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Acuerdos comerciales
Conseguimos derrotar al TTIP. ¿Qué ha pasado desde entonces?
En 2015, millones de personas por toda Europa protestaban contra la firma del tratado transatlántico entre la Unión Europea y Estados Unidos (el conocido TTIP), que se había convertido en el símbolo del poder de las grandes corporaciones y el mercado sobre nuestras sociedades. El poder colectivo logró vencer al TTIP bajo el lema “las personas y el planeta primero”.
Una de las partes más controvertidas del tratado era el mecanismo de resolución de disputas entre inversores y Estados (también conocido como ISDS, por sus siglas en inglés), un sistema exclusivo de tribunales de arbitraje presente en más de 3.000 tratados bilaterales de inversiones, usado por empresas transnacionales para demandar a los países que toman decisiones en contra de sus intereses económicos.
Acuerdos comerciales
El clima, la salud y los derechos humanos, en manos de tribunales privados
El TTIP no solo destapó el ISDS ante la ciudadanía europea, también fue útil para facilitar la comprensión de los perjuicios que acarrea el actual régimen global de comercio e inversión: la pérdida de derechos sociales y ambientales, la cesión de soberanía a las empresas transnacionales y la degradación de la democracia. Este sistema ya estaba provocando graves efectos negativos en otros países, sobre todo en América Latina, Asia o África.
Un ejemplo claro es el de Argentina, que tuvo que desviar miles de millones de euros de las arcas públicas tras recibir una avalancha de demandas de inversores extranjeros por las medidas adoptadas para mitigar la peor crisis económica, social y política de su historia, en 2003. Ese dinero podría haberse usado para la recuperación del país.
Cómo cambiar algo para que nada cambie
Sabemos que la Comisión Europea ha aprendido alguna lección del fracaso del TTIP, pero, desgraciadamente, las incorrectas. La UE es parte del bloque de países interesados en mantener este sistema a salvo. Introducen reformas marginales que buscan “modernizar” los viejos acuerdos comerciales, pero en realidad amplían los derechos de las corporaciones. Esta tendencia está cobrando importancia en algunos espacios de toma de decisiones liderados por la UE, Canadá, Estados Unidos y China.
Acuerdos comerciales
Lo que se esconde tras el precio de la luz
Pero vamos a quedarnos en Europa. Desde el fracaso del TTIP y gracias a estas reformas marginales, la UE ha firmado el acuerdo de comercio con Japón, que amenaza con facilitar la destrucción de bosques o aumentar la caza ilegal de ballenas; el acuerdo de comercio con Singapur, que abre las puertas a un nuevo ISDS edulcorado; o el acuerdo con Vietnam, criticado por la violación de derechos humanos. Por otro lado, el acuerdo entre la UE y Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay) ha dividido a Europa en dos bandos y su ratificación está en punto muerto: la reducción de los aranceles y el aumento del comercio de materias primas podría ahondar, aún más, la destrucción de la Amazonía y la violación de los derechos de los pueblos originarios.
Además, hay tres grandes acuerdos que están en proceso de “modernización”: el acuerdo con México, que en lugar de garantizar los derechos humanos concede más protección a las empresas transnacionales; el acuerdo con Chile; y el Tratado de la Carta de la Energía, que todavía no incluye dos de las reformas más necesarias: la exclusión de las inversiones en combustibles fósiles y la del ISDS.
Resistencias a la hegemonía comercial
También hay cambios positivos. Cada vez hay más respuestas de los países que más han sufrido este sistema: cuestionan que la única vía para atraer capital extranjero sea garantizando seguridad jurídica por medio de la firma de tratados de inversión.
No todos los Estados están siguiendo el mismo camino. Venezuela y Bolivia pusieron fin a gran parte de sus tratados. Ecuador realizó una auditoría ciudadana integral de los suyos. Otros países, como Sudáfrica, Indonesia, Australia o Brasil, optaron por revisar algunas de las cláusulas. Incluso organismos internacionales que fueron promotores del sistema ahora cuestionan las supuestas bondades del régimen global de comercio e inversión. Por ejemplo, en 2018 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) concluyó que no existe una correlación positiva entre la firma de tratados y el aumento de las inversiones.
Cómo será el futuro del régimen de inversiones y de la economía mundial está por definirse. Pero el papel de la sociedad civil será fundamental para impulsar el debate y la movilización y hacer posible que el cambio de paradigma sea, efectivamente, para que las personas y el planeta estén por encima de los intereses corporativos.
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