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Hace poco más de un año, el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, defendió que no le gustaba “poner etiquetas” para esquivar las preguntas sobre si el mundo estaba entrando en una nueva fase de Guerra Fría. El 4 de junio de 2021 había trascendido que Anthony Fauci, cara visible de la lucha contra el covid-19 en Estados Unidos, solicitaba a sus homólogos chinos información adicional sobre la posibilidad de que el virus hubiera escapado de un laboratorio de Wuhan, una opción que había sido descartada en los albores de la pandemia por una publicación de The Lancet y fue rescatada por la administración Biden para llegar a un previsible punto muerto poco después.
Blinken no era el único que se resistía a etiquetar como una nueva Guerra Fría el periodo en el que ha entrado el mundo. Pere Ortega, militante del Centre Delàs, reconoce que hasta ahora se resistía a equiparar la situación con el periodo de tensión militar que sucedió a la II Guerra Mundial, pero concede que estamos “a las puertas de una Guerra Fría”. Para Ortega, la retórica enarbolada en el Concepto Estratégico está construyendo nuevas amenazas y dibujando los contornos del enfrentamiento con la República Popular China. Hoy, se siente “defraudado” y apenado por cómo se está perdiendo el trabajo del movimiento pacifista realizado en Europa desde hace décadas.
La salida de las tropas estadounidenses de Afganistán en agosto de 2021 puso punto y final a la guerra contra el terror desarrollada desde los atentados en territorio estadounidense del 11 de septiembre de 2001. La retórica hegemónica ha cambiado radicalmente en los últimos doce meses. El terrorismo sigue ocupando un capítulo importante entre las amenazas que señala la OTAN, pero China y especialmente la Federación Rusa copan los primeros focos de preocupación del documento aprobado en Madrid, que tiene vigencia durante diez años.
El secretario general de la organización, Jens Stoltenberg, en sus reiteradas intervenciones, ha denunciado que Rusia “ha provocado la mayor crisis en la seguridad europea desde la Segunda Guerra Mundial”, motivo por el que el texto aprobado menciona en once ocasiones a la Federación Rusa. “Antes de la invasión de Ucrania se sabía que iba a haber giro copernicano”, recuerda Pere Ortega, “ya lo habían dicho tanto Trump como Biden: hay que poner la mirada de la OTAN en el Pacífico, mirando a China”.
La invasión rusa de Ucrania —que Ortega califica como insensata y criminal—, iniciada el 24 de febrero de este año, ha introducido variantes en el concepto estratégico. Europa no estaba llamada a ser el foco de las operaciones de la Alianza Atlántica, y sin embargo en la cumbre se ha aprobado el aumento a 300.000 soldados de la “fuerza de respuesta” de la OTAN asentada en el continente, especialmente en Rumanía y Polonia, que incluye el despliegue de cien mil soldados estadounidenses en territorio europeo, el mayor contingente desde la Guerra Fría, recuerda el investigador del Centre Delàs.
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Pero en la nueva hoja de ruta del Tratado del Atlántico Norte también destaca la referencia a China, con un inicio explícito —“las ambiciones declaradas y las políticas coercitivas de la República Popular China (RPC) desafían nuestros intereses, seguridad y valores”— y una serie de valoraciones que pasan del terreno militar para extenderse al plano económico. El tono empleado —como predecía la investigadora del Centre Delàs, Tica Font en el informe La Otan construyendo inseguridad global, publicado esta semana— se sitúa aún a distancia prudencial del punto de no retorno: califica a China como un “desafío” en lugar de como una amenaza, denominación que reserva para Rusia.
“La RPC busca controlar sectores tecnológicos e industriales clave, infraestructuras críticas y materiales estratégicos y cadenas de suministro”, dice el informe, que sin embargo refiere la búsqueda de un “compromiso constructivo con la República Popular China”, lo que indica que las vías de diálogo permanecen abiertas. Está previsto que, tras el round que han supuesto los encuentros de G7 y de la OTAN, Joseph Biden y Xi Jinping, presidente chino, se encuentren en las últimas semanas.
"China utiliza su influencia económica para crear dependencias estratégicas y aumentar su influencia”, explica el texto, que se publica menos de una semana después de la declaración final del G7 tras la reunión del castillo de Schloss Elmau en Alemania, mucho más explícito en el señalamiento del punto de quiebre en las relaciones de Estados Unidos y China: el mar del sur de China y la isla de Taiwán.
El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Zhao Lijian, ha sido el encargado de responder a lo que China interpreta como una contaminación de la atmósfera internacional por parte de Estados Unidos y la incitación a “sentimientos de confrontación” basados en lo que el Gobierno de Xi Jinping considera una retórica vacía entre democracia y autoritarismo sin fundamento.
Para el escritor y editor de la New Left Review, Tariq Ali, el momento actual presenta las consecuencias de la crisis financiera de 2008 y cómo esta fue gestionada por Estados Unidos
Pero la preocupación de Pekín ha aumentado varios grados, como expresa el medio progubernamental Global Times, dado que en Madrid se ha producido un encuentro trilateral entre EE UU, Japón y Corea del Sur que pone en riesgo, según China, “la estabilidad regional” y que forma parte de una agenda para la expansión de la OTAN bajo la batuta estadounidense en Asia-Pacífico, el objetivo último de Tokio y Seúl, según los analistas chinos.
El investigador Pere Ortega, quien recuerda que China sí lleva a cabo una política de ataque a los derechos humanos en su territorio (casos de Hong Kong o de la región de Xinjiang), enarbola no obstante un hecho: “China no ha desestabilizado ningún país en el mundo, mientras que EE UU sí tiene conflictos abiertos e interviene reforzando lazos militares y estableciendo bases en Filipinas o Japón, ejerciendo presión hacia China, a quien quiere soliviantar”.
No será tan sencillo provocar a China. El escritor y editor de la New Left Review, Tariq Ali, recordaba recientemente en un directo en El Salto que el liderazgo chino no se basa en la fuerza militar ni siquiera respecto a un asunto tan delicado como la soberanía de Taiwán y que, en un momento límite, el área euroatlántica no tiene capacidad de imponer sanciones económicas a la República Popular a menos que quiera ver su propia economía arrasada.
Limitación de soberanías
Para Tariq Ali, el momento actual presenta las consecuencias de la crisis financiera de 2008 y cómo esta fue gestionada por Estados Unidos. “Durante 2009 y 2010 se registró en el mundo occidental un creciente desagrado por el comportamiento de estos dos estados soberanos, China y Rusia”, explicaba Tariq Ali. Tras la crisis, la estrategia imperial estadounidense, tanto política como económica, “consistía en intentar romper los grandes Estados que tenían soberanía”, defiende Ali, que relaciona el momento actual con las decisiones tomadas por la hegemonía estadounidense a partir de 2008 en Oriente Próximo: “Si estamos de acuerdo o no con estos Estados es un asunto diferente. Estos estados disfrutaban de su soberanía”, dice en referencia a Iraq, Siria o Libia. “Sus políticas estaban determinadas por sus propias élites gobernantes, no por Estados Unidos. Y el objetivo en Oriente Próximo fue dividir estos países en unidades desconectadas entre sí”.
La portada de Financial Times del jueves señalaba a Recep Tayyip Erdoğan y Biden como los protagonistas principales de una cumbre que tendrá ecos durante la próxima década en todo el mundo
En un segundo movimiento, tras el análisis sobre el comportamiento de las economías menos dependientes del sistema financiarizado después del estallido de 2008, los think tanks occidentales reflexionaron sobre la situación de Rusia y China. “En cuanto a Rusia, se trataba de idear una provocación, optar por la expansión de la OTAN, romper todas las negociaciones serias con los rusos conducentes a la conclusión de algún tipo de acuerdo. El resultado último de todo ello es la guerra de Ucrania. Podemos culpar a Putin y todos culpamos a Putin, no es algo difícil de hacer, pero no puede afirmarse que es responsabilidad exclusiva de Putin”.
Pese a la sugerencia de figuras como el exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger en que Ucrania deberá ceder a Rusia parte de su territorio, la cumbre de la OTAN no ha rebajado la apuesta por seguir armando a Ucrania “mientras siga siendo necesario” —en palabras de Olaf Scholz, canciller alemán— o, como ha señalado Stoltenberg, mientras Volodimir Zelensky siga demandándolo. “Cualquier persona cuerda sabe que prolongar la guerra en lugar de negociar va a costar vidas ucranianas, ciudades ucranianas, etc”, denuncia Ali, “y eso es lo que la OTAN está impulsando, lo que Estados Unidos está impulsando hasta ahora. Así que estamos en una situación muy grave”.
Ganadores y perdedores
Para este intelectual británico, hay un error de cálculo cuando se considera que el actual contexto es el fruto de la debilidad de Estados Unidos en el contexto internacional. Y la prueba de su fortaleza ha estado en Madrid, donde Joseph Biden ha conseguido sus objetivos y ha favorecido a dos actores claves en el Mediterráneo, Turquía y Marruecos. La portada de Financial Times del jueves señalaba a Recep Tayyip Erdoğan y Biden como los protagonistas principales de una cumbre que tendrá ecos durante la próxima década en todo el mundo.
En su interior, Financial Times cita a la exsecretaria general adjunta de la OTAN, Rose Gottemoeller, que asegura que la cumbre ha servido para que la Alianza muestre una “gran renovación de su disposición a luchar, si fuera necesario”. Algo que lamenta y constata Pere Ortega, para quien el nuevo marco “va a instaurar una situación mundial mucho más propicia a conflictos armados”.
Según este investigador, el hecho de que se consignen las migraciones masivas, el desafío demográfico, o las catástrofes climáticas como nuevas amenazas abre la puerta a que se avalen intervenciones por motivos hasta ahora no reconocidos, entre los que el documento aprobado incluye también referencias al acaparamiento o la ruptura de las cadenas de suministro de minerales como el litio y las tierras raras o al suministro energético, otro vector de tensiones con China.
El margen o una de las esperanzas para el antimilitarismo, apunta, es que a medida que la OTAN se amplíe, cada vez será más difícil lograr la unanimidad requerida para emprender esas intervenciones, dice Ortega, pero “pinta mal para todos los que no hemos dedicado a construir un futuro de paz”, lamenta este militante. “La utopía de la casa común europea, hoy tan necesaria como en el año 90, se sustituye por una Europa más belicosa y peligrosa", concluye.
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