Unión Europea
Futurismo italiano o castillos europeos en el aire

Si el dinero de la Unión Europea va a estar disponible dentro de un año, ¿cómo se salvarán los países y sus economías, si el desastre de los primeros seis meses de este año llega a repetirse?

Roma Turismo 2
El Panteón de Agripa. Marco Mastrandrea
Wolfgang Streeck

Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.

Todos sus artículos en El Salto.

18 oct 2020 06:00

Estamos a mediados de octubre y el volumen de trabajo todavía por concluir en la Unión Europea es apabullante. El acuerdo del Brexit para evitar una salida del Reino Unido de la Unión Europea sin pacto alguno pende en el aire y nadie sabe cuándo se materializará, si es que finalmente lo hace; no contamos ni siquiera un esbozo de cuál será el modus vivendi bajo el que el Reino Unido recuperará su total soberanía económica por la cual optó.

Sobre los temas relativos a la inmigración y el asilo, todo el mundo afirma que está esperando que Alemania presente un plan que todo el mundo, incluidos los votantes alemanes, pueda aceptar: nada similar a ello se halla a la vista y, ¿cómo podría estarlo? Y en cuanto al “Fondo de Recuperación y Resiliencia”, más conocido por su alias de “Next Generation EU Fund”, anunciado como “la respuesta europea al coronavirus”, no ha sido todavía aprobado por el denominado Parlamento Europeo.

Por otro lado, su legalidad a tenor de los Tratados de la Unión Europea sigue siendo nebulosa; no hay noticias tampoco sobre cómo se obtendrá el dinero y mucho menos sobre cómo será reembolsada la nueva deuda paneuropea después de 2027 (probablemente con nueva deuda); y, lo que es más importante, sigue sin estar claro cómo y por quién serán evaluados los proyectos en los que supuestamente los Estados miembros gastarán las asignaciones de fondos concedidas y, todavía más importante, tampoco se sabe cuándo llegarán finalmente los nuevos recursos monetarios a las capitales nacionales de los mencionados Estados.

Sigue sin estar claro cómo y por quién serán evaluados los proyectos en los que supuestamente los Estados miembros gastarán las asignaciones de fondos concedidas

Y ahora, para coronar todo esto, llega la “segunda ola” de la pandemia. Francia y España son los países más golpeados, pero no olvidemos que la República Checa y Alemania se aproximan a ellos. Si el dinero de la Unión Europea va a estar disponible dentro de un año, ¿cómo se salvarán los países y sus economías, si el desastre de los primeros seis meses de este año llega a repetirse? Los presupuestos nacionales se hallan ya en estos momentos superados en gran medida por el gasto; parece imposible que pueda producirse una segunda ola de endeudamiento para combatir la segunda ola de la pandemia.

En cualquier caso, todo el mundo quiere evitar este escenario, entre otras razones porque no puede excluirse que haya una tercera en 2021. Sin una transferencia masiva de fondos por parte de los gobiernos, una segunda ola de confinamientos romperá finalmente el espinazo de las economías de las pequeñas empresas de servicios surgidas de las sociedades industriales de las décadas de 1970 y 1980. Las insolvencias proliferarán y los bancos colapsarán bajo el peso de las deudas malas: el Armagedón económico. 

¿Qué pretenden hacer los gobiernos, conscientes como deben serlo, ante el enorme potencial de protesta que puede desencadenarse si no son capaces de proteger a grandes segmentos de sus sociedades este invierno? En este contexto, es tan interesante como deprimente leer la entrevista concedida por el primer ministro italiano Giuseppe Conte al Frankfurter Allgemaine Zeitung el pasado 8 de octubre.

Dos puntos son particularmente preocupantes. En primer lugar, Conte tranquiliza a su audiencia alemana en cuanto a la naturaleza tecnocrática de su proyecto de recuperación nacional, cuando confiesa que Italia “devolverá la confianza que Europa ha depositado en ella mediante la realización de la inversión y de las reformas estructurales que el país necesita en estos momentos. Si Italia llega a ser más productiva y competitiva, ello beneficiará a todos los actores presentes en el mercado común europeo […]”.

Tras indicar que parte del dinero procedente de la Unión Europea podría utilizarse para sustituir deuda pública italiana que devenga un interés alto por deuda pública europea con bajos tipos de interés, Conte pasa a prometer una “reforma tributaria” mediante la “completa digitalización y simplificación de nuestro farragoso sistema fiscal” acompañada por la “completa digitalización” de los sistemas de pago en general y una total integración de los bancos de datos públicos: “Debemos cablear el conjunto del país”.

Conte pasa a prometer una “reforma tributaria” mediante la “completa digitalización y simplificación de nuestro farragoso sistema fiscal”

Este, afirma Conte, es el único modo de acabar no solo con la economía sumergida, sino también con “la desigualdad social y regional”: “Debemos invertir en nuestra infraestructura material, en nuestras autopistas y conexiones ferroviarias, debemos modernizar nuestros puertos y aeropuertos” y movernos hacia “una economía sostenible y una energía renovable”.

Ni una palabra sobre el sistema de salud infrafinanciado, sobre la terriblemente inadecuada Administración pública italiana, sobre las competencias de los trabajadores, ni sobre el tipo de empresas que se precisan para que la inversión pública cree empleos domésticamente en vez de destrozarlos y recrearlos en el exterior. Y solo al final de la entrevista menciona Conte a las “pequeñas y medianas empresas, que constituyen la columna vertebral de la economía italiana”, las cuales, admite, exigen medidas ajustadas y adecuadas a las mismas, que no acaba de especificar, “para mejorar su base financiera en vez de la inversión directa”.

En segundo lugar, Conte recuerda orgullosamente al entrevistador que el Estado italiano ha estado generando durante dos décadas el correspondiente superávit presupuestario primario, gastando por debajo de sus ingresos, al margen del servicio de la deuda. Esto era, por supuesto, lo que demandaban las exigencias de austeridad impuestas por la Unión Europea y su cumplimiento, lo cual no dice Conte, una de las razones principales del bajo gasto italiano en servicios públicos, incluidos los sanitarios —que son inferiores a los de Alemania en dos puntos porcentuales del  PIB— y, por consiguiente, del devastador impacto de la primera ola del coronavirus sobre el país.

De acuerdo con Conte, era la elevada deuda pública la que dictaba la austeridad, no una moneda común que niega a Italia la posibilidad de disponer de una política monetaria independiente

De acuerdo con Conte, era la elevada deuda pública la que dictaba la austeridad, no una moneda común que niega a Italia la posibilidad de disponer de una política monetaria independiente y que la coloca a merced no solo de los mercados financieros, sino también de la “solidaridad europea”.

¿Qué logrará esa solidaridad? Con menos que pagar a sus deudores, Conte sugiere, y unos mayores ingresos tributarios posibilitados por la recaudación informatizada de los mismos, así como por la conquista fiscal de la economía sumergida, Italia podrá gastar más no únicamente en aeropuertos y puertos, sino en su opinión también en educación, en políticas de creación de empleo y en “una clarividente política familiar capaz de poner fin al declive poblacional”.

Pero, ¿cuándo sucederá esto? ¿Puede compensar una inyección única de recursos monetarios, por enorme que sea, el hecho de que la economía italiana vive con una moneda notoriamente sobrevaluada? ¿O espera el gobierno italiano que las “reformas estructurales” (Conte) garantizadas por el dinero obtenido de los fondos europeos para paliar la actual pandemia harán a la economía italiana lo suficientemente productiva como para justificar el mantenimiento del mismo tipo de cambio que las economías del norte de Europa?

En estos momentos, Italia espera recibir 209 millardos de euros del Recovery and Resilience Fund, los cuales puede comenzar a llegar en 2021, si las cosas van bien, y que deben ser gastados durante el periodo de siete años que concluye en 2027. Esta cifra equivale al 1,9 por 100 del licuado PNB italiano estimado para 2020 y es menor de lo que sería necesario invertir, de acuerdo con un criterio anual, únicamente para poner su sistema de salud a la altura de los estándares noreuropeos.

A diferencia de los puentes y los aeropuertos, las escuelas, las universidades, los hospitales y el resto de infraestructuras sociales no son asuntos instantáneos y puntuales, sino que precisan ser financiadas de acuerdo con un criterio recurrente

¿Quién espera que los juguetes tecnocráticos en los que se gastará la mayoría del dinero recibido incremente la productividad económica italiana de modo que el país sea capaz de funcionar sin las inyecciones monetarias de la Unión Europea una vez que la bonanza europea se haya acabado y el país se encuentre de nuevo a solas con la insaciable bestia del euro?

A diferencia de los puentes y los aeropuertos, las escuelas, las universidades, los hospitales, los sistemas de transporte público, las oficinas de planificación y el resto de infraestructuras sociales en vez de físicas no son asuntos instantáneos y puntuales, sino que precisan ser financiadas de acuerdo con un criterio recurrente. Exigen un abandono fundamental de los principios de la teoría económica neoliberal (“¡superávits primarios durante veinte años!”) con su celebración de los mercados y de la propiedad privada por encima del gobierno y de las instituciones públicas. Nada de esto está a la vista ni en Bruselas ni en Roma.

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