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Tribuna
El viaje de nuestras vidas
Periodista y activista de Aterra, campaña portuguesa por la reducción del tráfico aéreo y una movilidad justa y ecológica
Es una de las cuestiones más importantes de mi vida y de nuestro tiempo: la forma en que nos desplazamos por la Tierra. En 2019, me llevó a intentar utilizar el micrófono del primer ministro de Portugal para denunciar el disparate que sería la ampliación del aeropuerto de Lisboa. A continuación, siguieron tres años de proceso judicial contra mi por “desobediencia”.
En la sentencia absolutoria, el tribunal ha recordado que la libertad de expresión, reunión y manifestación son “derechos democráticos fundamentales”, derechos que existen por tantas de nosotras que hemos desobedecido en el pasado, y que hoy nos toca utilizar en defensa de la vida. Mientras espero conocer el resultado del recurso presentado por el Ministerio Público, el crimen de la ampliación del aeropuerto de Lisboa sigue. Y, como un pequeño avión de papel, lanzo esta llamada.
Despegue
Cuando, en 2018, me enteré de que el Gobierno había llegado a un acuerdo con la siniestra multinacional Vinci para ampliar el aeropuerto de Lisboa, no me lo podía creer. Luego, no podía dormir. El objetivo anunciado era tener un avión sobrevolando la ciudad cada 50 segundos y acoger a 50 millones de pasajeros aéreos cada año. Esto es cinco veces el número de pasajeros de 2004. Y es cien veces el número de habitantes de Lisboa, una ciudad cuyas colinas están abarrotadas de turistas y personas sin hogar.
El transporte aéreo se ha convertido en el ejemplo perfecto para compreender la altitud hasta la que llega la demencia capitalista. Es la fuente de gases de efecto invernadero que más crece. Aunque es el medio de transporte más contaminante, es el que menos impuestos paga. También es el más injusto y elitista.
La mitad de las emisiones de la aviación son causadas por el 1% de los habitantes más ricos del planeta. Sirve a una minoría privilegiada, mientras que el 90% de la población mundial nunca ha puesto un pie en un avión pero sufre el cambio climático. También es una de las industrias que más se beneficia de la guerra.
Para ser elegido alcalde de Lisboa, António Costa propuso desactivar el Aeropuerto Humberto Delgado y crear allí un “pulmón verde”. En 2020, encabezó el gobierno que llevó a cabo una ampliación del mismo aeropuerto, sin consulta pública ni estudio medioambiental
El covid-19 ha logrado algo notable para la salud pública y planetaria: ha dejado en tierra a la mayoría de los aviones. Todo lo que necesitamos es mantenerlos en el suelo, pero está sucediendo al revés. Renfe, CP y los gobiernos de España y Portugal suspenden los históricos trenes Lusitania y Sud Express —la única forma ecológica de viajar entre Lisboa y Madrid, y entre Lisboa e Irun/Hendaya— y aíslan Portugal de la red ferroviaria europea. En 133 años, esto solo se ha subsanado durante las dos Guerras Mundiales y la Guerra Civil española.
Las élites se reúnen en la 26ª cumbre del clima, firman el 26º acuerdo de reducción de emisiones, vuelan de vuelta y siguen fomentando el aumento de emisiones. Los gobiernos utilizan nuestro dinero para rescatar empresas de aviación —las mismas que están libres de impuestos y se benefician de la destrucción ecológica— sin siquiera imponer contrapartidas medioambientales.Las compañías aéreas utilizan ese dinero para operar decenas de miles de vuelos vacíos.
Un “repunte de la aviación” no sería “volver a la normalidad”. Sería volver a la locura.
Punto de no retorno
Una tarde de primavera, me dirigí al palco donde el Primer Ministro pronunciaba un discurso, participando en una acción de denuncia audaz, divertida y necesaria. Para ser elegido alcalde de Lisboa, António Costa propuso desactivar el Aeropuerto Humberto Delgado (cerca del centro lisboeta) y crear allí un “pulmón verde” de la ciudad. En 2020, encabezó el gobierno que llevó a cabo una ampliación furtiva y brutal de ese mismo aeropuerto, sin consulta pública ni estudio medioambiental.
Es más, para tratar de imponer un segundo aeropuerto en el estuario del Tajo todo vale: afirmar desde el principio que el proyecto será “irreversible” y que “no hay plan B”, ignorar a la ciencia, anular leyes democráticas, socavar estudios medioambientales y perseguir activistas.
Las personas que padecen demencia capitalista se ponen al frente de organismos estatales, empresas y cámaras de televisión
La demencia capitalista se caracteriza por ser adicta al crecimiento económico y a los megaproyectos, aunque eso signifique la destrucción de nuestro hogar común. También por alegar preocupaciones ambientales mientras comete crímenes ambientales, y por rodearse de privilegios hasta el punto de no sentir el mundo y no sentir a los demás.
Barcelona
Crisis climática La presión social y las fricciones políticas paralizan la ampliación del aeropuerto del Prat
Las personas que la padecen se ponen al frente de organismos estatales, empresas y cámaras de televisión. Necesitan apoyo. Pero, primero, necesitan ser frenadas. Igual que quitaríamos una caja de cerillas de las manos de una persona que sufre de piromanía, es crucial que quitemos cualquier instrumento de poder a los que sufren demencia capitalista. El micrófono es uno de ellos.
Aterrizaje
He pasado gran parte de mi vida recorriendo nuestro planeta en una larga y misteriosa coreografía con las estrellas. Elegir viajar con los pies en la Tierra me ha acercado a experiencias que, cuando muera, me recordarán que vivir valió la pena. Del último vuelo que tomé, recuerdo un placer nervioso recorriendo mi columna vertebral y las ganas de gritar “¡volamos!”. El avión es una tecnología demasiado preciosa para estar al servicio de “vuelos basura”, y no al servicio del bienestar de la humanidad y de las especies con las que cohabitamos.
El capitalismo nos ha vendido la idea de que teníamos derecho a volar en cualquier momento, en cualquier lugar y por cualquier motivo, pero ha ocultado sus impactos. Puede ser difícil renunciar a esa comodidad. Puede ser maravilloso. Algunos tenemos la maravillosa opción de renunciar a un vuelo (por ejemplo, una pareja que disfruta de un fin de semana en una capital lejana) y permitir que otros lo hagan (por ejemplo, una persona migrante que visita a un familiar enfermo).
Los recursos del planeta que nos permiten propulsar un avión tienen límites. Nuestra imaginación no.
Sea cual sea tu contexto o tu poder, te pido que no seas cómplice, que asumas tu responsabilidad y que des lo mejor de ti. Te pido que denuncies los hábitos de viaje de los superricos. Te pido que empieces el cambio de la política de transporte de tu club, empresa, cooperativa, universidad, partido o municipio. Que apoyes el fin de las exenciones fiscales a la aviación y el inicio de una tarifa para los pasajeros frecuentes. Que exijas la vuelta del Lusitania y del Sud Express para que, como ya está ocurriendo por toda Europa, cada vez más gente en la península Ibérica pueda elegir el tren nocturno antes que el avión. Que difundas esta maravillosa noticia: así como no hubo ampliación en Barcelona, no habrá ninguna ampliación mas del Aeropuerto de Lisboa, y la solución es simple y sencilla: menos avión y más imaginación.
Aviación
Crisis Climática Planeta en 'overbooking': el avión ecológico no existe
Te pido que me ayudes a dar lo mejor de mí. Que tomemos juntas nuestro poder. Por un futuro de viajes maravillosos, en los que nos enamoremos de las historias, comunidades y ecosistemas de las que formamos parte. Donde el valle de abajo y la calle de arriba son lugares más atractivos que Barcelona, Bali o Berlín. Donde los pies, los pedales y los raíles nos llevan por lugares nuevos y viejos. Donde las amarras de los veleros se sueltan de los muelles del lujo, y la gente y las mercancías se embarcan hacia donde hay vientos y mares. Donde el arte nos hace despegar, a bordo de viejos aviones convertidos en cines.
Los recursos del planeta que nos permiten propulsar un avión tienen límites. Nuestra imaginación no. Te invito a hacer el mejor viaje de nuestras vidas: poner los pies en la Tierra y dejar la imaginación volar.