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Fawziag Hudabe. Mai Saki

Palestina
Tierra de mártires

Las madres de adolescentes asesinados en Palestina dicen no tener miedo.
29 oct 2023 05:53

Desde que hace unas semanas la guerra en la Franja de Gaza se intensificara los episodios violentos se han desatado. En esta situación donde las muertes ascienden ya a más de 7.000, las historias más dramáticas se suceden una tras otra, pero no se entienden sino es llevando la cuenta de todos los hechos que han precedido a esta actualidad.

Durante décadas se han ido sucediendo muertes, persecuciones y abusos por parte de Israel en Gaza y Cisjordania.Cuando vives en Palestina no importan los años que pasen en un conflicto armado, en una guerra silenciosa, porque el tiempo se cuenta con pérdidas, con seres queridos ausentes.

Pero, además, ser mujer y madre en Palestina significa también que las posibilidades de tener un hijo mártir son infinitas. Algo que actualmente viven y reviven cientos de madres en todo el territorio palestino.

La mayoría de las madres palestinas no solo ha perdido algún hijo, sino que tiene también parte de su descendencia en prisión

La madre de Abed Al Rahman, Dalal Mohammed, se levantó el 10 de octubre de 2015 como cualquier otra mañana. Preparó a sus hijos para ir al colegio, despidió a su marido y se quedó en casa cocinando. Un año y dos meses después, el 8 de diciembre de 2016, la madre de Malik Shaheen, hizo lo mismo. Se despertó, se visitó y cocinó como de costumbre. Y aunque ambas reconocieron tener un presentimiento fatal, ninguna sospechaba lo que estaba por venir.

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Una madre palesina junto a la foto de su hijo muerto. Mai Saki
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Madre de Malik, fallecido en Palestina. Mai Saki


La casa de ambas mujeres están situadas en cada uno de estos campos, a escasos diez minutos en coche si el tráfico no es abundante. Ellas son solo unas de las tantas madres de mártires que el conflicto israelí-palestino ha dejado en 70 años.

Cuenta Dalal Mohammed que lo más duro de perder a su hijo de 13 años es que fuera de repente. Después de las clases de aquel día, Abed pasó por casa para preguntar si hacia falta ir a comprar algo. Su madre le respondió que no sin siquiera volverse para mirarlo, gesto que Dalal, todavía hoy, no se perdona. El chico salió entonces a toda prisa para poder jugar un rato antes de comer. Como de costumbre, se sentó en la acera con sus amigos, a escasos metros de la entrada al campo y de una de las tantas torres de vigilancia que el estado de Israel ha establecido en territorio de Cisjordania.

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Nabila, en la habitacion que fue de su hijo. Mai Saki
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La madre de Ali, con la ropa manchada de sangre de su hijo. Mai Saki


Antes de enterarse de la muerte de su hijo, Dalal vio por televisión los ataques que el ejército israelí estaba perpetrando en diferentes puntos de Cisjordania en ese mismo momento. Fue entonces cuando empezó a preocuparse, pero solo al ver que llegaba la hora de comer y su hijo no volvía empezó a presentir lo peor.Un disparo al corazón desde la torre de vigilancia acabó con la vida de Abed y la de toda su familia.

“No solo pierdes un hijo, con él se va todo lo demás. Ya no hay alegría en la casa, sus hermanos no son iguales, no nos hemos vuelto a despertar del mismo modo desde que murió Abed. Dicen que fue por accidente, pero cuando el disparo es directo al corazón cuesta creerlo”, cuenta su madre.

Cómo él, otros tantos jóvenes han muerto después de la segunda intifada, ocurrida entre 2000 y 2005, a pesar incluso del proceso de paz que hay abierto desde hace años. En paralelo a todo ello 7.000 presos palestinos ocupan diferentes cárceles israelíes a la espera de cumplir las condenas impuestas, las cuales varían desde unos meses hasta años de prisión.

La mayoría de las madres palestinas no solo ha perdido algún hijo, sino que tiene también parte de su descendencia en prisión. Para Malik la muerte llegó de noche, en una de las incursiones que el ejército suele hacer en los campos de refugiados para efectuar detenciones. En aquella ocasión, los soldados no estaban buscando al único hijo varón de la familia Shaheen, pero la trayectoria de la bala disparada en plena noche fue directa a la cabeza del joven de 19 años. El pequeño artefacto de metal atravesó el cráneo de Malik y se rompió en cientos de pedazos en su interior. Justo del mismo modo en que horas después lo haría el corazón de su madre, cuando por medio de los vecinos se enteró de la muerte de su hijo.

Tanto ella como su marido acusan graves problemas de salud desde entonces.

“Lo único que nos queda es el recuerdo, muchas veces ni siquiera permanece ya la esperanza de un cambio o alguna mejora, solo el recuerdo de los que estaban y ya no están”. Todos sabían que Malik quería irse de Palestina, su sueño era optar a una de las becas de estudio que te permiten ir a Rusia o algún país de Europa. Igual que sabían que una vez muerto Malik, todo su hogar iba a morir también con él. Desde entonces no se escucha ajetreo, no hay vida en la casa, ni quedan siquiera llantos que muestren algún signo vital.

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Fawziag Hudabe. Mai Saki
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Fawziag Hudabe y sus hijos en una foto. Mai Saki


A 112 kilómetros de Belén, en la ciudad de Tulkarem, el corazón de otra madre de dos jóvenes mártires palestinos permanece constantemente medicado desde que en 2004 y 2005 perdiera a dos de sus cinco hijos. “Ser mujer y madre palestina puede llegar a ser una situación difícil de llevar, cuenta Fawziay Hudaba, pero perder a dos hijos es sencillamente insoportable”.

Rami y Mohmand perdieron la vida a escasos metros de su casa, en sendos tiroteos por parte del ejército israelí durante la segunda intifada. El primogénito, Rami, llevaba meses siendo perseguido por no querer acompañar a los soldados para entrar en prisión. Cuenta su madre, que a pesar de estar en búsqueda y captura el joven de dieciséis años se las apañaba para visitarla con frecuencia y para asistir a clases, sin embargo no llegó a acabar el curso. “No consiguió el título de Bachiller”, recuerda apenada.

“Tener un mártir en la familia puede llegar a ser un honor” dice hoy Nabila, años después de haber enterrado al más pequeño de sus hijos

El 4 de abril de 2004, Rami estaba en el interior de un coche saliendo del campo de refugiados con unos amigos. Ni los soldados, que iban buscado a otro de los jóvenes, ni su familia sabían que en ese mismo momento el chico se encontraba en el interior del vehículo. Al mismo tiempo en que los soldados abrían fuego, su madre se apresuraba a salir a la calle a prestar ayuda. No tardó en ver el automóvil y a uno de los amigos de su hijo herido en la cara, sin percatarse de que su propio hijo había sido herido con una bala en el abdomen en el asiento trasero del mismo coche. Fue ella quién trasladó al joven herido en la cara al hospital, y quién se quedó con él hasta que su vida estuvo fuera de peligro.

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Fatena Ahmad. Mai Saki
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Dalal Mohammed, muestra una fotogra- fía de su hijo asesinado por el ejercito israeli en Aida Camp Mai Saki
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Dalal Mohammed. Mai Saki

A la vez, en la sala contigua del hospital, Rami perdía la suya, sin haber podido despedirse de su madre a la que, cuentan, no dejaba de llamar. Un año y cuatro meses más tarde, Mohmand charlaba con unos amigos cerca del lugar donde su hermano Rami había sido disparado.

Entre los adolescentes del grupo de amigos se encontraba también Ramzi Arda, un joven perseguido por el ejército desde hacía tiempo. Está persecución que los israelís tenían con el joven sirvió de excusa a los soldados para disparar a todos los adolescentes allí reunidos, incluido Mohmand. “Perder un hijo ya es la muerte para una madre, pero perder dos es entrar de lleno en el infierno. Desde entonces, y cada vez que veo soldados, no siento ningún miedo, solo una rabia infinita” asegura Fawziay.

Como Fawziay, Nabila dejó de sentir miedo cuando mataron a su hijo de 20 años, Ali Safi. Después de aquello, dos de sus hermanos entraron en prisión y ella quedó al cuidado del resto de la familia. Cada vez que se encuentra con algún soldado, Nabila siente todo el peso de la ira acumulada, de la impotencia y las ausencias, pero nada de miedo. “Ni un poquito siquiera”, asegura.

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Cementerio del campamento de Al Arrub. Mai Saki
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Aysha Shalem, viuda de un paramédico y futbolista asesinado. Mai Saki

Hebron

Lejos del bullicio de Tulkarem Camp, se encuentra la ciudad de Hebron que alberga más de un campo de refugiados. Uno de ellos es Al-Arrub, que da cobijo a cientos de familias entre las que destacan aquellas donde las madres permanecen al frente de todo como único sustento de la familia. “Muchos de los varones suelen estar en la cárcel, otros muchos han fallecido”, cuenta Nabila, que de sus hijos ha perdido a uno y tiene a otros dos en la cárcel”.

El día de la muerte de su hijo, el 25 de marzo del 2015, lo agarró entre sus brazos y se manchó con su sangre, la misma que quedaría para siempre en la ropa que Ali llevaba aquel día. La misma que guardó para siempre su madre en lo que había sido la habitación de su hijo. “Tener un mártir en la familia puede llegar a ser un honor” dice hoy, años después de haber enterrado al más pequeño de sus hijos.

Al-Arrub es uno de los campos de refugiados que más atención recibe cuando hay altercados con el ejército. Todos saben que está en el punto de mira. Situado a las afueras de Hebron, es donde se sitúa la casa de Fatena Ahmad, quien a sus 58 años perdió a su hijo Khaled a manos del ejército. El 26 de noviembre de 2015, Khaled se acercó al muro de la torre de vigilancia del campo de refugiados con la idea de tirar piedras y cócteles molotov. A los pocos minutos, este joven de 18 años tenía ya una bala metida entre las costillas.

“Era un tipo de bala nueva, una que nunca habían probado antes y que te destroza por dentro”, explica Fatena.“Sabía perfectamente lo que le iba a pasar, mi hijo estaba siempre en todas las manifestaciones, en todas las protestas y altercados. Pero para eso traje yo a mis hijos al mundo, para luchar”, explica sin perder la calma.“Pueden quitarte el agua, la tierra e incluso las personas, pero nunca podrán quitarnos las ganas de luchar. Fue mi propio hijo quién me pidió que no llorara cuando él muriera, sino que lo alzara con mis manos y lo enterrara, y así lo hice, porque tener un hijo mártir es un honor, porque ¿para qué traje a mis hijos a este mundo si no es para luchar?”

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