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Pensamiento
Andrea Marcolongo: “Las palabras son la primerísima forma de democracia”
En su nuevo libro, la escritora, periodista y licenciada en Letras Clásicas Andrea Marcolongo (Milán, 1987) da la razón a un personaje que no existe: Humpty Dumpty, protagonista de una antigua canción infantil británica recuperado por Lewis Carroll en la novela que siguió a Alicia en el país de las maravillas. En un diálogo de A través del espejo, Dumpty —Tentetieso, Zanco Panco o Huevecillo, en español— le dice a Alicia que cuando él emplea una palabra, esta significa exactamente lo que él quiere que signifique, ni más ni menos. Marcolongo afirma ahora en Etimologías para sobrevivir al caos (Taurus, 2021) que en esa conversación entre Humpty Dumpty y Alicia se encierra todo el sentido de las palabras y sus etimologías.
La nueva obra de la escritora italiana, superventas con La lengua de los dioses (Taurus, 2017), es precisamente una aproximación al poder de las palabras, una propuesta didáctica para entender qué quieren decir las palabras que empleamos habitualmente, de dónde vienen. Pero el destino final, pronostica Marcolongo de acuerdo con Humpty Dumpty, será el que cada hablante decida.
Con un tono desenfadado, incluso ligero, Marcolongo indaga en la etimología de 99 palabras —entre ellas “migrante”, “felicidad”, “dolor”, “guerra”, “tabú”, “libertad” o “lenguaje”— que ha escogido por “placer”, según explica. En ese trayecto cuenta historias que van más allá del origen de esos términos para alcanzar una conclusión que, aunque sabida, conviene no olvidar: “No existen palabras neutrales, ni siquiera un ‘¡hola!’ pronunciado deprisa y corriendo cuando bajamos la escalera por las mañanas. Todas son exactamente espejo e imagen de nosotros mismos”, se lee en el éxplicit de Etimologías para sobrevivir al caos.
Contar la historia de una palabra no es contar la historia de un diccionario, es contar la historia de las personas que utilizan esa palabra, o sea, nosotros
¿Cuál es el criterio de selección de las 99 palabras?
El placer de elegirlas. Desde que publiqué este libro siempre me preguntan si nuestro idioma está en peligro. Y es verdad que sí, está en peligro. Pero nos olvidamos de cuán rica y bella es nuestra lengua. No son las 99 palabras más importantes ni las más antiguas ni las más necesarias, son 99 historias ligadas a 99 palabras. Contar la historia de una palabra no es contar la historia de un diccionario, es contar la historia de las personas que utilizan esa palabra, o sea, nosotros.
¿Se puede perder el sentido con la traducción al español?
No. Es una buena pregunta. En relación con mis otros libros anteriores, este sí se puede traducir y apreciar en lenguas latinas, nuestras lenguas mediterráneas: italiano, francés, español, portugués, rumano... Si se pasa a las lenguas germánicas, no tanto por las palabras sino por el modo de pensar, que es muy diferente, sí se puede perder algo… Este es un libro de amor a nuestro ser mediterráneo y latino.
¿Nombrar correctamente las cosas es una manera de intentar disminuir el sufrimiento y el desorden que hay en el mundo, como dice la cita de Camus que abre el primer capítulo?
Diría que sí, creo firmemente que sí. Cuando utilizamos palabras imprecisas, vulgares, feas… no ofendemos al diccionario sino a nuestra capacidad de pensar.
Si cada vez que usamos una palabra significa lo que queremos que signifique, como dices citando a Humpty Dumpty, ¿qué valor tiene la etimología frente al uso?
Efectivamente, la etimología no sirve para el relativismo, no podemos utilizar la palabra “libertad” como la entendían los griegos porque estamos en 2021. No es volver atrás y pensar como los romanos sino saber que algo se ha roto hoy, no funciona, algo pasa cuando utilizamos la palabra en la política, en la educación, en las redes sociales. Entonces, vamos a recorrer el viaje hacia atrás de esta especie de río que son las lenguas latinas, volvamos a la fuente pura y no contaminada de nuestra manera de pensar para, de alguna manera, restaurar este lenguaje debilitado. Las etimologías no se pueden manipular.
¿No hay riesgo de caer en el esencialismo?
Es una buena pregunta, pero no, para mí es lo contrario. Cuando hablamos de lo clásico, lo griego o lo latino, no es que yo sea helenista, soy una escritora y escribo para quitar a los griegos de ese pedestal —esos cerebros que llegaron a la esencia del saber—, para usar ese saber, no para venerarlo. Y lo mismo pasa con las etimologías, no están ahí para retornar a una fuente esencial y glorificar esa belleza sino para usar esas palabras.
Dices también “de cuántas conversaciones que no valen nada somos capaces a diario”. ¿Cuáles serían las conversaciones que sí valen algo?
Aquellas en las que pensamos. Es una pregunta estupenda. No es que tengamos que hablar como Cervantes cuando pedimos un café en el bar. Este libro no está escrito para juzgar o para obligarnos a utilizar el español de Cervantes sino que digo que muchas veces utilizamos el lenguaje sin pensar de verdad en lo que decimos. Orwell decía que alguien controla el lenguaje y si nosotros no tomamos el poder de las palabras, otros lo harán.
Precisamente, en la etimología de “Lenguaje” afirmas que quien posee las palabras para decir las cosas, posee el poder necesario para hacerlas. ¿Quién posee hoy las palabras para decir las cosas?
Me gustaría saberlo. Por una parte, el sistema económico, seguro, y esto lo vemos, sobre todo, desde el punto de vista de la educación pública: ya no formamos ciudadanos para pensar, para que piensen, ya no se pregunta quién quieres ser de mayor sino qué quieres hacer. Tendríamos que pasar de qué hacer a quién queremos ser.
Escribo para intentar recomponer esa situación actual en la que, desde el colegio hasta el resto de los aspectos de nuestra vida, nos dicen que tenemos que hacer, producir...
El aprendizaje del griego y el latín prácticamente ha desaparecido de los planes de estudio. ¿Qué perdemos?
Me encantaría que todo el mundo estudiara griego y latín pero tampoco escribo libros para eso. Escribo para intentar recomponer esa situación actual en la que, desde el colegio hasta el resto de los aspectos de nuestra vida, nos dicen que tenemos que hacer, producir... Volver atrás y preguntarnos por qué hacemos todo esto es lo que tenemos que hacer.
Dices que la lengua que hablamos sirve para expresarnos en cuanto seres humanos. ¿Los límites del ser humano son los límites de la lengua que habla?
Diría que sí [duda]. Es como el marco, el horizonte al que podemos tender en el pensamiento. Es lo que me da miedo, realmente. Las palabras son la primerísima forma de democracia, no se puede sostener un sistema como el actual en el que hay una desigualdad entre quien conoce y usa 40 palabras y quien conoce y usa 40.000. No es tanto el uso sino que si uno conoce pocas palabras es porque conoce pocos pensamientos. No puedo pensar en algo que no tengo palabra para describir.
¿Qué posibilidades hay de que acabemos hablando una lengua universal, algo como el esperanto?
Cero. Sobre todo, después de la pandemia que nos ha aislado, creo que el mundo se ha empequeñecido. Se habla de Madrid frente a otras provincias, o París contra otra región de Francia. Unas contra otras. Las lenguas expresan el modo de pensar de quien las habla. Y para tener una lengua universal, los ciudadanos tendrían que pensar en términos universales. Por ejemplo, en la época de Alejandro Magno había una koiné impuesta, ahora podría ser el inglés por motivos económicos.
¿Hacia dónde puede llevarnos la sustitución de palabras por iconos, esa escasez lingüística promovida por internet?
Los emoticonos son ideogramas, una lengua hecha de imágenes que significan ideas. Una carita que ríe quiere decir que estoy contento, como en los jeroglíficos. A mí me gustan, pero no podemos expresarnos solo así, tenemos todas las palabras a nuestra disposición. Sería como un jeroglífico del alma. Si alguien me manda solo caritas, no sé qué diablos le pasa.
Quien intenta controlar el lenguaje es fascista, es lo primero que intentan los regímenes autoritarios
¿El lenguaje es fascista, como dijo Barthes?
No, no estoy de acuerdo. Creo que la lengua es la primera forma de democracia, fascista podría ser quien controla la lengua, normalmente quien intenta controlar el lenguaje es fascista, es lo primero que intentan los regímenes autoritarios.
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Muy buena entrevista. Esta Fembra es una de las más acertadas y concienzudas al hablar del lenguaje.
Yo elijo una cosa: "Fembra" y como hay masculino "Röpò".
Para mí elegir es una de las cosas fundamentales del ser humano. Y cometo errores, claro. Pero es de sabios saber solucionarlos.
Mi idea, la anarquista. Mis valores, La Idea. Mis principios, el antifascismo. Mi forma de vida, la democracia; pero la de verdad, la de abajo a arriba; la del Pueblo al Aguacil.
…Pues la democracia (poder del pueblo) para hacer el lenguaje. Un ciudadano propone “finstro” como nueva palabra, y la gente decide incorporarla a su habla, o no.
Es uno de los procesos más democráticos que existen; coincido con la escritora.
(Luego, la RAE va pasando todo a papel, cuando la persistencia en un uso del lenguaje se impone, más allá de ser una moda).