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Venga, circula
Por dinero
De un tiempo para acá he llegado a la conclusión de que las cosas más ridículas y humillantes que he hecho en mi vida están relacionadas con el dinero. Pensando en dinero estudié una carrera que me resultaba indiferente y por dinero me fui un año de au pair al Reino Unido. Durante ese año me dediqué a hacerle el desayuno, la merienda y la cena a tres niñas que en unos años heredarán más de cinco, seis, siete millones de libras esterlinas. Las llevé y las recogí del colegio y de sus actividades extraescolares, las ayudé con sus deberes, las entretuve, cuidé, bañé y acosté cuando sus padres no podían hacerlo y las consolé cuando lloraron hasta la extenuación por esto mismo. Fui la trabajadora perfecta. Todo iba bien porque nunca tuvieron que tratar conmigo.
Luego, por dinero aguanté seis años en una oficina en la que cada mañana cuadré los hombros y puse buena cara a pesar de faltas de respeto y humillaciones que solo se veían por el rabillo del ojo. Un comentario aquí. Una esquina de una boca alzada allá. Los introvertidos preferimos la compañía de una pared a la de la mayoría del resto de seres humanos porque entendemos perfectamente cómo operan las personas que nos rodean. En esa oficina me dediqué a ver la vida pasar en pasillos iluminados por luces fluorescentes cuyo sonido me perseguía todos los domingos a partir de las cinco de la tarde, clinc, clinc, clinc. Qué pesadumbre y desazón. Jamás dije una mala palabra, por dinero, ni me quejé de que una persona que me sacaba más de quince años dedicase la mitad de su jornada laboral a martirizarme bien haciéndome el vacío, bien entorpeciendo mi trabajo. Me desconfiguró tanto el alma que dejé de dormir, pero cada día 25 del mes recibía un ingreso que me permitía hacer cosas que sí disfrutaba y me llenaban. Aguanté.
En ninguna parte nos pagan para ser nosotros mismos sino para encarnar distintos papeles ante las personas con las que nos relacionamos laboralmente
Si somos lo que hacemos, durante esos seis años fui libros de Excel con cientos de hojas dedicadas a registrar gastos e ingresos; sería reuniones inútiles para discutir conceptos el doble de inútiles como “sinergia” o “KPI” sin cerrar nada nunca; sería música de espera en llamadas para solicitar facturas que no había perdido yo; sería un ceño fruncido constante mientras revisaba informes en busca de erratas en dos lenguas que no eran la mía. Vi cómo se humillaba a otras personas y nunca dije nada, por dinero. Al menos tenía trabajo. Mientras crecemos aprendemos que siempre y cuando no se nos insulte abiertamente y no se nos azote con un látigo hemos de aguantar, tragar, resistir, porque cada día trabajado se suma a una antigüedad que se traduce en más dinero ese 25 de cada mes. En ninguna parte nos pagan para ser nosotros mismos sino para encarnar distintos papeles ante las personas con las que nos relacionamos laboralmente. Me hubiese gustado que alguien me explicase cuando era niña que crecer también era esto. Habría tomado las mismas decisiones que tomé durante estos años, pero no tendría este regusto tan desagradable en la boca.