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Poesía
María Sánchez: “Muchas veces en el mundo cultural se exige que se esté continuamente opinando sobre todo”
El mundo literario de María Sánchez (Córdoba, 1989) se encuentra impregnado del campo y lo rural, una influencia que pasa por su trabajo como veterinaria, y que desde su primer poemario, Cuaderno de campo (La Bella Varsovia, 2017), ha mantenido una trayectoria literaria vinculada al campo, reflejada en sus ensayos Tierra de mujeres (Seix Barral, 2019) y Almáciga (Geoplaneta, 2020).
A lo largo de su carrera, Sánchez ha sido premiada en numerosas ocasiones, entre ellas los premios Orgullo Rural de la Fundación de Estudios Rurales en 2019 o la Medalla de Andalucía al Mérito Medioambiental en 2023. En su último poemario, Fuego la sed (La Bella Varsovia, 2024), se aproxima al dolor que produce la emergencia climática en la que nos encontramos.
Ya desde el propio título me parece que se resume y se contiene muy bien todo el poemario “Fuego la sed”. Me resulta muy evocador, con una imagen muy poderosa: el fuego como elemento de el miedo y la necesidad (la sed).
Sí, sobre todo representa ese dolor del que parece que aún no se habla demasiado, pero que viene de ver como los árboles que tú conoces desde que eras pequeña se están muriendo, de ver cómo la jara que es una planta súper resistente al calor y a la sequía, se está secando. El dolor de saber que ya no solo los animales domésticos sino los animales del entorno, los pájaros, los zorros, los ciervos, están sufriendo por esto. Para mí, eso es el fuego, el agrietamiento, el dolor, algo que arrolla y arrasa.
¿Crees que somos conscientes de la urgencia del fuego y la sequía?
Yo creo que es porque es muchísimo más palpable las consecuencias y la magnitud cuando vivimos cerca de un entorno rural. Da la sensación de que muchas veces se tiene una idea sobre los incendios forestales que no implican la desaparición del medio. Sin embargo, un incendio conlleva tanto que es entendible ese temor, además es lo que has comentado, no tan solo al fuego sino también a la sequía. A que no llueva lo suficiente o a que no llueva bien.
Creo también que es un poemario pionero de alguna manera, pienso mucho en cómo está cambiando climáticamente Europa, por ejemplo, y en concreto España, donde se acusa muchísimo más fenómenos como el de la sequía o el calor. ¿Es este un poemario que quiere poner en palabras un poco esa frustración?
Totalmente, no es una coincidencia que el poemario termine con Bertolt Brecht, alguien que ya escribió “Pero no se dirá: los tiempos fueron oscuros / Sino: ¿Por qué callaron sus poetas?”. Me parecía muy extraño que no se viera la urgencia de escribir sobre esto. Yo comencé a escribir este poemario antes de terminar Cuaderno de campo, me ha llevado muchísimo tiempo porque le tenía miedo, respeto.
Deberíamos quizá replantearnos esta manera de vivir, este sistema que precariza, que asola, que enferma. Cuestionar qué saberes han llegado hasta nosotras
¿Era una necesidad escribirlo?
Yo lo que quería era por lo menos tender la mano. Decir un poco “oye, existe este dolor, existe este miedo, estas perdidas. Hablemos”. ¿Sabes? una de las cosas que me dicen a veces es “María, tu siempre te estas preguntando cosas”. Pero es que al final deberíamos quizá replantearnos esta manera de vivir, este sistema que precariza, que asola, que enferma. Cuestionar qué saberes han llegado hasta nosotras. Obviamente me hago preguntas.
Se pueden rastrear también en este poemario los temas de los anteriores libros: la reivindicación del trabajo de las mujeres en el campo, la invisibilidad de sus vidas diarias con ese “ahora la genealogía se encarga de custodiar el desierto”. ¿Nos han tocado quizá los cambios más radicales?
Yo creo que a mí la palabra activista se me queda grande, igual que me pasa con ciertas palabras como escritora. Pero desde el lugar que ocupo en el mundo y con el altavoz que tengo, qué menos que contar y señalar. Muchas veces también me ocurre que no quiero contribuir al ruido, y muchas veces en el mundo cultural se exige que se esté continuamente opinando sobre todo para que te tengan en cuenta, pero yo, desde hace un tiempo, no quiero contribuir a ese ruido. No pasa nada porque no opine, hay gente que habla mucho mejor sobre ciertos temas.
Es algo de lo que hablas en el epílogo, que se titula “La palabra lenta”.
Sí, yo creo que en ocasiones nos olvidamos del tiempo que lleva escribir, y cuando pienso que quiero opinar de algo me digo “primero tengo que tener el tiempo para escribir” porque se necesita ese tiempo y esa calma, yo no puedo despacharlo en una mañana, yo tengo que escuchar a las compañeras. ¿Dónde queda el cara a cara o el escuchar en asociaciones, todo estos otros tipo de contribuir fuera de redes?
En este momento en el que hemos transitado la etapa de la ansiedad y ahora nos encontramos en duelo por lo que acontece en el planeta, tal vez lo que se requiere es precisamente esa conversación. En “Nadie lo registró” mencionas ejemplos de cosas por las que podríamos hacer un duelo, como un arroyo o un pantano, pero al mismo tiempo expones los peligros de la nostalgia: “En ella también se esconden / el poder / la violencia / la sequía”.
Total. Mira, estamos en ese momento crítico, y precisamente con este poemario surge también esa pregunta de decir “bueno, ¿qué es lo que quiero yo?” y “¿qué podemos hacer?” para que la gente repare y preste atención fuera de esos discursos que riñen y aleccionan, que culpabilizan y que a mí también me producen terror, porque nunca tienen en cuenta las circunstancias de cada persona o qué condiciones de vida tienen. También pasa que nos vemos hablando de un mañana continuamente y no sé, hablemos del hoy. Y dejémonos del ayer, que es un tema en el que no quiero entrar.
Reivindico la memoria para reconocer esos cambios que están ocurriendo, esa era la idea de introducir también en el poemario los registros de la lluvia que guardaba mi abuelo
Sin embargo, como tú misma señalas en una parte del poemario, “Todo está hecho de memoria”, tú reivindicas esa memoria, quizá como una invocación de ayuda también.
Y también, por ejemplo, reivindico la memoria para reconocer esos cambios que están ocurriendo, esa era la idea de introducir también en el poemario los registros de la lluvia que guardaba mi abuelo. Si te pasas por el campo y hablas con la gente siempre se repiten las mismas frases “ay si los antiguos vieran esto”. En Fuego la sed, fíjate que hablo mucho de archivos, de registros, y reivindico un poco esa memoria y esos saberes que han sido despreciados y que están fuera de academias o centros y por lo que sabemos ahora nos pueden ayudar muchísimo. No es casualidad que muchos científicos que están luchando contra el cambio climático en los Estados Unidos estén conversando con nativos. Intentando aprender de esa manera única que tienen ellos de entender el paisaje.
De saber convivir con él también.
Exacto, y es uno de los grandes daños que ha traído el capitalismo. El de hacernos creer superiores a los demás y despreciar el entorno.
Un sistema que precisamente no nos permite prestar suficiente atención a los cambios que ocurren.
Unos cambios que, por cierto, se pueden apreciar cada vez más, por ejemplo, hace poco leí un artículo que me alucinó y que decía que los animales cada vez nos tienen más miedo y no sé, me da la sensación de que tenemos que percatarnos de cómo nosotros modificamos o cambiamos el mundo en todo este tiempo.
Es una vergüenza que en un sistema agroalimentario como el nuestro, en este momento en el que se tira comida, haya gente que se esté muriendo de hambre o tenga problemas de salud relacionados con la falta de comida
Un cuestionamiento, al final.
Sí, pero uno lejos de esas ideas también que culpan al ser humano y lo ven como un factor a eliminar, eso es el ecofascismo al final. Tenemos que cambiar, hemos visto que esta manera de vivir no es el éxito, que lo que conlleva es la muerte y la destrucción de la tierra, es precariedad y es hambre. Es una vergüenza que en un sistema agroalimentario como el nuestro, en este momento en el que se tira comida, haya gente que se esté muriendo de hambre o tenga problemas de salud relacionados con la falta de comida. Yo creo que nos van a juzgar en un futuro por esto. Hagámonos preguntas, si esto no funciona, pues habrá que pensar en otra cosa. Me parece muy importante que se hable de ello. Empezar a cuestionarse que la historia que nos han contado quizá no sea la única, por eso hago hincapié en los silencios, hay mucha gente que no ha podido hablar porque se jugaba la vida, como ha pasado en la dictadura. Y he jugado con esas imágenes, algo que pasa en el verso “en la casa del vencedor siempre va a haber luz”, donde señalo quién tiene la luz, quién tiene la palabra, quién nombra a quién.
Eso también ocurre de nuevo con el fuego, me da la sensación de que utilizas ese doble sentido del símbolo como deseo, el deseo de nombrar.
Sí. El deseo, la fiebre, el subidón de poder nombrar, de poseer, de colonizar. Por eso me interesaba mucho lo que hay fuera de los mapas oficiales. Por ejemplo, en el primer poema hay un verso que se refiere a que los lugares han sido renombrados con los nombres de la gente que trabajaba allí. En la memoria de mi pueblo, la solana y la umbría se siguen conociendo por el nombre de los campesinos de hace cien años, una memoria oral. Me parece precioso que esa memoria popular haya llegado hasta nosotros y que yo pueda navegar el paisaje de esa manera.
Me ha gustado mucho aquello que señalas “El lenguaje no basta”. ¿Estamos en un momento en el que intentamos encontrar un lenguaje posible para aquello que se nos atora en la garganta y que no estamos pudiendo expresar, ya que el lenguaje “oficial” no nos está ayudando del todo a conseguirlo?
Total, el simple hecho de cambiar de sitio y romper la jerarquía, en Cuaderno de campo hablaba, en este poemario yo sí que quería romper del todo con esa jerarquía y poner al mismo nivel arroyos por ejemplo, arboles, animales, lugares. En este libro he disfrutado mucho, por ejemplo, leyendo sobre los rituales para ahuyentar a las tormentas, con esos toques de campana. Y he pensado “¿y por qué no hacemos lo mismo pero para invocar la lluvia?”. Me da la sensación de que podemos dar la vuelta a todo esto, inventemos nuevos rituales en los que nos ayudemos a llevar el duelo, y ya no solo nombrar sino a contar por lo que estamos pasando en este momento.
También hay un intento de dar voz a los que nos rodean como en el verso “¿Qué diría el regato si pudiese hablar?” o en el epílogo y la dedicatoria nombrando a todos aquellos pájaros que como mensajeros te han ido acompañando en el camino.
Sí, de los pájaros que estaban conmigo en todo este tiempo de escritura y que me hacían feliz, y también el dedicar el libro a un lugar y no a una persona. Por qué no dedicar a este sitio con sus animales con sus arboles con los ríos que fueron y ya no están, por eso quería abrir el libro con esa dedicatoria fuera de lo humano y cerrarlo con ese listado de pájaros que me han hecho levantar la mirada y salir un poco de la pantalla, y pensar la vida está aquí.
En este sentido me parece que estaba muy relacionado con el lienzo que hace de portada del poemario, representando a los santos Magdalena, Pedro de Verona, Catalina de Siena y Margarita de Hungría pintados por Juan de Borgoña en los últimos años de la década de 1510. ¿Podrías hablarnos un poco más de él?
Sí, cuando yo estaba escribiendo el libro sentía que este era un libro muy oscuro, y tenía mucho miedo de que solo quedara esa oscuridad, lo apocalíptico eso de “no hay remedio”, así que pensé que quería una imagen de luz para contrarrestar toda aquella oscuridad y por aquello de rehacer los rituales, se me ocurrió que podría darle la vuelta a lo que es un estigma y que ya no fuera solo una herida, sino como una muestra de que podemos brotar en cualquier parte, de que siempre hay una semilla y que con nosotras va esa luz. Antes te decía que el futuro lo estamos haciendo todos los días, y nosotras también somos portadoras de esa luz. Esta imagen la descubrí porque se la vi como imagen del WhatsApp a Cristina Jiménez, la ilustradora de Almáciga, y entonces pensé “esto tiene que ser la portada”. Nosotras no sabíamos de dónde salía la imagen así que se la pasé a Mario Colleoni, que es historiador del arte, y la encontró.