Análisis
Del egoísmo voluntario a la “obligación” de solidaridad: el tabú del dinero en los movimientos sociales

Si queremos tener las mínimas condiciones de posibilidad para enfrentar las crisis que ya están abriendo el mundo en canal, tenemos que avanzar y consolidar mayores niveles de solidaridad material entre “nuestra gente”.
Silvia Federici calle
Conversatorio con Silvia Federici en Vallecas. Foto: La Villana
Militante de La Villana de Vallekas y de CGT-UCM
6 jun 2023 09:31

En La razón neoliberal, una impresionante investigación sobre las economías populares en Buenos Aires, Verónica Gago acuña el concepto de neoliberalismo desde abajo. Con ese término, Gago conseguía captar la contradicción existente entre unos gobiernos denominados posneoliberales que “por arriba” lanzaban políticas contra la desigualdad, y una sociedad “por abajo” donde estaban cuajando pragmáticas de cálculo propiamente neoliberales: por ejemplo, con la extensión del consumo a crédito, con los múltiples mecanismos formales e informales de endeudamiento, y en general, con lo que se ha dado en llamar la financiarización de la vida cotidiana.[1]

A partir de investigaciones como las de Gago, algunas preguntas importantes nos interpelan en nuestro propio contexto: ¿hasta qué punto las lógicas neoliberales del cálculo —y más específicamente, del cálculo individualista— nos moldean en nuestras acciones económicas? ¿Cuánto han permeado los comportamientos económicos egoístas en la sociedad en general, y más en particular, en los de quienes militamos por transformar el capitalismo? O formulado más en positivo: ¿cómo podríamos revertir estas tendencias desde abajo, y construir formas de solidaridad material más ambiciosas que, sobre todo, nos permitan enfrentar las crisis que ya están aquí? ¿Qué sería entonces lo opuesto a la cultura económica del “neoliberalismo desde abajo”?

Si el keynesianismo desde arriba organizó desde el Estado un sistema de redistribución y Seguridad Social podríamos imaginar un keynesianismo “desde abajo” en el sentido de un sistema de redistribución y Seguridad Común organizado desde los movimientos de base

Liberales, egoístas, y estúpidos

Si asumimos la clásica contraposición, al neoliberalismo desde abajo podríamos oponerle una suerte de “keynesianismo desde abajo”. El keynesianismo “desde arriba” es bien conocido: en su astuta argumentación, Keynes trató de convencer a los empresarios liberales de la bondad de las políticas socialdemócratas a partir de la idea de que tales políticas irían en su perjuicio si y sólo si actuaban como empresarios aislados dirigidos a su máximo beneficio con el mínimo gasto. Pero según Keynes, si una proporción del beneficio de todos los empresarios individuales se destinase a la inversión pública (vía impuestos) y al consumo (vía subida salarial), saldrían ganando no solo los consumidores, sino también el conjunto de los capitalistas que, de paso, contrarrestarían la pulsión comunista y la lucha de clases mediante la integración obrera en la clase media. Es decir, Keynes invitaba a los empresarios a actuar como sujetos colectivos, defendiendo que el resultado sería un “win-win”. O en palabras más llanas, concebirse como empresarios individuales no solo es que fuera sociológicamente cuestionable, sino que además era económicamente estúpido.[2]

Si el keynesianismo desde arriba organizó desde el Estado un sistema de redistribución y Seguridad Social —como bien sabemos, sobre la base de un movimiento obrero masivo que participó profundamente en ese Estado— podríamos imaginar un keynesianismo “desde abajo” en el sentido de un sistema de redistribución y Seguridad Común organizado desde los movimientos de base que contribuyese a reorganizar nuestros consumos aislados, de manera que invirtamos cada vez mayores proporciones de nuestros recursos individuales en instituciones que cubran cada vez más nuestras necesidades colectivas —de ello hablaremos más abajo—. Porque seguir operando como individuos egoístas no solo es moralmente sancionable, sino además económicamente estúpido, si se nos permite hacer esta interpretación heterodoxa del bueno de Keynes.

Impuestos, crowdfundings, y taxpayers

Otra importante herencia del keynesianismo desde arriba en nuestra cultura económica aparece en las habituales discusiones sobre los servicios públicos, en las que pocas personas con conciencia social se oponen a que el Estado nos “imponga impuestos”, ya que sirven para financiar la sanidad y la educación —o el ejército y la policía, podríamos añadir—. Sin embargo, es curioso que en la cultura económica de los movimientos alternativos nos resultaría excepcionalmente extraño, sino hostil, que en nuestro colectivo nos “impusiéramos impuestos”, ya que nuestros modelos habituales de financiación se basan en formas de consumo fundamentalmente “libres” —como fiestas, camisetas, comidas, chapas, etc.— o en sistemas de cuotas “voluntarias” —como mecanismos de suscripción, socias o campañas de crowdfunding—.

De este modo, resulta paradójico que, por un lado, a una institución tan poco democrática como es el Estado le otorguemos tanta legitimidad para “meternos la mano en el bolsillo” —en la conocida metáfora anarcoliberal— mientras que a los propios colectivos que hemos construido con nuestras propias manos no les consentiríamos que nos “obliguen” económicamente a casi nada. Igualmente, es llamativo que exijamos con tanta pasión una mayor progresividad fiscal al Estado, pero en nuestras propias asociaciones rara vez proponemos —y mucho menos “exigimos”— una progresividad en las contribuciones ligada a renta, clase o potenciales herencias que, en general, suponen cantidades muy pequeñas al menos en comparación con la proporción de impuestos que con toda naturalidad asumimos que debemos pagar [3]. Pero frente a la defensa anarcoliberal del libre egoísmo de los taxpayers, aquí defenderemos lo que podríamos denominar una obligación de solidaridad no estadocéntrica.

La “obligación” de solidaridad

No es casualidad que, dentro de los movimientos de base, la gran excepción en este sentido sean los sindicatos de ámbito laboral, donde las cuotas de afiliación no son nunca voluntarias, y tampoco a día de hoy a nadie se le ocurriría cuestionar su obligatoriedad para quienes cobran regularmente un salario. Además, la cuantía de las cuotas no es homogénea sino que suele ligarse a cada categoría y situación laboral. Si rebuscamos en la genealogía de esta cultura económica sindical, múltiples referencias explican el fuerte arraigo del común de los obreros, por ejemplo, como cuentan Christian Laval y Pierre Dardot: “No hay solidaridad sin obligaciones morales y jurídicas que la impongan… Esta obligación de solidaridad supone una disciplina colectiva que los sindicatos explicitan a veces de forma muy precisa… Es mediante estas reglas de obligación mutua impuestas por sus organizaciones como los obreros forman, no sólo una clase sino una sociedad” [4] (las cursivas son mías)

Como puede verse, es paradójico que los términos “obligación” o “imposición” que asumimos pasivamente cuando vienen del Estado, en cambio, si vinieran de nuestros propios colectivos nos sonarían tremendamente hostiles, a pesar de que se encuentran en las raíces históricas de la solidaridad de clase. Así, tal y como explicaban Laval y Dardot, en la sociedad obrera —como en cualquier sociedad imaginable, a excepción de la capitalista— la solidaridad colectiva es fundamentalmente una “obligación” porque sería inconcebible como mera “opción” o “elección”. La solidaridad era obligatoria sencillamente porque ser esquirol en una huelga no es una opción si en ella todos nos jugamos nuestro futuro; la insolidaridad individual no es una elección si compartimos el principio esencial de que cada cual debe aportar según su capacidad; la solidaridad, en fin, no puede ser más que una obligación como lo es compartir la comida entre quienes nos sentamos a comer en la misma mesa.

Para agrietar y revertir la cultura económica neoliberal, lo que estamos proponiendo es actualizar nuestras prácticas de (p)redistribución material, que podemos llamar keynesianismo desde abajo, economía de lo común, o sencillamente, apoyo mutuo

Por tanto, para agrietar y revertir la cultura económica neoliberal, lo que estamos proponiendo es actualizar nuestras prácticas de (p)redistribución material, que podemos llamar keynesianismo desde abajo, economía de lo común, o sencillamente, apoyo mutuo. Como es bien conocido, el mutualismo es la lógica de reciprocidad que subyace a lo que históricamente fueron las llamadas sociedades de “socorro mutuo” [5] —que son el germen organizativo tanto de las aseguradoras como de la Seguridad Social estatal— y más en general, de las infinitas estrategias e instituciones de autodefensa y autotutela desarrolladas por el sindicalismo, por el cooperativismo, y por cualquier movimiento que haya logrado sostenerse como tal a lo largo de la historia.

En un caso pequeño pero cercano, este debate se nos está abriendo en el Centro Social La Villana de Vallekas después de que el pasado enero decidiéramos afrontar el proceso de compra de un local. Tras diez años de un alquiler financiado por ya más de 300 socias, hemos decidido hipotecarnos e invertir colectivamente un monto de unos 600.000 euros. Todo ello, además, con un enorme trabajo organizativo —en el que tenemos puesta muchísima ilusión, gracias—. Y a partir de esta apuesta, se nos están abriendo grandes preguntas: ¿podemos seguir reproduciendo el centro social con el mismo sistema de socias y donaciones discrecionales y “voluntarias” con el que hemos funcionado los anteriores años de alquiler? Si colectivamente hemos decidido dar un salto con un alto coste económico y un gran compromiso a futuro, ¿no deberíamos también dar un salto en los mecanismos de nuestra propia financiación? Y más ambiciosamente, ¿podría esta apuesta servirnos para contribuir a transformar la cultura económica neoliberal que en buena medida nos atraviesa también dentro de los movimientos sociales? Porque como muy bien nos ha explicado Gago, el neoliberalismo no es una cosa ahí “arriba” que se nos impone como víctimas, sino que siempre es mucho más ambivalente y de nuestras propias prácticas también depende su concreta transformación.

Por un “deseo de obligarnos”

En conclusión, tenemos que reconocer autocríticamente que también en nuestros propios movimientos a menudo nos han permeado algunas ideas de “cálculo” y de “libertad” fuertemente individualistas, lo que, sin duda, es una de las causas de nuestras relativas debilidades para enfrentar la complicada situación política que nos viene.

Sin embargo, y a pesar de la cierta nostalgia que podría desprender el relato anterior sobre la vieja solidaridad obrera, tenemos que seguir pensando de manera más compleja la dicotomía simple entre voluntad individual y obligación colectiva: porque tampoco querríamos hacer aquí una apología de las “obligaciones” por fuera de la potencia que también existe en muchos de nuestros deseos de libertad. Porque, ¿desde dónde, cómo y a quién vamos a “obligar” a qué?

No somos ya perfectamente conscientes de que un anticapitalismo mínimamente solvente no se sostendrá con unos “granitos de arena”, unos ratitos del tiempo “libre”, y un 1% de nuestros sueldos dedicados a cuotas “voluntarias” y crowdfundings?

Podría parecer paradójico pero, ¿no estamos en una época en la que anhelamos un cierto “deseo de obligarnos”? En una época de dispersión desorganizada, desorientación política e incertidumbre cortoplacista, ¿no sería en cierta medida liberador que democráticamente nos “autoimpusiéramos” algunas reglas más estables para comprometernos más —económicamente, y en general— con los espacios comunes que tan vitales nos resultan para sostenernos? Si realmente nos creemos lo que decimos, y si realmente deseamos —y dependemos de— las infraestructuras compartidas, ¿por qué no nos “obligamos” colectivamente a mucho más? ¿No somos ya perfectamente conscientes de que un anticapitalismo mínimamente solvente no se sostendrá con unos “granitos de arena”, unos ratitos del tiempo “libre”, y un 1% de nuestros sueldos dedicados a cuotas “voluntarias” y crowdfundings?

Para cabalgar la próxima crisis —surfear la ola, aguantar el tirón… usad la metáfora que queráis—, tendríamos pues que comunizar, colectivizar, socializar —usad el verbo que queráis— cada vez más porciones de nuestras propias vidas: concretamente, más horas de “mi” tiempo, más carga de “mi” trabajo, más aportaciones de “mis” ingresos y “mis” ahorros, más donaciones de “mis” propiedades. Porque si todos lo hacemos, no hacerlo es estúpido, nuestra riqueza será mucho mayor, tendremos muchos más recursos para defendernos, y sobre todo, viviremos mejor.

Con todo, hay que evitar sin duda que nos flagelemos a priori como seres intrínsecamente egoístas ni podemos esperar que repentinamente se produzca un proceso heroico de colectivizaciones; tampoco se trata de culpabilizar como “privilegiado” a quien dispone de algo más frente a quien dispone de algo menos, ni querríamos aquí alimentar una nueva guerra por “el narcisismo de las pequeñas —o no tan pequeñas— diferencias” de clase dentro de los espacios colectivos. No obstante, sería ingenuo omitir que, la otra cara de la obligación de solidaridad, son lógicamente las sanciones simbólicas o materiales hacia la insolidaridad: otro gran tema tabú sobre el cual sería conveniente reflexionar.

Se trata, en síntesis, de que si queremos estar a la altura de los tiempos históricos que vienen, si queremos tener las mínimas condiciones de posibilidad para enfrentar las crisis que ya están abriendo el mundo en canal, tenemos que avanzar y consolidar mayores niveles de solidaridad material entre “nuestra gente”, porque debemos, porque nos lo creemos, y en fin porque así lo deseamos.

[1] Verónica Gago, La razón neoliberal. Madrid: Traficantes de Sueños.
[2]Sobre la lectura heterodoxa de Keynes que estamos haciendo, remitimos por ejemplo a Obreros y Ciudadanos de Andrés Bilbao (pp. 39-76). Madrid: Trotta.
[3]En contra del sentido común de la izquierda estadocéntrica actual frente al discurso neoliberal, la historia de la imposición de «impuestos» ha sido un fortísimo motivo de lucha popular, como por ejemplo relataba E. P. Thompson en el gran clásico La formación de la clase obrera en Inglaterra. Madrid: Capitán Swing (por ejemplo, pp. 107, 117-8).
[4] En referencia a Maxime Leroy, Christian Laval y Pierre Dardot, Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI (p. 441-2). Barcelona: Gedisa.
[5] E. P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra (apdo 12.2, «Los rituales de la solidaridad»). Madrid: Capitán Swing.
Informar de un error
Es necesario tener cuenta y acceder a ella para poder hacer envíos. Regístrate. Entra en tu cuenta.

Relacionadas

Música
Música Réquiem por Las Víctimas Civiles, el grupo que mejor cantó a la socialdemocracia (y a la tibieza)
Las Víctimas Civiles, el singular proyecto musical encabezado por Héctor Arnau, se resiste a sacar la bandera blanca en su lucha contra el miedo ensordecedor y el aburrimiento. Pero parece que el final de la batalla se acerca.
Centros sociales
Centros sociales La Policía Nacional desaloja sin orden judicial el CSO La Atalaya
Una veintena de furgones policiales desaloja la sede del centro social ocupado en Vallecas que llevaba diez años siendo un punto neurálgico de cientos de colectivos sociales de todo Madrid.
gabrielfdpb
7/6/2023 12:23

Interesantísimo, gracias.

0
0
Ibex 35
Ibex 35 Las retribuciones de los grandes empresarios multiplican por 118 lo que ganan sus trabajadores
Los directores y ejecutivos de Inditex, Banco Santander, Iberdrola, Indra, CIE Automotive y otras empresas del Ibex 35 multiplican por cientos de veces los sueldos medios de sus empleados.
Que no te cuenten películas
Comunidad El Salto Suscríbete a El Salto y llévate seis meses de regalo a Filmin
Estas navidades, haz posible que El Salto llegue más lejos con sus contenidos críticos y llévate de regalo medio año de Filmin. Y si ya tienes Filmin, suscríbete a El Salto y regala el acceso a esta plataforma a quien quieras.
Catalunya
Derecho a la vivienda La “revuelta de las llaves” echa a andar con tres huelgas de alquileres en Catalunya
Tres promociones de vivienda deciden ir a la huelga de inquilinos, una de las medidas defendidas por las manifestaciones del 13 de octubre y el 23 de noviembre en Madrid y Barcelona para hacer frente a los alquileres impagables.
Galicia
Economía ¿Quién lidera el negocio del eucalipto en Galicia al que Altri quiere sumarse?
El estallido social que ha producido el intento de la multinacional Altri y la Xunta de instalar una nueva celulosa en Galicia abre la necesidad de poner el foco en el sector forestal, donde se encuentran algunas de las mayores fortunas del Estado.
Inteligencia artificial
Inteligencia artificial Los creadores rechazan las licencias ampliadas para el uso de sus obras en la IA: “Es un genocidio cultural”
El Real Decreto para regular la concesión de licencias colectivas ampliadas para la explotación masiva de obras protegidas por derechos de propiedad intelectual para el desarrollo de modelos de Inteligencia Artificial recibe un rechazo generalizado.

Últimas

Personas sin hogar
Personas sin hogar Encierro en el Ayuntamiento de Granada para reclamar albergues para las personas sin hogar
Decenas de activistas exigen tratar, en el Día Internacional de los Derechos Humanos, con la alcaldesa de la ciudad sobre la necesidad de medidas urgentes ante la gravísima situación de las personas sin hogar en plena ola de frío.
Opinión
Tratados UE-Mercosur, el acuerdo que acabará con el modelo de agricultura europeo
Toda la producción agroalimentaria familiar, de pequeña escala y que desarrollan la economía local va a salir perdiendo, sea en Europa o los cuatro países latinoamericanos.
Siria
Siria Israel bombardea la transición siria
Mientras el nuevo gobierno del país intenta proyectar legitimidad dentro y fuera de sus fronteras, el ejército sionista expande su control del territorio en los Altos del Golán, y Europa congela miles de solicitudes de asilo de personas sirias.
Derecho a la vivienda
Derecho a la vivienda La moratoria del ‘escudo social’ no ha servido para impedir tres de cada cuatro desahucios
Un redactado poco claro, que deja libertad a los jueces para saltarse la moratoria, limita su alcance. A pocas semanas de su fin, organizaciones de vivienda piden que sea mejorada, ampliada y convertida en permanente.
Baleares
Memoria histórica Acuerdo en Baleares entre la izquierda y el PP para no derogar la ley de memoria histórica
El Govern ya no buscará los apoyos de la ultraderecha en los presupuestos ni cumplirá con uno de los puntos más calientes del programa, como era la derogación de la ley de memoria democrática.
Más noticias
Tribuna
Tribuna El día después del derrocamiento de Al Asad en Siria
El pueblo sirio ha sufrido lo indecible en los últimos años en sus aspiraciones de soberanía y de liberación. La pregunta ahora es ¿cómo se va a reconfigurar el reparto de poder en Siria y en la región?
Tren de alta velocidad
Explotación laboral Huelga en Iryo para los días clave de Navidad: “Solo queremos que respeten el Estatuto de los Trabajadores”
CGT convoca paros los días fuertes de estas vacaciones para, antes de comenzar a negociar un convenio propio, conseguir el abono de dietas a la plantilla de tripulación y el cobro del plus de nocturnidad.
Estados Unidos
Estados Unidos Detenido el presunto autor del asesinato de un CEO: “Parece que tiene mala voluntad hacia las corporaciones”
El presunto asesino del director ejecutivo de UnitedHealth, Brian Thompson, ha elogiado en un manifiesto a Unabomber, el terrorista de la derecha estadounidense que en los 80 cometió varios atentados con fines políticos.

Recomendadas

Siria
Rojava El rompecabezas sirio que estalló en Alepo
El nuevo escenario sirio se ha gestado bajo la intervención implacable de Turquía, patrocinadora del Ejercito Nacional Sirio y otros grupos yihadistas que libran la guerra de Erdogan contra el pueblo kurdo.
Cine
Ramón Lluis Bande “Asturies tiene sin construir el relato de su tiempo revolucionario”
El cineasta Ramón Lluis Bande entiende la memoria histórica como un “camino de exploración formal infinito” y de reflexión sobre el propio lenguaje cinematográfico “en relación con la realidad, la historia, el arte y la política”.
Fondos buitre
Madrid Ecosol, la cooperativa agroecológica que lucha por sobrevivir al desalojo del fondo buitre Élix Rent
Este gigante inmobiliario, que ya ha logrado hacerse con la práctica totalidad del edificio que alberga el proyecto, se niega a renovar su contrato de alquiler ya que busca rehabilitar el inmueble y alquilarlo a precios desorbitados.
Siria
Siria Cuando el miedo a la deportación es real: obligados a volver a Siria
Turquía lleva mucho tiempo deportando a los refugiados sirios. Aunque intenta justificar sus prácticas ante la comunidad mundial, estas vulneran el derecho internacional.