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Crisis climática
Activas y organizadas, seguimos luchando por la vida
El 27 de septiembre de 2019 salían a las calles miles de personas por todo el mundo reclamando mayores acciones frente a la emergencia climática. Bajo el lema Juntas por el Clima, en Madrid las manifestaciones internacionales tomaban forma. Esta movilización superó cualquier movilización climática anterior, si bien es cierto que meses después durante la COP25 esa cifra quedase pequeña en comparación.
El próximo 25 de septiembre nuevamente resurgirá el movimiento global que naciera bajo el impulso de Fridays for Future con una nueva convocatoria de Dia de Acción Climática. Sin duda, la situación en las que se producirán estas acciones en distintos lugares de toda la geografía mundial y de esta pequeña parte del mundo es muy distinta a lo que sucedía hace un año. La pandemia del COVID-19 y las emergencias que han provocado nos han mostrado sin duda las enormes problemáticas que conlleva nuestro inviable modelo de producción y consumo. Surge de nuevo el eterno dilema climático, como responder ante una amenaza global que requiere una transformación completa del sistema frente a las perentoriedades cotidianas para garantizar una vida en condiciones de dignidad.
Un dilema que es aprovechado espuriamente por los nuevos negacionistas y bloqueadores de la lucha climática. Un ejemplo claro lo han constituido las comparecencias que se han producido durante la tramitación de la ley de cambio climático en el Congreso de los Diputados. En las cuales se han escuchado falacias y medias verdades de algún partido político, de cuyo nombre no quiero acordarme, que se envuelve en la bandera del más asquerosos negacionismo climático y científico. También han sido una muestra clara del poder de los lobistas de las grandes empresas, que invitados a comparecer no han desperdiciado la ocasión para incrementar su poder y obtención de lucro económico. Resulta obvio para cualquiera que haya leído cualquier estudio científico, modelo o investigación climática la falsedad de sus argumentaciones, pero no podemos olvidar que tras ellas están los más oscuros de los intereses que se niegan a cualquier cambio que toque su status quo.
Las razones de la movilización climática se antojan hoy más fuertes que nunca. El conocimiento de lo que supone una emergencia, debería hacer entender la fundamental importancia de prevenir las peores consecuencias antes de que estas sucedan, de situar el conocimiento científico en el centro de las decisiones y hacer todo lo que sea necesario. Un hecho que Greta Thumberg dejó patente en su primera aparición en las cumbres del clima cuando dijo que “mientras no nos centremos en lo que debemos hacer y no en lo que es políticamente posible no seremos capaces de solucionar el problema”.
La tozuda realidad y la emergencia del COVID, muestra una vez más cómo son precisamente los colectivos más vulnerables los que reciben un mayor impacto de esa falta de actuaciones a tiempo. La creciente precarización que se ha agravado desde la crisis económica de 2008 o la vulneración de derechos tan fundamentales como la vivienda han vuelto a poner en la precariedad a las personas que poco a poco parecían salir del “bache”. En esta ocasión aún peor, ya que al amparo de los datos de incidencia del COVID en ciudades como Madrid muchos irresponsables políticos estigmatizan a muchas personas vulnerables para evadir la responsabilidad de sus inexistentes actuaciones. Los gobiernos apenas han tomado medidas para paliar el hacinamiento de muchas personas en viviendas, la necesidad de acudir a trabajar sea como sea tu estado de salud, o la imposibilidad de asumir económicamente las medidas de higiene necesarias, lo que hoy se traduce en que estas personas muchísimo más riesgo frente a la enfermedad (la del COVID y otras).
La mala noticia es que la ciencia está informando con claridad de que, si no actuamos ya, esto seguirá ocurriendo en un mayor grado y con una mayor incidencia ante las peores consecuencias del cambio climático. Fenómenos como las olas de calor o las lluvias torrenciales, donde la falta de unas viviendas adaptadas a las condiciones climáticas, el incremento de la pobreza incluida la energética o las transformaciones laborales afectan más a los más vulnerables.
Es momento de recapacitar, pasar de las palabras a los actos. Declarar la emergencia climática no debe ser un hecho meramente simbólico, debería empezar por generar un cambio en la forma en la que miramos el mundo.
Cuando se comparan los objetivos climáticos presentados por el gobierno vemos la sordera a las indicaciones científicas, que dicen con claridad que deberíamos casi triplicar nuestros compromisos. Al hablar de la recuperación económica se ve con claridad la sordera a la necesidad de cambiar el sistema para que no cambie el clima. Muchas personas pensarán que se ha avanzado algo ya que han escuchado en numerosas ocasiones a dirigentes decir que la recuperación deberá ser verde, unas declaraciones que chocan con la realidad de seguir apostando por el mismo camino que nos ha traído a la crisis ecológica y social actual. Parece que esta pretendida recuperación verde tras el COVID no va replantear en profundidad las necesarias transformaciones de nuestra economía, más bien parece destinada a salvar los muebles y seguir desarrollando y poniendo parches a sectores cada vez más inviables, apenas existe reflexión acerca de un sobredimensionado sector turístico, o de la viabilidad de grandes empresas contaminantes cuyos días están contados.
El movimiento climático por el contrario no está dispuesto a seguir en silencio mientras esto ocurre. Las señales cada vez son mas claras, hace apenas unos días, la ONU mostraba la falta de medidas de todos los gobiernos en frenar la enorme pérdida de biodiversidad, en palabras de Anne Larigauderie, secretaria ejecutiva del IPBES, el panel de expertos de la ONU sobre biodiversidad: “Estamos exterminando de forma sistemática el conjunto de seres vivos no humanos”.
Sobran las razones para continuar las movilizaciones, estamos ante un momento clave para tirar del freno de emergencia y repensar todo antes de que todo colapse. Y la respuesta del movimiento climático es clara, según el manifiesto para el próximo 25 de septiembre. Ante la emergencia ecológica hace falta que transformemos uno de los ejes estructurales de nuestro sistema: el trabajo, que hoy está estrechamente asociado a la precariedad, la desigualdad y la destrucción del territorio, y se sitúa de espaldas a la vida. Pero un nuevo modelo laboral justo y ecológicamente sostenible no se puede basar en una aparente descarbonización de las actividades empresariales. No podemos caer en las atractivas falsas soluciones del capitalismo verde, que nos hablan de los milagros imposibles y de los adelantos tecnológicos sin tener en cuenta su elevado coste energético y material ni los efectos sobre nuestras vidas. Por el contrario, es imprescindible reducir nuestro consumo de materiales y energía, acompañándolo de una redistribución del trabajo que garantice puestos de trabajo compatibles con una vida digna para todas las personas.
Avanzar en el proceso de descarbonización de la economía, desde los combustibles fósiles hacia las energías renovables y la movilidad sostenible, tiene que ir acompañado de medidas de transición justa para las personas trabajadoras y las zonas afectadas por esos cambios. Este nuevo modelo tiene que estar basado en procesos sostenibles que partan de comprender que somos cuerpos interdependientes y ecodependientes, generando sinergias con el entorno y entre las personas. La riqueza resultante tiene que distribuirse equitativamente y estar al servicio del conjunto de la población mundial mediante una fiscalidad justa, entre otros mecanismos.
Por todo ello, y mucho más, este viernes es necesario responder al llamamiento climático, porque, activas y organizadas, seguimos luchando por la vida.
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En tantas ocasiones, cuando se habla de cambio climático, se obvian las condiciones de trabajo y de vida de las gente trabajadora y de las clases populares, que recuperar ese enfoque me parece imprescindible. Aunque solo sea porque todas las evidencias demuestran que serán los más desfavorecidos, los que sostienen la pirámide del sistema quienes más pronto y con mayor gravedad los efectos del cambio climático y la actual locura capitalista.
No va a haber un cataclismo al estilo de las películas americanas que acabe por igual con ricos y pobres, lo que va a haber es un proceso imparable de destrucción del planeta que va a tener como primeras víctimas a los pobres, a los más desfavorecidos y a la gente de a pie y trabajadora. Cuanto antes nos demos cuento de ello, antes podremos reaccionar.
Buen artículo.