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Dinero y mímesis: el viaje de Croacia hacia el euro
«Mi punto de vista aquí es que la representación puede ser convincente independientemente de si tal cosa se ha visto alguna vez o de si es creíble o no [...]».
Erich Auerbach, Dante, poeta del mundo terrenal (1929)
El 1 de enero, los croatas se embarcaron en el último experimento ordenado por la UE sobre si la «representación [monetaria] puede ser convincente», cuando sustituyeron su moneda nacional, la kuna, por el euro, convirtiéndose en el primer Estado miembro en hacerlo desde su adopción por Lituania en 2015. Como todos los Estados de la UE salvo Dinamarca, Croacia aceptó formalmente la obligación de entrar en la zona del euro con su adhesión en 2013 como vigésimo octavo y por ahora último miembro de la Unión Europea. Su adopción relativamente rápida de la moneda contrasta con el persistente euroescepticismo de países como Suecia, la República Checa y Hungría, que siguen manteniendo sus propias monedas a pesar de ser miembros mucho más antiguos de la Unión Europea, lo cual se debe en gran parte al inquebrantable entusiasmo por Bruselas que emana del gobierno de centro-derecha del primer ministro Andrej Plenković y su partido, la Unión Democrática Croata (HDZ; Hrvatska demokratska zajednica). Bajo el mandato de Plenković, la HDZ se ha reconvertido en un partido democristiano de un tipo cada vez menos frecuente en la época del populismo de derecha predominante en Europa y fuera de ella.
Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, visitó Zagreb para santificar la adhesión definitiva de Croacia al euro. (Ella y Plenković pagaron ostentosamente sus cafés con la nueva moneda). Tanta fanfarria política no ha sido una panacea para la aprensión que ha rodeado al nuevo régimen monetario, dado que los ciudadanos croatas están bien familiarizados con las contorsiones y consternaciones que puede suponer el euro. La mayoría de las transacciones inmobiliarias y la mayor parte del sector turístico, que constituyen el motor de la economía croata, se realizan en euros, mientras que la kuna está vinculada al euro desde la introducción de este en 2002. La crisis griega de 2009, arraigada en las limitaciones financieras y políticas inherentes a la eurozona, es un recuerdo más tangible en los Balcanes que en los Estados miembros de la UE más prósperos del oeste del continente. No obstante, el ingreso en la eurozona ha sido acogido con satisfacción, especialmente por las élites políticas y económicas locales, como una prueba positiva de que Croacia ha llegado a la última parada de su viaje escalonado hacia «Europa».
A la luz del accidentado pasado reciente del euro, la ausencia casi total de oposición interna a su adopción ha sido notable. La decisión de invitar a Croacia a entrar en el espacio Schengen, que permite viajar sin pasaporte, adoptada en diciembre de 2022, no hizo sino aumentar la sensación de que Europa estaba por fin aquí y no más allá del horizonte en Liubliana, Trieste o Viena. Animados por el virtuosismo futbolístico de la estrella croata Luka Modrić, que llevó a los vatreni [los “llenos de fuego”, nota de la T] a la semifinal del Mundial de Qatar en diciembre, el estado de ánimo del público en Osijek, Rijeka, Split y Zagreb es notablemente optimista.
Como toda moneda, el euro es un crisol de alegorías y alquimias político-simbólicas. Mientras que los billetes, a partir de cinco euros, son uniformes en toda la eurozona, las fracciones —monedas de uno, dos, cinco, diez, veinte y cincuenta céntimos de euro y de uno y dos euros— son específicas de cada uno de los Estado miembros, aunque circulen libremente por toda la zona euro y más allá de la misma. Así, el anverso de las monedas de cincuenta céntimos de euro de Austria representa el emblemático edificio de la Secesión de Viena; las monedas de uno y dos euros de Chipre exhiben el ídolo de Pomos, un artefacto en forma de cruz que data aproximadamente del año 3000 a. C.; la moneda de dos euros de Eslovenia muestra un retrato del poeta nacional, France Prešeren (1800-1849); etcétera. Ideológicamente, las monedas de euro integran la especificidad histórica y cultural de cada Estado-nación en el proyecto universalizador de la Unión Europea, consagrando la dudosa idea de que las identidades nacionales, por problemáticas que sean, pueden perseverar y prosperar en el disolvente de la pertenencia a esta. La delicada selección de los iconos nacionales que se acuñan, desde los héroes históricos hasta la cultura material, se dirige necesariamente tanto al público nacional como al internacional. Las monedas de euro deben abreviar eficazmente las culturas nacionales en un conjunto de imágenes reconocibles y, al mismo tiempo, encarnar un liberalismo bruselense desarraigado y burocratizado.
Si la moneda de euro croata era un calco no autorizado, ¿no podría ser la entrada de Croacia en la eurozona y en Schengen igualmente plagiaria, inauténtica, falsa?
En el verano de 2021, como parte de los preparativos para el ingreso de Croacia en la zona euro, Plenković anunció los símbolos que recibirían la aprobación de la Fábrica de la Moneda croata: el motivo del damero croata (šahovnica), un componente clave del escudo nacional; un mapa de Croacia; una marta; el inventor Nikola Tesla; y el alfabeto medieval glagolítico croata. Se convocó un concurso para determinar el diseño final de cada símbolo, que sería juzgado por un comité de historiadores e historiadoras del arte, banqueros y diversas personalidades públicas. Los diseños ganadores se presentaron ante un público ufano en febrero de 2022, pero la polémica no tardó en usurpar la ceremonia. A la luz de la lucha entre Serbia y Croacia por monopolizar el legado de Nikola Tesla, era de esperar cierto grado de dispepsia por la aparición estelar del inventor en las monedas croatas de diez, veinte y cincuenta céntimos de euro. Pero la polémica llegó también de un lugar inesperado. Sólo tres días después de la presentación oficial de los diseños ganadores, el ilustrador Stjepan Pranjković retiró su imagen ganadora de la marta, la kuna epónima que daba nombre a la antigua moneda croata, después de que Iain Leach, fotógrafo escocés de National Geographic, señalara que el diseño de Pranjković plagiaba claramente una de sus fotografías.
La vergüenza del engaño de Pranjković puso en tela de juicio las aspiraciones europeas de Croacia en general. La ansiedad de una europeidad incompleta e insuficiente, que, como ha subrayado Maria Todorova, acecha a los Balcanes en general, acechaba en las sombras del escándalo. El proceso de acuñar las credenciales europeas de Croacia se había visto empañado por una mímesis fallida. Peor aún, había sido robada de una fuente europea (dejando a un lado las ambigüedades de la identidad geopolítica relacionadas con el Brexit). Si la moneda de euro croata era un calco no autorizado, ¿no podría ser la entrada de Croacia en la eurozona y en Schengen igualmente plagiaria, inauténtica, falsa?
Como muchos emblemas de la época fascista, la kuna resucitó en la década de 1990 tras la secesión de Croacia de la Yugoslavia socialista y su guerra de independencia contra el ejército yugoslavo
Este revuelo impidió tener en cuenta la historia política más pesada y siniestra que encierra la imagen de la marta: un legado del fascista Estado Independiente de Croacia, el régimen nazi colaborador que gobernó el país y la actual Bosnia durante la Segunda Guerra Mundial. La kuna fue introducida como moneda por el Ustaše fascista en 1941 y siguió en circulación hasta el final de la guerra. Como muchos emblemas de la época fascista, la kuna resucitó en la década de 1990 tras la secesión de Croacia de la Yugoslavia socialista y su guerra de independencia contra el ejército yugoslavo, dominado por los serbios.
La reintroducción de la kuna suscitó oposición en su momento debido a su oscuro origen. Ivo Škrabalo, miembro del Partido Social Liberal Croata, por ejemplo, se opuso enérgicamente a su adopción: «Si hemos rechazado el dinar como moneda yugoslava, también debemos rechazar la kuna como moneda de la Ustaša, ya que ni la “Yu” ni la “U” son necesarias en Croacia en este momento». («Ako smo odbacili dinar kao jugoslavenski novac, odbacimo i kunu kao ustaški, jer Hrvatskoj u ovom trenutku ne trebaju ni “Yu” ni “U”».) Škrabalo y otros diputados afines propusieron que la corona croata (kruna) sustituyera al dinar croata, pero la mayoría parlamentaria de derecha se opuso a su propuesta. En 1994 se restableció la kuna. Esta vez duraría más, veintiocho años en lugar de sólo cuatro, mientras el uso diario provocaba la amnesia colectiva sobre su origen. Incluso ahora, cuando las kunas se retiran rápidamente de la circulación, la marta de la moneda de un euro de Croacia es una inconfundible secuela material del fascismo de la década de década de 1940. Pero esto no supone ningún obstáculo para las aspiraciones geopolíticas de Croacia: como Giorgia Meloni y Fratelli d'Italia han demostrado recientemente en Italia, pocas cosas son menos polémicamente europeas hoy en día que los transustanciaciones fascistas.
Mientras tanto, los habitantes de Zagreb, mi ciudad adoptiva, lidian con los dilemas cotidianos y las exasperaciones de la transición de la kuna al euro con una mezcla de pragmatismo, cinismo y humor. Las colas en las panaderías y los mercados agrícolas se alargan, cuando los clientes aprovechan la última oportunidad de pagar con la antigua moneda y compran productos básicos con antiguas monedas olvidadas. Los cajeros fruncen el ceño con los nuevos cálculos. Hay informes de clientes que intentan comprar chicles con billetes de 500 euros; otros sienten nostalgia por la kuna. En mi mercado local, un cliente mayor me pregunta cómo llevo «nuestra pelea con el euro» antes de guiñarme un ojo y darme un bombón con forma de la nueva moneda. Incluso entre los trucos y trampas de la mímesis que supone la europeización, lidiar con una nueva moneda puede ofrecer ocasionalmente dulces satisfacciones.