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Sanidad pública
Mi padre ha muerto
El pasado mes de octubre mi padre transmutó a otro estado de la materia. Ya su existencia ha dejado de dibujarse en esta realidad como un organismo bípedo, animal, un mamífero triblástico y celomado de simetría bilateral, con un desarrollado pensamiento abstracto, que expresaba su sapiencia mediante la práctica periodística y narrativa.
Mi padre ya no está conformado por órganos, aparatos y sistemas; por un complejo entramado de células eucariotas que funcionaban para definir la anatomía y fisiología de un ser y de un cuerpo humano.
Muerte digna
Acompañamiento en el final ‘Death cafés’, apps de despedida o doulas de la última etapa: celebrar la muerte para tener una mejor vida
Su muerte probablemente sea el momento más trascendente de la vida de quien estas palabras escupe desde lo más hondo de su alma, desde una emoción, la tristeza, que a pellizcos va poniendo piezas en el gran puzzle de la vida. Este es el punto de partida para una reflexión que aborda un tema social de actualidad: el estado de la Sanidad Pública y su relación con la atención personalizada de enfermos terminales, desde el prisma de quien ha acompañado a un enfermo en los últimos momentos de su presencia, de su esencia como Homo sapiens sapiens. Pero también, desde el punto de vista de una docente de secundaria, de una educadora.
Si nos colocamos como meras espectadoras de lo que está ocurriendo en nuestro sistema sanitario desde hace décadas, podemos observar que la Sanidad Pública en el Estado español, en los últimos tiempos (como resultado de políticas sanitarias nefastas), muestra una precariedad asistencial que puede ser resumida en el fin de la universalidad de la atención sanitaria, la reducción de la cartera de prestaciones sanitarias gratuitas, la instauración e incremento del copago/repago en determinadas prestaciones, el aumento del porcentaje del copago farmacéutico, la reducción de plantillas y retribuciones del personal sanitario, el incremento de la jornada laboral y recorte de derechos. Este contexto no es el más adecuado para tratar a una persona convaleciente de ningún mal.
Cuando alguien pierde el estado óptimo de salud necesita, más que nunca, ser reconocido como persona; es decir, ser tratado como un ser singular y único
Cuando un ser humano se pone enfermo requiere que se cubran una serie de necesidades vitales que no sólo consisten en salvar la propia vida, sino que tienen que ver con la reducción del dolor o la incapacidad; con resolver incertidumbres procedentes del diagnóstico, de largas esperas para la realización de pruebas, de la inquietud física y emocional. Cuando alguien pierde el estado óptimo de salud necesita, más que nunca, ser reconocido como persona; es decir, ser tratado como un ser singular y único, con características físicas y psíquicas que lo definen, como un sujeto moral más que jurídico. En definitiva, necesita no ser tratado como un simple número identificativo.
Este reconocimiento como persona lo debe llevar a término otro igual, otra persona y, en el escenario que nos ocupa, corre a cuenta de los y las profesionales de la Salud.
Pero ¿qué está ocurriendo con las y los funcionarios sanitarios? De antemano, a estos y estas trabajadoras se les atribuyen características como la profesionalidad, la dignidad, el respeto, la ética, la justicia, el sentido común, la empatía y la equidad como valores fundamentales para el óptimo desarrollo de su profesión. Pero en los centros sanitarios, en la actualidad y siempre hablando en términos generales, pueden ser fácilmente reconocibles algunos profesionales nada empáticos, deshumanizados, frustrados, indiferentes, pasivos, desinteresados, fríos, apáticos e indolentes. Si en los últimos momentos de la existencia toca en suerte que los cuidados corran a cargo de este tipo de personas, el final no es nada grato.
¿Dónde puede radicar la causa de la presencia de este tipo de profesionales de la Salud?
Una vez analizados someramente los resultados obtenidos del deterioro de la Sanidad Pública atribuible a las políticas sanitarias ominosas de los últimos tiempos que, de facto, condicionan el desarrollo profesional, quizás para abordar este hecho se deba poner la lupa también en la raíz, en los inicios, en la Educación.
En 2023, más de 183.000 personas en España han necesitado atención especializada para evitar un fallecimiento con dolor físico o sufrimiento emocional, entre ellos mi padre. En esos últimos momentos la dignidad cobra sentido en todo su espectro
Los y las profesionales sanitarios han sido adolescentes y jóvenes que se han formado dentro de un Sistema Educativo anacrónico, que está basado en el modelo de la educación tradicional. No puede ser obviado que este modelo se enfoca en la enseñanza de contenidos desde valores, como la competición, donde dos individuos se esfuerzan por superar al otro, para la gloria de uno mismo o para conseguir algo que no quedará disponible para los demás, como una plaza en la Facultad de Medicina.
Este modelo de enseñanza premia la excelencia académica sobre la excelencia personal, entendida ésta como el perfeccionamiento de la condición humana que redundará en la condición profesional. ¿El Sistema Educativo español brinda al alumnado las mejores posibilidades para convertirse en grandes profesionales empáticos, comprometidos o responsables? Desde mi punto de vista, se está fallando desde la base.
En 2023, más de 183.000 personas en España han necesitado atención especializada para evitar un fallecimiento con dolor físico o sufrimiento emocional, entre ellos mi padre. En esos últimos momentos la dignidad cobra sentido en todo su espectro y debe ser custodiada por quienes tienen el deber y la obligación de cuidar a las y los enfermos. Estos profesionales tienen el derecho de ser enseñados, es decir, de adquirir conocimientos (presentación organizada en sistemas de hechos, ideas, habilidades y técnicas), pero también el de ser educados, es decir de recibir valores y principios (como la cooperación, el respeto o la solidaridad).
Si queremos profesionales sanitarios más efectivos, afectivos, con más respeto a la autonomía del paciente, más eficaces, más comprometidos con la sociedad, que antepongan los intereses del paciente y de la salud pública a los propios, debemos facilitar el camino, y ese camino pasa por una Educación de calidad que forme mejores seres humanos, ciudadanos y ciudadanas con valores éticos, respetuosos de lo público, que ejercen los derechos humanos, cumplen con sus deberes y conviven en paz.