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Violencia machista
El feminicidio de Jessica D. G. , una llamada a la sororidad
Jessica, nacida en Uruguay y con nacionalidad española, vivía en España desde los 19 años. Fue asesinada el 23 de agosto. Sus amigos piden apoyo y justicia.
Jessica Daniela G., de 33 años de edad, nacida en Uruguay y con nacionalidad española, vivía en España desde los 19. Trabajaba como auxiliar de enfermería con pacientes de la tercera edad. Fue asesinada el pasado 23 de agosto en la ciudad de València por su pareja, quien huyó del país y fue detenido en Suiza. El cuerpo de Jessica tardó una semana en ser encontrado.
Las amistades cercanas de Jessica son quienes se han encargado de denunciar el asesinato y de ocuparse de los trámites burocráticos que conlleva una situación como esta. Uno de los principales problemas con los que se han encontrado, denuncian, es con el tratamiento del cuerpo de su amiga, que todavía no ha podido recibir sepultura debido a la inspección del caso.
En la actual situación de pandemia global la familia de Jessica no ha tenido posibilidad de viajar hasta València, así que han sido sus amistades quienes están lidiando con el entramado burocrático que supone una posible repatriación del cuerpo o para poder proceder a su incineración. Al estrés emocional que supone enfrentarse al asesinato de una persona querida se suma la dificultad añadida de realizar estos trámites sin ser familiares de sangre.
“Necesitamos ayuda, nos gustaría que en este tipo de situaciones se nos pudiera facilitar ayuda psicológica, asesoramiento fiscal y legal”. Rómulo, amigo de la víctima, apunta de este modo a la Conselleria d'Igualtat, sugiriendo que podría posibilitar alguna ayuda económica y orientación a nivel burocrático. Desde la administración el pronunciamiento institucional sobre el caso fue el minuto de silencio guardado a las puertas de la Generalitat Vaelnciana al que los amigos y amigas de Jessica no acudieron puesto que nadie les avisó: “Debieron preocuparse de contactarnos, no somos familia directa pero las personas migrantes también tenemos aquí nuestras redes de apoyo y nosotros éramos la de Jessica”, apunta Rómulo.
Los amigos de Jessica también hacen un llamamiento social pidiendo justicia y conciencia entre la sociedad, una demanda que fue expresada en la concentración que convocaron por propia iniciativa en la plaza del Ayuntamiento de Valencia el pasado día 13 de septiembre. A la concentración acudieron varias activistas del movimiento feminista antirracista y otros grupos de apoyo, además de algunos medios de comunicación. Los convocantes echaron en falta mayor presencia de la sociedad autóctona, en especial de mujeres y feministas. “Quizá si Jessica hubiera sido española la plaza se habría llenado”, plantea Alejandra, también amiga de la víctima.
Salomé Carvajal-Ruiz, activista migrante antiracista, apunta a que esta falta de respuesta se debe en parte a una no identificación con la víctima por parte de ciertos sectores feministas. “En nuestras sociedades el racismo es algo muy arraigado y surge incluso inconscientemente en casos como éste, cuando pensamos cosas como: esto no pasa en mi entorno, no me va a pasar a mí porque no vivo ese tipo de relaciones, esa cultura, ese mundo otro. De ese modo, estamos boicoteando el lema de que si tocan a una nos tocan a todas. Ya no somos todas”, expone.
El tratamiento en prensa del caso de Jessica supone también una crítica por parte de sus más allegadas. “En ocasiones ha primado el morbo, cosificando a nuestra amiga con una siniestra referencia como es “la chica del maletero,” porque fue ahí donde encontraron su cuerpo”, señala Alejandra. El hecho de que el presunto asesino sea de origen colombiano ha dado lugar igualmente a toda clase de referencias racistas.
En este sentido Carvajal-Ruiz analiza cómo este tipo de casos destapan señales de racismo que existen dentro de la sociedad en general y del activismo en particular: “Parece que salta un prejuicio racista sobre la violencia cultural de los latinoamericanos, algo que produce una desconexión, una ausencia de empatía y una exacerbación de los estereotipos raciales que desemboca en un juicio deshumanizado, tratando el caso como una cuestión privada, algo así como: son latinos jóvenes que escuchan reguetón y se pelean”, defiende. “Estos prejuicios rompen con los principios de sororidad del movimiento feminista y con el principio tantas veces repetido de que lo personal es político.”
Mientras, Alejandra, Ricardo y Rómulo siguen dedicándose al seguimiento del caso de Jessica para alcanzar la justicia y conciencia social demandada. Pretenden además honrar la memoria de su amiga para que no se la recuerde ni como una víctima más ni por las violentas circunstancias de su asesinato, “sino como lo que era”, señala su amigo Ricardo, “una mujer fuerte y libre, trabajadora, gran aficionada a la fotografía, a la artesanía y que cantaba muy bien. Cantaba como la Pantoja.”