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Colonialismo
12 Octubre: Wiñaypaqmi, florecemos
Las mujeres indígenas y afrodescendientes siempre han estado presentes en las comunidades, en las luchas, en los levantamientos; sea en las ciudades, en los bosques, en los llanos, en la selvas o en las montañas. Recuperemos sus nombres, sus vidas, sus luchas. Recordemos, para que el ciclo de las luchas continúe. Las semillas nunca mueren, germinan. Nuevas luchas seguirán sus ciclos, sembrando resistencias, cosechando luchas.
“Nosotros, nosotras, somos el resultado de muchas luchas,
llevamos en la sangre la herencia guerrera de nuestras abuelas,
nuestras raíces nos lo exigen y nuestras hijas, nos lo gritan”
Bety Cariño
“No quiero hacer nomás una historia personal. Quiero hablar de mi pueblo.
Quiero dejar testimonio de toda la experiencia que hemos adquirido
a través de tantos años de lucha, y aportar un granito de arena
con la esperanza de que nuestra experiencia sirva de alguna manera para
la generación nueva, para la gente nueva”
Domitila Barrios Chungara
En origen, el agua vale más que el oro
Corría el año 1538. Siguiendo la orden de los conquistadores españoles, el capitán Pedro de Añazco, re-funda como la villa de “Timaná” (en la actual Huila, Colombia), un territorio hermoso y sagrado, poblado por varios grupos indígenas. Convoca a los representantes de cada pueblo para imponer las nuevas leyes de esclavitud, tributos y obligaciones. A la infame reunión, asiste la representante del pueblo Yalcón, llamada La Gaitana. Pero Pedro de Añazco rechaza hablar con ella, menospreciándola por ser mujer, exigiendo que se presente el segundo representante más importante del pueblo, su hijo. La reunión de los conquistadores y representantes indígenas, se llevará a cabo con la ausencia del hijo de La Gaitana que no asistirá, por considerarlo una deshonra a su madre. Añazco, ofendido, ordena el asesinato del joven. Ignora las plegarias de su progenitora, que es obligada a ver como lo queman vivo.
Los colonos consiguieron todo lo contrario. En vez de someterlos, despiertan la furia de los pueblos, encabezada por la Gaitana, que jura venganza contra los españoles, encargándose de sublevar y aliarse con más de 6 000 indigenas de diferentes comunidades. Su primera acción sería atrapar al grupo de españoles encabezados por Añazco, al cual ella torturaría personalmente.
La resistencia indígena de la región fue creciendo, la Gaitana se aliaría con diferentes pueblos en una guerra contra los españoles que duraría décadas.
Pocos años después, Ibanasca, también llamada Dulima, indígena pijao, sacerdotisa y guerrera, se enfrenta al castellano Andrés López de Galarza y los colonos, que más tarde fundarían la región de Ibagué (en la actual Tolima, Colombia). Ella era protectora de la región, tanto del volcán, como de los ríos que bajaban desde las montañas, considerados sagrados por su pueblo.
Ella fue apresada y quemada viva por la iglesia, acusada de brujería. Los codiciosos españoles buscan el Dorado y ella se niega tajantemente a contar el secreto de las riquezas del lugar.
Para Dulima, las riquezas estaban en el cuidado equilibrado al territorio y la naturaleza, por el cual ella y muchas tantas, perderían la vida. La lucha de Dulima pudo ser la iniciadora de aquella frase popular que continúa acompañando las grandes manifestaciones sociales por la defensa de la vida, aún siglos después: ¡El agua vale mas que el oro!
500 años, fueron los años
Los términos “extractivismo”, “genocidio”, “epistemicidio”, “despojo” se quedan pequeños para entender la magnitud de la maquinaria colonial que iniciaron los españoles, abriendo paso al imperio Europeo y su esplendorosa modernidad. El estado colombiano, fundado el año 1810, bautizado con el simbólico nombre de Colón, es un país construido sobre las vidas de millones de pobladores indígenas, afrodescendientes y sus territorios. No se puede comprender la realidad actual de Colombia, sus violencias y heridas sociales, sin entender su origen fundacional trágico: El dorado, la obsesión española que se convertirá en el motor del sistema del nuevo mundo. Esto se traducirá en el enriquecimiento a partir del genocidio a los pueblos indigenas, la explotación de africanos esclavizados, el gobierno de históricas familias coloniales, cuyas politicas eurocéntricas, neoliberales, derechistas y militaristas marcaron una tragedia transgeneracional que aún sigue vigente. ¿Cómo entender sino, un territorio donde se dió lugar un conflicto armado tan largo y doloroso? El robo y la violencia forman parte de la genética de ese estado-nación, de modelo patriarcal, colonial y capitalista. Territorio rico y diverso en vida y naturaleza. Sus montañas, selvas, ríos y animales fueron condenados al brutal extractivismo colonial; convirtiéndose hoy en el Dorado moderno, donde las grandes transnacionales y mega empresas de extracción minera, hidráulica o petrolífera operan en alianza con el estado y su sistema neoliberal.
La historia de Colombia, intentó borrar las historias de resistencias, levantamientos e insurrecciones indígenas y afrodescendientes. Miles de pueblos, por generaciones, no cesaron de resistir el nuevo orden colonial. Conquistar el cuerpo territorial no fue fácil para los españoles. Hombres y mujeres combatieron el colonialismo sacrificando sus vidas por la liberación de sus pueblos. La historia patriarco-colonial intentó borrar también a aquellas mujeres indígenas y afrodescendientes que estuvieron en la vanguardia por la defensa de sus comunidades. Sus hazañas están escondidas en documentos coloniales, en mínimos datos de los cronistas europeos, pero la pervivencia de la memoria generacional las recuerda como referentes políticos.
Mujeres que se sublevaron, lideraron, se organizaron, que tomaron las armas e inspiraron a sus pueblos, que se enfrentaron físicamente y cuidaron las luchas de su comunidades, como si éstas fuesen un solo cuerpo. Los colonos europeos no esperaban encontrarse con la resistencia de aguerridas mujeres que los combatieron a lo largo de todo el continente. Como en la historia de la Gaitana, los españoles no podían concebir que las mujeres tuvieran un rol de autoridad y liderazgo. El rol de sumisión y pasividad asignado a las mujeres en la católica España de la época, rompía con sus esquemas patriarcales europeos, en los levantamientos y confrontaciones contra la conquista europea.
Paradójicamente, la construcción colonial actual hacia las mujeres indígenas y afrodescendientes en Latinoamérica se basa en la pasividad, sumisión e ignorancia, que esperaban encontrar los europeos durante la colonización.
El imaginario racista quiso imponer a las “indias” y “negras” un rol de víctimas sin agencia, sin voz ni política, sobre el cual las oenegés occidentales y el feminismo neoliberal aplicaron sus programas de “empoderamiento” en nombre de un desarrollo y crecimiento de intereses al servicio del colonialismo moderno. Construcción estratégica y servil al sistema de dominación, que pesó y pesa aún sobre millones de mujeres, cuyas herencias de luchas significan radicalmente todo lo contrario.
Colombia encabeza la lista de estados, bajo los cuales sobreviven pueblos desgarrados por el interés extractivo, presenta las tasas más altas de asesinatos a lideres campesinos, indígenas y afrodescendientes. Un líder es asesinado cada cuatro días. En 2017 fueron asesinados 125 líderes, y más de 200, desde los llamados acuerdos de paz. Entre las cifras, existen muchas mujeres.
Para la lideresa afrocolombiana Francia Márquez, recientemente ganadora del Premio medioambiental Goldman por su lucha comunitaria contra la minería ilegal de oro junto a las mujeres de su pueblo, “todos los días, siguen matando gente en nuestros territorio. Si bien el número de enfrentamientos entre actores armados disminuyó, el número de líderes y lideresas asesinados, de jóvenes asesinados, de mujeres asesinadas en nuestros territorios, de comunidades que resisten, no ha disminuido”. Tanto ella como muchas otras lideresas apuntan todo este genocidio silencioso como parte del racismo estructural que vive el país y el continente.
A lo largo de la mal llamada “América”, los asesinatos políticos a indígenas encuentran solo un eco vacío en sociedades post-coloniales que han heredado una visión (construida y constituída por los mismos estados naciones latinoamericanos) de lo indígena como algo pasado, remoto, minoritario, lejano y en extinción. Lo indígena se considera como algo culturalista y de extracción lucrativa, no, como pueblos con identidad y herencia larga, con historia, con lucha, y con política propia. Lo indígena es una categoría colonial y colonizada. La romantización y esencialismo, por parte de las izquierdas latinoamericanas han dibujado, además, una imagen fundamentalista de lo indígena como “un buen salvaje”, benigno e infantilizado que reside en reservas naturales, en estado de armonía idealista, carente de toda agencia política.
Paternalizados y convertidos en posesión, “sus indígenas” estuvieron siempre en condición de inferioridad, incluso durante las independencias libertadoras. Construidas como minorías empobrecidas y embrutecidas, a las que que se tiene que gestionar estatalmente, institucionalizar, burocratizar o sin más, ignorar del todo.
Por otra parte, en diferentes regiones y épocas, las poblaciones indígenas que se organizaron levantándose contra el estado y sus políticas de exterminio fueron perseguidas y acusadas de terrorismo, como es el caso actual del pueblo mapuche en Chile y Argentina. Paradojas e hipocresías de los estados racistas y coloniales que se fundaron e institucionalizaron precisamente ejerciendo terrorismo.
Semillas de resistencia
“Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semillas”. Todo un pensamiento de resistencia condensado en una frase popular surgida en las manifestaciones por la aparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Como quisieron enterrar también la historia de Margarita, una mujer que dejó muchas semillas. “Margarita Murillosembró la tierra. Sembró amor a su pueblo; lucha, coherencia y valentía. Por eso la asesinaron aquel 27 de agosto de 2014. Porque nunca paró de sembrar y su cosecha se esparció a lo largo y ancho de toda Honduras. Porque su voz fuerte tiene raíces profundas en la memoria histórica de este pueblo. Porque estaban seguros que ni el miedo ni la desesperanza la podría silenciar” Así la recuerda su comunidad. Margarita Murillo, indígena maya de Honduras, luchadora campesina por la defensa de la tierra. En los 80, la dictadura hondureña la torturó por su rebeldía organizada. Sin embargo, sus raíces firmes la empujaron a estar más convencida aún, de sus ideales comunitarios y territoriales. Margarita murió asesinada, sembrando rebeldía.
Dos años después, en el mismo estado colonial, asesinan a la lideresa Berta Cáceres, indígena Lenca y defensora del territorio, fundadora del COPINH (Consejo cívico de organizaciones populares e indígenas de Honduras). Berta sería conocida mundialmente por su lucha contra la privatización de los ríos y la construcción de hidroeléctricas. Las aguas del río Gualcarque, donde se debían construir cuatro represas son sagradas para el pueblo lenca por ser el lugar “donde viven los espíritus de las niñas indígenas”. La agresión al río, además de ser un atentado medioambiental, suponía la agresión a los espíritus, a la vida y a la comunidad. Por su labor y activismo, Berta Cáceres, como Francia Márquez, sería reconocida internacionalmente con el Premio medioambiental Goldman. Un año después sería asesinada impunemente.
La lucha de Berta estaba enraizada en su pueblo. Contaba ella que la resistencia y lucha la había aprendido de su mamá, Austra, que había sido alcaldesa y partera en su pueblito, La esperanza, donde atendería a muchas mujeres refugiadas de la guerra del Salvador. Un servicio comunitario, que también prestaba la comadrona Juana Ramirez Santiago, maya Ixil de 56 años. Juana era una luchadora incansable por los derechos de las mujeres y contra la violencia de género en su comunidad. Sería asesinada el 21 de septiembre de este año. También en Guatemala, y casi dos meses antes, Juana Raymundo, también indígena Ixil, enfermera de 25 años, miembro del comité Movimiento para la Liberación de los Pueblos y de organizaciones campesinas e indígenas, sería asesinada. Su cuerpo fue encontrado con signos de tortura a orillas de un río. El río, donde resisten los espíritus de las niñas y mujeres indígenas.
Al sur del contintente, por la defensa del río y contra la construcción de una central hidroeléctrica, fue asesinada el 2016, Macarena Valdés, luchadora mapuche en el estado chileno. Sus asesinos, simularon un suicidio que su comunidad nunca creyó. Tres años antes de su muerte, en las aguas del lago, fue encontrado también el cuerpo de otra luchadora mapuche, Nicolasa Quintreman de 74 años. Ella y su hermana, llevaban décadas enfrentadas al proyecto hidroeléctrico de la empresa española Endesa. “Yo no tengo por qué salir. Muerta saldré de mis tierras, pero no viva” era su grito más recurrente.
La lista larga de líderes indígenas asesinados es larga y dolorosa. Los crímenes se traducen en toda la impunidad histórica del sistema colonial racista. Sistema donde la vida de mujeres y hombres indígenas y sus asesinatos no suscitan ese interés nacional e internacional que por el contrario, si se despiertan cuando activistas blancos son matados por el estado. Y es que forma parte del adn de los estados naciones latinoamericanos; los cuerpos racializados como indígenas y negros encuerpan toda una historia asociada al genocidio, a la masacre masiva. El sistema racial institucionalizó esta inferiorización basada en la subhumanización. La construcción colonial de “lo indígena” está basada en la animalización, o aquello inferior a “lo humano”. Lo humano, una categoría creada para que lo representara y encarnara únicamente el sujeto europeo.
A día de hoy, las poblaciones blancas en el continente colonizado como “Latinoamérica” poseen el privilegio histórico de la superioridad en todos los ámbitos de la vida. Sus vidas son superiores, a costa de las vidas de indígenas y afrodescendientes que fueron inferiorizadas a raíz del genocidio. La empresa colonial del exterminio europeo solo pudo ser posible bajo la ideología cristianocéntrica de lo “animal” y la animalización de lo que ellos construyeron como “indígenas”.
Una ideología perversa que legitimó materialmente las prácticas genocidas europeas, que las conducirían a una época de “sobrehumanización” como sujetos blancos y pueblos occidentales, superioridad, esplendor moderno y su obsesivo “desarrollo” a costa de el expolio de cuatro continentes. Desarrollo colonial, que sigue beneficiando los antiguos reinos e imperios. España nunca se fué del continente. Su larga descendencia mantiene el poder político, económico y social.
A finales de los 90, se produjo un boom de las inversiones españolas en Latinoamérica, llegando a ser el sexto mayor inversor del mundo y el primero, en el continente. Empresas como Repsol, Telefonica, Endesa, Gas Natural, BBVA, Santander , Iberdrola, Unión Fenosa, Aguas de Barcelona, PRISA y muchas, se convirtieron en grandes multinacionales transnacionales a partir de su multimillonaria presencia en el continente y sus violentas políticas en los pueblos indígenas y en los territorios. España sigue bebiendo de la extracción colonial, por lo cual no solo tiene una responsabilidad histórica, hacia el expolio genocida que la enriqueció, sino que esa responsabilidad es actual, por su presencia colonial directa y decisiva, a la hora de influenciar las políticas de todo el continente.
Los asesinatos de líderes indígenas pertenecen a una cadena de resistencias, sacrificios, asesinatos y nuevas resistencias. Así como la lucha por la vida y la dignidad es larga, las semillas vuelven a florecer. Los ciclos de las resistencias no se olvidan de sus muertas y muertos. La memoria es la primera semilla para la resistencia.
En la memoria vive la lucha de Alberta “Bety” Cariño, indígena mixteca de la región de Oaxaca (México), que luchó toda su vida por su pueblo y fue asesinada el año 2010, a causa del movimiento rebelde que generaba y ayudó a generar. Creadora de espacios comunitarios y luchadora contra proyectos mineros, represas y por los derechos de mujeres y migrantes. Bety tenía un fuerte sentimiento comunitario y era muy querida por su comunidad y compañeros de lucha “No puedo hablar de mi, sin hablar del otro o la otra. Porque yo soy, solo si ellos y ellas son. Entonces somos nosotros y nosotras”. El pensamiento de Bety resume muy bien la política de la comunidad, contrapuesta al individualismo neoliberal, que reina globalmente como producto de la occidentalización. Supone una política de la resistencia, ancestralmente heredada. Las luchas asociadas a los pueblos indígenas y afrodescendientes son políticamente plurales, grupales, comunes.
Si nos colonizaron como pueblos, ¿cómo no entender la descolonización, desde y como pueblos? ¿Qué otra estrategia más poderosa, sino la única, para enfrentarse al proyecto colonial?
Las izquierdas latinoamericanas, con Europa como su faro, heredaron políticas racistas hacia los pueblos indígenas y afrodescendientes a los cuales concibieron históricamente como su “masa” de servidumbre. Las luchas de los pueblos suscitan un interés siempre y cuando sirvan a las suyas; sean éstas protagonizadas por las izquierdas, quitando la agencia política y banalizando su relación jerárquica racial y colonial, sino negándola.
La historia del caudillismo latinoamericano mejor ejemplificada en hombres libertadores, en su mayoría colonodescendientes, fueron y son los referentes de las izquierdas en el continente. Su construcción ideológica de lo que es el liderazgo entiende más de luchas jerárquicas, abanderamientos individuales, culto al ego y de un autoritarismo despótico sobre una “masa” inferiorizada a la que tiene que, paternalmente, liberar. Esta idea de “liderar” se contrapone totalmente a las lógicas comunitarias de liderar sirviendo, servir y estar al servicio de la comunidad; representando un solo cuerpo, el del pueblo.
En la región del Cauca (Colombia), azotadas por la violencia de la guerra, las poblaciones indígenas crearon formas comunitarias de resistir la intrusión a sus territorios por parte de militares, paramilitares, guerrillas y empresas extractivistas. Las guardias indígenas nacieron para autodefenderse. Formadas por mujeres y hombres voluntarios, la sagrada causa histórica por el territorio y por la comunidad también inspiró a muchos otros pueblos de la región, como las poblaciones afrodescendientes que crearon sus propias guardias cimarronas, rescatando todo su legado histórico. Los llamados cimarrones, esclavos rebeldes que huyeron para construir sus espacios de resistencia, quilombos y palenques, están presentes desde el año 1502, cuando llegaron los primeros africanos secuestrados y esclavizados por los colonos.
Las organizaciones en estos espacios de resistencia, eran comunitarias. Para su defensa construyeron fuertes, se armaron y usaron tácticas militares y de guerrilla. Y es que desde 1492, tanto las poblaciones indígenas como negras, viven bajo un estado de guerra.
El 13 de marzo de este año, Marielle Franco escribiría un último tweet a modo de vaticinio: “¿Cuántos más han de morir para que esta guerra acabe?” Marielle, afrodescendiente, militante feminista y política por los derechos de las mujeres negras en Brasil, sería asesinada al día siguiente. Una nueva página de luchadoras asesinadas impunemente por el sistema. Marielle Franco luchaba por y desde el territorio, las favelas de la ciudad de Rio de Janeiro, donde había crecido. Sus ejes de política eran “Mujer, raza, ciudad”. Y es que en las ciudades, la lucha comunitaria por el territorio sigue las mismas tácticas y resistencias. Las poblaciones negras e indígenas históricamente han vivido en zonas apartadas y delimitadas, dentro de las mismas ciudades coloniales.
La historia de las resistencias afrodescendientes en Brasil, recordará por siempre nombres como el de Dándara, luchadora por la defensa de su quilombo, que fue asesinada el año 1694, o el de Tereza deBenguela, luchadora y estratega para el levantamiento de su pueblo. En el quilombo de su comunidad vivían más de 300 cimarrones bajo una organización igualitaria, con parlamento y sistema de defensa.
Marielle viene de un largo legado. A más de 6 meses del asesinato de la activista, su semilla ha inspirado a que muchas mujeres negras se lancen a la política y se presenten como candidatas a concejalas de la ciudad, para cambiar y luchar, con diferentes estrategias, por la dignidad de sus comunidades.
La defensa del Cuerpo-territorio
El año 1781, en el territorio que años después sería la capital de la llamada Bolivia, los aymaras se levantan contra el dominio de los españoles, en lo que será la insurgencia indígena más importante del territorio. A la cabeza, dos mujeres y un hombre: Bartolina Sisa, su hermana, Gregoria Apaza y Tupac Katari, pareja de Bartolina. En Cuzco, los quechuas también se han alzado. A la cabeza, Micaela Bastidas y Tupac Amaru. La historia ha relativizado la importancia de estas mujeres indígenas (y muchas otras) que estuvieron en las vanguardias de las resistencias, no solo como simples acompañantes.
Bartolina Sisa era una excelente estratega y estaba al mando de más de 40.000 guerreros. Las crónicas dibujan una mujer noble, entregada a la lucha de su pueblo y dura con los castigos a los españoles que caían atrapados por las milicias indígenas. Tanto ella, como Gregoria Apaza, rompían el estereotipo de “feminidad” pasiva que esperaban encontrar los españoles. Éstos las consideraban simples “amancebadas concubinas” subestimándolas al principio, creyendo que los ejércitos comandados por ellas no conseguirían hacerles frente. Al comprobar, tras derrotas estrepitosas, que luchaban “mejor que los hombres”, humillados, las odiaron más. Odio que crecía, ante las órdenes de Bartolina de mutilar los cadáveres de los españoles y exhibirlos. Un castigo simbólico a las violaciones y abusos sufridos por las mujeres indígenas por parte de los colonos.
El territorio boliviano cuenta con un legado largo de mujeres que encabezaron marchas, manifestaciones y levantamientos populares, como fueron la guerra por el agua el año 2001, o por el gas, donde el pueblo se enfrentó a las políticas neoliberales del estado, y derrocó al mismo. Era y es común ver a mujeres indígenas enfrentarse a los cuerpos policiales, organizar marchas y estar al frente de éstas.
Las lideresas indígenas han sido referencias en Bolivia, como el caso de Domitila Barrios de Chungara, líder de movimientos mineros, que se enfrentó a dos dictaduras sanguinarias. Cuando cayo presa por las mismas, sufrió terribles torturas por ser mujer y dirigente. Como Bartolina Sisa. Odiada por los españoles, estos se vengaron doblemente por ser mujer, por ser india y por ser una mujer india que los combatió ferozmente. Bartolina Sisa era, en ideología y práctica, incluso más radical que Katari y muchos de sus compañeros hombres.
No es de extrañar. Tanto ella, como muchas mujeres indígenas se levantaron más rabiosas por las violencias que, además, sufrían como mujeres. Bajo un sistema colonial, la violación era la norma. El derecho de pernada, es decir, el “derecho a la primera noche” era una realidad por la que pasaban gran mayoría de las mujeres indígenas y negras. Los colonos europeos, hacendados, patrones, curas… tenían “derecho” a violarlas, “desvirgarlas” antes de que contrajeran matrimonio con otros indígenas, también esclavos.
La realidad colonial era la violación normada para las mujeres. La colonización del continente fue sellada a partir de las violaciones masivas, a las mujeres y niñas indígenas y negras. Bartolina y sus compañeras, se levantaron, además, con más rabia por todas esas brutalidades ejercidas contra generaciones de mujeres y ellas mismas.
A día de hoy, las violencias sexuales en Latinoamérica, tan profundas y cotidianas, beben de una historia colonial que no hizo más que someter más y más violentamente, a las mujeres nativas y a las que vivieron el secuestro de sus propias tierras. La violación fue la colonización de los cuerpos y los territorios de mujeres y niños.
Bartolina, cuando cayó en manos de los colonos españoles, no solo vivió terribles torturas físicas, también sexuales por su condición de mujer rebelde. Igual que muchas lideresas afrodescendientes e indígenas, la amenaza de violación como amedrantamiento, además del asesinato, fue una constante. Como es el caso de Berta Cáceres, a quien amenazaban con violación y tortura, si seguía con sus luchas. Como es el caso de muchas lideresas, que además fueron violadas y asesinadas. Un doble castigo, por ser mujeres.
El cuerpo y el territorio se funden en una realidad política: las violencias del colonialismo sobre el cuerpo de las mujeres indígenas y afrodescendientes fue una forma de atentar contra ellas y contra los pueblos. Cuando se asesina a líderes comunitarios, se intenta matar al pueblo. Cuando se viola a mujeres de las comunidades, se intenta someter violentamente al pueblo y su territorio.
El cuerpo, el territorio, resistiendo el genocidio
Los estados modernos y su sistema extractivo, ya no puede cometer “legalmente” aquellas masacres masivas, de los que históricamente se sustentaron. Ahora tienen que matar, silenciosa y lentamente, a las cabezas organizativas de los pueblos. Desestructurar para poder seguir robando y ejerciendo la violencia histórica, sobre el cual, su sistema ha sido construido.
Hoy en día, empresas transnacionales, a manos de capitalistas occidentales, herederos del
sistema colonial, perpetuadores del mismo, son las nuevas páginas de esta larga noche de 500 años. La resistencia actual de los pueblos y sus territorios son la defensa por la vida, por la resistencia histórica, por la memoria y por un cambio radical de las estructuras, donde las raíces se encuentran aún vivas y fuertes.
Lejos de romantizar las resistencias, queremos luchar por los cambios, romper las estructuras, continuar la resistencia, trabajar para nuestras liberaciones, continuar el legado de nuestras ancestras.
Lejos de fetichizar el 12 de octubre, como hacen muchas izquierdas españolas, nosotras queremos luchar por un cambio que rompa este sistema colonial aún vigente!
La presencia de las mujeres indígenas y afrodescendientes siempre han estado presentes en las comunidades, en las luchas, en los levantamientos; sea en las ciudades, en los bosques, en los llanos, en la selvas o en las montañas.
Recuperemos, sus nombres, sus vidas, sus luchas. Recordemos, para que el ciclo de las luchas continúen. Las semillas nunca mueren, germinan. Nuevas luchas seguirán sus ciclos, sembrando resistencias, cosechando luchas.
Bety, Margarita, Berta, Juana, Macarena, Nicolasa, Marielle y miles.
1492, 12 de octubre. 5 siglos luchando por nuestros cuerpos, por nuestros territorios, por nuestra dignidad.
Analizar y denunciar el racismo de Estado desde una perspectiva decolonial.
Revisar la construcción ideológica del Imperio español, su historia colonial y sus pervivencias, rastreando el origen de las relaciones de dominación y opresión que enfrentan las comunidades racializadas y/o provenientes de la migración postcolonial.
Desvelar las heterarquías del poder moderno en torno a la raza, la clase, el género, la sexualidad, la espiritualidad…
Afianzar las condiciones de posibilidad para el desarrollo de un antirracismo político en el Estado español.
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Me gustó mucho. Un estudio minucioso, y pormenorizado que te permite conocer una faceta de la historia de cercana que no se hace visible normalmente
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