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Andalucía
El andalucismo entre el panarabismo, la nueva izquierda y el pasado andalusí. Una entrevista a Rojas-Marcos
Alejandro Rojas-Marcos (Sevilla 1940) es uno de los padres del andalucismo político contemporáneo, fundador y secretario general del Partido Socialista de Andalucía, más tarde Partido Andalucista. Fue diputado por la provincia de Cádiz en 1979 y 1982, y entre 1989 y 1991 por la provincia de Sevilla. Alcalde de Sevilla de 1991 a 1995 y teniente de alcalde de 1995 a 1999. Ha sido el dirigente más importante del andalucismo político en el largo ciclo de la segunda ola andalucista (1965-2015), fue el padre del autonomismo andaluz, de la recuperación del proyecto autonomista de Blas Infante que desembocó en las manifestaciones del 4 de diciembre y que condujo a la aprobación del Estatuto de Autonomía de Andalucía. También llevó a cabo una importante labor de relaciones internacionales del andalucismo en todo el mundo árabe. Hoy, es presidente de la Fundación Alejandro Rojas Marcos con la que ha impulsado la institucionalización del 4 de diciembre como Día de la Bandera y la creación de la Cátedra 4 de Diciembre junto con el Ayuntamiento de Córdoba y la Universidad de Córdoba.
Buenas tardes, Alejandro Rojas Marcos, gracias por concederme esta entrevista para el proyecto Memorias del antiimperialismo, que pretende poner de relieve la influencia de las luchas del llamado Tercer Mundo en la formación teórica e ideológica de la izquierda nacionalista en España. En este caso, me interesa hablar con usted sobre los intercambios y diálogos que el andalucismo político mantuvo con el mundo del panarabismo y el socialismo árabe en las décadas de 1970 y 1980. Lo primero que quería preguntarle es, ¿en qué momento comenzó a interesarse por la política internacional?
Bueno, tuve tres experiencias importantes sobre la cuestión internacional. La primera fue en mi infancia. En 1951, estudiaba en el colegio de los jesuitas de Sevilla y, de vez en cuando, traían a una personalidad para que nos hablara a los niños. Recuerdo que en una ocasión trajeron a Pedro Arrupe, que más tarde se convertiría en el líder de los jesuitas. En aquella época era sólo un sacerdote que venía de Japón. El padre Arrupe nos contó lo que había visto en Japón, donde había pasado la Segunda Guerra Mundial como prisionero, porque el gobierno japonés lo consideraba un espía. Más tarde había vivido la caída de la bomba atómica en Nagatsuka, muy cerca de Hiroshima, y nos contó los horrores que había visto de niños ardiendo, corriendo a sus brazos. Yo me quedé muy conmocionado. No dormí esa noche y al día siguiente le pedí a uno de los jesuitas que volviera el Padre Arrupe para hablar con él. No sé por qué, pero el padre Arrupe volvió para habla conmigo. Le pregunté por la guerra y me explicó que no era sólo una guerra, sino un crimen. Eso tuvo un gran impacto en mí siendo niño.
La segunda experiencia que tuve fue de adolescente. Mi familia me envió a Londres con otra familia para aprender inglés y poder ir al instituto. Mientras estaba en Londres recuerdo que en la radio escuchábamos todo tipo de información internacional, noticias de todo el mundo, cuando en España no había absolutamente nada de eso, porque estábamos totalmente aislados. Recuerdo que me afectó profundamente la primera manifestación que vi en mi vida, que fueron las protestas de los movimientos sociales contra la invasión soviética de Budapest. La gente marchaba y gritaba por las calles, y eso me pareció muy impresionante.
También recuerdo muy bien cuando estalló la crisis de la nacionalización del Canal de Suez en 1956. Yo tenía 16 años y recuerdo las declaraciones británicas y francesas reclamando el control del Canal de Suez mientras Nasser lo había nacionalizado y pedía apoyo a la Unión Soviética. También hubo una conferencia en Londres para resolver la crisis del Canal de Suez y recuerdo que me interesó mucho. La gente protestaba y gritaba: Eden go home! Y yo me imaginaba en mi cabeza: Franco go home! Cuando regresé a Andalucía varios meses después para ir a la universidad ya tenía una amplia formación sobre política internacional y había decidido que quería dedicarme a la política.
¿Cómo comenzaron las relaciones del andalucismo con el mundo árabe?
Lo primero que hay que decir es que, más que acercarnos al mundo árabe, fue el mundo árabe el que se acercó a nosotros. Fueron los países árabes los que se sintieron interesados por el andalucismo y se pusieron en contacto con nosotros. Después de las elecciones de 1977, en las que el PSA no había conseguido representación, recibí una llamada. Me llamaron a mi domicilio y preguntaron por Alejandro Rojas Marcos, del Partido Andaluz. Aún éramos el Partido Socialista de Andalucía, más tarde añadiríamos lo de Partido Andaluz, pero aún no nos llamábamos así. Contesto a la llamada y me habla el embajador de Libia en España. Me llamó desde Madrid y me dijo que un miembro del gobierno libio, que estaban en Málaga, quería reunirse con nosotros. No me lo podía creer porque en aquel momento no éramos nadie, no teníamos representación, pero el embajador libio insistió en que estaban interesados en reunirse con nosotros y conocernos.
En aquellos años, Gadafi era un líder revolucionario, había llegado al poder en 1969, había derrocado a la monarquía corrupta, había nacionalizado el petróleo y para nosotros era un verdadero revolucionario. También financió movimientos revolucionarios en todo el mundo: en África, en América Latina y también en Europa. También atrajo la atención de todos los escritores e intelectuales progresistas del mundo. El embajador libio, Fawzi Gariani, me pidió que organizara una reunión en los próximos días. Confirmé la reunión para el día siguiente y le dije que iría con el Vicesecretario General, Miguel Ángel Arredonda. Me dio la dirección de un hotel en la Costa del Sol y me confirmó la hora. Al día siguiente llegamos al hotel y, cuando entramos, dos árabes se acercaron a nosotros. Uno de ellos se adelantó, nos saludó y nos confirmó que el primer ministro libio, Abdulati al-Obeidi, estaba allí. Mantuvimos una larga conversación con él, hablando de política, de relaciones internacionales y también de mucha historia. Se interesaron mucho por Al-Andalus. En inglés y en francés, Al-Andalus y andaluz significan casi lo mismo, y para ellos un partido andaluz era una forma de vincularse a Al-Andalus. Aunque la historia de Al-Andalus no era aún un tema muy presente para nosotros, intuitivamente compartíamos con ellos el interés por la historia común del mundo árabe.
En un momento de la reunión, el primer ministro nos dijo que debíamos ir a Libia para reunirnos con el líder. Así llamaban a Gadafi. Como muestra de agradecimiento, le propusimos al primer ministro que, unos días después, cenáramos en un restaurante de Málaga que conocía Miguel Ángel. Se me ocurrió que podíamos desarrollar un contacto cultural e invité a Carlos Cano, que en aquel momento era muy amigo nuestro, a que viniera a la cena. A Carlos le pareció muy buena idea y también sugirió invitar a Enrique Morente. También estuvo Juan Habichuela, que en aquella época tocaba con Enrique Morente.
¿Y cómo fueron sus relaciones con el Gobierno de Libia?
Pues bien, unos meses más tarde se organizó el viaje y una delegación de PSA se desplazó a Trípoli. En principio, el tema eran las relaciones internacionales, el papel de EE.UU. en el Mediterráneo y en el mundo árabe. Gadafi estaba muy interesado en que hubiera una internacional de países mediterráneos no alineados. En aquella época, a finales de los años 70, había muchos partidos socialistas en Europa que no eran pro-estadounidenses: en Francia, el PSU (Partí Socialiste Unifié), que había nacido como escisión del PCF en oposición a la guerra de Argelia, o, en Grecia, el PASOK. Nuestras tesis geopolíticas en aquella época eran también de apoyo al bloque no alienado. Además, empezamos a trabajar en las relaciones económicas. Nos interesaba la exportación de productos andaluces y la internacionalización de los sectores económicos andaluces. Así comenzó la exportación de aceite de oliva y de productos textiles de Valverde del Camino como botas y calzado.
¿Y qué impresión le provocó a usted Gadafí? ¿Qué veíais vosotros en la experiencia Libia?
La historia de Gadafi fue la de un joven coronel que vio cómo la monarquía explotaba a su pueblo y que fue capaz de liderar una rebelión en el ejército y provocar la caída de la monarquía. Libia era un país rico que sabía explotar el petróleo, y que tenía una visión no sólo del mundo árabe, sino también del africano. Gadafi era un líder panafricanista, ayudó mucho en otras experiencias revolucionarias. Propuso la OUA (Organización para la Unidad Africana) y promovió una moneda para toda África. Quería construir un continente africano independiente de las potencias europeas. Era una persona muy soñadora, muy utópica. Por ejemplo, cuando lees el Libro Verde, Gadafi dice que ni capitalismo ni socialismo, sino una tercera vía, la vía de los países no alineados, la vía para liberar a los pueblos que seguían bajo la dominación colonial. La cuestión palestina también era muy importante para él. Gadafi movilizó mucho apoyo a Palestina entre la izquierda europea. Fue precisamente él quien nos puso en contacto con las redes de solidaridad palestina y nos hizo tomar conciencia de la importancia de la causa palestina. Tuve varias entrevistas con él en distintos momentos. Siempre se mostró muy firme en la cuestión palestina, era muy crítico con cualquier tipo de pacto con Israel porque creía que pactar con Estados Unidos e Israel acabaría legitimando cada vez más a Israel. Años más tarde, en las décadas de 1980 y 1990, fue muy crítico con las políticas migratorias de los países occidentales. Decía que, si los países occidentales no admitían a los emigrantes que huían de sus países a causa de la pobreza provocada por el saqueo colonial, deberían devolver a esos países toda la riqueza que habían conseguido.
¿Y cómo comenzó a darse la relación con el resto de países árabes?
Principalmente, a través de las relaciones políticas. Nuestra presencia en los foros internacionales despertó cada vez más interés en los partidos árabes del Mediterráneo. En febrero de 1978 estuvimos en Bremen para unas conferencias sobre política mediterránea,la Conferencia de Países Socialistas del Mediterráneo; a finales de 1978, Luis Uruñuela estuvo en Marruecos; en 1979 estuve en Damasco con el Partido Baath, que también nos invitó a Irak. Tras mi visita a Siria, el Partido Baaz me llevó de viaje al Líbano, donde me reuní en la sede de la OLP con Yasser Arafat y otros dirigentes palestinos. Pero además, en su visita a Marid en 1978, invitado por Adolfo Suarez, Yasser Arafat se reunión con una delegación del PSA, una de las pocas reuniones que concedió además de las oficiales con el Gobierno.
Pero el país que más nos impactó fue Irán, en muchos sentidos. Como decía antes, en aquellos años había un socialismo en Europa que intentaba situarse en una posición intermedia entre la URSS y Estados Unidos. Eso significaba que había un espacio común para los países socialistas árabes y para los partidos socialistas de Europa. Poco a poco fuimos comprendiendo la importancia del antiimperialismo, asumimos una posición más crítica hacia EE.UU. y comprendimos la importancia que tenía para el andalucismo conocer el pasado árabe y tender puentes culturales, económicos y políticos con los pueblos del mundo árabe. En las elecciones de 1979 habíamos obtenido un resultado muy bueno: conseguimos 5 diputados. Yo era entonces diputado y las cuestiones internacionales adquirieron una relevancia diferente. El año anterior, 1978, se habían firmado los Acuerdos de Camp Davis, por los que Sadat, el presidente egipcio, reconocía a Israel, lo que provocó una respuesta unánime de repulsa en el mundo árabe. Ese verano de 1979 hubo una conferencia en París sobre la solidaridad con Palestina en la que se reunieron todos los partidos socialistas de Europa que tenían posiciones antiimperialistas. Estaban el PASOK y el PSU, como he dicho antes, pero también Arafat y. una delegación iraní de los hombres de Jomeini. Tenían un aspecto muy imponente. Sus ropas, su aspecto serio y solemne eran realmente muy impresionantes.
En aquel momento se estaba produciendo la revolución islámica en Irán. El sha había sido derrocado y Jomeini había regresado del exilio. Pero era una época turbulenta y estaban intentando aprobar la constitución, que se votó en noviembre de ese año. En aquella época, la revolución iraní estaba en todos los medios de comunicación y todos estábamos muy impresionados por ella. Me parecía la gran revolución del siglo XX después de la revolución rusa. Además, Jomeini había dirigido la rebelión desde el exilio, no era sólo una revolución política contra una monarquía sino una revolución cultural, espiritual, contra Occidente y contra los valores imperialistas. Para mí había muchas similitudes con la revolución rusa, con Lenin y con los bolcheviques, porque era una revolución oriental contra el imperialismo norteamericano y la tremenda represión llevada a cabo por el Sha con el apoyo de las potencias imperialistas. En esa reunión de París, que duró un fin de semana, tuvimos relaciones con todas las delegaciones, pero los iraníes no tuvieron relaciones con nadie, estuvieron siempre al margen y siempre en silencio. Al final de la reunión saludamos a Yasser Arafat, a quien yo ya conocía, y nos despedimos de él. Justo cuando nos dábamos la vuelta para marcharnos se nos acercaron miembros de la delegación iraní. Uno de ellos, en particular, se dirigió a mí. Resultó ser Muhammad Montazeri, el hijo de Ali Montazeri, uno de los dirigentes más importantes de la revolución islámica de Irán.
¿Cuénteme sobre su visita a Irán? ¿Y a partir de ahí se produce su viaje a Irán?
Se me acerca y me pregunta: ¿Es usted el líder del partido andaluz? De nuevo, también tomaron andaluz como Al-Andalus. Y el tipo empezó a hablar de Al-Andalus. Nos dijo que para ellos era una tierra prometida, un paraíso. Y entonces me preguntó cuándo iba a visitar al Ayatolá Jomeini. Automáticamente le contesté que cuando me invitaran y Montazeri replicó que a partir de ese mimso momento estaba invitado. Entonces le contesté que estaba dispuesto a irme con ello mañana mismo. Montazeri me dijo que nos viesemos al día siguiente a las 07:00 de la mañana, y me dio el nombre del hotel y el número de la habitación. Me despedí y le dije: “I will be there”.
Al día siguiente cogí un taxi y llegué al hotel. Cuando llamé a la habitación me recibió un tipo de aspecto iraní, pero ya sin el atuendo que suelen llevar en público, iba en vaqueros y camisa. Di el nombre de Muhammad Montazeri; el tipo me miró y volvió a cerrar. Me hicieron esperar un rato en el pasillo, luego volvieron a abrir la puerta y con un gesto me invitaron a pasar. Cuando entré en la habitación me encontré a Muhammad Montazeri, también vestido con vaqueros y una camisa. Vi que la habitación estaba revuelta, todos los somieres apoyados en la pared y todos los colchones juntos en el suelo. También vi que tenían muchos fajos de billetes, en dólares, aquí y allá. Entonces me saludaron alegremente y me dijeron que estaban esperando a que nos fuéramos. Ellos me llamaba Ali-jandro.
¿Y ahí comenzó el viaje?
Ese fue el comienzo de un viaje de diez días de París a Teherán. Me dijeron que eran miembros de la Guardia Revolucionaria Islámica, una organización que acababa de crearse tras el regreso de Jomeini del exilio. La situación en Teherán era muy inestable. El sha había sido derrocado y había habido un gobierno provisional que también había caído dirigido por Shapur Bajtiar, que había sido miembro del gobierno del sha, pero se había comprometido con un programa de transición democrática pro-occidental. Ese verano se estaban realizando esfuerzos para adoptar una nueva constitución que diera paso a un nuevo sistema político que se aprobaría en noviembre. Me dijeron que el gobierno provisional tenía una relación muy conflictiva con los seguidores de Jomeini y que no facilitaría pasaportes ni visados a los miembros de la Guardia Revolucionaria, por lo que el viaje debía hacerse clandestinamente de París a Teherán. Yo estaba petrificado, no tenía ni idea de cómo íbamos a llegar. La primera parada fue visitar al embajador iraní en París, que era un hombre del gobierno provisional, pero que había dado algunas facilidades a la gente de Jomeini en París durante el exilio. Los altos cargos del gobierno provisional estaban comprendiendo que la toma del poder por Jomeini era inevitable, por lo que estaban cediendo y cooperando para no ser purgados en caso de que tomaran el poder. El embajador nos recibió amablemente y me presentaron como Alí-jandro de Al-Ándalus, que significaba “el andalusí”, pero en términos ambiguos. El embajador me saludó enfáticamente y me habló también de Al-Ándalus. Me sorprendió el apego y el sentimiento que despertaba Al-Ándalus en toda aquella gente. Parece que el embajador se puso de nuestra parte y nos proporcionó un vuelo de París a Damasco, porque en aquella época no había vuelos directos a Teherán por razones de seguridad, y el gobierno provisional estaba deteniendo a todos los miembros de la Guardia Islámica que intentaban establecer contactos internacionales.
¿El vuelo fue a Damasco?
Sí, llegamos a Damasco, y de repente la policía en el aeropuerto nos retuvo y comenzó a registrar todas nuestras maletas. Yo no entendía nada, porque hablaban entre ellos en árabe. Yo vi de repente que Muhammad Montazeri sacó varios fajos de billetes de su fartiguera y se los dio a varios guardias del aeropuerto. Después de eso siguieron discutiendo un rato y cada vez se calmaba más el tono. Finalmente nos devolvieron las maletas y nos dejaron salir del aeropuerto. Luego me explicarían que las relaciones con Háfez al-Asad no eran buenas. En Siria había entonces mucha actividad armada por parte de los Hermanos Musulmanes que hacían una oposición muy fuerte al Baaz, que era de tendencia laica y socialista. Nosotros, como PSA, teníamos buenas relaciones con el Baaz en Siria y en Irak, pero en aquellos momentos el islamismo político se estaba definiendo respecto al socialismo árabe, y en Siria la situación era complicada. Por lo tanto, teníamos que pasar desapercibidos todo el tiempo. Recuerdo que, para dormir, como no podíamos reservar una habitación porque no tenían pasaportes y no querían dejar rastro, me llevaron a una especie de pensión que era propiedad de un contacto suyo. Entramos y yo pensaba que íbamos a una habitación. Resultó que subimos las escaleras y terminamos saliendo a la azotea. Me señalan a una de las paredes, donde había como veinte colchones apilados uno encima de otro, nos dicen que cada uno cogiera un colchón, y a dormir al suelo.
¿Cómo fue la estancia en Damasco?
Estuvieron dos días en Damasco. Durante la estancia tuvieron que celebrar varias reuniones y me llevaron allí. Llegamos a un hotel bastante bueno. Entramos en una habitación, que estaba vacía, y nos sentamos a esperar. No sabía muy bien de qué se trataba, supuse que me harían esperar fuera durante la reunión. De repente, entraron cuatro o cinco personas y, antes de sentarse y saludarse, pusieron sus armas sobre la mesa, me dijeron que era un gesto de paz. Se saludaron y me presentaron. Los kurdos me saludaron con alegría y me hablaron de Al-Ándalus, todo el mundo me hablaba de Al-Ándalus, y me resultó asombroso. Celebraron su reunión y había un colega iraní que me estaba traduciendo y me asombró que estuvieran traduciendo una reunión así. Los iraníes explicaron a los kurdos que el ayatolá iba a tomar el poder, que iban a derrocar al gobierno provisional y que se iba a aprobar la constitución de un sistema islámico y democrático. Los kurdos preguntaron si votarían, si controlarían el petróleo, qué relaciones tendrían con otros países como Irak, Siria o Egipto. Los iraníes explicaron que querían unificar el mundo islámico contra Estados Unidos, apoyar a Palestina y crear una unidad islámica en toda la región. Para mí fue muy interesante conocer a los kurdos porque eran un pueblo diezmado, al que Occidente fragmentó en varias zonas separadas y dividió según sus intereses. A pesar de ello, no habían perdido su identidad ni su lucha.
¿Y luego de Damasco seguieron el viaje a Irán?
Después de Damasco pensé que íbamos a Teherán, pero me explicaron que era peligroso volar de Damasco a Teherán, tanto por el gobierno sirio como por el gobierno provisional de Teherán. Entonces me dijeron que íbamos a volar a Kuwait, donde las relaciones eran buenas. Curiosamente, como Kuwait estaba en conflicto con el Baath iraquí, tenían buenas relaciones con la oposición iraní. Recuerdo que, cuando llegamos, me dijeron: ¡Aquí están los nuestros! Vinieron a recogernos al aeropuerto en coches oficiales del gobierno y nos llevaron a un hotel espectacular, el Hotel Hilton de Kuwait. Todo lo contrario de lo que había ocurrido en Damasco. Nos quedamos allí unos días. Los iraníes venían y se iban a sus reuniones y yo me quedaba en el hotel, subía al restaurante y comía langostas y todo tipo de comida de lujo que, según me dijeron, traían a diario en avión desde Estados Unidos. Hasta que una mañana me dijeron que íbamos a Teherán.
¿Cómo fue su estancia en Teherán? ¿Cómo veía la ciudad y el ambiente político?
Cuando llegamos a Teherán, me dijeron que había que esperar para ir a ver a Jomeini, que estaba en la ciudad de Qom. Pasaron días y días y no fuimos. Cada día nos quedábamos en un lugar diferente, dormíamos en azoteas con colchones o en palacios que los revolucionarios habían ocupado. Habían tomado los palacios del sha y dentro de los cuarteles de la guardia revolucionaria se reorganizaban los espacios, los muebles y las alfombras. Muchos militantes de la Guardia Revolucionaria, llegados de todo el país, dormían allí. Pasé varios días en Teherán, paseando, conociendo la ciudad. Leí la prensa internacional: el New York Times, el Daily News... Toda la prensa occidental mostraba a Irán como un país en guerra con una terrible represión islamista, cuando en realidad la represión había tenido lugar durante la caída de la monarquía por parte de la policía del sha. Me llevaron por la ciudad y me presentaron a muchas personas que habían liderado los levantamientos de los últimos meses, me enseñaron fotografías y me explicaron la situación. Lo que vi fue que la ciudad estaba controlada por un gobierno provisional muy inestable y que la Guardia Revolucionaria estaba muy armada, muy organizada y dispuesta a tomar el poder. También me impresionó mucho ver las fotografías en las que los mulás, los miembros del clero, estaban en primera línea y dirigían la propia revolución, por eso la llamaban revolución islámica. El poder allí lo tenían los clérigos que habían organizado la oposición, dirigido las manifestaciones, derrocado a la monarquía y que estaban dispuestos a tomar el poder en cualquier momento. Hasta que uno de esos días me dicen que ya es el momento de ir a ver a Jomeini.
¿Y finalmente pudo conocer a Jomeini? ¿Cómo fue la reunión con él?
Uno de aquellos días por fin me dicen que ya vamos a ver a Jomeini. Me llevan en coche a la ciudad de Qom, que es donde estaba, entramos en un edificio y me llevan a una habitación. Yo paso y comienzo a esperar. Había una gran alfombra que tapaba todo el suelo, no había sillas. Yo me sentaba en el suelo, me tumbaba, dormía, me despertaba. De vez en cuando me traían una bandeja con té y fruta, me la dejaban y se iban. Y me dejaban allí. Y yo seguía esperando. En total, estuve esperando 24 horas. En un momento dado, me llevaron a unas dependencias donde estaba Jomeini junto con otra persona que parecía su ayudante. Ambos estabam sentados de rodillas. Jomeini delante de mí y su ayudante que hacía deintérprete, a su lado. Jomeini hablaba farsi y el intérprete lo traducía al inglés. Jomeni no me diría la mirada a la cara, el hablaba mirando hacia abajo, no levantaba la mirada del suelo. El entendía ingles, por que gesticulaba cuando yo hablaba: pero el hablaba farsi para que lo tradujera su asistente. Allí estuvimos hablando varias horas. Él me preguntaba sobre la situación política en Europa, sobre la dictadura en España, me preguntaba mucho sobre si los americanos tenían influencia sobre España, si España iba a entrar en CEE o si entraría en la OTAN. Me preguntó sobre Al-Ándalus, sobre el islam, cómo veíamos nosotros el pasado árabe. Yo en todo momento le decía que venía de Al-Ándalus por que en árabe, en inglés y en francés Andalucía y Al-Ándalus es prácticamente lo mismo. Yo le pregunté por sus planes para tomar el poder. Me explicó que iban a dejar que el gobierno provisional cayera por sí solo, sin violencia, y que iban a impulsar la aprobación de una constitución islámica con una democracia representativa. Fue una conversación muy interesante, era una persona muy inteligente y muy cauta, aunque totalmente inexpresivo. No sabías si le gustaba lo que escuchaba, si le desagradaba o si le era indiferente. Él preguntaba y escuchaba. Si le preguntaba yo sus repuestas eran muy cortas.
¿Y después de la reunión cómo fue su vuelta a Sevilla?
Después de la reunión me enviaron de vuelta a Teherán y, la verdad, era imposible salir de la ciudad. El aeropuerto estaba totalmente colapsado, las colas en las taquillas eran interminables y se tardaba varios días en hacer cola para comprar un billete de avión. La propaganda occidental advirtió de que iba a haber una guerra y aconsejó a la gente que se marchara, lo que provocó el colapso de los aeropuertos. Era una forma de desestabilizar la situación, pero en realidad perjudicó más al gobierno provisional que a Jomeini: con la excusa de que el gobierno provisional no era capaz de controlar la situación, cada vez más gente pedía que Jomeini tomara el poder. Como ya he dicho, era casi imposible comprar un billete para salir de Teheran. Entonces vi una oficina de Syrian Airlines, que era la compañía aérea siria. Entré y dije que era representante político del Partido Socialista Andaluz y diputado en el Parlamento español, que tenía relaciones con el Partido Baath sirio, y pedí ayuda para salir de Irán. Me pidieron mi documentación y que volviera al día siguiente. Al día siguiente volví y me dijeron que habían contactado con Damasco, que habían confirmado lo que yo decía y que ponían un billete a mi disposición. Entonces recogí mis cosas y al día siguiente salí del hotel con mi maleta. Me despedí de mis amigos iraníes. Había estado con ellos todo un mes desde que salí de París con ellos.
¿Y además de Irán, Siria y Libia, tenía el PSA relaciones con otros países, no? ¿Por qué les interesaba tanto el mundo árabe?
Sí, miembros de la dirección del partido habían estado en Marruecos, Túnez, Argelia, Siria, Libia o habían tenido relaciones con miembros de la OLP en Palestina, en el Sáhara Occidental y con los kurdos. En general, en aquella época el mundo árabe estaba muy agitado, muy en movimiento. Estaban muy interesados en nosotros porque España aún no había entrado en la OTAN, Franco había mantenido buenas relaciones con el mundo árabe y no estaba claro cuál sería el rumbo geopolítico de España tras el final de la dictadura. Además, en Europa había entonces partidos socialistas muy críticos con el imperialismo, como he dicho antes, todos los partidos socialdemócratas. Tras la caída del Muro y la entrada de España en la OTAN todo cambió, el mundo se volvió unipolar, pero en los años 70 había muchas cosas en juego. Para nosotros fue una forma de aprender y crecer, el mundo árabe nos trató muy bien, nos reconocieron, nos acogieron, apreciaban mucho nuestra historia y nuestra tierra, y para nosotros siempre fue un lugar natural para desarrollar relaciones diplomáticas y políticas. Además en el II Congreso del PSA en 1979 habíamos tenido delegaciones del Partido Socialista Baath Sirio, del Partido Socialista Baath de Iraki, de la UFSP de Marruecos, del Frente Nacional de Liberación de Argelia, del Congreso General del Pueblo Libio, de la OLP entre otras muchas organizaciones.
Delegaciones de organizaciones del mundo árabe en el II Congreso del Partido Socialista de Andalucía en el año 1979, en Sevilla.
¿Cómo reaccionaban ellos ante vuestro nacionalismo andaluz? ¿Y cómo reaccionabais vosotros ante la visión que ellos tenía de Al-Ándalus?
Para ellos, Al-Ándalus era un sueño, casi un mito, una tierra que había pertenecido siglos atrás al mundo árabe y que hoy era una zona que tenía influencia árabe, pero era una cuestión cultural más que otra cosa. Lo que les interesaba era dialogar con los países occidentales. Me sorprendió mucho que no les gustara el hecho de que fuéramos independentistas. Cuando decía que éramos andalucistas o nacionalistas siempre reaccionaban con sorpresa, preguntando si éramos separatistas o si queríamos la independencia. Cuando les decía que no, porque el PSA no tenía una visión independentista, se quedaban mucho más tranquilos. Les interesabamos como parte de España, de Europa y de Occidente, como apoyo para una posible tercera vía. Los países árabes querían que estuviéramos dentro de España porque querían ser influyentes en los países occidentales.
¿Cuáles eran los temas que a ellos les interesaban más o por los que se preocupaban?
En los años setenta era la cuestión Palestina. Lo que unía a todos los países árabes y a toda la izquierda europea era la cuestión palestina. Sobre todo después de los acuerdos de Camp David, países como Libia redoblaron la presión y fortalecieron las redes en Europa para movilizar a la opinión pública contra el Estado de Israel. También les interesaban las exportaciones de petróleo, las importaciones de alimentos y productos manufacturados. Más tarde fue la OTAN y las intervenciones en el mundo árabe y, ya en los ochenta y noventa, lo que más les preocupaba a todos los países árabes era la política migratoria.
Durante sus primeros años el PSA tuvo una posición anti-imperialista muy crítica con las bases militares. ¿Cómo surgió aquella conciencia crítica con la presencia norteamericana en Andalucía?
Teníamos claro que las bases americanas eran una humillación. La visita de Eisenhower en 1959 y la de Nixon en 1970 reforzaron la presencia americana en Andalucía y por eso nos opusimos a la presencia de bases militares extranjeras. Obtuvimos nuestra formación antiimperialista de todos estos contactos y viajes al mundo árabe. También vimos las consecuencias de la injerencia americana en Vietnam, por ejemplo, así como las consecuencias de la injerencia soviética en Hungría y Checoslovaquia. Por ser andalucistas, siempre estuvimos a favor de la soberanía de esos pueblos. En aquellos años eran los países del tercer mundo los que defendían una vía no alinenada, a la que intentaron sumarse ciertos partidos socialistas de Europa. Después de los años 80, con la caída de la URSS, ya no había contrapeso, la vía no alineada cayó como estrategia geopolítica y el mundo se volvió unipolar. La mayoría de los países socialistas árabes del Mediterráneo entraron en crisis o se convirtieron directamente en aliados pro-occidentales. Los años 90 fueron muy duros para la izquierda y para el antiimperialismo.
En aquella época, en los setenta, también eran críticos con la injerencia de la URSS en Europa central, como lo fue parte de la izquierda en Europa ¿Cómo les influyó esta crítica a la Unión Soviética?
Para nosotros, y para mí en particular, los acontecimientos de Praga fueron muy importantes. Yo era un gran seguidor de Alexander Dubček. Salíamos de una dictadura que había sido muy gris, muy dura, y no nos interesaba el ambiente burocrático y militar que reinaba en la Unión Soviética. Nos sentíamos mucho más identificados con el socialismo democrático, o el socialismo con rostro humano, como lo llamaba Dubček. La Primavera de Praga fue muy importante para mi generación, fue una revuelta democrática por otra forma de socialismo, dirigida por jóvenes. Y al mismo tiempo que la revuelta de París. Y, por otro lado, el pensamiento de Herbert Marcuse, la Escuela de Frankfort, también fue muy influyente, ellos también hicieron una crítica marxista de la URSS, de la sociedad industrial, al tiempo que prestaban mucha atención a los movimientos universitarios y contraculturales. El PSA formaba parte de esa nueva izquierda que nació en los años setenta, crítica con el imperialismo estadounidense, pero también crítica con la Unión Soviética. Esa nueva izquierda miraba con gran esperanza las luchas del Tercer Mundo.