la tarea de la construcción de una nación. La nación que Ben-Gurion deseaba sería una nación en armas, en conflicto constante: ni paz ni guerra. Para convertir este tipo de existencia (excepcional se mire por donde se mire) en el modus vivendi de Israel, se verificó un gran proyecto de ingeniería social que duró décadas y requirió una renovación constante. En una fecha tan tardía como 1954 Ben-Gurion seguía preocupado por la inexistencia de la nación. En el Almanaque del Gobierno señalaba: «Durante miles de años fuimos una nación sin Estado. Ahora existe el peligro de que Israel sea un Estado sin nación» (4). Dejando a un lado la absurda noción de que los judíos habían sido una nación durante miles de años, resulta fascinante que la narración de la «nación desaparecida» se utilizara durante tanto tiempo. Combina nociones cínicas para influir en la narrativa sionista, así como su arraigada creencia en la ingeniería de una nación judeo-israelí (o, como algunos la llamaban, hebrea).
La nación sólo podría haber sido creada por el ejército, que era la organización de mayor tamaño, más rica y más poderosa de Israel y que incluía a todos los varones judíos adultos y a la mayoría de las mujeres: una democracia guerrera similar a una Esparta moderna, como señaló Hannah Arendt (5). Se trataba principalmente de un ejército de ciudadanos judíos. Así pues, las FDI se convirtieron y ya nunca dejaron de serlo en la única institución común compartida por la gran mayoría de los ciudadanos y ciudadanas israelíes, la cual excluía, sin embargo, a dos grupos marginales –los palestinos y los judíos ultraortodoxos–, los dos otros del sionismo.
A través de una larga serie de guerras iniciadas por Israel, así como de limitadas campañas militares registradas entre las mismas, los israelíes adoptaron una identidad determinada por las FDI. Puede que otras cuestiones siguieran separándoles, pero la mayoría eran miembros del club más importante del país, que superaba las diferencias de clase, culturales, lingüísticas y religiosas, creando una organización en la que todos confiaban, a diferencia de las organizaciones cívicas que dividían a la ciudadanía israelí. Incluso en los momentos en que las FDI demostraron ser poco operativas y no estar a la altura de las circunstancias, como ocurrió en 1973 cuando las fuerzas armadas egipcias y sirias les asestaron un terrible golpe, la culpa se atribuyó a políticos como Golda Meir y Moshe Dayan, perdonando a los comandantes de las FDI. La derrota parcial en esa guerra fue el resultado de un proceso social más profundo: la conversión de las FDI en una policía colonial objeto de glorificación, como fue necesario hacer después de 1967 para someter a más de un millón de palestinos presentes en Cisjordania y Gaza, con Israel dispuesto a colonizar los Territorios Ocupados –egipcios, jordanos, sirios y libaneses– en lugar de buscar la paz mediante la negociación.
Más confiado que nunca tras la serie de ataques perpetrados contra Gaza en 2008-2009, 2012 y 2014, Israel gozaba de total impunidad antes del 7 de octubre
Después de 1973 el presidente Sadat consiguió el resultado que pretendía de la guerra –la devolución del Sinaí y de Gaza al control israelí– como parte de los acuerdos de paz con Egipto y Jordania, en los que Siria y los palestinos pagaron caro. Este desenlace serviría de modelo para las etapas posteriores del proceso de normalización: sustraer a otros países árabes de la confrontación con Israel, obligándoles, gracias a la presión ejercida por Estados Unidos, a renunciar a su apoyo de los derechos de los palestinos. Los últimos Acuerdos de Abraham y las negociaciones con Arabia Saudí son sólo los fenómenos más recientes de un largo proceso histórico en el que Israel utiliza la presión estadounidense para imponer su agenda en Oriente Próximo. Los presidentes Trump y Biden son los más venerados en Israel por su apoyo incondicional y Netanyahu («el mago» para sus seguidores) es especialmente venerado en la derecha religiosa de la sociedad israelí como el hombre que puso fin al apoyo árabe a Palestina, logrando normalizar plenamente las relaciones con la mayoría de los Estados árabes, lo cual incluye las relaciones diplomáticas, turísticas y comerciales, por no mencionar las sustanciales exportaciones israelíes de armas, así como de hardware y software de seguridad a los regímenes autoritarios del norte de África y Arabia. Todo funcionó a la perfección para Israel, país rico en recursos, que controla en torno a siete millones de palestinos –una población ligeramente superior a la de los judíos israelíes–, la mayoría de los cuales viven bajo una brutal ocupación, carecen de derechos y no tienen perspectivas de obtenerlos. Tras las elecciones palestinas de 2006, ganadas por Hamás, Israel propició y apoyó a la Autoridad Palestina en la perpetración de un golpe de Estado fallido antes de imponer el bloqueo sobre Gaza sin que la «comunidad internacional» reaccionara ante esta situación.
Las FDI se mostraron el 7 de octubre incapaces de proteger a los israelíes del ataque de Hamas: el denominado Estado judío demostró ser el único en el que la vida judía corre peligro de muerte
Más confiado que nunca tras la serie de ataques perpetrados contra Gaza en 2008-2009, 2012 y 2014, Israel gozaba de total impunidad antes del 7 de octubre, habiéndose convertido entretanto en un Estado más extremo, especialmente durante 2023, cuando el nuevo gobierno de Netanyahu, alentado por los Acuerdos de Abraham, dotó de mayor coherencia y madurez al proyecto sionista, intensificando el plan de despojar a los palestinos del 10 por 100 de Palestina que aún estaba bajo su control (parcial) en Cisjordania. Parecía el momento oportuno para acelerar el proceso de expulsiones sin peligro de políticas árabes hostiles, ya que Palestina se hallaba totalmente aislada y carecía de amigos. El gobierno israelí desplegó a los colonos a modo de látigo contra los palestinos: terror, pogromos, detenciones, expulsión de comunidades enteras por medios violentos, desarraigo de un número cada vez elevado de palestinos:
Durante años, los colonos protegidos por las FDI han atacado los pueblos palestinos con el objetivo de obligar a sus residentes a marcharse y fortalecer así el control ilegal de Israel sobre el territorio ocupado, pero la expansión de esta medida desde el 7 de octubre está haciendo que incluso los cómplices estadounidenses de Israel se queden pasmados.
No hubo reacción adversa por parte de ningún sector de la economía mundial, todavía controlada por Estados Unidos a pesar del declive gradual del país.
Al mismo tiempo, Netanyahu, incitado por la extrema derecha, vio que se abría una ventana de oportunidad y utilizó su poder para cambiar totalmente la naturaleza de la democracia exclusivamente judía de Israel mediante la realización de reformas judiciales sin precedentes. Ahora disfruta de poderes superiores a los de cualquier líder del mundo desarrollado, un dictador en todo menos en el nombre. Una fuerte oposición se levantó contra él en respuesta a las reformas, pero eso no le preocupó: había cambiado tanto el entorno jurídico que estaría a salvo de enfrentarse a acusaciones de corrupción ante los tribunales. Parecía que nada podía detener su avance. Netanyahu y sus generales de las FDI creían que eran intocables, que los palestinos no podrían enfrentarse al poderío combinado de las FDI, que es el mayor ejército de Oriente Próximo, dada su superioridad tecnológica y el transcurso de casi seis décadas de experiencia perfeccionando su posición de ventaja sobre una nación desorganizada, pobre y abandonada, carente además de ejército y de armas pesadas.
Industria armamentística
Industria armamentística Armados y peligrosos: cómo Israel se ha convertido en una potencia militar sin control
Pero entonces, surgido de la nada, llegó el ataque de Hamás y de la Yihad Islámica del 7 de octubre pasado. El cielo se derrumbó. En cuatro horas, una pequeña fuerza palestina de unos 2000 combatientes tomó once enormes bases y bastiones militares, a pesar de la más sofisticada combinación de muros subterráneos «inteligentes» y vallas electrónicas, aparentemente inexpugnables. Como cincuenta años antes, en el invierno de 1973, esta última Línea Maginot fue traspasada tras un puñado de operaciones innovadoras, que permitieron la entrada de las fuerzas palestinas y sorprendieron a los soldados israelíes, algunos de cuales fueron pillados en ropa interior y desarmados. En cuestión de horas, utilizando una combinación de ataques con misiles, aviones no tripulados, infantería, motocicletas, planeadores motorizados y una magnífica planificación, los atacantes fueron capaces de derrotar a la totalidad de las fuerzas de defensa, matar a cientos de soldados y oficiales de las FDI y regresar a Gaza con más de doscientos cincuenta rehenes, que planeaban intercambiar por los miles de prisioneros palestinos encerrados en las cárceles israelíes, de entre los cuales más de mil se encuentran en situación de detención administrativa sin juicio ni cargos. Las FDI, paralizadas por el ataque, con sus fuerzas de reserva situadas a poco más de una hora en coche, tardaron más de seis y, en la mayoría de los casos, ocho horas en reagruparse.
Como sostengo en mi reciente libro, An Army Like No Other: How the Israel Defense Forces Made a Nation (2020), las FDI no han obtenido una victoria clara en el campo de batalla desde 1967 y no han luchado contra otro ejército regular en ocasión alguna desde 1973. Cuando se han enfrentado a pequeños grupos de resistencia como la OLP (1982, Líbano), Hezbolá (2006, Líbano) o Hamás (2008-2009, 2012, 2014, y otras numerosas batallas, Gaza) su actuación ha sido deficiente, demostrando que un pequeño grupo guerrillero de unos pocos miles de combatientes puede retrasar, obstaculizar, dañar o incluso derrotar a un enorme ejército moderno equipado con la última tecnología disponible. Estas organizaciones altamente motivadas e innovadoras conocen el territorio y se mueven con rapidez, mientras que las FDI son demasiado pesadas para intervenir con eficacia y éxito en teatros de guerra pequeños como el Shouf (Líbano) o Gaza City, dependen de complejas líneas de suministro y, a pesar de la gran inversión en personal, armamento, comunicación y logística, claramente no están preparadas para luchar contra guerrillas armadas. Como las brutales fuerzas policiales coloniales que son y como han hecho idénticamente muchas otras antes que ellas, las FDI han luchado contra hombres, mujeres y niños desarmados durante demasiado tiempo. Ya no están entrenadas para librar una guerra y subestiman continuamente la capacidad de sus enemigos, como hicieron en 1973. La actitud de los amos militares y políticos de Israel, que combina el supremacismo judío con la islamofobia extrema, ciertamente nubla el juicio. Como era de esperar, las FDI se mostraron incapaces de proteger a los israelíes del ataque de Hamas: el denominado Estado judío demostró ser el único en el que la vida judía corre peligro de muerte.
Las figuras contradictorias de Sansón y del judío del gueto permiten a los israelíes sentirse a la vez víctimas indefensas y una poderosa divinidad poseída por una ira ilimitada
La confusión en las FDI el 7 de octubre fue indescriptible. Cuando llegaron las fuerzas especiales, más numerosas, utilizaron tanques para bombardear las casas de los kibbutzim donde había rehenes, utilizando la potencia de fuego concentrada de los helicópteros y las tropas de tierra y matando a combatientes de Hamás y la Yihad junto con sus rehenes. Se debate estas semanas en Israel, si ello se debió a una confusión o a la Directiva Aníbal (2006), que exige el asesinato de los rehenes junto con los combatientes enemigos para evitar el intercambio de aquellos (6). Es probable que haya sido una combinación de ambos factores: la Fuerza Aérea fue movilizada, pero los pilotos no tenían información alguna con la que trabajar ni fuerzas terrestres que los guiaran de modo que durante la mayor parte del día mataron a amigos y enemigos por igual. Algunas de las imágenes propagandísticas utilizadas por las FDI, que muestran cadáveres calcinados en vehículos que han explotado resultado de la «acción inhumana y brutal» de Hamás, muestran víctimas que, al parecer, sólo podrían haber sido asesinadas por misiles Hellfire disparados desde helicópteros con su impacto de altísima temperatura. Hamás no dispone de tales armas. Algunos analistas han afirmado que un gran número de esas muertes fueron causadas por la Fuerza Aérea israelí, ya que los pilotos dispararon a todo lo que se movía y la mayoría de los impactos fueron contra soldados israelíes, rehenes y civiles armados, debido a una total falta de coordinación en ese momento del ataque. Algunos de los rehenes supervivientes liberados por las FDI han afirmado que los israelíes murieron por fuego amigo. Esto, por supuesto, no niega que se produjeran actos de horrible violencia perpetrados contra israelíes. Pero mientras no se disponga de informes expertos independientes, las versiones pregonadas por las FDI y el gobierno israelí deben ser tratadas con cautela.
En el momento de escribir estas líneas los muertos en Gaza se acercan a los 20.000 y los heridos se cuentan por decenas de miles. Muchos miles más están desaparecidos, enterrados bajo los escombros de sus hogares bombardeados y es poco probable que sean rescatados o simplemente enterrados. Después de tantos bombardeos israelíes efectuados desde 2007, Israel pretende ahora borrar Gaza de la comunidad humana mediante un castigo colectivo genocida: la ira de Israel no conoce límites ni parámetros legales.
En Israel el ataque del 7 de octubre ha sido descrito en términos apocalípticos y siempre vinculados al Holocausto: «la peor masacre de judíos desde el Holocausto», como si la razón de su asesinato fuera su condición de judíos. Esta descripción, utilizada también por Biden y Sunak cuando hablaron en Israel, refleja una interesante paranoia que parece haberse instalado en la mente del ocupante. Los líderes y políticos israelíes escupen odio contra todos los gazatíes y prometen «borrar Gaza de la faz de la tierra» al tiempo que hablan de «pogromo» contra soldados y civiles israelíes, como si los israelíes de hoy fueran los judíos pobres del Stetl radicados en la Pale of Settlement o los judíos del gueto bajo control de las SS. Las figuras contradictorias de Sansón y del judío del gueto se combinan en estas declaraciones hiperbólicas, permitiendo a los israelíes sentirse a la vez víctimas indefensas y una poderosa divinidad poseída por una ira ilimitada. El atentado del 7 de octubre conmocionó claramente a la mayoría de los israelíes más que ninguna otra experiencia en los setenta y cinco años de historia de su Estado.
Lo más impactante para los israelíes fue el colapso de todos los sistemas militares. En numerosas entrevistas en hebreo emitidas desde el ataque, portavoces y mandos del ejército han admitido abiertamente el caos absoluto y los innumerables errores cometidos por todos los implicados en la respuesta. Los israelíes, quizá por primera vez, comprueban que las FDI no son capaces de protegerles, a pesar de la enorme inversión, el enorme número de soldados, las últimas tecnologías: todo les ha fallado.
Habiendo «destacado de modo sobresaliente» en la implementación de soluciones militares durante más de setenta y cinco años de ocupación, Israel es incapaz de explorar opciones no militares
Que la derrota haya sido infligida por un adversario tan inferior militarmente es el insulto más doloroso para el ego militarizado israelí. Como la mayoría de los adultos israelíes, hombres y mujeres, han servido en las FDI, su identidad, tanto personal como sociocultural, le debe más a estas que a cualquier otra institución israelí. Cuando las FDI fracasan de forma tan espectacular, este sentimiento de derrota es compartido por todos los israelíes comprometidos con su misión de limpiar Palestina de su población autóctona. Entre las cuestiones que han dividido tan profundamente a los israelíes durante el último año, este objetivo del proyecto sionista no ha sido, en particular, una de ellas. Al contrario, la mayoría lo acepta. Recientemente, la nueva ministra de Inteligencia, Gila Gamliel, publicó un informe oficial, que versa sobre la apropiación y toma de control de Gaza por parte de Israel. El informe presenta tres opciones para el final del juego israelí, tras la «esperada derrota de Hamás». El periodista israelí Yuval Abraham resume el informe de la siguiente manera:
El documento recomienda clara e inequívocamente el traslado de los civiles de Gaza como el resultado preferido de la guerra […]. El programa de traslado se divide en varias fases: en la primera, es necesario actuar para transferir a la población hacia el sur de la Franja, mientras que los bombardeos de la Fuerza Aérea se centran en la sección norte. La segunda fase será el ataque terrestre que conducirá a la ocupación total de la Franja, de norte a sur, así como a «la limpieza de los búnkeres subterráneos de los combatientes de Hamás». Paralelamente a la ocupación, los civiles serán expulsados al Sinaí egipcio, abandonando la Franja, y nunca se les permitirá volver (7).
Esta es una de las ideas y planes más antiguos del proyecto sionista. Desde Theodor Herzl hasta David Ben-Gurion, el sueño de expulsar a los palestinos de su tierra ha animado el imaginario sionista. El 12 de junio de 1895, Herzl dedicó veinte páginas de su diario secreto a describir la toma de Palestina y la expulsión de su población árabe. En la entrada de su propio diario del 12 de julio de 1937, Ben-Gurion escribió: «El traslado obligatorio de los árabes de los valles del Estado judío propuesto podría darnos algo que nunca tuvimos [una Galilea libre de árabes], ni siquiera cuando nos valíamos por nosotros mismos durante los días del Primer y Segundo Templo» (8). Una idea de ese tipo puede llevarse a cabo ahora, siendo la posición general predominante en Israel. Más de un siglo de aspiraciones, planificación y sometimiento sionistas parece a punto de hacerse realidad.
Otro punto crucial debe ser considerado cuidadosamente. Israel no tiene un plan de salida, un hecho conocido incluso por Estados Unidos y el Reino Unido, a pesar de su criminal apoyo a la acción genocida israelí. Teniendo en cuenta el número de veces que Israel ha anunciado que pretende destruir a Hamás, y el número de comandantes de Hamás que ha asesinado por diversos medios (incluidos misiles, bombas y veneno), está claro que cada intento de este tipo ha producido una organización de resistencia más focalizada y eficaz. Hamás está lejos de ser una mera organización militar; es un movimiento político, que construyó un sistema de bienestar en Palestina donde no existía ninguno. Controla numerosas organizaciones benéficas, hospitales, clínicas, escuelas, universidades, colegios, instituciones de gobierno local: es la sociedad de Gaza. Sin Hamas, Gaza está condenada y las ideas que circulan por ahí sobre que la Autoridad Palestina se haga cargo de la Franja son tonterías, exactamente igual que la solución de los dos Estados, finiquitada por el sabotaje israelí y revivida puntualmente en cada crisis como la «única solución» al «problema de Palestina».
La verdad es que habiendo «destacado de modo sobresaliente» en la implementación de soluciones militares durante más de setenta y cinco años de ocupación, Israel es incapaz de explorar opciones no militares. Esto es cierto en lo que respecta a sus dirigentes políticos y militares, así como a la mayoría de la población judío-israelí: nunca han considerado siquiera una solución cívica y son incapaces de imaginarla. Ningún partido israelí ha considerado siquiera esta opción. La OLP ofreció a Israel exactamente esta solución antes de 1988: un Estado único, laico y democrático para todos en Palestina, judíos y árabes, que incluyera el regreso de los refugiados. Para los israelíes, esas ofertas eran despreciables y se las tomaban a risa. El sionismo no estaba dispuesto a renunciar a su dominio sobre Palestina. Así pues, el final del juego en Gaza, el único que los israelíes son capaces de imaginar, es el de siempre: la limpieza étnica. Este proyecto de «transferencia obligatoria» es ahora presentado de nuevo por los criminales socios occidentales de Israel como una «nueva idea para resolver el conflicto», mientras Egipto y otros países árabes son presionados para que lo tomen en consideración, ofreciéndoles sumas de dinero o, en el caso de Egipto, la condonación de su deuda con el FMI.
Así pues, ahí lo tenemos. Israel ha actuado de acuerdo con este plan viejo de décadas, revivido ahora que las condiciones parecen adecuadas para el gobierno israelí. Hemos sido testigos de cómo el programa de tres fases toma forma en el terrible paisaje de la Gaza posapocalíptica.
Las FDI, autoras y artífices de la Nakba de 1948 y de la Naksa de 1967, están llevando a cabo la tercera fase de la Nakba en 2023. Es poco probable que sea la última. Todavía hay casi 5 millones de palestinos entre el río y el mar. Los dirigentes de Occidente, en su decadencia política y moral, han suscrito con entusiasmo este plan sin siquiera leerlo. Ahora no sólo están avalando el genocidio perpetrado en Gaza, sino también garantizando que la destrucción de Oriente Próximo que ha perpetrado durante décadas probablemente desencadene el próximo conflicto regional o incluso mundial. Al igual que Israel, no pueden imaginar opciones no violentas: se acostumbraron a vivir con la espada. Esto puede garantizar que el declive de Occidente acabe también con la civilización moderna.
No hay que olvidar un último punto, aunque pocos lo han comentado o siquiera mencionado. Durante toda una década, los socios del apartheid israelí han gastado dinero, tiempo y esfuerzo en utilizar la definición de la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA) para atacar y difamar a numerosas figuras públicas en Gran Bretaña y en Estados Unidos. El caso de Jeremy Corbyn es el más conocido, debido a la serie de Al Jazeera The Lobby, pero muchas personas así difamadas eran miembros judíos del Partido Laborista expulsados por apoyar los derechos palestinos. Este falso antisemitismo ha socavado el trabajo de muchos activistas por la paz de la izquierda y ha confundido a la opinión pública. El falso antisemitismo se ha convertido en la dieta diaria de políticos y medios de comunicación y las acusaciones contra «el tipo equivocado de judíos» han convertido el antisemitismo en un arma al servicio del sionismo.
Lo ocurrido desde el 7 de octubre ha cambiado todo esto. Millones de personas de todo el mundo occidental han visto cómo sus comunidades judías, alentadas por los dirigentes sionistas, presionaban a sus respectivos gobiernos nacionales para que apoyaran a Israel y cómo su voz comunitaria se utilizaba para apoyar una guerra genocida, que aún continúa mientras se escriben estas líneas. Estas comunidades judías han utilizado los medios de comunicación para persuadir a la gente de que todos los judíos apoyan estos crímenes, dando a entender que todos los judíos son racistas sionistas. Esta muestra de apoyo por parte de la totalidad de las voces judías institucionales de Occidente ya ha provocado la mayor tasa de incidencia de antisemitismo jamás registrada. Israel ha conseguido reanimar los movimientos antisemitas que habían desaparecido de esas sociedades para exportar su odio a los no judíos al mundo occidental y a otros lugares. Como nos dijo Marx: «El antisemitismo es el socialismo de los lerdos». Al afirmar que todos los judíos son sionistas, los antisemitas tienen ahora una base material para elaborar su racismo, ya que no distinguen entre sionistas y antisionistas o no sionistas. Israel no sólo ha sido incapaz de proteger a sus ciudadanos, sino que ha puesto a las comunidades judías de todo el mundo en peligro y los líderes de estas comunidades han caído voluntariamente en esta trampa. Israel ha exportado con éxito su odio racista a la comunidad mundial con la ayuda de los dirigentes occidentales, que siguen apoyando sus crímenes. Un «beneficio» adicional de todo ello es el crecimiento paralelo de la islamofobia en todo el mundo occidental, una evolución aterradora y peligrosa en comunidades ya afectadas por esta lacra y que amenaza a las sociedades que acogen a migrantes musulmanes, que han huido de países devastados por la guerra y que ya están sufriendo los resultados de la acción militar occidental.
Debemos ser conscientes de que una sociedad como aquella en la que se ha convertido la sociedad israelí es totalmente inviable. El sionismo ha empujado ahora a Israel a lo que creo que es la fase terminal de su atrocidad colonial. Yo y muchos otros activistas judíos e israelíes sostuvimos durante años que la única solución viable y justa al conflicto colonial en Palestina es el Estado único, democrático y laico en toda Palestina, la solución que ofrecía la OLP antes de 1988. Hoy, debido a la influencia destructiva de las potencias occidentales, esa solución es aún menos probable que antes. Ahora es difícil imaginar que los palestinos acepten vivir codo con codo con sus genocidas israelíes. Sin embargo, ésta sigue siendo la única solución justa y viable. Si esta hipótesis se abandona, como se hizo en 1947, en 1967 y en 1993, en favor del fantasma de los dos Estados o de cualquier otro acuerdo colonial controlado por Israel y forzado por Estados Unidos, es poco probable que el genocidio actual sea el último cometido en Palestina.
2. Véase Haim Bresheeth-Žabner, An Army Like No Other: How the IDF Made a Nation, Londres, 2020, pp. 72-74