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Opinión
El teorema Bicimad
Las aceras de Madrid, los espacios entre los coches y las esquinas de los parques llevan unos días regados de dinero público desperdiciado. Billetes de 2.400 euros en forma de bicicletas eléctricas inanes, víctimas aún calientes de ese mix criminal de neoliberalismo e ineptitud que gobierna Madrid.
Me pregunto por qué, de todas las cosas jodidas que están pasando todo el tiempo, esta en particular nos sulfura tanto a tantos. La ofensiva “socialista” contra la sanidad pública y las pensiones, las necropolíticas migratorias, el guirigay aburrido de la izquierda, la desigualdad como seña de identidad de esta ciudad atontada: es difícil articular tanto malestar y tanto tedio, enfocarse en un solo tema, en esta doctrina del shock cotidiana que llaman actualidad. Y mientras pienso todo esto, me topo con otra bici tirada en la calle.
Esta vez no paso de largo blasfemando, esta vez me detengo: intuyo que la bici quiere decirme algo y estoy dispuesta a escuchar. Me parece dilucidar un teorema en este vis a vis con esta bicicleta azul tan joven y ya tan derrotada. Según la RAE, un teorema es una “Proposición demostrable lógicamente partiendo de axiomas, postulados o de otras proposiciones ya demostradas”.
Sí, pillar una bici te hacía sentir bien, algo que no cabe en los parámetros de la racionalidad capitalista, que todo lo ve como un objeto de extracción de valor
Proposición una. La ciudad puede ser una fuente de malestar o bienestar. Hay cosas que nos generan mucho malestar: los atascos, las aglomeraciones, la ciudad hecha un delirio de árboles en el corredor de la muerte, o el cemento colonizador. Pero también hay cosas que te amigan con la ciudad: los parques, los bancos al sol, los sitios reconocibles que guardan parte de nuestra memoria. Bicimad, cuando funciona, es, para mucha gente, un pedazo de la ciudad que le gustaría habitar. Exiliarse de los atascos, dejarse caer cuesta abajo, ligero, llegar rauda al trabajo con la mañana acariciándote la cara, mirar de otra forma la urbe. Sí, pillar una bici te hacía sentir bien, algo que no cabe en los parámetros de la racionalidad capitalista, que todo lo ve como un objeto de extracción de valor.
Proposición dos: aunque algunos se enreden con lo de la ciudad marca y no sé qué leches, gobernar tiene que ver con proveer servicios públicos. Los servicios públicos son espacios de seguridad ante la incertidumbre de la existencia: Saber que si enfermas se te atenderá, que habrá una escuela de calidad para tus criaturas, que si necesitas desplazarte de un lado a otro de la ciudad, habrá modo de hacerlo, es importante. Ha habido varios momentos en estos años en los que las bases de Bicimad se parecían más a un local de apuestas que a un equipamiento municipal: Nadie puede considerar un servicio público lo que parece una lotería en la que cada vez tienes menos papeletas. Al menos en las últimas dos semanas el Ayuntamiento ha acabado con esa incertidumbre: en las nuevas y flamantes bases que por fin se expanden más allá de la m-30, y también en las antiguas, ya es imposible ganar.
Proposición tres: gobernar tiene que ver con administrar recursos, en una ciudad donde una de cada cuatro personas viven en riesgo de exclusión, donde los barrios necesitan tantas cosas, despilfarrar el dinero así, coger 50 millones de fondos públicos como si nada y tirarlos por la calle tendría que inhabilitar a cualquiera para gobernar. Más allá de moralmente deleznable, debería de ser políticamente inadmisible y penalmente perseguible.
En una ciudad donde una de cada cuatro personas viven en riesgo de exclusión, donde los barrios necesitan tantas cosas, coger 50 millones de fondos públicos como si nada y tirarlos por la calle tendría que inhabilitar a cualquiera para gobernar
Proposición cuatro: muchas personas vivimos todo el tiempo pensando que no somos suficientemente buenas para nuestro trabajo. Él síndrome de la impostora limita muchas potencialidades, genera mucho sufrimiento. El discurso de la excelencia, los triples grados universitarios, la retórica de los mejores, disponen todo un marco de competitividad y ansiedad que destroza la vida de la gente. Mientras todo el mundo lucha por merecer, ver que te gobierna gente incapaz, inepta, da mucha bronca.
Proposición cinco: Más bronca da sospechar que es más que probable que así sigan las cosas. Que es este el plan para la ciudad. La muerte de Bicimad, que proponía un servicio público nuevo, pero también una fuente de bienestar, algo a preservar lejos de los apetitos capitalistas, pone un ladrillo más en la retórica del No hay alternativa, nuestra TINA municipal. Ni los carteles que nos afirman que se va a encargar Rita de todo, ni los que nos sugieren que las cosas se van a arreglar corriendo, nos dan mucha esperanza.
Creo que queda demostrado, gracias a estas sencillas proposiciones, por qué la muerte de Bicimad nos tiene a tantas entre la zozobra y la furia. El teorema Bicimad muestra —con perdón de las y los matemáticos— cómo la suma del ataque a los pequeños bienestares urbanos, la conversión de un servicio público en un juego de azar, el despilfarro impune, la ineptitud desvergonzada y la sensación de que esto es lo que hay, es igual al abismo. Cada vez que nos topamos con una bici tirada por la ciudad nos chocamos con el abismo como horizonte municipal. Así que no resta más que abrazarse a esa bici y llorar juntas, hermanadas en nuestra condición de víctimas del neoliberalismo inepto como forma de gobierno.