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La vida y ya
Luciérnagas
Resistirse a abrir la boca empujada por el asombro cuando ves un campo lleno de luciérnagas de noche es un esfuerzo inútil. Por la atracción que supone para nuestras pupilas la luz en la oscuridad y porque, además, tintinean intermitentemente. Cada especie brilla de una manera distinta. Existen unas dos mil. Cada una de ellas con sus órganos lumínicos emitiendo luz a saltos debajo del abdomen.
No ocurre sólo con las luciérnagas. Leer con la luz de una linterna debajo de las sábanas. Encender velas para iluminar la cena. Caminar de noche por el monte con la luz de la luna. El resplandor del fuego cuando el atardecer pasó hace rato. Todos son destellos que te atrapan la mirada en medio de una oscuridad no siempre amable.
Luces pequeñas. Últimamente pienso en eso. En las luces pequeñas. Como luciérnagas. Lo pienso desde la certeza de que, en este momento, no queda otra que sentir miedo y angustia. Y que, en medio de todo eso, lo importante es conseguir rescatar algo entre tanta brutalidad. Que ese algo importa aunque sea pequeño. Una luz, aunque sea diminuta. Que eso no es conformarse, es buscar una manera de continuar. Asumir nuestras posibilidades, saber que nuestras luces generan menos destellos que las bombas. Pero que existen luces y que son muchas. Luciérnagas que transportan en el abdomen rabia, indignación, coraje.
Luces pequeñas que te ayudan a decidir desterrar la frase “es que no tengo tiempo” cuando se trata de hacer algo. Que te animan a ir a una reunión, a participar en una acción de desobediencia civil. A preguntar a la gente con la que te rozas en el cotidiano no sólo ¿cómo estás? sino, también, ¿cómo estamos?
Luces pequeñas que te hacen estar segura de que no se trata de que yo esté bien, que te ponen delante la idea de que mi bienestar pasa, necesariamente, por el bienestar colectivo.
Luces pequeñas que te muestran que todo es más fácil cuando tienes manos a las que tocar. Luces que son diversas, como las luciérnagas, cada cual tintineando a su manera. Pero luces todas, que alumbran ese espacio de posibilidad en medio de tanta incertidumbre.
Luces pequeñas. Como luciérnagas que, cuando se juntan, son capaces de dejar con la boca abierta incluso a quienes nunca se paran a mirarlas.