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Tenemos que hablar
Nos vemos en el patio
Estemos trabajando, en paro o jubilados, parece que septiembre tiene la letra escarlata marcada a fuego del “hay que hacer algo con nuestras vidas”.
Los seres humanos somos muy de calendarios. Y septiembre es el mes del mañana empiezo, de los buenos propósitos: sacarme el carnet de conducir, comer sano o recuperar la tarjeta del gimnasio del cajón de los calcetines impares. También es el mes de la vuelta a las rutinas. La vida moderna tiene esas cosas, que nos impone normas, horarios, nuevos planes nuevos.
Mi sobrino de tres años ha empezado a ir al cole por primera vez en su vida. No del todo consciente de lo que le esperaba, pero con una leve intuición, las lágrimas y el sueño se mezclaban con la sorpresa y un no como un castillo cuando su padre le ha dicho que tenían que irse.
Todo un micromundo a descubrir, el colegio, con niñas y niños desconocidos en un aula llena de buenas intenciones y sin padres por primera vez. No me extraña que lloren como descosidos, yo también lo haría. Lo bueno es que ellos tienen un periodo de adaptación, es decir, la primera semana están una hora allí y luego vuelta a casa, a liberarse del agobio. Sería genial que a los mayores nos dejaran hacer eso. Una hora en la oficina y fuera, para ir superando ese problema tan del primer mundo que copa los telediarios: el estrés postvacacional.
Pero no puede ser. Estemos trabajando, en paro o jubilados, parece que septiembre tiene la letra escarlata marcada a fuego del “hay que hacer algo con nuestras vidas”. Que se lo digan a Pedro Sánchez y a sus colegas de pupitre. Trata de arrancarlo, Pedro. Tratemos de arrancar, que luego llegan las lluvias, el frío, las compras de Navidad y la cuesta de enero.
Es decir, que mientras haya vida hay calendario y septiembre es también el mes de disfrutar del airecito y de la vuelta de los amigos, de aportar algo nuevo a nuestras mochilas si queremos seguir enriqueciendo nuestras vidas y que no se parezcan a la rueda eterna del hámster: tal vez un amor, un proyecto profesional ilusionante, un viaje aplazado por la ola de calor, o una nueva filosofía vital menos pendiente de las casillas del tiempo.
Seguro que mi sobrino, que aún no sabe cuándo es lunes, ni domingo, ni ayer, ni mañana, supera con honores su nuevo desafío, así que nosotros, que alguna vez fuimos niños aunque a algunos no se les note nada, deberíamos tirar de ese recuerdo para levantarnos con miedo y expectativas, una mezcla que nunca nos abandona.
Esta es mi teoría, claro, porque a veces a mí también se me cae el lagrimón y me cuesta, pero ese es uno de mis nuevos propósitos de septiembre, asumir que no todos los días son fiesta y que si hay que llorar se llora, que luego se pasa y suena la campana del recreo. Feliz septiembre, amigas y amigos de El Salto, nos vemos en el patio.
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