Turismo
Carta a los Reyes Magos del Turismo para Barcelona 2023

Durante los meses más duros del confinamiento surgieron muchas voces que advertían de la necesidad de repensar el turismo; pues bien, repensémoslo o, mucho mejor, recojamos aquellas voces que ya habían realizado propuestas serias y fundadas sobre cómo desandar la turistificación de Barcelona y apostar por una nueva ciudad donde el turismo no termine de desaparecer, pero sí comience a jugar un papel completamente distinto.

Antropólogo y profesor universitario

@antroperplejo


6 ene 2023 11:05

A estas alturas, repetir que 2023 es un año electoral puede sonar manido. Y lo es porque, además de enfrentar, en algunos territorios de España, hasta tres convocatorias diferentes —municipal, autonómica y estatal— los diferentes partidos en liza, y por diferentes cuestiones, parecen llevar un tiempo en campaña. En lo referente a la ciudad de Barcelona, asentado el Govern de la Generalitat, el primer envite llegará en escasos cinco meses, el próximo mayo. De esta forma, las dos convocatorias catalanas, desarrolladas en momentos separados del año, permitirán separar los discursos y perfilar y debatir específicamente los programas y propuestas referidas a cada esfera política, algo que no siempre sucede. El principal objetivo del presente artículo es, de hecho, realizar una serie de propuestas que sus firmantes piensan deben ser tratadas en referencia al turismo para contienda electoral en Barcelona.

Barcelona es y será una ciudad turística. Las políticas urbanas y urbanísticas que desplazaron la actividad industrial hacía el extrarradio u otros territorios foráneos con mano de obra más barata y menos restricciones medioambientales, facilidades en el transporte y, sobre todo, la oportunidad de generar rentas a partir de la especulación del suelo, no son exclusivas de la capital catalana, sino uno de los denominadores comunes del neoliberalismo planetario. Lo que sí caracteriza a Barcelona es su apuesta declarada por el turismo como alternativa de economía urbana. Si en los años 80 esta transición se perfilaba en torno a una economía de servicios, con el paso del tiempo y, en particular, después de la crisis financiera global de 2008, el turismo fue ganando un peso específico. En 2019, antes de la pandemia, el turismo suponía hasta el 12,9% de su Producto Interior Bruto (PIB) y daba empleo a más de 131 mil trabajadores y trabajadoras, el 12,5% del total. Las políticas turísticas en la ciudad no son recientes, podrían rastrearse incluso más allá del siglo. Lo que sí es actual es la colaboración público-privada vinculada a las mismas, que ha supuesto la aceleración de una dinámica turistificadora y las importantes consecuencias que suponen para la población barcelonesa en general.

Las políticas turísticas en la ciudad no son recientes, podrían rastrearse incluso más allá del siglo. Lo que sí es actual es la colaboración público-privada vinculada a las mismas y sus consecuencias

En un momento de cierta recuperación, los medios de comunicación, parte de la patronal y algunos partidos políticos, vienen celebrando desde hace meses que los turistas están de vuelta. Sin embargo, cabe recordar que esto aun no es así. Según los últimos datos aportados por el Institut d'Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona (IERMB) y el Àrea Metropolitana de Barcelona (AMB), para finales del tercer trimestre de 2022, el aeropuerto de El Prat continuaba funcionando a un 18% por debajo de su capacidad, mientras que el Puerto de la ciudad también lo hacía en un 1% inferior.

Lo que sí se ha recuperado es la rentabilidad de los establecimientos hoteleros, en particular en el segmento de mayor categoría gracias al incremento de precios experimentado asociado a la congelación salarial de los últimos dos años, según los datos que se desprenden del ingreso medio por habitación (RevPar) recogidos en el Área de Estadística del Ayuntamiento de Barcelona. Pero estaríamos, por tanto, todavía en un lejano 80% del total de visitantes del año anterior a la pandemia. Así pues, cualquier celebración, basada únicamente en los números, algo que por su carácter mediático y por ser del agrado de cierta parte de la política, siempre se expone como referente para medir el éxito de un destino turístico, no tiene mucho sentido, más allá de hacer sentir a la ciudadanía en general que volver a la situación de 2019 es lo único bueno y deseable.

No obstante, esto no es así. Basta recordar que la debacle en el número de visitantes debido a las restricciones globales para la contención del covid-19 supuso el cierre de un gran número de negocios, la ruina de muchos autónomos y pequeñas y medianas empresas, el desempleo de gran cantidad de trabajadores y trabajadoras y la miseria y la desesperación de muchas familias. Más allá de la cortina de los números y el deseo de la vuelta a la era pre-covid-19 de algunos actores sociales, es urgente tomar medidas para que estas y otras cuestiones no vuelvan a repetirse. Los principios que parecen orientar las políticas turísticas en este último mandado del gobierno municipal son la elitización y la desconcentración.

Atraer turismo de alto poder adquisitivo, que tiene un consumo de recursos más elevado que la media, implica destinar un presupuesto público cada vez mayor, en una dinámica de competencia creciente con otras ciudades y territorios cercanos

Bajo metáforas en torno al turismo de calidad, se escondería una clara voluntad de atraer visitantes con mayor poder adquisitivo. También se plantea que, para evitar los problemas de masificación previos a la pandemia, se realice un esfuerzo en la promoción de nuevos atractivos. Sin embargo, esta doble orientación conlleva repetir y acentuar los problemas previos. Atraer turismo de alto poder adquisitivo, que tiene un consumo de recursos más elevado que la media, implica destinar un presupuesto público cada vez mayor, en una dinámica de competencia creciente con otras ciudades y territorios cercanos, como Ámsterdam, Venecia, Mallorca o Málaga. Desconcentrar los atractivos turísticos sin una política real de decrecimiento no supone otra cosa que trasladar y multiplicar los problemas que ya tenemos. Experiencias anteriores en este sentido, como la conversión en atractivo turístico de los búnkeres del Carmel, nos alertan de que los buenos discursos los carga el diablo.

Durante los meses más duros del confinamiento surgieron muchas voces que advertían de la necesidad de repensar el turismo; pues bien, repensémoslo o, mucho mejor, recojamos aquellas voces que ya habían realizado propuestas serias y fundadas sobre cómo desandar la turistificación de Barcelona y apostar por una nueva ciudad donde el turismo no termine de desaparecer, pero sí comience a jugar un papel completamente distinto.

Entre las medidas que habría que tomar estaría llevar más allá las limitaciones actuales para  la apertura de nuevos establecimientos turísticos, de todo tipo, alcanzando equipamientos que, hasta hace poco, no estaban bajo el paraguas del Pla Especial Urbanístic d'Allojaments Turístics (PEUAT), como las residencias de estudiantes o los colegios mayores. Pero estas restricciones no deben únicamente abarcar tipologías, sino también territorios. Aquellas áreas contempladas en el PEUAT que aun pueden admitir nuevas inversiones turísticas han de ser revisadas en aras de una verdadera política de decrecimiento. Repartir el turismo por la ciudad no es sino otro de los nombres del crecimiento.

Deberían ser implementados y, sobre todo, vigilados y evaluados, los Planes de Uso (PS) que restringen y persiguen disminuir de forma sensible los establecimientos dedicados a la restauración, especialmente en la proliferación de terrazas

Igualmente, deberían ser implementados y, sobre todo, vigilados y evaluados, los correspondientes Planes de Uso (PS) que, en determinadas zonas, restringen y persiguen disminuir de forma sensible los establecimientos dedicados a la restauración. Esto debería ser especialmente incisivo en la proliferación de terrazas, ya que suponen un importante mecanismo de restricción de uso del espacio urbano, así como su privatización parcial.

Deben ser, igualmente, modificadas las campañas de marketing y publicidad dirigidas a la proyección internacional de Barcelona como destino turístico. Y, para ello, no cabe otra que el desmantelamiento del actual Consorci de Turisme de Barcelona, auténtico referente de las políticas neoliberales turística de la ciudad, no obstante se encuentra financiado principalmente por dinero público, mientras que es gestionado de forma privada. No existen alternativas plausibles, como se vio en el primer mandato del actual equipo de Gobierno, a esta decisión.Por su importancia, las políticas turísticas han de ser única y exclusivamente desarrolladas por la administración pública municipal de forma directa. En cualquier caso, también cabría modificar su reglamento de tal modo que se reduzca la capacidad de decisión del sector privado y, con ello, reorientar sus objetivos y funciones, subordinadas a las orientaciones de la política pública. Esto también implica cortar recursos públicos destinados a la promoción internacional.

Pese a que el Ayuntamiento de Barcelona no tiene competencias en movilidad internacional e infraestructuras como el Aeropuerto, sí que tiene presencia institucional en el Puerto de Barcelona, donde debería impulsar, o al menos hacer oír su voz, en temas vinculados a la limitación de los cruceros, la creación de nuevas infraestructuras que posibiliten la atracción de un mayor número de visitantes, etc. La posición de Barcelona como segunda capital del Estado, al menos en términos simbólicos y políticos, también le debería posibilitar cierta influencia en el establecimiento de limitaciones en el crecimiento del aeropuerto.

El turismo de proximidad se convierte en el espacio privilegiado para pensar políticas turísticas que tengan como sujeto protagonista a la propia población de Barcelona y, en particular, de las clases trabajadoras

Aunque las competencias del Ayuntamiento son muy limitadas en aspectos relacionados con el mundo laboral —inspecciones, supervisión de acuerdos, convenios, etc.— éste es un aspecto que una administración municipal como la de Barcelona, con tanta población activa vinculada al mundo del turismo, no puede obviar. Habrían de articularse las medidas necesarias, tanto proactivas —elaboración de protocolos voluntarios, pero también aquellas normativas y regulaciones posibles competencialmente— como restrictivas —imposición de multas o suspensión de licencias— que permitan avanzar y mejorar tantos aspectos del mundo del trabajo como sea posible. En este sentido, habría que fortalecer y dotar de más recursos y, por tanto, capacidad de actuación a los Puntos de Defensa de Derechos Laborales puestos en marcha en 2016. Estos dan orientación y un primer servicio de asesoría laboral a personas trabajadoras, además de poder gestionar denuncias ante la Inspección de Trabajo, y que se ha puesto en marcha en colaboración con las organizaciones sindicales.

Finalmente, y no por ello menos importante, hemos de pensar en alternativas laborales y productivas a las actuales actividades turísticas. Es necesaria una diversificación productiva, repensar polígonos industriales, impulsar pequeños y medianos talleres, etc., pero también el diseño e implementación de un turismo de base popular pensado por y para los propios barceloneses. Cabe recordar que uno de cada cuatro familias de la ciudad no se pueden permitir una semana de vacaciones al año. Un turismo destinado a este no menos importante colectivo de vecinos y vecinas, no solo sería una opción a las actuales dinámicas turístico-capitalistas, sino que podría ser el pilar sobre el que construir una nueva forma de entender el turismo, a la vez que dar acceso al mismo a aquellas familias que ahora no se lo pueden permitir manteniendo, a la vez, parte de los empleos y actividad. El turismo de proximidad se convierte en el espacio privilegiado para pensar políticas turísticas que tengan como sujeto protagonista a la propia población de Barcelona y, en particular, de las clases trabajadoras. Esto implica pensar en serio una política turística, no en términos receptivos y para beneficio empresarial, sino que ponga en primer plano las necesidades de la mayoría de la población local.

Estas y otras medidas, lejos de los cantos de sirena de la seguridad, el incivismo o la falta de iluminación, deberían estar sobre la mesa para aprobar la asignatura turística de 2023 en Barcelona.

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