We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero se le atribuye una frase bastante penosa. Cuentan que una vez le dijo a su mujer, en confianza, que gobernar era muchísimo más fácil de lo que parece. De ser cierta, la frase fue dicha mucho antes de aquella intervención de minuto y medio que en 2010 cambió el rostro amable del Estado zapaterista por otra cosa.
Una “otra cosa” que generó desconcierto primero, indignación en un segundo momento, una estampida y, por último y hasta el momento, una recuperación social y económica más fundamentada en la resiliencia del personal que en medidas orientadas hacia una verdadera recuperación —o mejora— de las condiciones de vida previas a la crisis.
Un acierto semántico de Zapatero, sin embargo, fue definir y denunciar la crispación política que el Partido Popular desarrolla cuando se encuentra en la oposición. La apuesta por la búsqueda del “voto tranquilo”, desarrollada por Zapatero, Rajoy y actualmente por Sánchez, confronta con la permanente movilización de bases y el momento pirómano que trabajaron Felipe González, antes de la moción de censura (y el amago de golpe) que acabó en 1981 con Adolfo Suárez, y Aznar en las postrimerías del primer proyecto socialista.
Pablo Casado nació a la política con la misión de incendiar el infierno. Su crispación aseada ha llamado la atención de los líderes de The Movement, la internacional ultra creada por el artífice de la elección de Donald Trump, Steve Bannon. The Movement ha visto en Casado un líder con medio camino andado en el ascenso hacia el poder, algo mucho más interesante que la alianza con perdedores —pese al momento de publicidad gratuita que se le ha dado en octubre— que representa Santiago Abascal y su Vox.
Opinión
La política de los abusones
Cuando la política es entendida como el ejercicio de la intimidación, las demostraciones de dominio, demandas de sumisión o la toma de decisiones arbitrarias para imponer un discurso.
Pero Casado no necesita a Bannon para mantener las llamas en lo alto. Le basta y le sobra con una cultura política que se está desarrollando en Europa: la de los Le Pen, Salvini, Orbán. Muestran el auge de una derecha a la derecha del Partido Popular Europeo, que, eventualmente, pueden tomarlo y teñirlo con ideas que superen el desdibujado conservadurismo europeísta de Juncker y Merkel, huérfano de proyecto en España desde la salida de Rajoy y la derrota de su delfín, Sáenz de Santamaría.
El momento de permanente guerra civil trasladada a la política que vive la derecha española —en la que Ciudadanos juega el papel de aspirante a enterrar al Partido Popular— ha sido tomado literalmente por parte de Casado como una guerra sin convenciones de Ginebra ni derecho internacional que valga. Al acusar a Sánchez de progolpista o prevaricador, al mantener la lata de gasolina como su principal argumento respecto a Catalunya, Casado fía a la crispación —a la escalada bélica— las opciones electorales del Partido Popular en 2019, año multielectoral.
El problema no es tanto la falta de una derecha conservadora moderada —algo que por mucho que se empeñe, la izquierda no va a ser capaz de invocar— como que la amenaza de un nuevo sobresalto en la crisis de acumulación que vive el capitalismo global desde los años 70 puede coincidir con el momento decisivo para las opciones de Pablo Casado.
Ofrecer una alternativa dentro del espectro de la representación que apunte contra los poderes financieros, contra las políticas de austeridad y contra el modelo de Europa actual, sigue siendo una condición necesaria para toda fuerza interesada en conectar con la mayoría social más afectada por la crisis económica de 2008. Un hueco en el que la denominada nueva política no quiere caer, más pendiente de asimilar hechuras políticas “de Estado” —un traje hecho a medida del PSOE— que de posicionarse como alternativa al establishment. Un hueco que solo es posible ocupar con un movimiento externo que, ajeno a la rigidez de la política institucional, imponga dinámicas de desobediencia institucional en el imaginario colectivo.
Gobernar hoy es “fácil”, en el sentido zapaterista, para Pedro Sánchez. Sus anuncios son acogidos como buenas noticias por una izquierda ávida de buenas noticias tras el shock anterior. Lo que se respira, y no solo en el barómetro del CIS, es que el centro sociológico, las clases medias, tampoco están comprando la retórica de escalada bélica. Pero, igual que ocurrió en el ciclo 2009-2011, la facilidad de desplazamiento del Partido Socialista es, en el mejor de los casos, una mera etapa en un camino que está cambiando a todos los países europeos. Casado espera su momento, con la convicción de que esa etapa puede terminar en cualquier momento. Con la lata de gasolina.