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La vida y ya
Grullas de papel
Una chica de 16 años pregunta ¿no te hace sufrir revivir lo que te pasó contando tantas veces tu historia?
Justo antes le ha agradecido su testimonio. Se dirige a Shigemitsu Tanaka, sobreviviente de la bomba atómica que Estados Unidos tiró en Nagasaki el 6 de agosto de 1945. Tenía 4 años.
Es un hibakusha, término que usan en Japón para hablar de las personas que sobrevivieron a las bombas. Pertenece a Nihon Hidankyo, una organización que recibió el Premio Nobel de la Paz en 2024.
Sube los tres escalones que le conducen al escenario afianzando cada pisada. Lleva una camisa de cuadros. Discreta. Se sienta en una silla igual a la que están sentadas las y los adolescentes que le escuchan. Habla pausado.
Les cuenta que estaba jugando con su abuelo y su hermano pequeño cuando vio un destello muy grande. Recuerda que las puertas de su casa salieron volando. Estaba a 6 km de donde estalló la bomba. Les dice que poco después su madre fue a atender a los heridos. Que no se distinguía si eran hombres o mujeres. Que no se distinguía si eran seres humanos. Habla del olor y de los gemidos. De que no tenían medicinas. De que una bomba nuclear destruye a los seres vivos hasta convertirlos en cenizas, los vaporiza. Cuenta que su madre llevó a sus hermanos mayores a la zona cero el 11 de agosto para ver el paradero de amigos y gente conocida. Pero allí no quedaba nada.
Les cuenta que los seres humanos no pueden coexistir con las armas nucleares. Que su abolición es el único camino que queda para que la humanidad no se destruya a sí misma.
También les cuentan que entre todas las armas de destrucción masiva, las nucleares son las más destructivas jamás creadas. Matan expandiéndose en el espacio y en el tiempo. Su efecto dura varias generaciones. Una sola bomba tiene la capacidad de matar a cientos de miles de personas. También a otros seres vivos no humanos. Solo una bomba. Actualmente hay suficientes para destruir el mundo tal y como lo conocemos.
“Las bombas son siempre un obstáculo para la paz. No existen manos correctas para las armas incorrectas”, les dicen.
A un lado del escenario hay colgadas cientos de grullas de papel. Todas las personas que escuchan saben lo que significan. Saben la historia que está detrás de esas grullas. La historia de Sadako, una niña japonesa que sobrevivió con dos años al ataque nuclear de Hiroshima pero que, como consecuencia de las radiaciones, tuvo leucemia una década después. Existe una tradición japonesa que dice que si construyes mil grullas de papel se cumplirá uno de tus deseos. Aunque el suyo no pudo hacerse realidad, las grullas de papel se quedaron como un símbolo por la paz.
Shigemitsu Tanaka le contesta a la chica que le hizo la pregunta. Le dice que le sigue haciendo sufrir hablar del aire huracanado de ese día, que le sigue doliendo cada vez que lo cuenta. Pero le dice también que quiere acabar con las armas nucleares y que, para eso, es importante que se conozca la historia contada por las personas que pudieron sobrevivir. Que contarlo ante gente joven le da fuerza. Para que el tiempo no borre la memoria, para que no se olvide.