Opinión
Resistir: entre la romantización de lo imaginario y las ambigüedades de lo real

Es fundamental abordar la marcada contradicción entre la celebración romántica e innata que cualquier persona suele mostrar hacia la resistencia como un concepto abstracto, y la diversidad de posturas que, con reservas y observaciones, vacilan en apoyar sus manifestaciones reales.
Traducción: Jaldía Abubakra
29 ago 2024 06:00

Lejos de intentar definir la resistencia como un concepto abstracto, y lejos de los intentos de encuadrarla entre “guerra de guerrillas” y “movimiento de resistencia”, o entre resistencia pasiva y resistencia activa, o resistencia militar y resistencia blanda como concepto moderno opuesto a guerra blanda, puede decirse que la resistencia, en su esencia humana, innata y moral, es todo grito de desafío ante la injusticia, el puño en alto del oprimido y el grito primitivo de las víctimas por la libertad y por un mundo más justo o menos injusto. Sin embargo, escapar de los laberintos del encuadre académico a la explicación intuitiva no protegerá al analista de caer en otro laberinto, que advertirá claramente cuando haga una rápida comparación entre la reacción de algunos receptores de la resistencia como idea abstracta, y recibirla como acción cargada de todas las complejidades de la realidad.

Esto es exactamente lo que me ocurrió al escuchar a un viejo amigo expresar sus observaciones y críticas, juzgando con mente fría y sangre más fría aún, los detalles del acto de resistencia del 7 de octubre, y comparando luego su actitud con su descarada fascinación por el personaje V de V de vendetta cuando vimos juntos la película una noche, ¡desbordando admiración por la iniciativa revolucionaria de V incluso mientras volaba edificios y exponía a la muerte a personas inocentes!

¿Qué está pasando aquí?, me pregunté, ¿y cómo la fascinación de mi amigo por el héroe de la resistencia en la pantalla se convirtió en un torrente de preguntas sobre la viabilidad e interminables observaciones sobre la naturaleza caótica de los movimientos de resistencia en Palestina y los temores de que amenacen la estabilidad, la seguridad y el orden establecido?

En el mundo de la fantasía, en la pantalla y entre las páginas de libros y novelas, dos personas rara vez discrepan en su juicio. Todo el mundo simpatiza con el valiente caballero de brillante armadura, y el aura brillante del forastero que vence la injusticia y domina las miradas, pero en cuanto las cosas llegan al mundo real, esta imagen empieza a desvanecerse para algunos, y la resistencia pasa de ser un símbolo de valentía a un fantasma de ansiedad. La reconfortante distancia que proporciona la imaginación es sustituida por la inquietante proximidad de la posibilidad de que la agitación se desvíe de sus distantes trayectorias y entre en el ámbito de nuestras propias vidas.

Aumentan las contradicciones y los prejuicios en la formación de actitudes: todos simpatizan con Winston Smith en 1984 y Jean Valjean en Los Miserables y animan con entusiasmo a V, mientras que están llenos de juicios negativos hacia Al-Deif, Al-Sinwar y sus hermanos.

A continuación, intentaré arrojar algo de luz, tocar las raíces de esta disparidad sin pretender abarcar todos los aspectos de esta investigación, que requiere esfuerzo y paciencia, y las capacidades de especialistas en otros campos, entre los que yo no me encuentro en ningún caso.

Hollywood y la maquinaria mediática occidental

Hollywood, como parte de la maquinaria de propaganda occidental, siempre ha desempeñado un papel fundamental en la formación de la opinión pública mundial, una influencia que se extiende —aunque en menor medida en nuestra región árabe— a los movimientos de resistencia y a la percepción que se tiene de ellos. A través del uso repetido, deliberado y sutil de estereotipos y negatividad en el retrato de ciertos personajes, así como de una mononarrativa que ignora descaradamente los contextos que preceden al momento de la acción, Hollywood siempre ha desempeñado un papel fundamental en la formación de la opinión pública mundial.

En una escena de la película American Sniper, dirigida por Clint Eastwood, se ve a un niño iraquí que coge un lanzacohetes y lo alza en dirección a las tropas estadounidenses. En la escena, seguimos la lucha interna del francotirador Chris Kyle mientras intenta decidirse: ¿debe matar al niño para proteger a sus colegas o no?

Lejos de la defectuosa narrativa que presenta a los árabes, incluso a los niños, como una amenaza, Hollywood nunca pierde la oportunidad de promover la imagen del superhéroe estadounidense, el héroe que, incluso cuando mata a un niño, comete el acto con una justificación moral.

No hay invasores que destruyeron todo un país y un pueblo con el falso pretexto de las armas de destrucción masiva. No hay un niño cuya infancia fue violada y miles de toneladas de explosivos fueron lanzadas sobre su cabeza y las de su familia, compañeros y pueblo. No hay lugar en la escena de Hollywood para las condiciones humanas, las influencias psicológicas o las justificaciones morales que llevan a un niño a coger un RPG. En la lente del director estadounidense, solo hay una imagen que debe copiarse y pegarse en el subconsciente del espectador bajo la influencia del enorme deslumbramiento de la gran pantalla, y es la imagen del villano, la amenaza constante y el enemigo potencial en contraposición al dilema moral de Chris Kyle.

Dentro del mismo contexto propagandístico, puede entenderse que Black Hawk derribado presente a los soldados estadounidenses como héroes rodeados de turbas somalíes agresivas, desorganizadas y que pretenden atacarles. Durante las escenas de lucha en Mogadiscio, o en la escena del derribo del helicóptero, el espectador se enfrenta a un retrato estereotipado de los dos bandos, los somalíes como hordas de criminales, salvajes y bandas desorganizadas y agresivas sin motivos políticos ni objetivos reales, movidos por la violencia; y los soldados estadounidenses como héroes que resisten el ataque no provocado y solo intentan defenderse.

Paralelamente a la propaganda de Hollywood, los medios de comunicación occidentales tienden a una cobertura sesgada; la resistencia árabe se presenta como terrorismo, mientras que el terrorismo israelí se presenta como autodefensa

Paralelamente a la propaganda de Hollywood, los medios de comunicación occidentales tienden a una cobertura sesgada; la resistencia árabe se presenta como terrorismo, mientras que el terrorismo israelí se presenta como autodefensa. Algunos medios de comunicación también recurren a la difusión de desinformación que moldea la conciencia y la opinión públicas en un proceso que luego es difícil de revertir.

¿Hemos olvidado lo que ocurrió antes de la guerra de Iraq? ¿Cómo el gobierno estadounidense utilizó los medios de comunicación para difundir la narrativa de las armas de destrucción masiva para justificar la intervención militar, y la abrumadora opinión pública mundial a favor de la guerra? ¿Hemos olvidado la propaganda sionista que siguió a la Operación Diluvio de al-Aqsa sobre la decapitación de niños y la violación de mujeres, y cómo su influencia se extiende hasta ahora a pesar de que se ha demostrado que es falsa e inválida?

Los depósitos de la política, el nacionalismo, el sectarismo y la ideología

¿Quién podía imaginar que alguien de dentro de la nación árabe e islámica se regodearía en el asesinato de un combatiente de la resistencia árabe musulmana? ¿Quién podía imaginar que los árabes expresarían sentimientos de regocijo por el asesinato de árabes a manos israelíes?

¿Cómo hemos llegado a esta pendiente resbaladiza?

Con la entrada del primer soldado estadounidense en Iraq, y con el derribo de la famosa estatua de Sadam Husein en Paradise Square envuelta en la bandera estadounidense, la nación abría su realidad a una serie de grietas que la conducirían a este agujero. Con su ejecución al amanecer del Eid al-Adha, el director estadounidense fijaba los puntos finales de la escena, una escena que se prolongaría durante mucho tiempo: “La primavera árabe”, el ascenso de la “Hermandad” y la remontada militar, el ISIS y similares, el atolladero sirio, el “acuerdo del siglo” y el tiempo de la normalización.

En el Líbano, las cosas no fueron mejor. Yo era estudiante universitario de primer curso cuando oímos el ruido de la explosión que acabó con la vida del presidente mártir Rafik Hariri. La noticia llegó rápidamente a la sala y me quedé estupefacto ante la escena o escenas en las que vi a mis compañeros reaccionar a la noticia con tristeza o alegría. Después, la lista de acontecimientos se sucedía rápidamente: asesinatos interminables, la guerra de julio, los sucesos de mayo, el ISIS llamando a la puerta, el atolladero sirio de nuevo (esta vez con su componente libanés), el colapso, el 4 de agosto.

En cada una de estas etapas (y en muchas otras, demasiadas para enumerarlas aquí), el regodeo y las fiestas se hicieron más intensos, y la grieta se ensanchó.

Con todos estos instintos primarios en juego, alguien debería haber previsto una sombría realidad por venir, como que las voces árabes se identificaran descaradamente con las voces israelíes que se regodeaban en la muerte de un combatiente de la resistencia árabe.

Las divisiones se profundizaron aún más, y condimentos como el nacionalismo, el sectarismo, la aprensión, el miedo y desenterrar las tumbas de la historia se añadieron a la mezcla venenosa, el panorama se volvió más complejo, y aquí estamos, en las profundidades de un abismo en el que el apoyo a la resistencia está vinculado a la afiliación política, sectaria, nacional, étnica o ideológica, en lugar de a principios básicos y valores humanos y éticos.

Zona de confort y distancia de seguridad

El deslumbramiento artístico en libros, novelas, obras de teatro y otras artes contribuye a sembrar la semilla de la simpatía incluso por personajes criminales obsesivos como el famoso personaje del Joker, o el personaje de Ivan en la novela Tenemos que hablar de Kevin, que fue convertida en película con el mismo título; el lector se encontrará simpatizando con el personaje de Ivan, un joven que comete una masacre en su escuela. Esto se debe a que el autor se centra deliberadamente en resaltar los conflictos psicológicos y las experiencias internas del personaje, y adopta la narración desde su punto de vista, lo que le confiere una dimensión humana y lo presenta al público como una víctima y no como un verdugo.

Si esto ocurre con personajes que deberían quedar fuera del alcance de la simpatía humana, cuánto más con personajes que representan las cualidades más puras del sacrificio, el altruismo y el rechazo de la injusticia.

Sin embargo, a pesar de la obviedad del asunto en teoría, se convierte en un reto cuando los acontecimientos en su contexto real nos tocan personalmente, y su realidad se solapa con nuestra realidad como individuos. Desaparece la distancia de seguridad que permite la empatía sin consecuencias personales, directas, y sin necesidad de contribuir al acto de sacrificio. Como mecanismo psicológico de defensa, los héroes que luchan por la libertad y la justicia se transforman en alborotadores, o en amenazas que exigen una actitud negativa.

Este fraude psicológico que facilita que la gente se identifique con los héroes de ficción en lugar de enfrentarse a los hechos complejas de su realidad también se aplica cuando se habla de personajes o de movimientos de resistencia históricos. El carácter épico de la historia es dominante, y la imagen se reduce a una imagen excesivamente romantizada que no deja espacio para las complejidades de aquellos acontecimientos en su época, mientras que a la gente le resulta difícil ver los movimientos contemporáneos a través de la misma lente.

En resumen, es fundamental abordar la marcada contradicción entre la celebración romántica e innata que cualquier persona suele mostrar hacia la resistencia como un concepto abstracto, y la diversidad de posturas que, con reservas y observaciones, vacilan en apoyar sus manifestaciones reales. Estas posturas, que van desde la duda hasta la abierta rivalidad u hostilidad, representan una paradoja que debe ser estudiada y analizada a fondo. Esta contradicción destaca una doble responsabilidad: por un lado, la de cada uno de nosotros como miembros de la sociedad, y por otro, la de los propios movimientos de resistencia. De no abordarse, esta tensión podría llevarnos a todos al borde del abismo.

En una región gobernada por una maldición llamada Israel, los individuos tenemos la responsabilidad de liberarnos de los grilletes de las ideas blandas sembradas por los medios de comunicación en las mentes de algunos de nosotros, la responsabilidad del acercamiento y el conocimiento en sociedades donde las barreras crecen como los árboles, la responsabilidad de evaluar la situación según la escala de la moralidad y no según la escala del debate, y según los principios de justicia, verdad y libertad y no según los principios políticos, además de la responsabilidad de compartimentar lo que parece ser una escena en sus múltiples escenas. La actitud negativa que alguien pueda tener hacia Hamás como imagen del Islam político que le asusta y no le convence no niega su condición de movimiento de resistencia que se encuentra en un momento histórico de un proceso que avanza rápidamente hacia la liquidación de su justa causa, y que está atrapado entre que el pueblo palestino pierda Gaza por el asedio y la inanición, como ya ha perdido más de la mitad de Cisjordania por la anexión, los asentamientos y la solución política, o darle la vuelta a la tortilla. La actitud negativa de mi amigo hacia el papel de Hezbolá en la guerra siria, o su papel en la política libanesa y su sucio pantano, no niega el carácter de la resistencia que liberó por la fuerza la primera tierra árabe, y sigue constituyendo, a falta de un verdadero Estado, de un ejército capaz y de una estrategia de defensa diferida, la única garantía para disuadir a un invasor brutal que nos acecha y que ve en los 10.452 km2 del Líbano su derecho histórico.

Por otro lado, los movimientos de resistencia tienen la mayor y más importante responsabilidad de superar los obstáculos impuestos por las dos últimas décadas de devastación, o los producidos por la implicación en el fango, y volver a presentarse no como meros actores políticos o militares, sino como casos humanitarios trascendentes y movimientos de liberación nacional que trascienden las diferencias. Esto requiere una revisión caracterizada por mucha honestidad con uno mismo, valentía en el diagnóstico, claridad en la visión, ninguna vacilación a la hora de realizar las intervenciones necesarias, y mucho pensamiento fuera de la caja sobre cómo sanar las fisuras y reparar las grietas psicológicas y sociales que, si siguen ensanchándose, se tragarán a toda la región, incluida la resistencia y sus oponentes, sin que nadie pueda detenerlas.

¿Quién sabe? ¿No es muy posible que este escenario, y no las guerras o las flotas, sea el plan del verdadero ajedrecista occidental que va un paso por delante de nosotros, empujándonos a todos hacia la autodestrucción, mientras pensamos que lo estamos haciendo bien?

Nos enfrentamos a un momento histórico que obliga a todos a tomar una decisión: ¿nos aferramos a la resistencia como valor humano que trasciende sectas y políticas, o dejamos que se ahogue en el barrizal de los intereses mezquinos y los caprichos fugaces? La elección es nuestra, y nuestra es la responsabilidad.

Artículo publicado originalmente en Al-Akhbar.

 


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