Eduardo Verástegui
Selfie de Eduardo Verástegui con Santiago Abascal publicado en Twitter

Análisis
Eduardo Verástegui, el representante en México de la ola regional de derecha radical

Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina, Kast en Chile… y ahora México. El fundamentalista católico Eduardo Verástegui se suma a la campaña presidencial y aspira a robarle al nuevo Frente Amplio la representación del “antimorenismo”.

México avanza hacia las elecciones del 2 de junio de 2024. Resta más de medio año para los comicios, pero ya hay tendencias que parecen irreversibles. Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, dispone de arrolladores resultados en buena parte de las encuestas nacionales. Tras dirimir parcialmente su interna, confirmando a Claudia Sheinbaum como su candidata a la presidencia, las expectativas del bloque oficialista mexicano son altamente optimistas. Ni siquiera la respuesta díscola de Marcelo Ebrard amenazando con una concurrencia electoral por fuera de Morena pone en jaque la ventaja del bloque en la política mexicana.

La oposición a Morena ha logrado agruparse atropelladamente en torno al peculiar Frente Amplio por México, donde conviven los tres actores que habían venido disputándose las principales cuotas de poder en el país: el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el histórico Partido Revolucionario Institucional (PRI). La crisis que atraviesa la percibida como “política tradicional mexicana” —en particular el PRI— ha conducido a esta coalición que pretende aupar a la presidencia a su candidata de consenso Xóchitl Gálvez. El único pegamento entre los tres partidos es la oposición al gobierno de López Obrador a través de la cual tratan de sobrevivir en medio de un huracán electoral que ya coloca a Morena al frente de 23 de los 32 estados mexicanos.

Llegó Eduardo Verástegui

La figura política de Eduardo Verástegui ha dado un paso adelante en este contexto de grandes expectativas electorales por parte de Morena y de una oposición descompuesta y con el manual de supervivencia encima de la mesa. Verástegui viene del mundo de las pantallas: es actor y productor. No obstante, lo relevante del fundador de Viva México son sus conexiones ideológicas; el hecho de que HazteOir le premiara en 2009 luego de definir a la interrupción voluntaria del embarazo como “un colosal y trágico fracaso” y un “holocausto silenciado” sirve por sí mismo como rápida descripción. Abascal, Bolsonaro y Trump son algunos de sus aliados internacionales.

Verástegui sueña con “un México que le permita a Dios ser el centro de nuestra nación”. Su plataforma no da demasiadas pistas sobre sus posicionamientos en materia de modelo de acumulación o de régimen de propiedad (aunque no es particularmente complicado adivinar su postura a este respecto); tampoco profundiza en el cómo de su objetivo de lograr “que millones de mexicanos logren superar sus actuales condiciones de pobreza”. Sin embargo, sus redes sociales, así como las de sus seguidores y su movimiento, permiten adelantar algunos de los elementos fundacionales de su candidatura —que debe, todavía, pasar el filtro de la recogida de firmas— es antifeminista, anticomunista y fundamentalista católico; es, pues, la forma específica que ha tomado en México la nube de derechas radicales que se cierne sobre América Latina desde hace unos cuantos años.

La crisis de representación de los partidos tradicionales abre una ventana de oportunidad para que un outsider cope el relato antiizquierda

Su empeño político no es descabellado. La derecha del PRI y sus recién estrenados acólitos PAN y PRD no pasan por su mejor momento. La representatividad del antimorenismo está todavía abierta, en cierta medida porque el partido del presidente López Obrador todavía no es percibido como establishment a pesar de dirigir ya buena parte de las instituciones sometidas a sufragio en el país. La popularidad de AMLO y la fuerza electoral de Morena hacen casi imposible una victoria electoral de quien se postule como enfrentado al gobierno nacional… por ahora. La victoria del oficialismo en junio de 2024 es altamente probable, pero por delante quedarán múltiples elecciones estatales en las que la competitividad del Frente Amplio no está asegurada. La crisis de representación de los partidos tradicionales abre una ventana de oportunidad para que un outsider cope el relato antiizquierda.

Esto, de hecho, ha ocurrido ya anteriormente. La “grieta” oficialismo-antioficialismo ha alterado las relaciones tradicionales de los sistemas políticos latinoamericanos en múltiples países, abriendo la puerta a que nuevos espacios políticos se arroguen la representación del rechazo a determinado gobierno de izquierdas. Argentina es un caso paradigmático de este proceso. La percepción de doble fracaso —primero, del antiperonismo de Mauricio Macri; después, del peronismo de Alberto Fernández— posibilitó la emergencia de un tercer actor por derecha: Javier Milei.

Sidecar
Sidecar La cuestión mexicana
Ahora, se insta a la izquierda a convertirse en populista: un “populismo de izquierda” en teoría, pero un centrismo más en la práctica. La lección que la izquierda debería extraer de México, sin embargo, es evitarlo.

¿Pero puede suceder algo similar en México? Probablemente, no, al menos en las próximas elecciones de 2024. En México no hay una percepción de fracaso doble que conduzca a una síntesis de tercera vía. El proyecto de Morena no está agotado y, en cierta medida, todavía representa una impugnación al orden político tradicional; Morena es relativamente outsider a pesar de sus ya cuatro años de gobierno. No obstante, sí existen algunas condiciones posibilitantes en el medio y largo plazo. Por ejemplo, la apelación a una religiosidad fundamentalista podría llegar a calar en importantes estratos del país, toda vez que Morena comience a ser visto como un actor político desafiante del orden moral católico. Viva México y Eduardo Verástegui pueden aspirar a ser la primera fuerza del antimorenismo valiéndose de la debilidad del PRI y del arco opositor en su mayoría, “derechizando” el discurso opositor y preparándose para un asalto electoral cuando Morena comience a sufrir desgaste como consecuencia del accionar de gobierno y, con toda probabilidad, del juego mediático de determinados actores nacionales.

El bloque ultraderechista regional

México parece tener la vacuna contra la derecha radical, pero con toda seguridad esta situación no se mantendrá eternamente. La confianza en López Obrador deberá atravesar el bache dejado por su salida de la política y trasvasarse a la —probable—- futura presidenta Claudia Sheinbaum. La imponente mayoría que recibe en los comicios nacionales recuerda a aquella que en algún momento disfrutaron el chavismo en Venezuela, el correísmo en Ecuador o el kirchnerismo en Argentina. Si la victoria del movimiento se constata en junio, el elemento que definirá al sistema político mexicano en los próximos años será la pugna entre el Frente Amplio —si sobrevive— y la ultraderecha de Viva México.

Apoyadas en la lógica pendular de la política latinoamericana, la victoria intrabloque sobre las derechas tradicionales ha posibilitado el ascenso de las derechas radicales a los gobiernos o a la primera línea de oposición en múltiples países. Con todo, el caso de Verástegui ayuda a comprender la diversidad interna del bloque de las derechas radicales en la región. El anarcocapitalismo anticomunista y conservador de Javier Milei y La Libertad Avanza comparte esquema regional con el pinochetismo antifeminista de José Antonio Kast y el Partido Republicano de Chile, con el fundamentalismo católico, el anticomunismo y las tendencias golpistas de Bolsonaro y el Partido Liberal, y, ahora, con el antifeminismo anticomunista de Verástegui y Viva México.

Los diversos movimientos de derecha radical se postulan como impugnatorios. Ponen en cuestión las estructuras fundamentales del sistema político nacional

¿Qué une, pues, a las distintas expresiones de derecha radical en América Latina? En primera instancia, los diversos movimientos de derecha radical se postulan como impugnatorios. Ponen en cuestión las estructuras fundamentales del sistema político nacional, negando los clivajes tradicionales e incluso amenazando a las instituciones que conforman la superestructura de estos países. Al mismo tiempo, y pese a sus divergencias específicas, son movimientos antiprogresistas y antiizquierda. Sobre qué pongan el foco dependerá de decisiones tácticas y de relaciones internas entre los bloques adheridos al movimiento.

Por ahora, el ascenso de estas fuerzas a la primera plana de la política nacional ha dependido de su capacidad de acumulación de aciertos tácticos para desbancar (vía entrismo en los partidos tradicionales o vía configuración de una tercera fuerza) a la derecha tradicional. La pérdida de capacidad de convocatoria de las derechas tradicionales es elemento posibilitante de su ascenso. Juntos por el Cambio agotó su proyecto tras el fracaso del gobierno de Mauricio Macri en Argentina, y el PRI se ahoga tras la debacle electoral que atraviesa. El escenario para la irrupción de Verástegui está parcialmente dado: en lo inmediato, podría desbancar al Frente Amplio y convertirse en el bloque de oposición a Morena; sin embargo, si las expectativas electorales de la izquierda mexicana se terminan cumpliendo, Viva México deberá contentarse con acumular capital político en las elecciones estatales durante el muy probable sexenio presidencial de Claudia Sheinbaum.

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