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Opinión
Padecer la historia
“Aquellos ávidos de sangre que castigan al mundo no amplían su domino, tan solo limitan su humanidad”. Eso dijo Franz Kafka a Gustav Janouch un día mientras caminaban por las calles de Praga. En su libro Conversaciones con Kafka (1951) Janouch reconstruye la amistad que sostuvo con el autor de El Proceso entre 1920 y 1924, época en la que la furia nazi comenzaba a fermentarse. Kafka ya se olía lo que vendría. Como bien narra Ricardo Piglia en Respiración Artificial (1980), Franz Kafka estaba atento a los murmullos enfermizos de la historia. Janouch, para quien Kafka fue un maestro espiritual, dice que su amigo siempre insistió en que “la guerra es algo que surge sobre todo de una falta de imaginación descomunal (…) Estamos siendo empujados, oprimidos y eliminados. Estamos padeciendo la historia”.
Y aquí continuamos padeciendo la historia. Así lo sentimos ante el genocidio contra el pueblo palestino realizado en las narices de toda la humanidad sin que nadie, ni las frágiles leyes, ni las vanas instituciones, puedan interponerse. En las situaciones de guerra lo abominable no tiene vergüenza en repetirse. “La guerra ha abierto los diques del caos” escucha decir de nuevo Janouch a su amigo judío Kafka. Y en medio de todo este caos, de este horror que nos estremece, muchas personas parecen coincidir en que es tan reprochable la violencia de Hamás como los ataques brutales con los que responde el gobierno de Netanyahu.
Las masacres contra palestinos no han cesado en la historia, sabemos que los odios están enquistados en una densa geopolítica de crímenes e incumplimiento de acuerdos por parte de los gobiernos de Israel
Aun cuando es una afirmación que rechaza la muerte, parecen ser palabras distantes incapaces de desactivar el terror y, también, palabras que sirven para inmovilizar a quienes dudan en asumir una posición contra el régimen de terror de Netanyahu. Las masacres contra palestinos no han cesado en la historia, sabemos que los odios están enquistados en una densa geopolítica de crímenes, ocupaciones, intereses poderosos, incumplimiento de acuerdos por parte de los gobiernos de Israel, muros edificados por el rencor y la repulsión a cualquier camino de entendimiento. No hay modo de mantenerse al margen. La realidad, por la fuerza de su crudeza, invalida la indiferencia, no hay argumentos que valgan para una postura indolente.
“La guerra es una marea del mal. Es una inundación. (…) Todas las construcciones auxiliares de la existencia humana se derrumban” dice Kafka a su amigo Gustav Janouch. Esa marea tormentosa procura nuestra adhesión acrítica, nos pone trampas en el lenguaje con el que queremos nombrar el horror, nos contagia de duda moral, pretende silenciar nuestra condena a los sufrimientos causados por la guerra. Digo esto porque han querido confundirnos lanzándonos una alternativa ciega y falsa: si rechazas la brutalidad asesina del ejército de Israel asumes un posición antisemita, si juzgas la violencia de Hamás adquieres una posición sionista.
Palestina
Derecho al retorno ‘Rajaá’: cuando las nietas de la Nakba sueñan con regresar desde una azotea de Vallecas
Esto está sucediendo en los gobiernos y medios de comunicación de muchos países de Europa, en Estados Unidos y en los medios corporativos de América Latina, a todos ellos la inundación de la guerra los ahogó en autoritarismo moral. Quieren decidir, siguiendo el ejemplo de Herodes, la matanza de inocentes, decretar lo que es aceptable y lo que es abominable. Con esta falaz disyuntiva han querido impedir los actos de solidaridad con Palestina. Siempre los criminales de guerra buscan disputarse la indolencia a su favor. Prolongar la impotencia en los demás hace parte de las tácticas en el terreno de la guerra. No sienten culpa alguna, se van a dormir pensando: “Que nadie se atreva a juzgar nuestra barbarie”, una creencia que también forma parte de su despliegue ofensivo. Invocan el derecho a defenderse, pero ocultan y niegan el derecho de las personas inocentes en Palestina a no vivir más sufrimiento, el derecho a no ser descuartizados por bombas, el derecho a no encarnar tanto dolor.
“La guerra nos ha trasladado a un laberinto de espejos deformantes”, una vez más Janouch recuerda las palabras de su amigo Kafka. Los espejos deformantes de la guerra suelen terminar promoviendo la censura. ¿Y qué es censurar? Es obligarnos a que depongamos nuestras convicciones éticas, obligarnos a que nos rindamos, es clausurar el diálogo, la guerra es una marea que lo abarca todo.
Así ocurrió recientemente con la censura, en la feria del libro de Frankfurt, a la escritora palestina Adania Shibli, al cancelarse la entrega del Premio LiBeraturpreis 2023 el pasado 20 de octubre. Este galardón es otorgado a escritores de África, Asia, América Latina y el mundo árabe, en esta ocasión el jurado escogió la novela Un detalle menor (2019), en la que Adania Shibli, según el veredicto final, expone una escritura que “permite vislumbrar las viejas heridas y cicatrices que se esconden debajo de la superficie”. Es una novela sobre la memoria y los desafíos ante los reclamos de justicia. Narra la vida en Palestina bajo la ocupación militar israelí. Alguien seguramente le reprochó “¿cómo has osado escribir esa crudeza, esa tragedia y todo el espanto que viven niños y jóvenes en la Palestina ocupada?”. Adania Shibli expone la realidad que los responsables de la guerra han creado. Lo más indignante es que nadie haya censurado esa realidad y a sus responsables, pero sí a quien se atrevió a retratarla.
La artista colombiana Bastardilla expuso hace unos días en Alemania, un mural que muestra a una mujer árabe germinando de la tierra. Su intención fue pintar la “Dignidad”. Pero la dignidad fue borrada, le echaron pintura blanca y la censuraron
Igual ocurrió con la artista colombiana Bastardilla, a quien censuraron hace algunos días, también en Alemania, un mural que expone a una mujer árabe germinando de la tierra. Su intención fue pintar la “Dignidad”, la misma que fue reconocida de inmediato por las mujeres árabes migrantes que pasaron por el lugar donde la artista pintaba la obra. Pero la dignidad fue borrada, le echaron pintura blanca y la censuraron. A los “espejos deformantes” de la guerra los empaña la hipocresía, pues una vez más combaten la pintura de los hechos de la historia, pero vacilan en repudiar los mismos hechos que reproducen la matanza.
El peso de la antigua culpa alemana parece paralizar su responsabilidad moral actual. ¿Como se emplea la memoria de las atrocidades del pasado ante las atrocidades del presente? Como bien lo advierte el profesor en Historia de Princeton, Tarik Cyril Amar, la “reconciliación alemana con el pasado” parece extraviarse. “Queridos compatriotas alemanes: Nuestra Vergangenheitsbewältigung [hacer frente al pasado] ha fracasado”. ¿Por qué cuesta tanto para el gobierno del canciller alemán Olaf Scholz condenar el hecho de el ejército del estado de Israel transformó a Gaza en un cementerio de niños?
Hemos llegado a un momento en el que pintar cualquier atributo de la cultura árabe puede ser leído desde Europa como una amenaza. Así acaba de suceder con la obra Al Moulatham (2012), del pintor libanes Ayman Baalbaki, un cuadro que muestra a un hombre con la cara cubierta por un keffiyeh rojo brillante, censurado y vetado por la casa de subastas de arte Christie's. El artista, Ayman Baalbaki, afirma que el cuadro expone a “una persona árabe cubierta por el keffiyeh, que es una prenda que todo el mundo lleva desde el norte de África hasta la Península Arábiga para protegerse del calor y la arena”.
Historia
Entrevista Ian Kershaw, una vida estudiando monstruos: de la peste negra a Hitler
Esta censura a las artes y a su capacidad de activar preguntas, de amplificar un malestar y sentir empatía con quien grita, muestra que en el mundo del arte, como bien lo advirtió Andréi Tarkovski (Esculpir en el tiempo, 1984), la tarea creadora es celebrada siempre y cuando sea un ejercicio de auto-afirmación vanidosa. Aquella idea de que el arte es el campo de la libertad, la objeción y la autonomía es cada vez más un espejismo, un campo en disputa seguramente. Lo que podemos percibir es que todos los esfuerzos por llevar la censura de la guerra al campo de las artes y la comunicación son infructuosos. La solidaridad con Palestina desborda los cercos de la parálisis moral. El exterminio palestino ante los ojos del mundo es un abismo repugnante. No interpelarlo, no combatirlo es permitir que el hueco se ensanche hasta hacer desplomar a la humanidad entera. ¿Cómo proteger las vidas del asesinato constante?
Que jamás se nos olvide, como bien afirmó el historiador británico del nazismo Ian Kershaw: “El camino para Auschwitz [y el genocidio en Gaza] fue abierto por el odio, pero pavimentado con la indiferencia”.