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Racismo
La poca aleatoriedad de los controles aleatorios en los aeropuertos
A menudo las personas racializadas sufrimos en los aeropuertos y fronteras de forma (im)pertinente e indiscriminada lo que se conoce como “control aleatorio”. Es decir, nuestra separación del resto de pasajeros y transeúntes para, en lugar aparte, someternos a un control intensivo de nuestros cuerpos y pertenencias por parte de los agentes de seguridad o de los policías. Estos controles están auspiciados por las leyes racistas que rigen las fronteras, aún más laxas en este aspecto que en el interior de los territorios nacionales, que permiten usarlo como forma de discriminar a los cuerpos racializados basada en los estereotipos de los agentes de control de fronteras, que tienden a criminalizarnos sin más criterio que el color de nuestra piel o nuestra fisonomía.
No hay ninguna persona racializada que no haya pasado por este tipo de controles varias veces, demasiadas, a lo largo de su vida; cuando, por el contrario, son pocas las personas blancas que lo han sufrido y menos aún con la misma frecuencia. El estado de indefensión al que nos vemos sometidas es enorme, poniéndonos en tensión y en evidencia delante de otras personas y haciéndonos parecer culpables de lo que no somos.
El control aleatorio comienza ya en la cola de tránsito, cuando los agentes de policía detectan un cuerpo racializado que rompe la monocromía blanca europea
Los aeropuertos son lugares especialmente vulnerables a este tipo de indefensiones, pues allí se producen la mayoría de ellas. El control aleatorio comienza ya en la cola de tránsito, cuando los agentes de policía detectan un cuerpo racializado que rompe la monocromía blanca europea, poniéndolos en alerta según unos prejuicios entrenados durante años para clasificarnos de manera estereotipada. Al pasar, se nos pide que nos pongamos a un lado, pocas veces de forma amable, y se nos somete a un cacheo riguroso, esperando encontrar no sé sabe qué en nuestras pertenencias o nuestros cuerpos indefensos ante este atropello. A menudo, cuando nada se encuentra, el cacheo se intensifica, intentando revertir la situación de ridículo palpable para dar a estos agentes de control una justificación de su arbitrario comportamiento ante el resto de pasajeros.
Aún es más flagrante la situación cuando vamos acompañados en el viaje por personas blancas, a las que se las deja pasar sin el consabido control aleatorio, a pesar de encontrarse a nuestro lado en la fila de pasajeros y ser tan potencialmente culpables como nosotras.
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Peor aún es la situación en los aeropuertos africanos. En la mayoría de ellos no se permite ni siquiera acceder a las instalaciones a las personas que no tienen billete, impidiéndolas despedirse de sus seres queridos, amigos o familiares, dentro de las dependencias aeroportuarias por temor a que cojan aviones para los que no han pagado un pasaje; miedo auspiciado por los controles fronterizos que impone la Europa fortaleza en la externalización de sus fronteras más allá de su territorio.
Estas situaciones no se dan solo en Europa. En Cuba no está permitido a los cubanos y cubanas subirse a barcos por lo que las personas negras o mestizas nos vemos interpeladas a mostrar nuestro pasaporte, cosa que no hacen el resto de pasajeros, incluso al abordar un ferry turístico para demostrar que no estamos intentando huir a Miami.
Hay incluso a quien se le ha impedido, a pesar de llevar consigo el DNI, viajar fuera del Estado sin el pasaporte, como es el caso reciente del activista Sani Ladan cuando se dirigía al Parlamento Europeo en Bruselas para preguntar al ministro Marlaska por los asesinatos de hace poco menos de un año en Melilla. Estas arbitrarias injusticias se producen todos los días en todas las fronteras, aunque no nos demos cuenta o no queramos dárnosla.
Hace unas semanas estuve de viaje en Alemania y al volver, tanto mi acompañante, Odome Angone, como yo fuimos sometidas a controles aleatorios, siendo las dos únicas negras del pasaje y las dos únicas sobre las que recayó esta arbitrariedad
Hace unas semanas estuve de viaje en Alemania y al volver, tanto mi acompañante, Odome Angone, como yo fuimos sometidas a controles aleatorios, siendo las dos únicas negras del pasaje y las dos únicas sobre las que recayó esta arbitrariedad. Nos reímos porque esa también es una forma de defensa y de ofensa ante su comportamiento, pero no siempre puede o tiene una ganas de reírse ante las injusticias. Siempre que viajo, aún cuando lo hago dentro de la zona Schengen, soy consciente de que se me va a someter a este tipo de controles humillantes, como si fuera una parte más del proceso del viaje.
La violencia a la que nos vemos sometidos los cuerpos racializados no tienen parangón en el mundo entero, sobre todo en Europa, que se sigue considerando a sí misma blanca y defensora de una uniformidad, un orden y unos principios que nunca fueron tales para nosotras. La esclavitud ha estado ligada desde hace siglos a su historia y a su desarrollo económico, la expropiación de materias primas y recursos a su modo de vida y el racismo, por desgracia, sigue ligado a su idiosincrasia.
Este verano seremos muchas las que nuevamente seamos sometidas a esos controles aleatorios que no tienen nada de aleatorio, indefensas ante los prejuicios e indignadas ante los atropellos a los que nos vemos expuestas. Por eso no está de más recordar nuevamente la injusta arbitrariedad de los mismos y denunciar que las fronteras no son iguales para todas, tengamos o no los documentos en regla.
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Esos controles son RACISMO PURO Y DURO.
Es indiferente e irrelevante y falaz que se empleen los argumentos que se empleen para poder discriminar a una persona por ser negro o por lo que sea que sea.
Es el mismo modo de proceder que en los tiempos del racismo contra los negros en Estados Unidos hace 70 u 80 años, por ejemplo.
Los pretextos son los mismos o parecidos para perpetrar RACISMO PURO Y DURO.