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Después de Sturgeon

El apoyo a la independencia de Escocia ha pasado del 25 a casi el 50%. La decisión de Sturgeon, dirigente del Partido Nacionalista Escocés, de desmovilizar la campaña por el 'Sí' después del referéndum de 2014 y de canalizar sus energías activistas hacia su proyecto de gestión política en el Parlamento escocés ha dejado al SNP con una influencia extraparlamentaria mínima.
Glasgow
La Estatua de Wellington, en la plaza Royal Exchange en Glasgow, Escocia, en una imagen de 2004. Jose Durán Rodríguez
2 dic 2022 05:27

Los nacionalistas escoceses están vendiendo cada vez más un sueño que no pueden materializar. Westminster no concederá otra votación políticamente vinculante sobre la secesión de Escocia de la Unión. Por su parte, Nicola Sturgeon ha descartado una declaración unilateral de independencia, mientras el Tribunal Supremo británico acaba de vetar una encuesta consultiva sobre la independencia organizada por el Parlamento escocés. Con estas vías bloqueadas, Sturgeon ha prometido convertir las próximas elecciones generales del Reino Unido en un plebiscito de facto sobre la ruptura del Estado británico. Sin embargo, el umbral que ha fijado es improbablemente alto: el Partido Nacionalista Escocés (SNP) tendría que ganar más del 50 por 100 de todos los votos emitidos en Escocia para asegurarse un mandato para la separación, algo que el partido no logró ni siquiera en 2015, cuando los nacionalistas consiguieron una victoria prácticamente arrolladora en las circunscripciones escocesas. Además, los partidos unionistas –los laboristas, los conservadores y los liberal-demócratas– no disputarán las próximas elecciones en los términos propuestos por el SNP, sino que se concentrarán en preocupaciones más pedestres (inflación, sanidad, economía) en un intento de ahogar la cacofonía constitucional circundante.

El estrechamiento de las perspectivas del nacionalismo escocés arroja dudas sobre el futuro de Sturgeon, quien en su día fue considerada como la gran salvadora política del movimiento independentista. Si Alex Salmond, que lideró el SNP en dos ocasiones, entre 1990 y 2000 y de nuevo entre 2004 y 2014, no pudo cumplir con lo prometido, su sucesora seguramente podría hacerlo. Donde Salmond fue impulsivo y divisivo, Sturgeon fue cautelosa y unificadora. Mientras que Salmond imponía su caótico ego en cuestiones de política exterior e interior, la que fuera ministra de Sanidad del gobierno escocés tenía más sentido estratégico, optando por cristalizar las credenciales eurófilas del partido tras el Brexit y consolidando su posición entre la mayoría de clase media escocesa que se mostró partidaria de permanecer en la Unión Europea. Durante un tiempo, su planteamiento pareció dar resultado. Sturgeon logró la destrucción del Partido Laborista escocés hace siete años, antes de elevar el apoyo a la independencia a máximos históricos (una encuesta, publicada en octubre de 2020, situaba el voto a favor del 'Sí' en el 58 por 100).

Recientemente, tras quince años del SNP en el poder y la independencia no más cerca de lo que lo estaba en septiembre de 2014, la creencia prácticamente bíblica en el poder de Sturgeon ha comenzado a desvanecerse. Cada vez más, la sensación entre los defensores del 'Sí' es que la independencia, si alguna vez llega, no será entregada por la actual primera ministra. Al mismo tiempo, la propia Sturgeon ha comenzado a insinuar una vida más allá del Parlamento escocés, diciendo a una audiencia en el Festival de Edimburgo en agosto pasado que “no quiero ser el tipo de política que se aferra al cargo”.

La esperanza en 2014, cuando Sturgeon asumió por primera vez la dirección del SNP, era que limaría las incoherencias de la visión neoliberal de la independencia propuesta por Salmond, la cual se basaba en gran medida en los modelos irlandés e islandés de desregulación del mercado, y que construiría un modelo más progresista, arraigado en la energía populista de la campaña por el 'Sí' a la independencia del referéndum de 2014. Durante los primeros años de su liderazgo, el principal activo de Sturgeon fue la creciente base de activistas recién politizados que pedían una salida acelerada de Escocia de la Unión. Las condiciones eran propicias para que colocara a estos activistas en el centro de una revuelta escocesa más amplia contra Westminster, centrada en la oposición de Escocia a la austeridad conservadora y al euroescepticismo inglés. En lugar de ello, Sturgeon, que en muchos sentidos heredó los instintos de búsqueda de una postura moderada original característicos de Salmond, consideró el referéndum sobre el Brexit de 2016 como la oportunidad para reducir los niveles de riesgo; para desradicalizar, el nacionalismo escocés. A partir de entonces, el SNP se movió hacia el centro en busca de los votantes liberales que habían mostrado su apoyo a la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea; la campaña a favor del 'Sí' a la independencia comenzó a dividirse y a disiparse (gracias en parte a una controversia sobre los derechos de las personas trans); y la perspectiva de una segunda votación por la independencia retrocedió.

Ahora, si Sturgeon se va –las elecciones generales escocesas de 2021 pueden haber sido las últimas–, dejará tras de sí un legado político poco convincente, marcado tanto por lo que no hizo como por lo que hizo. Las primeras promesas del SNP de eliminar el impuesto municipal sobre bienes inmuebles y abolir la deuda de los préstamos estudiantiles fueron abandonadas. En su lugar se implementó una chapucera estrategia industrial verde, se registró un récord de muertes por sobredosis y, potencialmente, en línea con el último debate presupuestario sobre volumen de gasto del SNP, se producirán una contundente reducción del empleo público. En 2015 Sturgeon invitó ostentosamente a los medios de comunicación escoceses a «juzgarla» por sus logros en la eliminación de la brecha del rendimiento escolar por razones de clase en las escuelas escocesas. Casi una década después, esa brecha sigue siendo tan enorme como lo era antes de su llegada al poder. (Los índices de aprobados entre los estudiantes más pobres de Escocia cayeron el 13 por 100 durante la pandemia, mientras que únicamente lo hizo el 6 por 100 entre los estudiantes más ricos durante ese mismo período). Como primera ministra, Sturgeon podría haber impuesto un tope a la subida de los alquileres y haber actuado con rapidez contra los combustibles fósiles. En cambio, en todas y cada una de las ocasiones optó por una estrategia de ofuscación y procrastinación.

Sus contorsiones sobre el petróleo del Mar del Norte son un ejemplo de ello. En 2018 el SNP pareció reconocer que la era del petronacionalismo había terminado al eliminar los ingresos del Mar del Norte de sus proyecciones fiscales para un Estado independiente. Pero en su discurso ante la conferencia anual del SNP celebrada el pasado 10 de octubre, Sturgeon volvió a situar bruscamente el petróleo en el centro de su visión del autogobierno escocés. Los ingresos fiscales de los yacimientos del Mar del Norte todavía en explotación se destinarían a un fondo de inversión, dijo, que ayudaría a poner en marcha la economía de Escocia durante los primeros años de independencia. El anuncio destruyó la escasa credibilidad medioambiental de Sturgeon y reflejó una visión de la independencia «como de costumbre».

Sin embargo, si Sturgeon no estuvo a la altura del profético papel que ella misma se había arrogado, es poco probable que a su sucesor le vaya mucho mejor. Hay una sorprendente escasez de talento en los diputados del Parlamento escocés. Las voces críticas han sido silenciadas por el dominio que Sturgeon y su marido, el jefe ejecutivo del SNP, Peter Murrell, ejercen sobre el partido. De los posibles herederos, sólo el secretario de la Constitución, Angus Robertson, goza de verdadera relevancia en la vida pública escocesa, quien niega enérgicamente cualquier interés en el liderazgo. Los otros aspirantes en ciernes son el ministro de Sanidad y Asuntos Sociales, Humza Yousaf, y la secretaria de Finanzas, Kate Forbes. Pero el primero se distingue principalmente por su tenaz lealtad a Sturgeon, mientras que la segunda es una burócrata de hoja de cálculo con opiniones anticuadas sobre el aborto y los derechos de los transexuales, vinculadas a su severa educación evangélica. Con Yousaf, el SNP seguiría recorriendo la actual senda sturgeonista de mediocridad centrista; con Forbes, se convertiría en un conducto para la austeridad devolutiva y para el antiliberalismo social. Dada su proximidad profesional a Sturgeon, ninguno de estos dos candidatos se desviaría de la ortodoxia gradualista del SNP sobre la independencia, dejando al partido atrapado en un patrón aparentemente permanente de inercia electoral y constitucional.

A fecha de hoy el mayor riesgo para Sturgeon es que simplemente sea marginada por los acontecimientos. El caos reinante en el gobierno tory significa que el Partido Laborista podría ganar la mayoría absoluta en las próximas elecciones del Reino Unido, lo cual limitaría la capacidad del SNP de obtener un acuerdo para la convocatoria de un referéndum de autodeterminación de un Parlamento británico carente de una clara mayoría, lo cual constituye la última esperanza de la actual dirección del SNP a medida que sus perspectivas de independencia disminuyen progresivamente. Keir Starmer ha encargado a Gordon Brown la elaboración de un proyecto de reforma constitucional británica, que podría recomendar la abolición de la Cámara de los Lores y la creación en su lugar de un «Senado de las Naciones y las Regiones» elegido por la ciudadanía. Como parte de una operación más amplia para frenar el atractivo de la independencia, Brown también podría ofrecer a Edimburgo (junto a Cardiff y Belfast) una nueva serie de competencias en materia de seguridad social y política económica. Starmer puede adoptar todas o ninguna de las propuestas de Brown. (Cuando se filtró el supuesto contenido del informe en septiembre, los laboristas trataron inmediatamente de amortiguar las expectativas). Pero la idea de un acuerdo de descentralización mejorado y atornillado a una constitución británica reformada ya ha recibido elogios de algunos sectores inesperados.

En agosto, Stephen Noon, estratega jefe de la campaña por el 'Sí' durante el primer referéndum escocés de 2014, argumentó que el SNP debería moderar su demanda de secesión en caso de una sentencia desfavorable del Tribunal Supremo. La cuestión nacional se ha vuelto “demasiado binaria”, dijo Noon. Escocia necesita un término medio constitucional, que conceda a Parlamento escocés una mayor libertad legislativa sin inducir el dolor de un divorcio político en toda regla. «No existe tanta diferencia entre la independencia y una mayor autonomía –lo que incluso podríamos llamarse independencia dentro del Reino Unido– como el debate polarizado podría hacernos creer», escribió. Lo que se desprende del análisis de Noon es un futuro alternativo para el SNP en el que el partido abraza la ambigüedad de la política de la Home Rule de Irlanda, negociando una mayor autonomía escocesa y, al mismo tiempo, haciendo un gesto a la elusiva libertad nacional de Escocia, un ideal siempre al alcance de la mano, pero nunca materialmente realizado.

Noon no explicó cómo resolvería su visión confederal las tensiones arraigadas, que giran en torno al el Brexit y la austeridad, las armas nucleares, la pobreza y la decadencia industrial, que impulsan las demandas de autodeterminación escocesa en primer lugar. No obstante, su llamamiento al compromiso fue revelador. El hecho de que un nacionalista de alto nivel apoye públicamente la «devo-max» (maximum devolution) señala el estancamiento del movimiento independentista. (La devo-max se refiere a la transferencia de mayor nivel de autoridad al gobierno regional correspondiente, reteniendo el gobierno central las competencias en materia de defensa, política exterior y política monetaria). El SNP está haciendo pocos esfuerzos para organizar a los activistas de base. La sociedad civil escocesa –uno de los actores fundamentales en la campaña por la devolución organizada hace treinta años– está estancada. La única señal real de que se está montando una ofensiva es una serie de anémicos documentos de debate preparados por el gobierno escocés, que plantean más preguntas sobre la modelo económico de una Escocia independiente que las que responden. (El más reciente de ellos, Building a New Scotland: A stronger economy with independence, publicado el 17 de octubre pasado, se limita a retomar  la insulsa sustancia corporativa del desacreditado informe de 2018 elaborado por la Sustainable Growth Commission presidida por Andrew Wilson y compromete al SNP a la “esterlinización” temporal de la moneda escocesa hasta que sea factible establecer una libra escocesa independiente).

En su conjunto, el historial político de Sturgeon es amplio pero superficial. Durante los últimos diez años, el apoyo a la independencia de Escocia ha pasado del 25 a casi el 50 por 100. La antaño inamovible mayoría unionista de Escocia se ha atrofiado y es poco probable que se recupere. Pero la decisión de Sturgeon de desmovilizar la campaña por el 'Sí' después del referéndum de 2014 y de canalizar sus energías activistas hacia su proyecto de gestión política en el Parlamento escocés ha dejado al SNP con una influencia extraparlamentaria mínima. Tras la decisión unánime del Tribunal Supremo, cada una de las vías “legítimas” hacia la independencia —un referéndum pactado, un referéndum consultivo, unas elecciones plebiscitarias— parece poco realista. Sturgeon puede ocupar o no mucho tiempo más su posición. Pero por ahora el país que dirige no va a ninguna parte.

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Artículo original: Post Sturgeon publicado por Sidecar, blog de la New Left Review, traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Daniel Finn, «Desafío de las periferias», NLR 135.
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