We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
La vida y ya
Esas ganas de hacer cosas
No es la primera vez. Ni, desde luego, será la última. Me refiero a ver a gente autoorganizándose para ayudar cuando pasa algo que se lleva por delante vidas, tanto humanas como de otros seres vivos.
Sí, me refiero a la dana, pero no solo a la dana. Me refiero a lo que pasa después de un desastre que puede ser debido a causas naturales o humanas, eso que Rebecca Solnit cuenta en su libro Un paraíso en el infierno cuando describe lo que ocurrió entre las personas después del terremoto de la Ciudad de México del 85, después del 11-S en Nueva York o del huracán Katrina en Nueva Orleans. Me refiero a esa solidaridad y apoyo mutuo que salen de manera espontánea cuando se ha perdido todo, o casi todo. Cuando hay gente sufriendo. Me refiero a esa fuerza imparable de tener ganas de ayudar. A esas ganas de hacer algo, lo que sea, para que el dolor de otras personas cese. En encontrar en ese apoyo colectivo la forma de que el dolor propio también se haga un poco más pequeño.
Lo cuenta Rebecca Solnit en ese libro y también ha pasado ahora. El empeño en poner el foco en que la gente no es capaz de autoorganizarse, el querer convencer de que hace falta que alguien ponga orden porque la gente sola no es capaz de organizar la ayuda sin que nadie dé órdenes de cómo hacerlo, de buscar soluciones de manera colectiva, de cooperar sin esperar nada después.
Una amiga que estuvo el fin de semana pasado en una de las zonas afectadas decía: “Es impresionante cómo se organiza la gente y cómo, al llegar allí, tú sientes también que formas parte de esa fuerza solidaria”
Pero sí lo somos. Se ha demostrado en muchas ocasiones. Cuando las cosas vienen mal, fatal dadas, cada cual pone lo que tiene a disposición del resto. No todo el mundo, es cierto, pero sí hay mucha gente que da un paso al frente para cooperar y ayudar.
Una amiga que estuvo el fin de semana pasado en una de las zonas afectadas por la dana decía: “Es impresionante cómo se organiza la gente y cómo, al llegar allí, tú sientes también que formas parte de esa fuerza solidaria. Llegas y es como si no sintieras cansancio, solo tienes ganas de hacer cosas, lo que sea, de ayudar en algo”. Otra amiga contaba: “Todo el mundo está haciendo algo, cada cual aporta desde donde puede. A mí se me quedó grabada la imagen de dos chicas muy jóvenes, tendrían quince o dieciséis años. Se habían puesto en la esquina de una calle y repartían guantes y mascarillas a todo el mundo. A cada persona que veían sin guantes le decían que se protegiera, que era importante que se cuidaran. Esa era su manera de ayudar, cuidar a las personas que habían llegado hasta allí para echar una mano. Había gente de todas las edades”.
Hay quien piensa que esto luego se olvida, que dentro de un tiempo esa solidaridad desaparece, que “nos volvemos a como éramos antes de la catástrofe”. Yo creo que no, que esas cosas que hacemos se quedan pegadas como sensaciones en algunas partes del cuerpo. Que no desaparecen. Pero, obviamente, puedo estar equivocada.
En cualquier caso, lo que parece seguro es que, ante catástrofes venideras, volverán a aparecer la solidaridad y el apoyo mutuo, esas ganas de hacer cosas para ayudar que surgen de manera espontánea cuando pasa algo imprevisto que genera dolor y sufrimiento a otras personas.