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De entre todas las lecturas que se han hecho respecto del no por parte de Podemos a la investidura de un gobierno socialista en La Rioja, sobre nuestras conversaciones planea una que apenas ha sido citada en público: la falta de un mínimo sentido de organización.
La diputada autonómica ha desoído todas las indicaciones de la dirección estatal de su partido para llegar a un acuerdo. Lo cual entra dentro de lo orgánico, dado que los estatutos de la formación morada garantizan la autonomía de los instrumentos territoriales, aunque estos matizan asimismo que “las Asambleas Ciudadanas Municipales y Autonómicas” son las que tienen el último poder de decisión. De momento, que se sepa, las riendas del partido a nivel regional están en manos de una gestora, que es la que está tomando todas las resoluciones, sin consultas de por medio. Ni tampoco rendición de cuentas.
Hasta aquí hablaríamos de uno de los tantos problemas que desgarran a Podemos, pero entonces su descripción se quedaría corta. Porque en realidad se trata de todo un fenómeno que se aprecia en varias áreas y que está relacionado con un cambio en la política: la paulatina desaparición de la militancia. Los partidos se han ido vaciando de aquellas personas que ayudaban a crear tejido orgánico, deviniendo en maquinarias que únicamente se movilizan en coyunturas puntuales –es decir, electorales– y siempre de cara a la opinión pública. Lo mismo, o algo parecido se observa en agrupaciones no partidistas.
Sería estimulante que los tuiteros que se dedican a perseguir la diferencia, volvieran la vista atrás con la voluntad aprender cómo se afrontaban los conflictos sociales, vertebrados por la lucha de clases
Antes de esta disminución se había producido una agresiva campaña contra lo que se conoce por militancia, especialmente en el ámbito de la izquierda. Aparentando defender las libertades individuales, supuestamente amenazadas por estructuras enormes e informes, se cargó contra lo que constituía una tradición en el movimiento obrero, una cultura, una forma de entender la lucha y también la vida. El denigrado como “militontismo” sustituiría conceptos claves como compromiso, lealtad o disciplina, por un sacrificio abnegado, rayano con el martirio y de tintes claramente cristianos; una obediencia por definición acrítica y sumisa; y la consecuente política represiva, con la inevitable persecución de quienes eran tachados como disidentes, palabra que ha cobrado tal fortuna en las últimas décadas que ha convertido paradójicamente a los heterodoxos en los nuevos ortodoxos. Y ojo que hay quienes no solo se creen la deformación a pies juntillas, sino que también la aplican.
Al mismo tiempo que la caricatura incentivaba la desmovilización, en los movimientos sociales se entronizaba el activismo como nuevo culto: la realización de acciones vistosas, más o menos espontáneas y generalmente efímeras, más cercanas al happening artístico que a la acción directa propiamente dicha. Se enfatiza la idea de diversión, incluso por encima de la reivindicación, animando a una participación individual donde también tiene cabida el desahogo, el “qué hay de lo mío” y el “he venido a hablar de mi libro”.
Entre los defectos del 15-M se encuentra la consagración de esta forma de entender los conflictos sociales, que alcanzó su punto culminante con la irrupción de Podemos y la proliferación de multitud candidatos a algo en cuyas biografías destacaba la palabra de marras. Porque definirte como activista no etiqueta ideológicamente, es mucho más atractivo que decir “he sido militante anarcosindicalista”, o “he ejercido varios años como cuadro comunista” y puede servir también para encubrir un adanismo alarmante.
Quizás sea un poco precipitado eso de que de tales polvos, estos lodos. Pero sí sería estimulante que los autores y tuiteros que actualmente se dedican a perseguir la diferencia, volvieran la vista atrás no con nostalgia, sino con la voluntad de aprender cómo se afrontaban los conflictos sociales, vertebrados por la lucha de clases. Aún estamos a tiempo.
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Si la politica de partidos resolvieran problemas en vez de vender ideas, la gente militaria. Si votando a cualquier partido consiguieras la mitad que lo que ha conseguido la PAH, la gente militaria. Si la propia politica necesitara militantes y no consumidores, la gente militaria. Y sí, la gente milita, pero en organizaciones que son útiles en su contexto, en su dia a dia y lo hace cuando tiene una necesidad real, no para sacisfacer sus ganas de sentirse representado... eso lo hacen los pijos o los que aspiran a serlo.
No sé de nadie ni nada, persona o sigla, (bandera) que no instrumentalice finalmente al que ha acudido a su amparo. Siempre que hay un aporte válido, implica un compromiso que condiciona tu albedrío. La libertad y la verdad no van de la mano, alguien paga por ello.
Grave error confundir el clásico término partido (esto es una organización política con programa) a la de una candidatura electoral, así como confundir organización con verticalidad y/o burocracia. Justamente la falta de organización formal fomenta los liderazgos invisibles y los trepas, que son los que terminan en listas electorales para vivir del cuento. Militar significa tener objetivos y reclamaciones claras y guiar tu política (que puede ser o no activista) a través de esto, no seguir a rajatabla las mierdas de una cúpula.