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València
La Ribera Alta, desbordada: “Nos ayudamos entre los vecinos porque no podemos hacer otra cosa”
“Te hablo desde la terraza porque es el único lugar en el que tengo línea. No tenemos ni luz ni agua”. Es la primera vez que escucho la voz de mi hermana Roser, dos días después de que las calles de Algemesí, un municipio de la Ribera Alta, quedaran totalmente destrozadas por la dana. “De agua vamos bien, pero no te voy a mentir, de comida vamos justos”, confiesa.
La llamada se escucha mal y entrecortada. La mayoría de los vecinos del pueblo están en la misma situación. No tienen cobertura, viven desconectados y no saben cómo ni dónde ir a por suministros. El Ayuntamiento no puede avisar correctamente a toda la población porque solo dispone de un coche con altavoz que no puede transitar por las calles, puesto que están llenas de escombros y coches apilados.
“Nos ayudamos entre los vecinos porque no podemos hacer otra cosa”, continua Roser. Las entradas del pueblo, hasta el viernes por la mañana, habían quedado completamente anegadas
Las puertas de los edificios están abiertas de par en par. “Nos ayudamos entre los vecinos porque no podemos hacer otra cosa”, continua Roser. Las entradas del pueblo, hasta el viernes por la mañana, habían quedado completamente anegadas, así que la estampa que aparecía en la televisión sobre otros municipios, con regueros de gente yendo y viniendo con material, era inexistente.
“No te puedes hacer una idea de cómo estamos viviendo esta catástrofe, da igual las horas que trabajes que siempre tienes la sensación de no avanzar nada”, lamenta Elena Rosell, quien recalca que, a pesar de haber estado horas barriendo, “no hay manera de que salga el barro”.
La mayoría de las personas estaban en sus trabajos y, aunque muchos habían alertado a sus jefes de esta situación, no les permitían volver a sus hogares.
La tragedia comenzó el martes sobre las 11.00 horas. Los grupos de WhatsApp empezaron a hervir para advertir de que el caudal del río Magro estaba a punto de desbordarse. La mayoría de las personas estaban en sus trabajos y, aunque muchos habían alertado a sus jefes de esta situación, no les permitían volver a sus hogares. “Trabajo con un ordenador, cobro muchísimo menos que tú y estás jugando con lo que me pueda pasar”, contaba una amiga sobre su superior, quien no la dejaba volver a casa porque “solo eran cuatro gotas”.
Sobre las 17.00 horas, cuando algunas calles ya tenían más de dos palmos de agua, el consistorio emitía un comunicado en el que pedía que “de forma ordenada y con mucha calma se parara la actividad en las áreas industriales”. Pero no fue así. Mucha gente quedó atrapada y algunos de ellos en plena intemperie.
“Me estoy poniendo muy nerviosa, esto ya no es solo la lluvia, es el río que todo lo que recoge de los pueblos de arriba viene hacia nosotras”, me escribía una de mis amigas
El agua seguía subiendo, arrastraba los coches y entraba en las casas. “Me estoy poniendo muy nerviosa, esto ya no es solo la lluvia, es el río que todo lo que recoge de los pueblos de arriba viene hacia nosotras”, me escribía una de mis amigas, mientras que otra aconsejaba: “Llenad todos los cubos de agua y cargad las baterías portátiles porque esto pinta muy mal”.
Cuando el garaje de mi amiga Belén y la casa de mi amiga María estaban completamente inundados, la alerta de la Generalitat sonó. A las 20.12 horas concretamente. Muy poco después llegó el apagón. A las 21.04 horas llamé a mis padres para asegurarme de que estaban a salvo y a las 21.26 la mayoría de la población dejó de tener conexión.
“Lo primero que hicimos fue salvar las fotos y después no parábamos de gritar lo importante lo importante”, narra Lozano, al tiempo que asegura que iba de un lado para otro sin saber realmente qué salvar
La situación que se relata no es un caso aislado, pasó en otras localidades de la Ribera como en Carlet, donde hubo un tornado; Guadassuar, donde la tromba de agua, además de entrar a cal y canto por las puertas, salía a borbotones de los baños; o Alcudia que, a pesar de estar elevado sobre una colina, crecía el nivel de inundación. Maria Lozano, vecina de este último municipio, explica que cuando vieron lo que estaba pasando, bloquearon las puertas de su casa, pero no fue suficiente.
“Lo primero que hicimos fue salvar las fotos y después no parábamos de gritar lo importante lo importante”, narra Lozano, al tiempo que asegura que iba de un lado para otro sin saber realmente qué salvar. “No sabes lo que es importante en la vida hasta que tienes miedo de perderlo”, detalla.
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Lozano denuncia que cuando sonó la alarma llevaban más de una hora con el agua por las rodillas. “Vimos que Llombai -otro municipio de la comarca- estaba inundado por la mañana, pero no nos esperábamos llegar a este punto y nadie nos avisó”, asegura. La primera voz de alerta fue del Centro de Coordinación de Emergencias a las 12.20 horas.
Fue una noche larga. Prácticamente nadie se podía comunicar. Los que vivían fuera buscaban información. Tele encendida, radio de fondo y las redes sociales echando humo. En el caso de Algemesí, los avisos eran tan escasos que el propio Ayuntamiento -gobernado por el PP- admitió que “en ningún momento se recibió información, actualización ni seguimiento del caudal del río ni del embalse de Forata”.
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Cuatro días después de la dana, las calles siguen llenas de objetos amontonados. La ayuda, que antes era escasa y llegaba en cuentagotas, ahora ha aumentado gracias a las poblaciones vecinas
Cuando amaneció y las aguas empezaron a ceder se descubrieron los daños: en cada esquina había coches destrozados, muebles fracturados e incluso prendas de ropa. “Acaba de pasar una mujer gritando y llorando, preguntaba por su marido que fue a mover el coche y nunca volvió”, esta fue la estampa que se encontró Sara Alabau cuando se asomó a su ventana esa mañana.
Cuatro días después de la dana, las calles siguen llenas de objetos amontonados. La ayuda, que antes era escasa y llegaba en cuentagotas, ahora ha aumentado gracias a las poblaciones vecinas. Asimismo, en la madrugada del sábado, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado entraban en Algemesí. “Llegan pitando, repartiendo comida y están haciendo huecos en los garajes que todavía no se han podido abrir por si hay gente dentro”, relata Alabau.
Los balcones del municipio se han llenado de sábanas blancas, una señal visible para pedir colaboración ante la falta de comunicación. Y, aunque después de muchos días esperando, los refuerzos hayan llegado, centenares de personas siguen acercándose para barrer, limpiar y acompañar con un motivo claro: “Sols el poble salva al poble”.