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Opinión
Organizar nuevas potencias revolucionarias: aproximación hacia la coinvestigación militante
“A vosotros dedico una obra en la que he intentado describir a mis compatriotas alemanes un cuadro fiel de vuestras condiciones de vida, de vuestras penas y de vuestras luchas, de vuestras esperanzas y de vuestras perspectivas. He vivido bastante tiempo entre vosotros, de modo que estoy bien informado de vuestras condiciones de vida”. Así comenzaba Friedrich Engels, con apenas 25 años, la dedicatoria de su famoso libro La situación de la clase obrera en Inglaterra. Fue, quizá, uno de los primeros trabajos que trataron de sistematizar un estudio sobre las condiciones del proletariado (mucho más allá de la vulgarización fabricista, tan actual): desde los obreros fabriles, los mineros hasta el denominado proletariado agrícola pasando por la descripción de las transformaciones urbanas de la metrópolis moderna o el análisis del papel de la vivienda en la reproducción del capital. Pero, también, una forma de conocimiento desde la inmersión experiencial, en donde Engels pasó alrededor de 21 meses de vida tratando de confundirse entre el proletariado, “no es solamente un conocimiento abstracto de mi asunto lo que me importaba, yo quería veros en vuestros hogares, observaros en vuestra existencia cotidiana, hablaros de vuestras condiciones de vida y de vuestros sufrimientos, ser testigo de vuestras luchas contra el poder social y político de vuestros opresores”.
25 años después, en 1880, La Revue Socialiste, que trataba de reunir y hacer discutir, al cargo de Benoît Malon (antiguo partidario de las corrientes libertarias y participante activo en la Comuna de París), a las distintas corrientes socialistas francesas, encargó a Marx la realización de una encuesta que hiciese conocer la situación del proletariado francés. El cuestionario, que comprendía un total de 100 preguntas, recogía desde las condiciones laborales (tecnologías, descansos, jornadas, infraestructuras...) hasta las formas sindicales o asociación entre los trabajadores, así como sus conflictos contra la burguesía (especialmente en su IV sección). Se imprimieron un total de 25.000 copias, repartidas a través de todo tipo de organizaciones obreras de la época. Su objetivo, más que la recopilación informativa, era el de generar autoconciencia entre los trabajadores sobre las condiciones de su dominio y sus posibles formas de combate.
Durante todo ese siglo, comienza a desarrollarse la sociología moderna, pero no es hasta casi 100 años después cuando resurge con fuerza, de nuevo, la investigación militante como forma de intervención política. Importada a Europa desde EEUU, intelectuales como Danilo Montaldi y muy especialmente Romano Alquati, comienzan a hablar de coinvestigación militante, un giro radical frente a las formas clásicas de análisis social. Pero no es hasta la formación de los Quaderni Rossi (con Alquati entre sus figuras más destacadas), revista mítica que sirvió de primer encuentro para el operaísmo italiano antes de su fractura y el surgimiento de Classe Operaia, en donde este nuevo método comienza a sistematizarse. Raniero Panzieri, en su texto clásico Uso socialista de la encuesta obrera, resumía así su utilización por parte de los rossi: “La encuesta es un método correcto, eficaz y políticamente fecundo para tomar contacto con los obreros singulares y los grupos de obreros; es este un objetivo muy importante: no solo no hay separación, divergencia ni contradicción entre la encuesta y el trabajo de construcción política, sino que además la encuesta aparece como un aspecto fundamental de este trabajo de construcción política”.
Las imágenes de Alquati yendo en bicicleta a la fábrica de la Fiat y Olivetti o las reuniones en donde se reunían obreros y operaístas a las 5 de la mañana en las puertas de las fábricas son parte del imaginario colectivo de toda una generación política. El uso de la encuesta y las distintas formas de coinvestigación, ya en Classe Operaia, quedaba muy claro: era uno de los presupuestos claves para la organización de la conflictividad obrera. Más allá de ser un instrumento ideológico encaminado a la renovación de las estructuras oficiales del movimiento obrero, generando un poso de autoconciencia sobre los mecanismos de dominación burguesa entre el proletariado, el objetivo principal era conocer y proyectar las distintas formas de resistencia cotidianas de clase, más o menos evidentes, más o menos subterráneas. Desde la generación de nuevas organizaciones de lucha hasta las distintas formas de sabotaje de la producción. Lo que culminó, unas décadas después, en la teoría de la autovalorización obrera: la idea harto polémica de que el proletariado, en la experiencia de sus condiciones de explotación a través de la relación de clase, genera formas tendentes a su autonomía con respecto al capital. Formas que van mucho más allá de la autocreación de una cultura obrera, sino que incluye también formas de autovalorización productiva y de autoorganización de las nuevas subjetividades revolucionarias.
La coinvestigación militante desarrollada durante esos años, que tuvo un papel fundamental en la organización previa de la autonomía obrera (confirmando buena parte de sus hipótesis más polémicas) en Italia o, en Francia, de la mano de Socialisme ou barbarie, supone una ruptura con la investigación académica tal y como lo entendemos, con las formas habituales de la sociología burguesa. En ese sentido, se revela como una investigación de parte en la medida en que su objetivo no es un saber abstracto, perfectamente modelizado bajo los parámetros de la economía política, sino un conocimiento útil para la organización obrera. A diferencia de la etnografía antropológica, es una práctica contextual que no solo se mantiene en el tiempo sino que trata de intervenir sobre las condiciones de los propios sujetos. En este caso, los sujetos investigados se convierten en sujetos investigadores con capacidad de agencia, capaces de elaborar sus propios mecanismos de autoenunciación (teorías, conceptos y lenguajes) y de generar instrumentos para el conocimiento de su experiencia, en este caso, de las relaciones de explotación. En definitiva, la construcción de una epistemología propia que, en el caso operaísta, confía en que las potencialidades revolucionarias están ya inscritas en la clase, no en una exterioridad que le da forma; que entiende que el desarrollo de una estrategia revolucionaria es el producto vivo de la autoorganización obrera, no el camino prescrito hacia donde ha de ser dirigida.
La coinvestigación se entiende como una herramienta política para la organización contra el capital, pero no preescribe una serie de hipótesis a verificar en el campo social
La coinvestigación militante como método
Pero, décadas después, ¿cómo promover la coinvestigación militante en un momento en donde el modo de regulación social fordista ha sido sustituido por la deslocalización de los vectores de acumulación en Europa, conduciendo a un abaratamiento de la fuerza de trabajo traducido en temporalidad y paro crónico? ¿Cómo coinvestigar hoy más allá de la fábrica? La respuesta se encuentra, seguramente, en quienes intervinieron en esa crisis de acumulación y han sido capaces de desplazar esas prácticas a nuevos terrenos de lucha.
En ese sentido, los grupos de autoconciencia feminista, imprescindibles tanto en el ciclo de movilización de los años 70 (fuera y dentro de las fábricas como mujeres obreras) como en otros posteriores, han sabido reactualizar estas prácticas en un escenario marcado por la metrópolis posfordista. Herederas de los grupos de mujeres negras del Blackclubwomen's Movement, los grupos de autoconciencia, que nacieron a finales de los 60 en EEUU, se reprodujeron por toda Europa durante toda esa década. Al mítico Sottosopra! de Rivolta Femminale, habría que añadirle coinvestigaciones españolas más recientes como el libro Nociones Comunes (Traficantes de Sueños, 2008), la experiencia de la La Eskalera Karakola y uno de sus colectivos, Precarias a la deriva, o el trabajo actual de La Laboratoria, que avanza hacia un sindicalismo feminista con publicaciones como Biosindicalismo desde los territorios domésticos y Hasta que caiga el patriarcado y no haya un desahucio más.
Como hemos mencionado anteriormente, la coinvestigación se entiende como una herramienta política para la organización contra el capital, pero no preescribe una serie de hipótesis a verificar en el campo social. Exige, por tanto, una capacidad de escucha con lo existente y una suerte de desindentificación, un desplazamiento de la identidad en pos de la organización de esas resistencias latentes.
En ese sentido, la discontinua historia de la investigación militante y, más recientemente, de la coinvestigación militante, si bien exige una serie de condiciones o hipótesis, no limita la multiplicidad de sus posibles formas (desde el paradigma de Investigación-Acción, IAPs, hasta la propia encuesta obrera). Se trata, por tanto, de dispositivos prefigurados pero no resolutivos, capaces de moldearse a la coyuntura y a las distintas realidades de explotación y opresión existentes.
Hasta ahora, una parte de la coinvestigación militante, por la característica especificidad y singularidad de los procesos de autoorganización, ha quedado relegada a una serie de acciones dispersas sin sistematizar. Aún así, sus diferentes ejemplos confirman su potencia tanto para el conocimiento de dichos procesos, como para su proyección organizativa. Entender la coinvestigación como práctica efectiva pasa por encuadrarla dentro del proceso dialéctico de organización frente al poder del capital. En un momento, como el actual, de crisis de acumulación derivada de la crisis ecológica generada por el modo de producción capitalista, procesos como este, tanto a pequeña como gran escala, contribuyen a la intervención política en la inteligibilidad de una crisis múltiple y no explosiva en donde es imprescindible tanto potenciar y cuestionar las formas organizativas ya existentes como saber traducir políticamente, en términos de ruptura, sus potenciales malestares y latencias.